22 de des. 2008

Méndez de Francisco González Ledesma o la escritura de una Barcelona en trance de desaparición

Cécile François
University of Orléans (France)

Considerado como uno de los mejores representantes de la novela policíaca española contemporánea, Francisco González Ledesma se sitúa en la encrucijada de dos corrientes narrativas. De la novela negra norteamericana puesta de moda por Dashiell Hammett, el autor barcelonés recupera una serie de códigos que han conformado el imaginario de la ciudad desde los años 20. De la corriente social representada por la serie de los Maigret de Georges Simenon, recoge la mirada comprensiva y humanista de un detective que adopta el punto de vista de la gente humilde. Esta doble influencia da a la narrativa del escritor catalán un tono particular en el que se mezclan la ironía amarga y una dolorosa melancolía que impregna la visión del narrador y los ambientes por los que se desarrolla la acción.
En su libro de relatos titulado Méndez y publicado en el año 2007, Francisco González Ledesma reúne veintidós historias protagonizadas por su personaje favorito, Ricardo Méndez, un viejo policía desencantado y compasivo que recorre solitario las calles de la ciudad condal. A través de su largo deambular se va diseñando progresivamente la imagen de una ciudad más añorada que real, una ciudad que se perfila como la verdadera protagonista de lo que Francisco Gónzalez Ledesma nos invita a leer como la "crónica sentimental" de una Barcelona en trance de desaparición.

Deambular por la ciudad

En los relatos recogidos bajo el título Méndez, la percepción de la ciudad nace de modo natural, al ritmo del recorrido del inspector de policía por las calles de Barcelona. A lo largo de las veintidós historias, Ricardo Méndez no deja de transitar incesantemente de un barrio a otro en un callejeo salpicado de topónimos cuya existencia se puede comprobar en un mapa cualquiera. Sin embargo, "referencialidad" no significa "objetividad". Francisco González Ledesma no escoge un tipo de instancia narrativa que favorezca la distanciación documental o la ilusión realista. Si el narrador, según la terminología de Gérard Genette, es heterodiegético, o sea que no participa como personaje en la historia que nos cuenta, en cambio el punto de vista es interno. Con este tipo de focalización, la visión de la ciudad nos aparece filtrada por la subjetividad de Méndez, un policía, "viejo y tronado", "sin porvenir", "que ya no creía en nada" ["La serpiente vieja": 32]. Hasta podemos decir que la Barcelona que evoca Méndez es un espacio traspasado de sensaciones, profundamente marcado por los afectos del protagonista. En este aspecto, los relatos de Francisco González Ledesma entran en el marco del género negro de inspiración norteamericana en la que la ciudad encarna las emociones y sentimientos de los personajes y se transforma en un espejo que refleja los estados de ánimo del héroe (Blanc: 34).
Es de notar sin embargo que, pese a este punto común, la escritura de la ciudad tal como la concibe el autor catalán se aparta en realidad de la del género negro. Los relatos de Méndez nada tienen que ver con el ritmo rápido y trepidante del estilo "hard-boiled", seco, sincopado y brutal que pretende dar cuenta de un mundo urbano estridente y despiadado en el que reinan el acero, el hormigón, el asfalto y la velocidad. El ritmo del recorrido del inspector por las calles es el de un callejeo al estilo del flâneur de Baudelaire. La actividad favorita de Méndez es el paseo con paradas en alguna esquina o algún bar en los que el protagonista se impregna de los olores, de los ruidos, de los ambientes, de la atmósfera de su ciudad. El viejo policía se siente a gusto en ciertos lugares como el Paralelo que "tiene aromas conocidos que embalsaman a la gente" ["La casa": 17]. Hasta es capaz de percibir "el color del aire" ["El ladrón de recuerdos": 167].
En los relatos de Méndez, la escritura es más bien lenta, pausada, y se amolda a una narración en la que la contemplación sustituye a la acción. En este aspecto, se aproxima a la escritura de Simenon y a la manera con que el comisario Maigret capta los ambientes de las ciudades en las que lleva a cabo su investigación. En Méndez, además, el lento deambular del policía por las calles de Barcelona llega a constituir un soporte para su reflexión como lo muestra claramente el íncipit del relato titulado "Engañar a la mujer": «El amor se ha hecho para la eternidad, pero el sexo, no.» Así pensaba Méndez mientras deambulaba por las calles de su distrito con la mirada perdida [139].
La mención de la "mirada perdida" sugiere que, en los relatos de Francisco González Ledesma, la ciudad es sujeto de una visión interior antes que objeto de descripción (Blanc: 33). Pero, si en este aspecto se aproxima otra vez a la novela negra, es para distanciarse en seguida de ella. En la narrativa del género negro, la ciudad es un espacio dramático en el que no tiene cabida todo lo que no sea desgracia, desamparo y desesperación. Los relatos de Méndez en cambio nos hablan de solidaridad, de compasión y de humanismo. La escritura de la ciudad en la novela negra es estridente y disonante. El detective considera la gran urbe y habla de ella, sea con amargura, sea con odio, pero siempre con una agresividad en la que se mezcla el sarcasmo. Cierto es que los relatos de Méndez no están exentos de ironía porque, como lo explica el autor en una entrevista a El País, "esa ironía es también típica de los barrios obreros como lo era mi Poble Sec: o te lo tomabas así o mejor morirse (
1). Sin embargo, la burla aquí no es mordaz ni cruel. No pretende zaherir ni humillar sino que al contrario se tiñe de ternura a la hora de hablar de una Barcelona muy querida por el autor. En sus descripciones de la ciudad, Méndez nos brinda una visión personal basada en un humor que estriba en la hipérbole y la paradoja como en este fragmento del relato titulado "Acoso sexual": “Méndez se largó a través de avenidas cuyos embotellamientos llegaban hasta los primeros pisos, enjambres de motos aparcadas en las ramas de los árboles, nubes de palomas a las que daba de comer una viejecita hambrienta y parterres tan amarillos que parecían regados exclusivamente con orina de alcalde” [137].
Este tipo de descripción parece remontar el vuelo hacia las altas esferas de la fantasía y nos pinta una ciudad más cerca del universo de los dibujos animados que del realismo que se suele achacar a la novela negra. Por lo general, el humorismo y la ironía de Méndez suelen aparecer en los momentos en que se establecen comparaciones entre los distintos barrios de Barcelona. Si la ciudad de la narrativa negra es única, absoluta, abstracta (es "la Ciudad mayúscula"), aquí se aparta del modelo en la medida en que la Barcelona de Méndez es polifacética. Aparece como una ciudad compleja y diversa, pero también cotidiana y familiar. No representa ni la perversión o la corrupción que aniquila al ser humano que se halla cogido en sus redes ni la fascinación de todos aquellos personajes idealistas y cándidos que esperan encontrar en ella el bienestar material y afectivo. No se encarna al fin y al cabo en el mito eterno de la mujer fatal. Los relatos de Méndez dan cuenta de la diversidad y de la pluralidad de una Barcelona que está más cerca de la realidad que de los mitos urbanos de la novela negra.
Sin embargo, notamos que esta complejidad no es más que una apariencia. La representación de Barcelona se estructura alrededor de unos ejes semánticos que reintroducen en realidad el viejo esquema de la ciudad doble: ciudad visible / ciudad oculta para la novela negra; ciudad alta / ciudad baja para la novela de corte social a lo Simenon. En Méndez, esta dicotomía aparece en una oposición constante, primero entre el Barrio chino y los otros distritos y, segundo, entre el Barrio chino actual y el Barrio chino fantaseado, añorado, que es en realidad el espacio de la nostalgia del protagonista y del autor.

Méndez y el "Barrio chino" de Barcelona

"Yo sólo soy un policía que no se mueve del barrio": así es como se autodefine Méndez al principio del relato titulado "La casa" [13]. Este barrio es evidentemente el Barrio chino, el Barrio por antonomasia para Méndez. Es, como lo explica el narrador, "el corazón barato de la ciudad" ["Una felicidad así de pequeñita": 87]. La imagen del corazón no es fortuita y se repite en otros relatos llamando la atención en su doble sentido, propio y figurado. El Barrio chino que descubrimos a lo largo del lento paseo de Méndez es, en efecto, un paisaje mental y sentimental, pintado con los colores de la ternura y la nostalgia, un paisaje entrañable en consonancia con los estados de ánimo del viejo policía. Pero la palabra "corazón" se ha de interpretar también en sentido recto. El Barrio chino, es decir, la ciudad vieja, es un centro vital, no sólo para Barcelona sino, sobre todo, para Méndez que no puede vivir lejos de él. Apartarse de sus calles, de sus casas, le provoca un malestar físico como se lo explica a la viuda de la Ciutat Meridiana a la que ha venido a interrogar: "A mí ya sabe que no me gusta moverme de Ciudad vieja, donde lo tengo todo a mano. Para venir aquí he de tomar antes un reconstituyente" ["Una felicidad así de pequeñita": 92].
Frecuentemente, el narrador escenifica, con una fuerte dosis de humor e ironía, esta relación particular que el viejo policía mantiene con su barrio. El relato titulado "El orgullo" empieza de la forma siguiente: "«Bueno», pensó Méndez, «voy a morir»" 33]. Pero el narrador desdramatiza en seguida la situación en que se encuentra el policía. Este íncipit no es el arranque de una novela negra en la que el protagonista está acorralado por un pistolero o un gángster a punto de pegarle un tiro. Si Méndez siente miedo y angustia, es porque "le habían destinado de repente a los barrios altos", "a la parte noble de la Diagonal", donde "el aire era demasiado limpio y no traía ningún olor de confianza" [33-34]. Mientras iba adentrándose en esta parte moderna de la ciudad, "Méndez se ahogaba ", "las piernas empezaban a fallarle", como si fuera un montañero que padeciera los efectos del soroche o del aire enrarecido de la sierra. Pero el humor no estriba tan sólo en la hipérbole sino en la paradoja. En efecto, lo que le hace daño al protagonista es precisamente el aire puro, puesto que el narrador apunta que "sus pulmones echaban en falta los productos tónicos de toda la vida", o sea el ambiente viciado de los bares y colmados de su barrio [34]. Regresar a su distrito significa entonces, para Méndez, recobrar el aliento, la vitalidad y las fuerzas perdidas durante esa expedición a los altos barrios de la ciudad. Ya en los aledaños de su Comisaría, “Méndez sintió que estaba de nuevo en su territorio, aspiró el aire de los cafetines, los efluvios de las pensiones baratas, los aromas de los supermercados indios y, como si llevara dos meses en un balneario, se notó reconstruido” ["El ladrón de recuerdos": 169].
El recorrido de Méndez por la ciudad no es lineal sino circular. El Barrio chino constituye el centro de gravedad alrededor del cual se construyen los relatos, que empiezan a menudo con la salida del viejo policía y terminan con la vuelta "a sus barrios, a sus tabernas conocidas, a sus humildes mujeres amadas" ["Las migas de pan": 116]. El regreso de Méndez es siempre un momento de alivio y de plenitud en el que se vuelve a encontrar a sí mismo. El Barrio chino representa así, para él, una bocanada de aire fresco. El exterior de esta especie de burbuja de oxígeno es el que provoca el malestar y la angustia. A este respecto, Francisco Gónzalez Ledesma invierte los códigos de la novela negra, la cual introduce de manera obsesiva los temas del encerramiento y del ahogo. Los personajes del género negro son aspirados por la ciudad como en una espiral de la que no pueden salir a pesar de sus esfuerzos desesperados. En cambio, lejos de sentirse aprisionado, Méndez anhela volver a la Ciudad vieja con la que se siente identificado. El narrador de "La rutina de la historia" recalca esta especie de ósmosis, de compenetración íntima entre el protagonista y su entorno: "Méndez logró lanzar una carcajada donde parecían flotar todos los grises de la ciudad, todos los metales en suspensión y todas las miasmas del aire" [77].
Los relatos de Francisco González Ledesma no dibujan la imagen de una ciudad lóbrega y sórdida en la que los personajes vagan entre los desperdicios de los solares o de la fábricas abandonadas. Las investigaciones de Méndez no lo llevan a los bajos fondos tenebrosos azotados por la lluvia persistente y las ráfagas de viento. Tampoco descubrimos cadáveres en callejones sin salida bajo la luz vacilante de las farolas en una noche siniestra. Cierto es que Méndez frecuenta sobre todo "bares y casas de comida de urgencia" y se aloja en los "cuchitriles" de un "barrio miserable" (
2). Pero Francisco González Ledesma recupera tan sólo una parte de los lugares predilectos de la novela negra. Lo que nos hace descubrir son los barrios bajos, los barrios populares en que el policía encuentra una humanidad doliente y digna de compasión. Y si alguna vez llueve en la ciudad de Méndez, en lugar de abrumar a los personajes y acentuar el aspecto siniestro del decorado, la lluvia cobra el valor de un agua lustral que a la par vivifica y purifica: “[Méndez] salió a la calle y se empapó de la lluvia que lava, la lluvia que renueva, la lluvia que purifica, aunque en Barcelona sólo llueve agua de fábrica [...]" ["El arte de mentir" 106].
Asimismo, el terreno baldío lleno de desperdicios y cascotes que es una de las figuras urbanas más representativas de la novela negra, se convierte aquí en un solar para la construcción de nuevos edificios. Francisco González Ledesma invierte así el tema clave de la derelicción urbana. La ciudad destruida o deconstruida de la narrativa negra luce sus barrios arruinados, sus almacenes y sus depósitos abandonados, sus muelles solitarios. Al revés, la Barcelona de Méndez es una ciudad preocupada por el urbanismo, que se caracteriza por una voluntad de renovación de los barrios más degradados o desgastados por el paso del tiempo.

Méndez frente a la modernización de Barcelona

Por lo general, el personaje de Méndez se muestra muy reacio y crítico frente a la política urbanística llevada a cabo en los últimos años en Barcelona. Algunos relatos como "La casa" lo muestran contemplando obras de derribo. En otros, como "El orgullo", Méndez investiga en barrios nuevos, recién construidos o renovados. Pero cada vez lo vemos aferrarse a sus antiguas casas sin revocar, sus calles estrechas y populosas, sus bares de decorado anticuado. El narrador se burla de este personaje anacrónico que difícilmente acepta los avances del progreso y de la modernidad. En "El ladrón de los recuerdos", describe con mucha ironía a un Méndez apesadumbrado, obligado a moverse por un barrio antiguo en plena renovación urbanística. Como en sus expediciones fuera del Barrio chino, el viejo policía se siente desazonado y desorientado y sólo recobra la serenidad cuando encuentra “por las cercanías bares con calamares fosilizados, croquetas de mamut y caracoles pasados por la piedra en algunos de los mesones más próximos" [166].
Estos lugares constituyen pequeños enclaves que logran resistir las embestidas de la modernidad. Si el narrador los enfoca con la lente deformante de la hipérbole, vemos que, para Méndez, son remansos de paz a los que viene a regenerarse antes de arrostrar la ciudad de las multinacionales. Dos relatos del libro recuperan así el viejo tópico del progreso que ha de matar al hombre. En "La casa", leemos que "Méndez se ahogaba cuando llegó a las flamantes oficinas de la World Internet Association" [34]. Asimismo, el narrador de "El orgullo" resalta la desconfianza y hasta el temor del viejo policía frente a un mundo para él desconocido e inquietante: «Aquí un hombre puede quedar destruido para siempre», seguía pensando Méndez. «Hasta a software recién instalado huele el aire (¿o será hardware?). Bueno, es igual: toda la gente honrada sabe que esos productos son cancerígenos de siempre»" [33].
El conjunto de los relatos dibuja la figura de un personaje totalmente "desbordado", como él mismo lo reconoce en "El orgullo" (
3). Méndez aparece como el último representante de una especie en trance de desaparición, un cavernícola en el sentido recto de la palabra al que le gusta "comer en un bar de los suyos unos calamares de la época del mioceno" ["La casa": 14]
Pero Méndez no se muestra reacio tan sólo a los barrios ultramodernos donde impera la alta tecnología de las multinacionales. El policía se siente abrumado también en los barrios periféricos de la ciudad, esos barrios nuevos en los que se aloja la gente humilde que ha tenido que dejar las casas del centro cuyo alquiler se disparó como consecuencia de la especulación inmobiliaria. Es un Méndez abatido el que contempla las "altas torres iguales", los "bloques iguales", "las calles [que] subían hacia la montaña y bajaban hacia el abismo sin un solo rincón que mereciese tener nombre" ["Una felicidad así de pequeñita": 89]. Es, para él, una visión urbana desesperante. Susana Guillén, la mujer de la limpieza del relato "El orgullo", ha tenido que mudarse a un "desmonte que todo lo tenía lejos: la ciudad, el trabajo, los autobuses, la esperanza" [39]. Vive en una de estas calles desangeladas, “una calle sin pasado, sin historia, sin un abuelo que hubiera luchado en la FAI y sin una vecina que hubiese engañado al marido con el conductor del autobús. La calle tenía un sitio en el plano municipal pero, a diferencia de las que amaba Méndez, no tenía alma” ["El orgullo": 41].
A pesar de las apariencias y del uso de la hipérbole de que se vale el narrador para pintarnos a un viejo policía totalmente desfasado con su época, Méndez no es un personaje caricaturesco. En el relato titulado "Acoso sexual", el inspector reconoce los aspectos positivos del progreso, mostrando así que no está radicalmente en contra de la modernización. La calle Nueva de la Rambla donde se encuentra la comisaría en que trabaja merece este comentario: “[...] había sido inventada otra vez, lo cual -la verdad sea dicha- no disgustaba del todo a Méndez. Ahora había más luz, más casas nuevas, más duchas y más encuentros de cama entre tía y tío [...] realizadas en condiciones sanitarias. Pero la historia estaba siendo expulsada de la calle” ["Acoso sexual": 132].
Lo que lamenta el policía es que el proceso de renovación de la ciudad se lleve a cabo en detrimento de su idiosincrasia. Desde los tiempos más remotos, las viejas calles del Barrio chino han abrigado un mundo abigarrado, cosmopolita, bullicioso, una especie de microcosmo que contribuyó a darle su proyección internacional y su dimensión mítica. Por eso lo que critica el inspector Méndez no es la destrucción de los edificios sino, sobre todo, la deshumanización que conlleva. La nueva ciudad que ha de nacer, moderna, limpia, con sus calles rectilíneas y anchas, supone la muerte de la vieja ciudad pintoresca y viva, una ciudad que era, para Méndez, familiar y entrañable: "Varias casas -no se sabía cuáles- serían derribadas, y de ese parto nacería un solar nuevo, donde a su vez se alzarían apartamentos sin ningún alma, pero con muchos números: escalera A, bloque 2, piso 3, apartamento 208. No habría jardincillos privados, ni un árbol solitario, ni un número de cerámica con un gato estampado" ["La casa": 17].
Así, por medio de la escritura y a través de un personaje emblemático que es un poco su portavoz, Francisco González Ledesma intenta salvaguardar algún que otro recuerdo de este mundo en trance de desaparición. Esas tascas típicas a las que acude el viejo inspector, estos prostíbulos de mujeres acogedoras y metidas en carnes a las que recuerda al contemplar las obras de derribo, son los últimos vestigios de una Barcelona que quisiera retener aún. En el relato "Las migas de pan", tras una expedición fuera de su distrito, "Méndez volvió a sus barrios, a sus tabernas conocidas, a sus humildes mujeres amadas. Ante una barra de vinos baratos y coñacs de garrafa estuvo bebiendo más de una hora y brindando por no se sabía quién" [116]. Si el narrador finge ignorar por quién, el lector puede suponer que será por su Barcelona querida y otra vez recuperada, aunque sea por muy poco tiempo. Es esta ciudad con la sentencia en suspenso la que quiere celebrar Méndez, como lo indica otro relato titulado "El ladrón de recuerdos", donde el reencuentro con sus lugares predilectos "le demostró sin lugar a dudas que, a pesar de las multinacionales, Barcelona aún seguía viva" [166].
Mención aparte merece al respecto este último relato del libro, ya que pone en escena a una serie de personajes que contribuyen, como Méndez, a la conservación del pasado. Son, por una parte, los chamarileros que recogen y almacenan en sus tiendas los objetos viejos arrinconados por el avance de la modernidad. Como lo dice al inspector uno de los personajes: "El pasado sentimental de la ciudad, Méndez, descansa en esos cementerios a los que no lleva flores nadie" [165]. A esta clase de almacenistas se añaden los anticuarios con los que Méndez se siente aún más identificado porque participan no sólo en la conservación sino en el proceso de resurrección de estos objetos sepultados en el olvido, como lo explica uno de ellos: "Nosotros desenterramos esos cadáveres, los pulimos, los maquillamos, les damos dignidad y los devolvemos a la vida" [165].
Todo el libro se estructura alrededor de la nostalgia de una Barcelona en trance de desaparición. Sus personajes intentan ya conservar, ya rescatar, algo del pasado añorado. Unos lo hacen con una acción concreta como es el caso de los chamarileros, los anticuarios e incluso el ladrón de recuerdos mencionado en el título. Otros, como Méndez, procuran grabar en su memoria lo que está a punto de desaparecer derribado por las piquetas o tragado por el tiempo y el olvido: "Méndez miró hacia la casa de una sola planta y se dio cuenta de que constaba de tres partes: un viejo edificio comido por los años, una palmera comida por el polvo y una colección de gatos comidos por la soledad. Luego pasó ante el cartel donde se leía: DERRIBOS MATEU, atravesó la puerta de la casa y se encontró cara a cara con la muerta." ["El tiempo en las ventanas": 53].Francisco González Ledesma recupera aquí, como en otros relatos de su libro, uno de los tópicos de la escritura realista. Basándose en la figura de la metonimia, la descripción permite, en efecto, adecuar la ruina material de la casa con la decadencia física de sus habitantes (sean hombres o animales). Pero la mirada aguda de Méndez es capaz de detectar detrás de las apariencias y de la realidad desoladora que contempla, un motivo de esperanza para que su Barcelona querida no muera del todo: "Méndez miró al hombre. Miró el terrado, el color de las baldosas, el de la ropa tendida, el color del aire. Miró los ojos muertos. Y pensó que, a pesar de todo, aún hay un corazón en la ciudad" ["El ladrón de recuerdos": 170].

En busca de la Barcelona perdida


De lo anterior se deduce que, para Méndez, la verdadera Barcelona, la Barcelona auténtica, no es la que luce su fachada brillante y ultramoderna. Ni es la ciudad de las multinacionales ni la de los barrios nuevos sin alma. Es una Barcelona recóndita, oculta, subterránea que la mirada de Méndez hace aflorar a lo largo de los relatos. Como lo indica el propio autor en el prólogo de la edición francesa, su protagonista "deambula por las entrañas de la ciudad y los recovecos íntimos por decirlo así de una Barcelona que no se ve pero que palpita en el aire (
4).
Francisco González Ledesma reanuda así con la temática tradicional de la novela negra. En efecto, en Méndez, como en la narrativa clásica del género, la finalidad del relato es el desciframiento de la ciudad con la consiguiente revelación de su verdad profunda. La ciudad auténtica no es la que se ve sino la que se descubre debajo de las apariencias, del otro lado del espejo en los que los valores están invertidos. El trabajo del detective consiste en sacar a luz los secretos de la ciudad, revelar su verdadera cara. La novela negra es un recorrido urbano en el que el objeto de la investigación es la propia ciudad. En Méndez, el viejo policía busca también la verdad de su Barcelona, la que se esconde bajo la superficie brillante y helada de la modernización. Intenta rescatar la ciudad auténtica que la nueva urbe amenaza con engullir y enterrar en el olvido.
Lo primero que constata Méndez en el relato "Acoso sexual" mencionado anteriormente, es que frente al empuje de la ciudad moderna, "la historia est[á] siendo expulsada de la calle"[132]. Ahora bien, la historia a la que se refiere Méndez es ante todo lo que Unamuno llamaba la "intrahistoria", es decir la historia sencilla de los habitantes del barrio, de la gente común que, con su vida oscura y su "felicidad así de pequeñita", ha escrito la crónica de las calles de Barcelona: "Méndez sabía que en esas baldosas gastadas, esos cristales empañados, esos patios de atrás está escrita la historia de la ciudad que no se escribe nunca" ["El ladrón de recuerdos": 167].
Pero lo que se trasluce a través de estas "historias mínimas" es también la Historia con hache mayúscula. A lo largo de sus relatos, el autor procura rescatar la memoria colectiva de España, la que escribieron todos aquellos héroes anónimos y silenciados por el "Pacto del olvido" de la Transición democrática. Así es como la narrativa de Francisco González Ledesma entronca con la de otros autores contemporáneos como Javier Cercas o Juan Marsé. Para Méndez, "una calle sin pasado" es, como lo dice por ejemplo en "El orgullo", una calle sin historia, sin un abuelo que hubiera luchado en la FAI" [41]. La Barcelona de los relatos de Francisco González Ledesma es ante todo la de los vencidos: vencidos de la vida primero, es decir todos aquellos personajes abrumados por el peso de la soledad o de la pobreza; vencidos de la guerra civil segundo, a los que va dedicado un relato entero. En "La estatua", en efecto, asoma una crítica a la vez social y política a través de un personaje lastimoso, el de la mujer de un escultor cuya obra había sido sepultada en un almacén municipal durante más de cuarenta años. A pesar de la generalización que encierran sus palabras, en este relato el narrador denuncia la actuación de la censura franquista que amordazaba a los artistas: "En los países que han tenido muchas guerras son retiradas las estatuas de los vencidos para poner las de los vencedores, cambian los nombres de las calles y algunos artistas ven proscritos sus nombres" [96].
En "La estatua", el narrador da fe de un acto de justicia (o, mejor aún, de reparación de una injusticia) hacia el marido de la protagonista. "Con aquel acto", escribe el narrador," la ciudad pagaba una deuda" [98]. Es más, la instalación de la estatua esculpida por un artista "rojo" en una plazuela de Barcelona participa en la recuperación de la memoria colectiva.
Este trabajo de rescate corre a cargo no sólo de los concejales o de los prohombres de la ciudad sino del propio inspector. En el relato titulado "Los gemelos", Méndez se propone así contarles a sus colegas un caso acaecido durante la guerra civil. A uno de los jóvenes que se burla de sus viejas historias asimilando la época de la guerra civil a los "tiempos de Arca de Noé", Méndez replica: "Te parece a ti, pero mucha gente que la sufrió aún vive, y mucha gente que murió en ella aún sigue dejando un recuerdo en las esquinas" [123].
La ciudad lleva así los estigmas del pasado. Sus calles dan fe de los muertos, son un recordatorio o un museo inmaterial en el que se conserva la memoria colectiva de la ciudad y, más allá, de España. Con su relato sobre la guerra civil, Méndez a su vez intenta preservar y transmitir a la nueva generación esta historia no escrita ni vindicada por las autoridades oficiales. Y lo hace partiendo de su barrio, de los edificios, de los rincones de su distrito. Como lo declara en el relato titulado "Nadie escribirá esta historia": "Yo, como es natural, conocía la historia de todas esas casas, como conozco la historia de toda la Barcelona vieja"[156]. Ya al principio del relato, el narrador comentaba la extraña relación que mantiene el viejo inspector con su ciudad: "[...] se detenía a veces a contemplar las ruinas, como si quisiera hablar con los fantasmas que aún habitaban en ellas: malas lenguas decían que los fantasmas también querían hablar con él" [155].
En realidad, como guardián de la memoria colectiva, Méndez es un archivo por sí solo, o como se lo dice su jefe: "Usted mismo, ahora que lo pienso, es un museo en trance de derribo, Méndez" ["El ladrón de los recuerdos": 161]. La memoria de Méndez es, utilizando la terminología de Colmeiro (1992: 35-36) "un reducto nostálgico de valores esencialmente humanos" entre los que destacan la solidaridad y la lucha por el ideal.
Es más, lo que quiere grabar y conservar en su memoria es ante todo lo que fue su mundo en otro tiempo. La contraportada de la edición española presenta en efecto a Méndez como un "cazador de sueños perdidos y heridas ocultas" que va "arrastrando entre coñac y coñac la nostalgia de su antiguo mundo". La Barcelona añorada por el viejo policía es pues la de su juventud o sea la de la juventud del autor como lo reconoce el mismo Francisco González Ledesma en una entrevista publicada en El País. Al periodista que le pregunta de qué se puede tener nostalgia cuando el período añorado es el de posguerra con su séquito de hambre, miseria y represión, el novelista catalán responde: "De la juventud, por cabrona que sea, si lo superas con dignidad. Y del espíritu de complicidad y de lucha por grandes ideales. Se batía por una bandera, por un muerto..." (
5)
Esto explica quizá que la reflexión sobre el tiempo ocupe una posición central en los relatos de Méndez. La conciencia del transcurrir de los días y del consiguiente desgaste sufrido por los hombres y las cosas provoca en el viejo inspector una especie de vértigo como en "La estatua", cuando "tuvo que cerrar los ojos [porque] a veces le ahogaba la sensación del tiempo" [97]. En otro relato titulado "La casa", el narrador explica que a Méndez, "le horrorizaba perder su memoria, es decir su identidad, es decir la necesidad de formar parte del tiempo que ya se había ido" [17].
El rescate de la memoria colectiva de Barcelona viene así estrechamente relacionado con la conservación de la memoria individual, íntima y sentimental en la que se funda la identidad. La evocación recurrente de las obras de derribo cobra por tanto un valor simbólico. Es, a la vez, el espacio desde el cual el protagonista recupera el pasado y la memoria (personal y colectiva) a la par que deconstruye, y reconstruye el mito de Barcelona.

La reinvención de la ciudad

En Méndez, la reconstrucción de Barcelona se verifica en su doble vertiente, urbanística y literaria. Desde el punto de vista material y concreto, las obras de derribo y los solares señalan la emergencia de una ciudad nueva y moderna planificada por las autoridades municipales. En el plano de la escritura, se invierte el proceso. En vez de situarse de cara al futuro, Méndez lleva a cabo un viaje de retorno hacia el pasado. Lo que surge ante sus ojos no es la ciudad real en construcción sino una Barcelona reinventada, reelaborada a partir de una serie de estereotipos literarios y de la mitología personal del autor.
Como lo señala Jean-Louis Blanc, el personaje de la novela negra no se coloca frente a la ciudad a la manera de un testigo sino que da cuenta de ella mediante "visiones emocionales" que pretenden restituir su verdad profunda (Blanc: 49). Los relatos de este género han forjado así una imaginería de carácter ambivalente que se nutre de la visión fantasmática de una ciudad dual, a la par fascinante y repulsiva, cuya máxima encarnación es la figura de la mujer fatal. En la primera mitad del siglo XX, la literatura española se inspiró en la representación de las ciudades norteamericanas para construir su propia visión de Barcelona. Como lo explica Sophie Savary, a partir de un barrio popular real, el Raval, se edificó el mito de una "Barcelona-Chicago", una especie de "Chinatown" de inspiración norteamericana con su población abigarrada y marginal, sus tráficos y su violencia [93].
El mito se enriqueció con los aportes de algunos escritores europeos, franceses en particular (como Francis Carco o Pierre Mac Orlan), que construyeron un espacio fantasmático, el de un París a la vez romántico y popular. Así nació el Pigalle literario (y cinematográfico), con sus cabarets, sus prostitutas de corazón tierno, sus chulos de habla sabrosa y su hampa respetuosa del código del honor y de la amistad. La imagen de Barcelona se situaría en la confluencia de estos dos mitos literarios que participaron en la construcción de un Barrio chino mucho más imaginario que real, un espacio que la narrativa policíaca española reciente procura mantener vivo a pesar de la acción destructora de las piquetas (Savary: 94).
Aunque Francisco González Ledesma comparte con Eduardo Mendoza o Vázquez Montalbán la misma preocupación por el rescate de la memoria urbana, no por eso echa mano de los estereotipos que han conformado la imagen tradicional del Barrio chino barcelonés. El Raval que rememora no es el de los tráficos y de los crímenes violentos. Es el de los pequeños delincuentes, los estafadores de poca monta, las gentes vencidas por la soledad y el desencanto. Es la Barcelona de los perdedores de la vida. Pero es también la de las luchas revolucionarias de principios del siglo XX. El narrador de "Acoso sexual" recuerda, con tanta nostalgia como Méndez, a "los obreros en huelga, los anarquistas que no creían en Dios (y además lo decían), las mujeres de los revolucionarios, [...] los jornaleros de las fábricas del Raval" [131-132]. La Barcelona que intenta rescatar y reencontrar también es la de los republicanos del 36 que lucharon contra el avance de las tropas franquistas en una época en la que soplaba un viento de ilusión y esperanza.
Esto es lo que busca Méndez a lo largo de su recorrido, incluso cuando se aleja de su distrito y se adentra en otras zonas de la ciudad. En el relato titulado "La rutina de la historia", vuelve al barrio de Santa María del Mar que no había pisado por años y halla milagrosamente un reducto protegido en el que el viejo Marcos conserva fotos y canciones que "parecía[n] llegar desde el fondo del tiempo, gritada por un coro de muertos" [69]. Al llegar allí, Méndez da cuenta de que: "El barrio no había cambiado [...] desde tiempos de las banderas rojas, las barricadas y las mujeres que acompañaban a sus hijos con un fusil, y quizá de esa eternidad sacaba el señor Marcos su memoria y su vida" [67].
Entre los lugares predilectos evocados por Méndez en su recorrido por la ciudad figuran tambien los antiguos prostíbulos, no porque los haya frecuentado como cliente sino porque le remiten al principio de su carrera, es decir a su juventud, a una época en la que todavía era un policía lleno de ilusión y con la esperanza de un ascenso rápido. Son lugares cargados de memoria que hacen surgir ante los ojos de Méndez visiones pintorescas y subidas de color, muy alejadas de la imagen sórdida y violenta que de la prostitución nos brinda la novela negra. Dos relatos del libro sitúan la acción, total o parcialmente, en este tipo de establecimiento. En "La casa", el prostíbulo constituye el único "punto de referencia en la memoria de Méndez" [15]. Como lo explica el narrador, "Méndez llevaba años y años sin ir a aquella otra parte de la ciudad y por lo tanto había ido perdiendo todas las referencias menos una." El imán que atrae al viejo inspector, permitiéndole orientarse por el laberinto de un barrio que no reconoce, es la casa de la señora Bou.
Al contemplar la fachada del viejo establecimiento, Méndez resucita por unos minutos los fantasmas del pasado. Surge la visión pintoresca y vívida de una casa selecta y elegante en la que reinan el orden, la discreción y el buen humor. Las "chicas" no son profesionales sino mujeres ligeras, solícitas y alegres a las que la señora Bou trata con bondad y comprensión. El segundo relato "La rutina de la historia" es interesante a este respecto porque opone dos tiempos: la época actual y la época dorada añorada por Méndez. El narrador presenta la casa de "Madame Kissinger" señalando desde el principio que, antaño, "pasaba por ser una de las más selectas, discretas y minoritarias de Barcelona " [57]. Como la de la señora Bou, estaba adornada con gusto, como una casa burguesa, con muebles "nobles, macizos y artesanos". "Las flores naturales abundaban, y abundaban también las alfombras regionales, los estantes con cristalería, las acuarelas marinas" [58]. Pero al entrar en el salón, Méndez constata que "esto ha cambiado mucho" [60]. No sólo la decoración ha cambiado sino que han cambiado los clientes y las chicas de las que "ninguna se somete a un horario y a un saber estar", como lo lamenta la señora Kissinger antes de concluir con pesar: "No es como antes" [60].
La contraposición de las dos épocas permite entender que tanto el narrador como Méndez restituyen una visión más literaria que realmente recordada de los prostíbulos "a la antigua". En efecto, ésta parece inspirarse en la representación que nos daban los escritores decimonónicos de los pisos de las mujeres galantes como la Nana de Zola. Es bastante significativo a este respecto que la decoración del salón de la señora Bou sea calificada de "parisina" y que la otra patrona se llame "Madame". El modelo que sirve de base para la reconstitución del ambiente de los antiguos prostíbulos de Barcelona podría ser también el de la "Maison Tellier" de Maupassant, en la que las chicas formaban una especie de familia bajo la tutela de una patrona bondadosa y maternal (
6).
La Barcelona que brota de la memoria del protagonista para desplegarse ante los lectores es una ciudad reinventada por Méndez, un personaje que tiene "una desmedida afición por la lectura" ["Engañar a la mujer": 140]. Y es de pensar que, entre los libros que deforman los bolsillos del viejo inspector y que devora entre coñac y coñac en sus cafetuchos de mala muerte, figura algún que otro relato del género realista o naturalista. La representación del prostíbulo a la antigua o la evocación de los movimientos revolucionarios (y del mundo obrero en general) son, en efecto, totalmente ajenas a la temática de la novela negra e incluso del relato detectivesco a lo Simenon. Como lo explica Méndez en uno de sus soliloquios: "las ciudades y las calles necesitan ser inventadas [...] y no las inventan los urbanistas ni los coroneles de caballería: las inventan los seres más o menos desamparados que viven en ellas" ["Acoso sexual": 131].
Estos "seres más o menos desamparados" no son tan sólo los obreros del Raval, las prostitutas de corazón de oro y los delincuentes de poco fuste. Son también los viejos inspectores que, como Méndez, arrastran su desencanto y su ironía amarga por unas calles tan viejas y tronadas como ellos. Y son los escritores que, como Juan Marsé o el propio Francisco González Ledesma necesitan reinventar el escenario vital de su juventud para que se vaya convirtiendo progresivamente en una geografía mental, secreta e íntima, o en un "paisaje moral" (
7).

Conclusión
Aunque Francisco González Ledesma está considerado como un maestro del género negro, se echa de ver que, en Méndez, su representación de Barcelona poco tiene que ver con el mito de la urbe monstruosa que destruye y engulle al hombre. El viejo inspector nos brinda el retrato de una ciudad entrañable, portadora de valores sociales y urbanos que dejan al descubierto la profunda humanidad de sus habitantes. Los relatos de Francisco González Ledesma comparten con los de Georges Simenon el gusto por la descripción de los paisajes y ambientes sociales que los relaciona con el realismo tradicional. Pero el escritor catalán les añade un componente afectivo que convierte su libro de relatos en una declaración de amor a la ciudad de su juventud.
La Barcelona de Méndez es, en efecto, una ciudad más fantaseada que real, una ciudad "reinventada", pintada con los colores de la melancolía y de la nostalgia. Si, como lo pretende el narrador de "La casa", lo que se nos cuenta es "una verídica historia urbana" [24], también es cierto que todo viene filtrado por la memoria selectiva y afectiva de Méndez y el poder de su imaginación. Por lo tanto, aunque Francisco González Ledesma deconstruye aquí el mito del Barrio chino heredado de la novela negra para reivindicar una visión de tipo más social y realista (
8), la verdad es que, a su vez, su obra va construyendo, página tras página, una nueva mitología elaborada a partir de la geografía sentimental del autor.
Saliendo ahora del terreno propiamente literario, quizás sea posible establecer un vínculo entre la visión de Francisco González Ledesma y la reflexión del cineasta José Luis Guerín sobre la ciudad de Barcelona. En efecto, en su documental En construcción del año 2001, el realizador filma un solar del Barrio chino del que va emergiendo a lo largo de los meses un edificio nuevo. Como en Méndez, el gran tema de la película es el de la transformación urbana que va arrinconando a la gente humilde, con su historia y su memoria, para acabar expulsándola definitivamente del "viejo corazón" de Barcelona. El novelista y el cineasta escriben así, cada uno con sus medios propios, una especie de "crónica sentimental" de Barcelona que Francisco González Ledesma ha convertido, a lo largo de su dilatada carrera, en un verdadero himno a Barcelona.

Notas
(
1). "En España todavía falta cultura lectora para la novela negra", Entrevista de Carles Geli a Francisco González Ledesma, El País, 8 de septiembre de 2007.
(
2). "La estatua", p. 96 y "Una felicidad así de pequeñita", p.87.
(
3). "Todo aquel mundo de la Nueva Economía lo desbordaba. Para que nada faltase, el aire era demasiado limpio y no traía ningún olor de confianza; seguro que de vez en cuando lo desinfectaban, y el Ayutamiento cobraba por ello una tasa municipal" ["El orgullo": 33-34].
(
4). "Les histoires que vous tenez entre vos mains, ami lecteur, n'apparaissent pas dans les rapports de police, ce sont les histoires d'un Méndez souterrain qui déambule dans les entrailles de la ville et les recoins intimes, pour ainsi dire, d'une Barcelone qu'on ne voit pas mais qui palpite en l'air" (Francisco González Ledesma, août 2003, in Méndez, Nantes: l'Atalante, 2003, p.9.)
(
5). Entrevista de Carles Geli, El País, 8 de septiembre de 2007. En las páginas del mismo periódico, Francisco González Ledesma evocará otra vez esta nostalgia de la juventud: "Lo que añoro no es el pasado, sino la juventud perdida." (Rosa Mora, El País, 5 de febrero de 2007). Quizá se transparente la figura del autor en un personaje de "El regalito" que Méndez presenta como "un amigo lleno de otoños interiores y de ilusiones muertas" [127]. Los valores de solidaridad y de humanidad, la lucha por un ideal que pregonan los personajes del libro serán los del autor que luchó desde las filas de la oposición antifranquista junto con otros escritores y periodistas como Manuel Vázquez Montalbán.
(
6). Tanto la novela corta de Maupassant como los dos relatos de Francisco González Ledesma pasan por alto los temas de la explotación o de la violencia infligida a las prostitutas. Y si, en "La rutina de la historia", Sandra, una de las chicas, se siente amenazada por su ex chulo, es en el interior de la casa de Madame Kissinger donde encuentra amparo y protección.
(
7). "Así, con el tiempo y casi sin darme cuenta, el escenario vital de mi infancia se me fue convirtiendo poco a poco en un paisaje moral, y así ha quedado grabado para siempre en mi memoria" (Juan Marsé: 196). Asimismo, en su entrevista a Carles Geli (El País, 08-09-2007), Francisco González Ledesma confesaba: "Uno está marcado por las emociones de niño".
(
8). "[...] nunca pretendí hacer novela negra, siempre quise escribir novela social, aunque, quizá, en el fondo venga a ser lo mismo" (Rosa Mora, El País, 05-02-2007). A lo que añade el autor algunos meses más tarde: "La novela negra es el mejor género para explicar una realidad social" (Carles Geli, El País, 08-09-2007).

Bibliografía
BLANC, Jean-Noël (1991). Polarville. Images de la ville dans le roman policier. Lyon: Presses de l'Université.

COLMEIRO, José F. "Posmodernidad, posfranquismo y novela policíaca", España contemporánea, vol.5, 1992. 27-39.

GELI, Carles. "En España todavía falta cultura lectora para la novela negra". Entrevista a Francisco González Ledesma, Barcelona, El País, 8-9-2007.

GENETTE, Gérard (1972). Figures III. Paris, Seuil.

GONZÁLEZ LEDESMA, Francisco (2007). Méndez. Barcelona: Almuzara.

GONZÁLEZ LEDESMA, Francisco (2003). Prólogo de la edición francesa de Méndez, Nantes: l'Atalante.

MARSÉ, Juan. El embrujo de Shanghai (1993). Barcelona: Plaza y Janés "Debolsillo", 2002.

MORA, Rosa. "El recuperado Méndez", El País, 5 de febrero de 2007.

SAVARY, Sophie. "Comment des polars barcelonais modèlent l'imaginaire de la ville", Géographie et culture, n°61, 2007.

CiberLetras: revista de crítica literaria y de cultura, 20, december 200

10 de des. 2008

«Mendez? Un anarchico che crede nella gente»

Intervista a Francisco Gonzáles Ledesma

Lo scrittore spagnolo «Il commissario che ho ideato rappresenta la libertà della Catalogna, che, incredibile, vive peggio ora che sotto Franco»

Paolo Zaccagnini

Solo i folli fanno la Storia, i vigliacchi fanno i calendari». Parole di Francisco González Ledesma, lo scrittore spagnolo autore di tanti fortunati polizieschi -insieme alla collega Alicia Giménez Bartlett, alla quale è andato il Raymond Chandler Award- tra i graditissimi ospiti della diciottesima edizione del Noir In Festival conclusasi ieri a Courmayeur.
Dopo una folgorante, quanto fugace, apparizione nelle librerie italiane nei primi anni 80 grazie alla casa editrice Mondadori, Ledesma viene ora riproposto ora daGiano -ma non perdetevi Soldados (Meridiano Zero) e La città senza tempo (firmato con lo pseudonimo di Enrique Moriel, Bompiani)- con Mistero di strada e, a gennaio, con Storia di un diominore, che hanno entrambi come protagonista il commissario Mendez. E di lui chiediamo notizie più dettagliate. «Mendez -spiega Ledesma, 81enne, ma ne dimostra 20 di meno- ènato dall’osservazione di quattro diversi poliziotti che ho conosciuto».
Al contrario di Pepe Carvalho di Vasquez Montalban, Mendez è un solitario…
È un poliziotto della strada, non crede nei suoi superiori e nei politici, ma nella gente. È nato in un quartiere repubblicano, molto povero, rosso, ha pochi rapporti con i colleghi, che non si fidano di lui. Mangia male, non ha donne né amici, legge e pensa molto. E, talvolta, ricorre alle violenza».
Se la sentirebbe di definire Mendez anarchico?
Certo che sì, impersona la libertà che ha sempre permeato la storia della Catalogna che, incredibile ma vero, vive peggio ora che sotto Franco, il governo Zapatero non ci tratta bene.
Conosceva Vasquez Montalban?
Eravamo tutti e due giornalisti, sono stato redattore capo de La Vanguardia emio figlio èstato per 4 anni corrispondente dall’Italia per El Pais. Fondammo un movimento clandestino, cercavamo di opporci alla censura franchista.
In cosa consisteva l’opposizione?
Facevamo di tutto per pubblicare notizie vere. E ci riuscivamo.
Si èmai sentito sminuito dall’etichetta di scrittore di polizieschi?
Mai. Io sono un scrittore che, come tanti altri, ha scelto il poliziesco perché ritengo che, soprattutto ora, sappia fotografare, raccontare meglio la realtà in cui ci troviamo a vivere.
È già pronta una nuova avventura di Mendez?
Sì, la quattordicesima. Si intitola Non si deve morire due volte...

L'Unità, 10 dicembre 2008

9 de des. 2008

Ledesma sentimentale

Incontro tra due scrittori al «Noir In Festival». L'intervistato esordì nel 1948 con un libro sulla guerra civile che gli valse la doppia etichetta di «comunista», e di «pornografo», grazie al fatto che il protagonista poggiava una mano sul ginocchio della fidanzata. Il suo ultimo romanzo Mistero di strada, edito da Giano, si svolge a Barcellona, trasformata in un immenso hinterland

Tommaso Pincio

Un colpo di pistola sparato nelle cantine di una vecchia casa operaia in demolizione, il cadavere di un uomo con una fedina penale più lunga di un elenco telefonico. Si prospetta come un classico Mistero di strada, il romanzo grazie al quale Francisco González Ledesma si è aggiudicato il Premio Novela Negra dello scorso anno. E come spesso capita coi misteri di strada, la soluzione pare scontata giacché il fattaccio puzza di vendetta lontano un miglio. Trent'anni addietro il morto aveva commesso una rapina in banca con tanto di sparatoria, costata la vita a due persone tra cui un bambino di appena tre anni. Il padre di quest'ultimo, un certo Miralles, oggi fa la guardia del corpo e siccome i suoi «unici averi sono una pistola e una tomba», i panni del giustiziere gli calzano a pennello. Che sia stato lui a far fuori quel poco di buono è perciò fuor di dubbio. Così la pensano, perlomeno, tanto Méndez, l'anziano e disincantato ispettore incaricato delle indagini, quanto l'altro autore di quella vecchia rapina, il quale, convinto di essere il prossimo della lista, assolda un sicario per eliminare Miralles. Le convezioni della narrativa poliziesca impongono però che la vera soluzione non sia mai quella che appare come la più la logica. A ciò bisogna aggiungere una seconda regola che vale per la letteratura in generale: i buoni romanzi non si fanno apprezzare per le risposte che offrono al lettore, bensì per gli interrogativi che lasciano in sospeso.
Anziché di un mistero di strada, sarebbe allora più giusto parlare di un mistero della strada, o meglio ancora di un mistero del tempo e dei suoi effetti sulle strade di un quartiere. Insomma, eventi delittuosi a parte, l'indagine che Ledesma fa condurre al suo commissario, protagonista di una serie le cui fortune in terra di Spagna hanno poco o nulla da invidiare al celeberrimo Carvalho di Montalbán, è in primo luogo «Una novela de barrío», per dirla alla maniera del titolo originale. Barcellona ha smesso di essere Barcellona per trasformarsi in «un hinterland immenso in cui vive gente che pare non vivere da nessuna parte». Quelli che un tempo erano i barríos degli operai oggi sono invasi dagli immigrati. «Il quartiere non è più quello di una volta, ispettore, il quartiere sta morendo» si lamenta un barista filosofo. E il poliziotto, ormai in là con gli anni anche lui, prova a consolarlo: «È fondamentale che tu abbia questi ricordi, perché non si trovano più in nessun libro di storia». Poche e meste parole nelle quali è condensato il nocciolo sentimentale della narrativa di Ledesma.
Vigoroso e possente ottantenne con un volto intenso alla Jean Gabin, Ledesma mi racconta della sua Barcellona, quella perduta di ieri e quella di oggi. Fa un certo effetto ascoltarlo parlare di luoghi caldi e assolati mentre alle sue spalle si stagliano le cime imbiancate di Courmayeur, suggestiva cornice che da quasi due decenni ormai, ospita il Noir in Festival. «Sia io come autore che Méndez come protagonista dei miei romanzi abbiamo conosciuto una Barcellona a due facce» mi dice. «Una era la faccia rossa, operaia, sempre in lotta per la libertà. L'altra era quella di una borghesia tirannica ma per certi versi anche generosa, capace di accogliere artisti come Picasso e Gaudì. Questi due volti agli antipodi sono stato annullati e modificati dall'immigrazione, soprattutto nei barrios per secoli rimasti al riparo da mutazioni sostanziali. L'immigrazione è certamente un fenomeno comune a tante altre città, ma la perdita della vita di quartiere a Barcellona ha una significato particolare, perché corrisponde alla perdita di due culture e di due lingue. Ricordo, per esempio, che durante la guerra civile erano proprio i quartieri a inviare volontari al fronte.»
La Barcellona che molti suoi personaggi ricordano con inconsolabile nostalgia era però una città sofferente, vittima del regime franchista. Perché tanti rimpianti, si stava forse meglio quando si viveva peggio?
Ci sono due tipi di rimpianti, secondo il punto di vista di Méndez. Uno è ovviamente quello della gioventù. Poi c'è la nostalgia per gli anni in cui Barcellona era la città della lotta operaia, una lotta che significava speranza per il futuro e grande partecipazione da parte di tutti. Ed è proprio questo spirito che adesso è andato perduto. Sembra che la gente persegua soltanto ideali di ricchezza e benessere. Quel che manca è la dimensione della vita famigliare, la vita notturna per cui Barcellona era famosa, e con essa il mondo che gravitava attorno alla prostituzione. Non che Méndez si giovasse dei servizi di quelle donne di facili costumi, visto che lo descrivo come poco attivo sessualmente. Tuttavia frequentava questo ambiente dove le puttane erano donne dei quartieri più poveri e avevano figli, una famiglia. Erano persone che soffrivano nella strada in mezzo a tutti gli altri. Oggi, pensando alla prostituzione, vengono subito alla mente ragazze africane, donne che non hanno una vita famigliare e restano schiave di clan mafiosi, senza alcun contatto con il resto del corpo sociale. Quindi, da un lato abbiamo la lotta per la libertà e gli ideali, dall'altro lato un rimpianto per un tipo di vita che non esiste più.
Che conseguenze hanno avuto questi cambiamenti sulla scena letteraria?
Quanto a questo, sento di dover fare una critica di natura politica. L'attuale amministrazione locale di Barcellona gestisce la cultura con metodi quasi franchisti. Se ai tempi del regime era la cultura catalana a soffrire, oggi avviene l'esatto opposto, in quanto viene scoraggiato l'uso del castigliano. Gli scrittori vogliosi di scrivere in castigliano incontrano molte difficoltà e decidono spesso di trasferirsi altrove, con grave danno per la vivacità culturale della città.
L'esordio della sua lunga avventura di scrittore risale al 1948. Da quel che so si è trattato di un inizio al tempo stesso bello e terribile.
Tra i diciassette e i vent'anni scrissi un romanzo sulla guerra civile. Si intitolava Sombras viejas (Vecchie ombre) e vinse un premio letterario che mi fu consegnato personalmente da Somerset Maugham. Ero giovanissimo e può immaginare quale enorme emozione fu per me. Subito dopo seguì la tremenda delusione della censura che mi bollò come «rojo y pornógrafo». La prima accusa aveva una sua ragione di essere, giacché rojo, cioè comunista, lo ero davvero. Quella di pornografia un po' meno. Faceva invece riferimento a un passo del romanzo in cui un ragazzo posa la mano sul ginocchio della fidanzata. Obiettai che non vi era nulla di sconcio in un simile gesto, ma mi venne replicato che dal tono della descrizione si capiva che nelle intenzioni del giovane c'era la volontà di spostare la mano più in alto lungo la gamba. Compresi allora che non avrei avuto modo di pubblicare un romanzo fintantoché Franco sarebbe rimasto in vita. Giunsi persino al punto di convincermi che Franco non sarebbe mai morto. Per molti anni mi sono rassegnato a scrivere con lo pseudonimo di Silver Kane quelli che da noi si chiamavano novelas de quiosco, romanzetti pulp da edicola. Ne sfornavo a un ritmo di due a settimana ed erano perlopiù di ambientazione western. Fu un periodo assai triste, la vita pareva non avere senso, pensavo non sarei mai stato in grado di combinare nulla di buono. Col senno di poi, però, posso dire di aver imparato tutto quel che so sulla narrazione proprio da Silver Kane.
Nei suoi romanzi la luce del sole è molto presente eppure lei sostiene che Barcellona è la città più nera di Spagna. Come spiega questo contrasto?
Nei vicoli dove ho vissuto la mia infanzia il sole entrava poco, ma quando arrivava era così forte che quasi ti sentivi suo prigioniero. Scoprivi allora che nella luce del sole può nascondersi una grande tristezza. Barcellona è la città del sole e del caldo ma ciò nonostante è molto buia. Nel quartiere più povero, per esempio, il Barrío Chino, il sole non c'è quasi mai. Inoltre è una città storicamente segnata dagli omicidi di marca politica, e ancora oggi il numero di delitti commessi a Barcellona non trova confronti in nessun'altra città spagnola.
Com'è nata la figura di un poliziotto al contempo disilluso e compassionevole come l'ispettore Méndez?
In quanto persona di sinistra, ai tempi del franchismo non potevo certo avere una buona opinione della polizia. Successivamente, lavorando come avvocato e giornalista, ho avuto modo di conoscere poliziotti più umani che cercavano di mettersi davvero al servizio della società. Il mio Méndez è il risultato di quattro poliziotti reali ed è una creatura che evolve di pari passo con il mutare della società spagnola. Consapevole delle tragedie che hanno segnato la storia di Barcellona, col passare degli anni Méndez si è fatto sempre più sentimentale e pieno di pietà per le umane tragedie.
La voce narrante dei suoi romanzi ha un tono molto particolare. Pur parlando in terza persona pare rivolgersi direttamente a qualcuno, a volte al lettore, altre ai protagonisti della storia.
È una caratteristica del mio stile che altri hanno già rilevato. Credo che un romanzo non sia pura narrazione ma anche sentimento, e ogni qual volta mi esprimo in questa maniera rivolgendomi al lettore è proprio perché voglio parlare di sentimenti.
In passato ha dichiarato che la scena politica italiana è più intelligente e sottile di quella spagnola. In questa sua visione positiva crede possano entrare anche figure come il nostro attuale premier?
Non vivendo in Italia preferisco non esprimermi sul vostro governo. Penso comunque che abbiate una lunga storia alle spalle: in Spagna si dice che avete perso tutte le guerre ma siete usciti vincitori da tutti i tavoli di pace. Nel mio paese, alla dittatura è subentrato un forte disincanto. Il governo socialista di Felipe González, per esempio, ha deluso per via di un paio di misure d'impronta franchista, tra cui una legge soprannominata «un calcio alla porta» perché riconosceva alla polizia il diritto di entrare nelle case private. Il governo adesso in carica è molto diverso, ma la fase di disincanto non è stata ancora superata. Chi ha vissuto il tempo della guerra civile spagnola ha forse idealizzato troppo la politica ed è probabilmente questo il motivo di tanta disillusione. Penso tuttavia che il tempo della speranza sia già iniziato. Il vero guaio è che c'è poca partecipazione, nessuno crede più nella politica.

Il Manifesto, 9 dicembre 2008

3 de des. 2008

"Una novela de barrio"

En alguna ocasión he comentado que me gusta la lectura y especialmente la novela policiaca tambien llamada novela negra, quiero que quede constancia que no soy una experta ni nada por el estilo, leo y despues de acabar un libro no recuerdo los nombres de los protagonistas o el del autor eso me pasa a menudo, soy un desastre. Recientemente he leido "Una novela de barrio" de Francisco Gonzalez Ledesma, anteriormente y del mismo autor leí allá por los años ochenta (en el siglo pasado, jajajaja que vieja soy) "Cronica sentimental en rojo" que fue premio Planeta y en este último año "Cinco mujeres y media". Me gusta este escritor porque describe "sus" barrios como si fueran vivencias de un pasado entrañable y triste a la vez y a la mayoría de sus personajes con una ironía tierna y amarga. Su descripción de los barrios bajos no tiene desperdicio, descreido de la justicia y la política y sarcástico con el "supuesto" progreso. El protagonista de estas tres novelas es el comisario Mendez, no se hagan ilusiones, Mendez no es un policia corriente ni normal, es un viejo policia iniciado con el franquismo que hacía la vista gorda ante republicanos, putas y "gente de mal vivir", que siempre tiene una mano para ayudar a expresidiarios e hijos de la calle, que saca información en bares de mala muerte en definitiva que es un grano en el culo para toda la brigada policial.
En el club de lectura de la biblioteca se comentará esta obra y asistirá su autor, motivo por el cual he buscado su biografía y bibliografía, interesante si mas no aunque no entraré en detalles, para eso ya está Internet. Resulta que yo he leido tres novelas pero Gonzalez Ledesma ha escrito alrededor de quince, no todas de la serie Mendez.
Desde aquí prometo que buscaré y leeré alguna más en especial "Sombras viejas" novela que escribió en 1948 y que la censura prohibió.
Y para acabar quiero dejar aqui un par de frases extraidas del libro "Una novela de barrio":
"gente sencilla a la que todas la revoluciones incluida la nacional sindicalista prometieron salvar, sin que hasta el momento se haya producido novedad alguna"."las viejas rameras que le contaban a Ud. su vida han muerto, han vuelto a sus pueblos, se han casado con una compañera de profesión o son diputadas del congreso".
Después de la reunion o coloquio con el señor Gonzalez Ledesma espero poder comentar como ha sido y que ha explicado.

Nelva, 3 de diciembre de 2008

17 de nov. 2008

Crónica sentimental en rojo


Ilustración para la contraportada del programa de un coloquio sobre Novela policiaca española organizado por la Universidad de Friburgo (Suiza).
Basado en la novela de Francisco González Ledesma: Crónica sentimental en Rojo.

Planeta OPA, 17 de noviembre de 2008

12 de nov. 2008

El escritor

Claudio Cerdán

Conocí a Francisco González Ledesma en una conferencia que impartió en Alicante. Antes había oído hablar de él, pero no había tenido la decencia de pararme ante uno de sus libros. Los escritores más consagrados del género policíaco le llaman cariñosamente “El jefe de la banda” y le trataban con un respeto inusitado.
Uno, que es joven y cree que lo sabe todo sólo por haber publicado una novela, recibió una auténtica lección de modestia, de saber estar, de lo que significa el oficio de escritor.
La ponencia versó sobre su vida. No digo sobre su obra literaria, más que nada porque sería una redundancia tratándose de alguien que se ha dedicado desde siempre a las letras. Os resumiré lo más importante.
Ledesma nació en 1927, por lo que ahora tiene 81 años. Vivió otros tiempos, donde no había Internet, donde los editores además eran amigos, donde el periodismo era de casta. Estudió derecho gracias a un familiar que le pagó los estudios. Le dijo: “como suspendas una sola asignatura, te cierro el grifo”. Paco se sacó la carrera en un tiempo record.
Ejerció de abogado, y con bastante éxito. Sin embargo, esa no era su vocación verdadera. La mezquindad de los que le rodeaban solapaba todas sus acciones, impregnándolo, convirtiéndose en un reflejo de algo que no le gustaba. Con esposa ehijos a su cargo, ganando un buen sueldo y conduciendo automóviles de los caros, tomó una decisión que poca gente siquiera se plantearía: abandonó su carrera profesional y se matriculó en Periodismo.
Su única vía de ingresos en esos años fue la escritura. Había tomado contacto con ella realizando guiones para El Inspector Dan, y pronto saltó a las novelas populares “de a duro” bajo el seudónimo de Silver Kane. Escribía una novela de 80 páginas a la semana por la simple razón de que, si no lo hacía, no comía. “En una ocasión hice algo que a la gente le parece extraño”, recuerda. “Tenía que presentar la novela por la mañana y se fue la luz. Yo no tenía ni velas, pero había luna llena, por lo que subí al tejado y terminé el manuscrito bajo su resplandor”.
Se licenció en Periodismo con la nota más alta de toda España. Pasó por varios periódicos antes de convertirse en el editor jefe de La Vanguardia. “En aquellos tiempos salía de trabajar a las 9 de la noche, cenaba, escribía las novelitas del oeste de Silver Kane hasta las 3 de la madrugada. Después escribía las historias que a mí me gustaban hasta las 9 de la mañana. Dormía hasta las 12 y me marchaba de nuevo a la redacción. Me consolaba diciendo que era de los pocos españoles que tenían el lujo de levantarse a las doce de la mañana”.
Esas primeras obras que él sentía suyas fueron prohibidas por el franquismo. Sin embargo, en 1982, ganó el Premio Planeta con Crónica sentimental en rojo. Ni siquiera estaba invitado a la cena de gala.
Tras recibir toda esta información de boca de su protagonista, no quedó más remedio que darle una oportunidad a sus escritos. Aún tardó un par de meses en hacerse un hueco, pero cuando llegó ya no pudo desaparecer. De la mano del inspector Méndez pasé páginas y páginas de Las calles de nuestros padres, disfrutando con la calidad de su prosa, de su estilo narrativo cargado de crítica social y humor. Los reconocimientos posteriores fueron muchos: Premio Hammett, Premio Pepe Carvalho, Premio Internacional de Novela Negra RBA, etc… Y, sin duda, se los merece todos.
La catarsis de conocer a Francisco González Ledesma hace que te plantees lo que realmente significa ser escritor, lo que hay que sacrificar, lo que hay que luchar. ¿Alguien, hoy por hoy, se plantearía escribir cuando se va la luz? ¿Quién dedicaría sus horas de sueño por llevar a cabo una novela? Que cada cual se responda a sí mismo.
Quisiera terminar con una última anécdota que resume todo lo anterior. En una ocasión, en la Semana Negra, un grupo de novelistas de mucho renombre mantenían una tertulia sobre lo que significaba la escritura para ellos. Tras varias disertaciones muy sesudas y serias, le pasaron el micrófono a Ledesma y simplemente dijo: “A mí la escritura me ha salvado la vida”. Nadie quiso añadir nada. Tampoco yo lo haré, porque creo que el mensaje queda bien claro.

¡Lo que hay que leer! o ¿leer lo que hay?, 12 de noviembre de 2008

7 de nov. 2008

Personajes: Francisco González Ledesma, escritor

José Trepat

Confieso que allá por los años 50 y 60, en mi época de adolescente, vivía engañado pero feliz.
Esta primera línea suena un poco estrambótica pero tiene una explicación sencilla y se refiere a mis primeros escarceos en el mundo de la lectura, en el que se mezclaban revistas de historietas con novelitas cortas de muy fácil comprensión que cumplían perfectamente su cometido: posibilitar un momento de esparcimiento en jornadas duras no exentas de carencias materiales y económicas.
La evasión la hallaba en personajes de tiras de historietas, como el Colt Miller de la revista Rayo Rojo, el Coronel X en Fantasía, y también Kansas Kid y Misterix en la revista del mismo nombre. Había otros que me llegaban a través de episodios diarios en la radio de entonces, como El león de Francia y Las aventuras de Tarzán.
Cuando comencé a trabajar en un puesto de venta de diarios y revistas en la esquina de Maipú y Córdoba, en el Buenos Aires de los tranvías, se me abrió un nuevo filón a mi avidez de lector. Una verdadera invasión de novelitas cortas en pequeños libros de bolsillo atiborraba los kioscos. Procedentes de España, los títulos ofrecían una variada gama de géneros: policiales, de amor (recordar a la prolífia Corin Tellado), de guerra y westerns, sobre todo westerns. Me decanté por estos últimos.
Habré leído más de un millar de estas novelitas que no tenían otro propósito que el de entretener. A medida que las iba consumiendo iba elaborando una lista de preferencias por autor. Nombres como Donald Curtis, Ralf Sheridan, Keith Luger, Clark Carrados, etc., me hicieron creer que eran todos norteamericanos, pues la acción se desarrollaba exclusivamente en alguno de los estados del país del norte.
Entre tantos, uno se destacaba, SILVER KANE.
Se convirtió en uno de los preferidos, pues el héroe de cada una de sus novelas, era el tirador más rápido, el más certero, el que sin desenfundar alojaba una bala entre ceja y ceja de su enemigo. La muchacha más hermosa del lugar siempre caía rendida a sus pies y el final, el mismo en todos los casos: después de dejar un tendal de muertos, el héroe se quedaba con la joven. Esa fórmula se repitió en sus 400 novelas de vaqueros.
El paso del tiempo trajo aparejado otro tipo de lecturas, pero siempre recuerdo con nostalgia esos pequeños libritos que podían llevarse en cualquier bolsillo y acompañaban en viajes y en tiempos de espera. No reniego de ellas.
Pero ese de que los autores eran norteamericanos…nada que ver! Eran todos españoles. Cuestiones de “marketing” como se suele decir. Sólo dos que tuvieron un lugar prominente, se atrevieron a utilizar nombres castellanos –sean estos reales o no- Fidel Prado y M.L.Estefanía.
Esa fuente inagotable de sorpresas que es Internet ha sido el disparador de esta nota que vincula la nostalgia con el presente. Se me dio por escribir SILVER KANE en el buscador y allí apareció entonces el nombre de FRANCISCO GONZALEZ LEDESMA, un personaje sumamente interesante que avivó mis ansias de conocer más sobre su vida y su obra literaria.
Sencillos cálculos matemáticos me revelaron que este abogado, periodista y escritor, nacido en Barcelona en 1927, había comenzado a elucubrar sus “novelitas” del oeste a la edad de 15 años, según confirman artículos biográficos.
A medida que iba interiorizándome de la trayectoria de Francisco González Ledesma, crecía mi admiración e interés por este intelectual que fue otra de las tantas víctimas de la represión franquista. A los 21 años ganó el Premio Internacional de Novela por Sombras viejas, que al igual que otros trabajos suyos, no vieron su publicación hasta 1977, cuando España entró en el período de transición democrática.
Su consagración literaria llegó en 1984 cuando ganó el Premio Planeta por Crónica sentimental en rojo. A partir de ese preciado galardón publica con regularidad novelas de corte policial pero siempre con un trasfondo social. En una de sus últimas obras, Tiempo de venganza, narra las vicisitudes de dos viejos amigos en una Barcelona que el autor ha convertido en escenario referencial de sus obras.
Según sus propias palabras, los dos idealistas de Tiempo de venganza están inspirados en su vida de juventud “cuando los estudiantes pobres todavía creíamos en la posibilidad de que existiera un país mejor. Los ideales eran nuestro único capital”.
En las entrevistas, Gonzalez Ledesma vuelve recurrentemente a su infancia entre gente muy humilde pero idealista, prototipo del republicanismo pobre de esa época. Soy un nostálgico. “Para mí, el pasado tiene mucha importancia porque lo he vivido, mientras que el presente es huidizo y el futuro una incógnita. O sea que el pasado es lo único que tienes”.
Recuerda que cuando se prohibió la publicación de Sombras viejas, la censura lo tachó de “rojo indeseable” y un pornógrafo, porque el protagonista le tocaba el muslo a una chica. “Para simplificar, diría que mi libro era como Los cipreses creen en Dios pero dos años antes y en lugar de ofrecer el punto de vista de la derecha, planteaba el punto de vista de la izquierda. Total: la mía la prohibieron y la de (José María) Gironella no”.
Tuvo que haber sido duro para un escritor de sólo 21 años, ver que su novela premiada no podría ser publicada hasta que Franco hubiese muerto, como así ocurrió, y que el único trabajo literario que se le ofreció fue el de escribir novelas del Oeste; allí nació entonces el seudónimo de Silver Kane.
Al igual que el exitoso escritor sueco Henning Mankell con su personaje del policía Kurt Wallander, González Ledesma creó el suyo propio, el comisario Méndez, que se repite en media docena de sus libros.
Méndez es un nostálgico de sus amistades con prostitutas y gente humilde de la vieja Barcelona. En el cuerpo policial no lo quiere nadie. Siendo un investigador de raza, Méndez siente la frustración de que no sólo no le encargan que descubra un asesinato sino que se le ordena que lo tape. Todo lo contrario de sus convicciones, de su obsesión por la búsqueda de la verdad.
Actualmente estoy leyendo Una novela de barrio, publicada en 2007, con el comisario Méndez como protagonista. El texto me interesa y ya me he hecho el firme propósito de transitar por los títulos previos, si es posible en un orden cronológico.
El periodismo, la pasión que González Ledesma ejerció durante 20 años, lo llevó a jubilarse como Redactor en Jefe y presidente del Consejo de Administración del diario La Vanguardia.
En su faceta de escritor “lento” -cuatro años en terminar una novela- revela que el argumento parte de una calle, de un personaje o de una situación que le haya llamado al atención.
Ya he conocido al Silver Kane de mi juventud.
Ahora me acicatea la curiosidad de saber quién se oculta detrás de aquellos Donald Curtis, Ralf Sheridan, Keith Luger, Clark Carrados y otros. ¿Alguien lo sabe?

El blog de José Trepat, 7 de noviembre de 2008

1 de nov. 2008

Diàlegs a Barcelona. Francisco González Ledesma - Javier Pérez Andújar

Xavier Febrés Verdú. Diàlegs a Barcelona. Francisco González Ledesma - Javier Pérez Andújar. Barcelona: La Magrana, 2008 (Origens).

Dues generacions de novel.listes barcelonins, que han triat tot sovint els escenaris de Barcelona com a teló de fons de la seva obra, conversen animadament sobre les incidències de la trajectòria literària i humana, els sentiments que l'han inspirada, els punts de vista respectius al voltant de l'evolució viscuda. Francesc González Ledesma (Barcelona 1927) i Javier Pérez Andújar (Badalona 1965) viuen amb una intensitat particula els canvis experimentats pel terreny sobre el qual es sustenta la seva feina creativa: la ciutat i els ciutadans, la mirada personal i els estats d'ànim col.lectius.

25 d’oct. 2008

Francisco González Ledesma: Una novela de barrio

FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA, EL HOMBRE DE LOS 400 LIBROS ESCRITOS

POR: César Güemes

1. Hay que cuadrarse, por decir lo menos. Don Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), se levantó hace un rato con el Premio Internacional de Novela Negra RBA –el mismo galardón que acaba de obtener Andrea Camilleri– con su obra Una novela de barrio. Y si es motivo de alegría que al fin circule el volumen del maestro catalán fuera de España, donde sus lectores son legión, es por su lado motivo de asombro recordar que González Ledesma es autor, además de la galardonada novela, de otros 400 libros. Si lo decimos con palabras suena igualmente fuera de este mundo: cuatrocientos libros. Hay que cuadrarse tan sólo con escuchar su nombre.

2. Hoy cualquiera que junte un sustantivo con un verbo y entienda aunque sea con lágrimas las reglas básicas de la adjetivación, no se olvide de los artículos y conozca al menos tres preposiciones, escribe, o más bien redacta, y publica. Y, desde luego, a ese cualquiera, de los que hay filas enteras atiborrando las editoriales primero y las librerías luego, no lo lee ni la madre que lo parió. Pero hay otros seres en el mundo, dedicados con profesionalidad y al mismo tiempo cariño por la palabra escrita. Gente, por fortuna también numerosa, que sabe llenar sus obras de personajes entrañables y construirlos desde dentro; escritores, hombres y mujeres, que piensan en la trama y la estructura de sus textos; prosistas que sacrificaron al poeta que llevaban dentro pero que no abandonaron del todo el concepto de imagen, la delicada idea de metáfora, el claro significado de la puntuación. A estos últimos los leemos con frecuencia, buscamos sus obras, gastamos sumas considerables para tener a mano lo más reciente que han escrito. Dentro de ellos, de los que saben manejar la noción dorada de la literatura que consiste en recordar a cada línea que del otro lado hay y habrá un lector, se encuentra otro grupo, ya más reducido, que dedicó su vida a desarrollar el talento que les vino con la naturaleza. En esa selección se encuentra don Francisco González Ledesma, un hombre que literal y literariamente luchó para que su obra llegara al destinatario, que aprendió el oficio desde muy joven y lo fue afilando mientras llenaba centenares de cuartillas con sus historias. Su primer logro fue Sombras viejas, que a sus 21 años obtuvo el entonces llamado Premio Internacional de Novela entre cuyos jurados figuraron Somerset Maugham (quien para entonces era ya dueño del reconocimiento del público merced, entre otros libros, a El filo de la navaja, Cuarteto, Antes del amanecer, Cuentos de un escritor) y Walter Starkie (el reconocido hispanista, autor lo mismo que de Don Gitano que de Un irlandés en España, y cuidadoso traductor de Cervantes). Sin embargo, el hado franquista caería sobre la premiada Sombras viejas que no vería la luz sino hasta muchos años más tarde, cuando en España cambió al fn el rumbo de las cosas, destino de sombras similar al que padeció durante lustros su novela Los Napoleones.

3. Es momento de señalar que para un escritor es imprescindible la formación entre los libros, aunque no de manera indispensable en la academia estricta. Y aun así, González Ledesma hizo la carrera de Derecho y siguió un camino que sería recomendable para cualquier persona que piense dedicarse formalmente a la escritura: aprendió el oficio de periodista. Ser consciente de que eso que se tiene entre manos va a ser en efecto leído crea una generosa impronta en quien escribe: del otro lado de la página está un lector por el que es preciso guardar el mayor respeto. Así lo entendió nuestro autor mientras prestó sus servicios para El Correo Catalán y luego para La Vanguardia, en donde consiguió merced a su trabajo ser nombrado jefe de redacción o, digámoslo tal como era su cargo, redactor en jefe.

4. La venganza, es sencillo entenderlo, se convierte en muchas ocasiones en el único motivo de la existencia entre los seres racionales. Venganza equivale no sólo al cobro de una deuda que un moroso le endilgó al vengador sin que este último la debiera o la temiera. Venganza es destino, es equilibrio, es paz interior. Venganza es la palabra clave –tan cercana al concepto de justicia (no de ley)– que echa a andar el andamiaje de Una novela de barrio luego de que un par de asaltantes cometen no sólo un atraco sino que en su falta de profesionalismo (para estar del lado oscuro hay que tener siempre las luces altas) matan a un niño pequeño que desde luego era inocente de cualquier culpa. Al lado de esta justicia vengativa y reivindicativa está el inspector Méndez, querido protagonista de una ya larga serie de novelas en las cuales está siempre a punto del retiro del cuerpo de policía de Barcelona. Y aquí es donde aparece la Colt Phyton del inspector, ese bicho portentoso que gasta balas .357 magnum y cuya potencia ahorra cantidades ingentes de medicamentos y libera muchas camas de hospital para pacientes que merezcan serlo.

5. Sin necesidad alguna de recorrer con el lector la trama entera de Una novela de barrio, digamos en descargo de nuestro apreciado Méndez que no es él quien protagoniza la venganza, tan sólo se sitúa, como sabe hacerlo a través de las varias novelas en que lo hemos visto actuar, al lado. Y con eso basta para verse involucrado hasta el tuétano en las diversas historias de esa Barcelona que sólo sus educados ojos para la maldad consiguen retratar. Una ciudad, unos sitios que cambian conforme se modifica el uso de suelo, una Barcelona que a cada obra en la que aparece Méndez se va desmoronando para dar paso a la posmodernidad inmobiliaria y que se lleva entre los pies los usos y costumbres de familias enteras, a las familias mismas, a los barrios enteros, pero que no puede borrar la memoria. De esta suerte, escuchamos al narrador decir:

“Las calles antes tranquilas –de silla y tertulia– se han ampliado, pero con los bloques a ambos lados parecen más estrechas que antes. Las asociaciones de vecinos luchan por un espacio de hierba, por una cloaca y un semáforo. Los pájaros han emigrado, y los pocos poeta que vivían allí han sido expulsados por orden de la autoridad competente.

“En fin, el progreso”.

La canalla de antes es la misma, tan sólo cambian quienes la ejercen. Pero ahí está el inspector Méndez, gato viejo, zorro casi de museo, cuya inteligencia se ha ido multiplicando de manera algebráica al paso del tiempo en forma inversamente proporcional a la disminución paulatina de las facultades físicas propias de la edad. Por fortuna, la velocidad promedio de una bala es siempre más rápida que los reflejos atenuados por el paso del tiempo. Y, como González Ledesma lo sabe, esa velocidad sirve lo mismo para todos los personajes armados dentro de su historia, de modo que las posibles ventajas de algunos se atemperan ante las disminuciones de otros, con lo cual la balanza ha de inclinarse, así sea despacio y con enormes trabajos, hacia un lado y hacia otro hasta quedarse quieta. Es por ello que en cierta parte de Una novela de barrio leemos la siguiente réplica: “–Esta puñetera ciudad esta llena de gente que quiere matar y gente que quiere morir –gruñó el comisario–. Podrían ponerse se acuerdo”. El caso es que no se ponen de acuerdo de forma tan sencilla como el deseo del comisario, y para eso está ahí el inspector Méndez, quien lleva a mano un lindo modelito de la casa Colt, que hoy se hace sólo sobre pedido: “No llevaba su famoso Colt modelo 1912, con el que quién sabe si habían asesinado a Canalejas, sino que estaba en plan moderno: llevaba un enorme Colt Phyton. Con una de sus balas no sólo matas a un tío, sino que cambias de sitio una casa”.

6. Las mujeres, los personajes femeninos de González Ledesma, se cuecen aparte. Tejidos al detalle, casi con punto de cruz, las mujeres que aparecen en Una novela de barrio han conocido la existencia desde el punto de mira más difícil posible, cada una de ellas a su estilo y modo. Pero todas han padecido la crudeza de la realidad, sin distingos de clase social, sin preferencias casi al enfrentar la muerte. Ya las encontrará el amable lector.

Y ya las dibuja González Ledesma con una maestría y un cariño que sus críticos de antes tacharon de pornografía. Leamos: “…tiene caderas de ánfora, de las que ahora no se estilan, porque de las caderas hablan hoy muy mal los gurús del mundo, que son los dietistas. Y es lo que hay. Y pensar que llevamos tres mil años de pintura y escultura, es decir, de civilización –decía a veces una pupila ilustrada– para llegar a esto, para descubrir en las mujeres la línea recta”.

Por la misma tónica, este homenaje a la belleza y estética femenina: “Si su falda había sido diseñada por un experto, sus piernas habían sido diseñadas por un onanista de última generación”.

Las mujeres de González Ledesma, que es decir en este caso de Méndez, viven al modo más realista posible, esto es, saben conjugar lo mismo los verbos que determinan el triunfo o el padecimiento. Mujeres duras, y algunas maduras, como una cuya mirada es: “gris, dura, impía, propia de una embalsamadora de niños”.

7. Méndez, mi querido Méndez, quien ha visto pasar las durezas y las transiciones de su país, reconoce, como lo hace casi en cada aparición en sus distintas novelas, que: “Debo dinero a la mitad de los libreros de Barcelona”. O, tal cual lo dice su narrador, para caracterizarlo como lo que es, un hombre de la ley pero con la justicia en la mirada: “No era la primera vez que Méndez protegía a alguien que hubiera debido detener”.

En cierto momento de la obra le “confiesa”, le confía, pues, Méndez a uno de los personajes en Una novela de barrio:

“–Soy un cabrón”.

Digamos, con respeto y con alegría, digamos con toda la dignidad, la fortaleza y las astucia que la palabra encierra, que don Francisco González Ledesma es enteramente un cabrón. Un cabrón bien hecho, de los de antes, de los de siempre. Un recabrón.
César Güemes, 25 de octubre de 2008

De Méndez a Méndez

José Luis Álvarez Fermosel

Aprendía yo a escribir a máquina al tacto en la Academia Caballero de Madrid, que si mal no recuerdo estaba en la calle de Fuencarral, no lejos del gimnasio Juventud, donde me inicié en el boxeo. Nunca pude escribir a máquina al tacto, ni con más de dos dedos de la mano derecha y uno de la izquierda. Me fue mucho mejor con el pugilismo.
Recuerdo, a pesar de los años que han pasado, que una señora nos dictaba por micrófono en la clase de mecanografía textos aburridísimos con una voz muy monótona. El protagonista era siempre un tal legista Méndez, cuya vida y milagros eran tan tediosos como la señora que hablaba de una y otros.
Nunca hubiera imaginado entonces que, mucho tiempo después, otro Méndez iba a alegrarme la vida con sus andanzas, mucho más vitales que las de su tocayo: el inspector Méndez, protagonista de varios novelas del escritor Francisco González Ledesma, catalán de Barcelona.
Que conste en acta, pues: mis sueños de joven apenas salido de la adolescencia, o parte de ellos, al menos, se enmarcaron en la más pura ortodoxia de la justicia, personificada por el legista Méndez y el policía de su mismo nombre, que recorría melancólicamente las calles de una Barcelona gris, difuminada en el recuerdo, buscando malhechores.
Méndez, el policía, para que negarlo, era un poco cabroncete. Del otro no supe nunca nada. Utilicé su nombre, precedido del pomposo y abstracto título de legista, y relacionado con algún disparate de mi invención, en varios de mis entremeses radiofónicos, mucho más cerca en el tiempo.
González Ledesma me cayó siempre bien, sin que llegara a conocerle personalmente. Me gustaba por su manera de escribir y porque era, y es, pues que vive en plena agerasia a los 82 años, periodista y un gran lector, como yo.
Sino que mucho mejor como escritor, aunque no sé si más lector pero intuyo que sí, habida cuenta de la diferencia de edad que nos separa. Lógicamente, él ha tenido más tiempo.
Hablando de lecturas, tengo en mi mesa de trabajo el tomo 11 de la colección de relatos Testimonio (Ayer, hoy y mañana en la historia), de la vieja y entrañable Editorial Bruguera, que tenía su sede central en la calle Mora la Nueva 2, de Barcelona.
Pues bien, uno de esos relatos, el quinto, para ser exactos, titulado La Gran Aventura (epopeya del Lejano Oeste) es obra de Francisco González Ledesma. El tema me apasionó siempre y yo también escribí un ensayo histórico sobre el amplio y fascinante escenario de las aventuras de Buffalo Bill, Wyatt Earp, los hermanos James y Calamity Jean.
Hoy, sábado, que escribo estas líneas, mi amiga Àngels –catalana como González Ledesma, apasionada como él por la lectura, y también por la buena cocina-, me manda un artículo del gran escritor publicado en el diario El País de Madrid, que puede leerse pinchando al pie de este post en Nota relacionada.
González Ledesma, que firmó alguna de sus obras con el seudónimo de Silver Kane, amante de los libros, los cafés, las redacciones y las señoritas de la calle, merecidamente laureado con varios premios, viene otra vez a mi memoria del bracete de Àngels por la vía de neón azul de la Internet.Benditas sean, mi amiga y la Internet.

El Caballero Español, 25 de octubre de 2008