22 de set. 2004

Sin perdón

Como si de un western crepuscular se tratara, ‘Tiempo de venganza’, la obra más sólida de González Ledesma, ausculta una Barcelona a caballo entre el sórdido pasado franquista y el presente de los nuevos ricos


Francisco González Ledesma
Tiempo de venganza
PLANETA
319 PÁGINAS
19 EUROS

David Barba

"Creo que la poca técnica novelística que tengo la aprendí de mi etapa como Silver Kane", ha escrito Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927). Y, con esos mimbres, no es de extrañar que aquel escritor por encargo que inundaba los kioscos del franquismo de novelitas del Oeste, a razón de tres o cuatro al mes, haya alumbrado una obra que, aun protagonizada por viejos y aburridos picapleitos de la Barcelona contemporánea, puede leerse en clave de western crepuscular.
Abogado sin vocación y periodista comprometido a pesar de ostentar un cargo, la obra literaria de Francisco González Ledesma le ha hecho merecedor de una nutrida reseña en el indiscutible Dictionnaire des littératures policières de Claude Mesplède; además, su inspector Méndez tiene biografía propia –algo que Carvalho habría merecido– en la prestigiosa Gallimard, primera en publicar todo lo que sale de su pluma. Con sus aventuras del Zorro consiguió burlar la censura y ganarse la vida hasta que, en 1977, quedó atrás la prohibición de publicar; pero en aquella cosecha crecía ya el experimentado narrador que es hoy Ledesma, siempre capaz de hacer comulgar al lector con fintas narrativas al borde de la verosimilitud. Gran conocedor de una ciudad donde los adoquines pasan periódicamente de las calles a las manos de sus habitantes, constató ya en sus primeras obras serias –El expediente Barcelona, Las calles de nuestros padres...– que ese ciclo natural de la urbe todavía late bajo el asfalto. Y su literatura se ha encargado –como pocas y con aperos de radiestesista– de auscultar el pavimento en busca de las cenizas de un pasado cada vez más esquivo.
Así, este Tiempo de venganza es ante todo un libro moral y memorístico. Pero también un culebrón narrado con mano experta en situaciones y diálogos capaces de llevar al límite tanto a personajes como a lectores: en consecuencia, se trata de una obra más negra que policiaca, ya que, por esta vez, Ledesma privilegia el estudio sociopsicológico de los primeros antes que el juego de pistas criminales con los segundos. Como el célebre Méndez, los respetables abogados Sergi Mora y Miguel Blay de Tiempo de venganza combinan idealismo y tristeza, escepticismo y pundonor en el escenario de una Barcelona que desaparece a golpe de piqueta. El fair play de la Transición, poderoso narcótico que dirige sus vidas, no ha sido capaz de borrar el recuerdo de Blanca Andrade, de quien ambos estuvieron enamorados en sus ya lejanos tiempos de estudiantes pobres, marcados por el suicidio de ésta. Medio siglo después, urden un plan para vengarse del responsable, el prestigioso abogado Guillermo Grandes, un malo que cabría en el chaqué de Lee Van Cleef y en cuyo currículo, además de haber sido falangista –o quizás gracias a ello–, se le suponen influencias y contactos a muy alto nivel.
Si La jungla del asfalto, ese gran filme negro de John Huston, fue reinterpretado en Arizona, prisión federal por Delmer Daves en clave del Oeste, tiene cierta lógica que ambos géneros puedan sobreponerse también en la novela. Y más con un argumento digno de John Ford: las primeras pruebas de balística efectuadas sobre este Tiempo de venganza repleto de pistoleros zurdos con piel de asesor financiero o de jurista venerable nos revelan que tanta pólvora a la fuerza tenía que dejar muescas entre los renglones de su literatura: hay duelo final y hay seres invencibles que devienen vulnerables en medio de un paisaje tenebrista del pasado que acaba salpicando a un presente moderno y triunfal. También hay viejos pistoleros –esta vez de las querellas– que agonizan ante un mundo nuevo e irreconocible.
Parapetado tras las páginas de Tiempo de venganza se esconde además "un optimista de la operación de escribir", como Manuel Vázquez Montalbán definió en una ocasión al autor de Crónica sentimental en rojo. Y es con fe ciega en el poder redentor de la literatura que Ledesma, nacido a pocos años y pocas calles de distancia del creador de Pepe Carvalho en el corazón del Barrio Chino, ha enfrentado la que sin duda es su obra más contundente. Tiempo de venganza describe un momento histórico –el de la sociedad española contemporánea, con sus nuevos ricos y sus nuevos esclavos– fabricado de certezas insostenibles y de sutiles engaños que descansan sobre las cenizas de nuestro más sórdido pasado. Y uno de los grandes logros de esta operación literaria destinada a sacudir conciencias entre nuestro franquismo sociológico residual es la renuncia a tratar el pasado con desenfado. He aquí a un autor plenamente consciente de que la ironía a menudo edulcora lo que, a palo seco, seríamos incapaces de digerir ni siquiera por escrito.

La Vanguardia, 22 de septiembre de 2004

9 de set. 2004

Tiempo de venganza

Tiempo de venganza
Francisco González Ledesma
Planeta. Barcelona, 2004. 319 págs, 19 euros


Angel Basanta

La última novela de González Ledesma (Barcelona, 1927), ganador del Planeta con Crónica sentimental en rojo (1984) y autor de abundante cosecha de novelas, de las cuales tuvieron éxito las del policía Méndez, construye una intriga en la que se producen muertes, suicidios, crímenes y venganzas.
Al tiempo, desde la actualidad, esboza una revisión crítica de la posguerra en algunos sectores de la sociedad española, en especial de la educación en colegios religiosos y de la vida secreta de personalidades de la esfera política, jurídica y militar. La historia cuenta con ingredientes para interesar al público lector sin muchas exigencias. Se centra en dos abogados de prestigio, jubilados, que se proponen matar a un colega, falangista en la posguerra, hijo de general franquista y triunfador en la democracia, por haber violado a una compañera que luego se suicidó. Pero casi nada es lo que parece en esta trama urdida con habilidad.
Miguel Blay y Sergi Mora son dos abogados que lograron prosperar en Barcelona después de haber nacido pobres. Blay es homosexual y está siendo investigado por el comisario Gil a causa de la muerte de otro amigo también homosexual. Mora tiene un hijo dedicado a operaciones de ingeniería financiera. A través de su empresa se realizan los pagos para contratar al encargado de matar a Guillermo Grandes. Pero cuando se llega al final, se van descubriendo sorprendentes novedades, las certezas se van derrumbando y nada resulta ser como antes se pensaba. Así se llega a un desenlace poco creíble porque la conducta y las inquietudes de quien parece cometer el asesinato y quien se implica en ello no resultan coherentes con esta venganza criminal.
Entre los valores dignos de mención cabe destacar el acertado tratamiento de la nostalgia por el paso del tiempo, como tema central, pues de eso se trata en el fondo. Su mundo ha pasado y no comprenden la nueva realidad, representada por la empresa de mediación financiera de Carlos Mora con sus transacciones opacas de capitales. Por ello, aunque su configuración sea demasiado tradicional (por explícita siempre), es un acierto la pluralidad de perspectivas en las voces narrativas alternantes de los personajes principales, sobre todo de Blay y de los Mora. Así se puede rememorar la sexualidad pervertida en plena posguerra bajo la férula de ciertos colegios religiosos y en manos de "honorables" próceres del régimen franquista (caso de Blay); es posible confrontar los viejos modos de vida con sus valores ya caídos en desuso y la nueva realidad social dominada por la especulación, las apariencias y el engaño (caso de Carlos Mora); y también así se puede mostrar cómo los dueños del capital y los triunfadores de la España democrática en tiempos del euro siguen estando en las mismas familias que han sabido acomodarse bien en la desmemoria colectiva de la sociedad española. Aunque también aquí se descubren al final relevantes novedades ocultas entre tanta farsa.


El Cultural, 9 de septiembre de 2004