10 de gen. 2011

‘El Teniente Negro’ de Silver Kane y José Grau: recuperando el tiempo pasado

Herme Cerezo

El Teniente Negro’ es un cómic que adopta el esquema clásico del trío masculino protagonista (el propio Teniente Negro; Rikky, el impulsivo jovencito; Ursus, el grandote – sin duda tomó su nombre de su homónimo de la novela ‘Quo vadis?’ de Henryk Sienkiewicz –), acompañado por la heroína de turno (Leonor, en esta ocasión). Este esqueleto básico, probablemente importado de ‘El Capitán Trueno’ (Trueno, Crispín, Goliat y Sigrid) o quizá de ‘El Guerrero del Antifaz’ con un protagonista menos (El Guerrero, Fernando y Ana María), se repetiría frecuentemente en otros cómics de Bruguera aunque con matices: ‘El Sheriff King’ (King, Dandy Evans, Gordo y Cinthia), ‘El Jabato’ (Jabato, Taurus, Fideo y Claudia) o ‘El Corsario de Hierro’ (El Corsario, Mack Meck, Merlíni y Bianca d’Orsini o la Capitana Dagas). Y realmente siempre terminaba por dar buen juego con el lector, porque en todos los casos estos héroes venían acompañados de los tradicionales malvados (Tenebris, Sinaú de Esmirna, Turjan Pacha, Lord Bemburry, entre otros muchos), seres infernales a los que se infringen derrotas parciales, pero a los que nunca se les termina de ganar la guerra. ¿El criminal nunca gana?

El planteamiento inicial de ‘El Teniente Negro’ juega a las contradicciones: un nordista, que se tiñe la cara de maquillaje negro, ciertamente con una rapidez pasmosa, que es el doble de un acaudalado, atildado y ñoño pisaverde, Richard Blake (¡Toma ya apellido!, para que no queden dudas), e imparte justicia precisamente en territorio sudista en plena Guerra de Secesión. Como señaló en su momento Salvador Vázquez de Parga en su libro ‘Los cómics del franquismo’ (Planeta, 1980), este tebeo pertenece a ese grupo de cómics en los que se ensalzaba la figura del superhéroe, entendiendo por tal a “un superhombre que reúne en su persona todas aquellas ideas, sentimientos y actitudes que el sistema trata de imbuir a sus ciudadanos, un dechado de perfección elevado sobre el nivel de los demás hombres por poseer en su plenitud un compendio de virtudes ideales que en los otros únicamente puede hallarse forma parcial o incompleta”. Por supuesto, este modelo no conlleva poderes sobrenaturales al estilo de los superhéroes americanos, no sólo mal vistos por el franquismo sino también, en algunos casos, prohibidos por motivos religiosos. Estamos antes un tipo que sólo desde su humanidad potencia “al máximo sus facultades de hombre para llegar a ese grado superlativo que lo convertirá en un hombre nuevo, en un auténtico superhéroe”. Este nordista teñido de negro es un sujeto que, llevado por su arrojo y hombría de bien – él representa la norma, la justicia, lo que debe ser –, no duda en repartir mamporros, destrozar mobiliarios o casas enteras y disparar cuantas veces sea preciso, no importan muertos ni daños colaterales.

El Teniente Negro’ fue obra de dos autores españoles: el dibujante José Grau (Valencia, 1914-1998) y el guionista Silver Kane (alias Francisco González Ledesma, Barcelona, 1927), escritor represaliado y prohibido por el régimen tras ganar el Premio Internacional de novela Plaza&Janés con su obra ‘Sombras viejas’, que le valió ser tachado de por vida como “rojo y pornógrafo”. No deja de llamar mi atención la versatilidad de Silver Kane, capaz de escribir más de cuatrocientas novelas del Oeste, de guionizar varias series de cómics (‘El Inspector Dan’ o ‘El mosquetero azul’), de ejercer de jurista en la propia editorial Bruguera, de constituirse en jefe de redacción del diario ‘La Vanguardia’ y, con el advenimiento de la democracia, de recuperar su oficio de escritor, ahora ya en la superficie, exonerado de lacras, sin verse obligado a vivir ninguna doble vida y conquistando el Premio Planeta en 1984 con su novela ‘Crónica sentimental en rojo’. La de horas extras que debió invertir González Ledesma para sacar adelante a su familia. Con relación a su trabajo en ‘El Teniente Negro’, nos encontramos con un guión bastante prototípico para este tipo de series. Los disparos, los pistoleros y las acciones heroicas se suceden una viñeta tras otra sin solución de continuidad, recurriendo en ocasiones a soluciones “mágicas”, extraídas de la manga en el último instante, para permitir la supervivencia del protagonista (y de la serie, claro).

En la otra parte, en la gráfica, el dibujo de José Grau cumple su cometido con suficiencia aunque las perspectivas fallen a veces, las proporciones (cabeza de caballo/cabeza de jinete, por ejemplo) no sean siempre las más adecuadas y algunas posturas de los personajes guarden un equilibrio imposible (cuando algún malandrín pega patadas, el agresor está más próximo a la caída que el propio agredido). Grau, sin embargo, se manejó bien en las viñetas de las calles de Little River, en las sombras arquitectónicas, en las armas y las indumentarias. Sin excesivas florituras, consiguió normalmente los efectos buscados.

La serie de ‘El Teniente Negro’ comenzó a publicarse en el año 1962, bajo formato de revista de doce páginas, y se prolongó durante treinta semanas. Grau fue siempre su dibujante, mientras que Silver Kane, a partir del número veinticuatro, fue sustituido por un tal Mark Gilbert, probablemente el seudónimo de algún escritor español del momento no identificado todavía. La presente reedición de la colección completa, que incluye un prólogo escrito por Hernán Migoya que no tiene desperdicio, a cargo de Ediciones Glénat S.L., constituye una magnífica oportunidad de recuperar aquella serie, aquellos personajes y aquellos años que ya pasaron.

Quizá, como dice Migoya, el ambiente que envuelve ‘El Teniente Negro’ fuera un espejo, llevado al noveno arte, de lo que ocurría en la España de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, en los que la autoridad se ejercía con dureza, sin mano temblorosa, en nombre de Dios y del orden establecido. Quizá fuera una forma encubierta de denunciar esta situación o de agitar las mentes de los españoles de la época. O quizá no, y sólo constituyera un ejercicio de entretenimiento más. Lo cual, para los tiempos que corrían, tampoco venia nada mal.

- ‘El Teniente Negro’ de José Grau y Silver Kane.
- Tapa dura, 248 páginas en blanco y negro con reproducción de portadas en color.
- Ediciones Glénat S.L., año 2010.
- Precio: 19,95 €.

Siglo XXI, 10 de enero de 2011

4 de gen. 2011

No hay que morir dos veces de Francisco González Ledesma

La contraportada reza:

Una niña que vive aislada en una casa que recibe demasiadas visitas, un hombre que acepta el encargo de volver a matar, una novia que dispara a su prometido en plena boda. ¿Tienen algo en común estos crímenes?

Tras este comienzo que nos deja sin aliento, se desgranarán todas las pruebas y seguiremos todas las pistas a través de las calles de Barcelona en esta novela apasionante que descubre el alma del asesino. La vida y la muerte conviven en esta trama adictiva, que se convierte en un reto para el lector, demostrándonos que la línea entre ambas es más fina de lo que parece.”

Primera línea: “La tumba estaba cerca de la calle principal de la barriada de Pueblo Nuevo, en el cementerio donde todas las tumbas son viejas.”

Veinticinco o veintisiete años después de hacer su primera aparición, no hay acuerdo en el dato, Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927) nos ofrece una nueva entrega, la décima, de su serie protagonizada por el inspector Ricardo Méndez, un policía no demasiado bueno como él mismo se define. Personaje insólito y difícil de catalogar. Méndez es un policía de barrio que patrulla las calles de Barcelona. No cree en la ley, pero cree en la justicia de la calle. Un superviviente de otra época, honesto y escéptico; curtido por las calles del Raval, el nombre burgués que los inspectores de Sanidad han dado al antiguo Barrio Chino de Barcelona. Ahora sólo interviene, de mala gana, en delitos relacionados con el tráfico de drogas. Un perro callejero, y los perros callejeros no obedecen órdenes.

Méndez se enfrenta en esta ocasión con algunos problemas actuales como la pederastia, el acoso sexual en el trabajo y el terrorismo. El título del libro se explica en una de las historias. Una mujer en cierta ocasión impidió la adopción de un bebé no deseado. Un año más tarde el bebé murió, pero no por su culpa. Ahora cuando tiene un embarazo no deseado, no quiere ser responsable de la muerte de otro ser humano al que nadie quiere. Dedice seguir adelante con su embarazo, no puede matar dos veces.

El lenguaje del libro, aunque grueso en ocasiones, mezcla ternura y lirismo con dosis de ironía y de humor. El argumento está lleno de sorpresas: La acción se desarrolla a un ritmo rápido alternando las diferentes historias que firnalmente convergen. Cada capítulo acaba en su punto más interesante lo que mantiene la atención del lector hasta las últimas páginas. Como señala Lorenzo Silva en la contraportada, González Ledesma ofrece un testimonio lúcido y conmovedor de nuestros tiempos. Muy recomendable. Lamentablemente sus libros no están disponibles en inglés.





Reseñas de No hay que morir dos veces de Herme Cerezo en Siglo XXI y Paco Camarasa en Qué leer.

The Game's Afoot, 4 enero 2011