En el verano de 2008, Francisco González Ledesma recuperó para EL MUNDO a su personaje famoso, el inspector Méndez. En esta entrevista hablaba de las dos historias exclusivas 'La ira del padre eterno' y 'El corazón de la madre eterna'.
El inspector Méndez vuelve a las calles para enfrentarse a casos que sería imposible resolver sin su particular sentido de la ley y sin su piedad hacia los más desfavorecidos. Francisco González Ledesma, su creador, lo pone a trabajar en dos relatos que recuerdan mucho a la actualidad; el caso de un violador que vuelve a delinquir cuando disfruta de un permiso y un asunto de drogas y de sicarios que transcurre en el Madrid del final de la Eurocopa.
Ambas historias, 'La ira del padre eterno' y 'El corazón de la madre eterna' -cada una de tres capítulos- se publicarán en este suplemento, a partir de mañana y durante seis días. ( Ambas, concebidas especialmente para UVE, participan de ese mundo que el autor conoce de primera mano después de muchos años de ejercer como abogado defensor: las calles, las cárceles, todos esos delitos que quedan impunes...
Pregunta.- Lleva 20 años largos conviviendo con el inspector Méndez. ¿Cuál es su relación con él, que se deben el uno al otro?
Respuesta.- Méndez nació a principios de los 80 en la novela El expediente Barcelona. Y desde entonces estoy tratando con él, es para mí como un viejo amigo. Él me debe a mí el conocimiento de las calles y el sentimiento de solidaridad hacia la gente pobre que vive en ellas. De él se me ha contagiado su escepticismo y esa cierta mala leche cariñosa que desprende.
P.- Llama la atención la capacidad de perdonar de su personaje, su empatía con los delincuentes...
R.- Méndez es muy capaz de perdonar, pero tiene mal genio y hay dos delitos que no perdona jamás: la violación y los ataques a los niños; para los demás tiene bastante tolerancia, sobre todo si los comete gente pobre, desgraciada...
P.- Los dos relatos son muy actuales, da la impresión de que transcurren al hilo de las noticias.
R.- La ira del padre eterno está basado en un caso que se está juzgando, el de un violador que volvió a reincidir al disfrutar de un permiso penitenciario que se le concedió a sabiendas de que no se había corregido. Una negligencia policial de la que Méndez es muy consciente.
P.- En ambos relatos, su inspector se salta las reglas, provoca situaciones que le sitúan al margen de la ley, se toma la justicia por su mano.
R.- Méndez se salta los principios de la ley muchas veces, pero nunca los de la moral. Puede hacer oídos sordos a las órdenes recibidas, pero nunca a la voz del pueblo. Intenta comprender en todo momento la ira popular, la filosofía del ojo por ojo, diente por diente. Hay delitos que no deben quedar impunes y hace todo lo posible para que así sea. Hay muchas fallas en las leyes: no se puede meter a un etarra en un hospital de lujo; hay que corregir el hecho de que si una persona mata por segunda vez le salga por el mismo precio de la primera... Ahí, Méndez se erige como una especie de justiciero, sí.
P.- En esa línea, ¿con qué otros personajes del género negro se le puede emparentar?
R.- Pues, hay un escritor francés que a mí me gusta mucho, Frédéric Dard, cuyo comisario San Antonio tiene mucho que ver con Méndez, y está Simenon, su análisis de la sociedad... Y también la novela negra norteamericana, con su cinismo, con su sentido de la calle.
P.- ¿Y el Carvalho de Vázquez Montalbán? Ambos transitan por los mismos escenarios.
R.- Vázquez Montalbán y yo fuimos amigos, compañeros y conspiradores clandestinos en la época de Franco. Carvalho y Méndez comparten, desde luego, el sentido de la Barcelona popular. Pero se distancian en muchas cosas: Carvalho come bien, al contrario que Méndez, y tiene muchas relaciones con mujeres, mientras que Méndez no se va a la cama con ninguna, se dedica a revivir el pasado y se acerca a ellas desde la ternura.
P.- ¿Sus novelas negras le sirven para ironizar sobre la época actual?
R.- Méndez es un personaje real, producto de cuatro policías que llegué a conocer. A mí me sirve como vehículo para expresar lo que siento acerca de las calles, las leyes, la sociedad. Me ha ayudado mucho a tener una cierta ironía, un cierto espíritu burlón, que en la vida real no puedo desarrollar porque me quedaría sin amigos (risas). Pero hay muchas cosas de él que yo no comparto: ni como tan mal, ni voy por el mundo con su desaliño indumentario, ni peco de su falta de ambición.
P.- En general, da la impresión de que la novela negra se ha convertido hoy en el espacio literario ideal para el análisis y la crítica social.
R.- Sí. Lo de novela negra sigue siendo una etiqueta que funciona bien, pero en realidad estamos asistiendo a un fenómeno de novela social. La gente se está dando cuenta de que la verdadera vida está mejor descrita que en otro tipo de literatura y por eso el género cada vez tiene más dignidad y más lectores.
P.- Y no ha tocado techo. Cada vez hay más autores que sorprenden saltándose todos los clichés.
R.- En efecto. Antes era sobre todo la intriga, pero ahora tiene prioridad el análisis de la sociedad, de los caracteres, de las relaciones humanas. Los tópicos, esos que el llamado cine negro contribuyó a instaurar, están desapareciendo absolutamente. Hoy conviven muchos mundos diferentes. Yo me siento más cercano a autores mediterráneos como Sciascia que a los nórdicos, que se levantan a las seis de la mañana, empiezan a tomar un café tras otro y están acostumbrados a la ausencia de sol. Los siento muy lejanos. No me parezo nada a Mankell, por ejemplo, pero cada uno hemos construido un entorno particular desde la total libertad.
P.- ¿Cómo ve el inspector Méndez la España actual, cómo afronta la llegada desesperada de emigrantes, la crisis económica...?
R.- Pues le preocupa, sobre todo, la transformación que están sufriendo los barrios con los inmigrantes. Observa cómo en el viejo barrio chino, el Raval, ya casi no quedan españoles. Una vez, incluso, se perdió, se desorientó en sus calles. Todo ha cambiado: los sentimientos, las ideas, la religión... De estar habitado por obreros con ímpetu revolucionario, el barrio ha pasado a ser ocupado por pakistaníes, moros, indios y latinoamericanos a los que el país les interesa como sustento. Ya no existe el clima social y político de hace 40 años.
P.- Su personaje es un escéptico, un desencantado de la política.
R.- Sí. Méndez es profundamente demócrata, respeta las libertades y a las clases populares, pero en cuanto a los políticos, tiene muchas reservas. Sabe que pocas veces dicen la verdad y que abusan de la buena fe de la gente.
La leyenda de quien se escudó tras Silver Kane
Francisco González Ledesma tiene una biografía que por sí sola ya es bastante novelesca. Reconocido hoy como uno de los grandes de la novela negra en países como Francia, donde su inspector Méndez es casi tan popular como el Maigret de Simenon, en su juventud, marcada profundamente por el franquismo, hubo de firmar bajo el seudónimo de Silver Kane, una extensa serie de historias de trama policiaca y del Oeste, destinadas al quiosco, que se hizo muy popular durante la posguerra española y que incluso llamó la atención de Alfred Hitchcock. El cineasta quiso llevar a la pantalla grande una de las trepidantes aventuras ideadas por el autor, pero el sindicato de guionistas norteamericano le puso obstáculos y abandonó la idea. El proyecto fracasó, pero sirvió para alimentar la leyenda del escritor. «Me tuve que transformar en Silver Kane por razones de la censura y se convirtió en un maestro del que aprendí las técnicas de la escritura», señala ahora. Aunque las circunstancias han cambiado para bien, Ledesma acaba de publicar en Destino 'El candidato de Dios', una novela que, curiosamente, firma bajo otro seudónimo, Enrique Moriel, para diferenciarla de las obras protagonizadas por el inspector Méndez. Un personaje peculiar que lleva tabaco y periódico a los presos que de verdad quieren integrarse y que los adictos al género negro conocen bien. Con él, González Ledesma ha alcanzado el reconocimiento. Títulos como 'Crónica sentimental en rojo', con el que ganó el Planeta en 1984, 'Las calles de nuestros padres' o 'La dama de Cachemira', conforman una serie muy española que, sin embargo, ha enganchado a lectores de otras latitudes. «En Francia aprecian la serie por su viveza y porque refleja las contradicciones de la sociedad española», señala el escritor, quien ahora trabaja en otra nueva aventura de Méndez, como siempre «muy apegada a la actualidad».
Emma Rodríguez. El Mundo, 2 de marzo de 2015
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