15 d’ag. 2014

La ternura justiciera del ingobernable Méndez


El inspector Ricardo Méndez no es el guaperas que conquista a la rubia, no tiene un coche negro brillante para hacer seguimientos y guardias, no luce su nombre en un cristal ni en una placa. No se codea con gente de postín que ruega por sus servicios. No vive inmerso en tramas vertiginosas de las que quitan la respiración. No usa tecnología de vanguardia tipo CSI. No tiene ayudantes. No es un héroe. Pero a falta de todo eso tiene algo mejor: una inmensa humanidad -escondida entre los pliegues de ese abrigo con bolsillos ajados de tanto llevar libros- que aplica en cada caso, una ternura silenciosa de policía ingobernable que investiga lo que le pasa a la gente sencilla, sobre la que nunca se posan los focos, allá en el Barrio Chino de Barcelona, o lo que quede de él. Un regalo de Francisco González Ledesma en 11 volúmenes.
NOTA DEL COORDINADOR: Ya saben que lo negro y criminal tiene fans y locos por todo el globo. Este es un gran ejemplo. Carmen Rengel ha encontrado un hueco en el excelentre trabajo que hace a diario desde Jeresualén para EL PAÍS y la SER y nos vuelca en este texto su pasión por Méndez. Un lujo para la serie Los detectives de nuestra vida, en la que ya hemos hablado este verano del agente de la Continental y de Laidlaw y de muchos más el verano pasado. 
Méndez es un justiciero, que reinventa las leyes a su manera. No tiene que cumplir forzosamente lo que dicen los documentos con membrete oficial si lo justo es aplicar “la norma de la calle”. Al estilo de su primo Salvo Montalbano, a veces no ve – no quiere- lo que un uniformado menos anarquista debería ver. Nos arranca aplausos cuando pasa de la burocracia.
Siempre ha sido así, desde que nació en 1983, personaje secundario en Expediente Barcelona. Un superviviente que cruza el tiempo, del franquismo a la Barcelona de diseño, que ni asciende si se multiplica, que quema suela de zapato entre su casa, esa a la que se entra por un bar de la calle Lancaster, y la comisaría, trazando círculos en torno al Paralelo, el microcosmos donde se siente cómodo. Fuera se ahoga. Policía de calle que se dedica a mirar y remirar sin lupa. Realismo de entorno urbano con suspense. Dickens y Hammett. Y Simenon y Madrid. Por sus páginas, Barcelona se muestra como un plano de rincones humildes, donde hay más angustia que miedo, donde a veces brilla la felicidad sin pretensiones, y donde los ojos de Méndez enfocan –más o menos, dependiendo del grado de alcohol en sangre- con nostalgia o con perspicacia.   
Le
Ledesma con el Pepe Carvalho en 2006 (ARCHIVO)
Sus historias incluyen putas y travestis y borrachos, y callejones y mafias e intereses, pero como condimentos de los dramas de gente que pelea donde la vida le permite, en un entorno popular donde “la pobreza tiene su ley”. A veces su universo es el de vecinos que sólo quieren compartir sueños, cama y macarrones y a la que se le tuerce todo. Méndez no tiene que sacar su Colt de 1912 –que a saber si dispara ya- porque a veces a lo que se enfrenta es a la sordidez en la que cae una mujer que sólo quiere soñar, viajar y escapar –ahí está La dama de Cachemira(RBA). Su arma, entonces, es su pundonor –que se mezcla con cabezonería- y su bondad.
Porque este solitario gruñón fumador de negro es sobre todo un buen tipo, el que atiende a los perros del delincuente que acaba de detener. Entre la resistencia y la esperanza, también el absurdo, que ronda al inspector como si Eduardo Mendoza hubiese ayudado a escribir el guión de sus días.    
Toda su estampa decrépita, que a veces hace temer que de esta no sale porque el sopor es un lastre ya demasiado pesado, se desvanece cuando está en juego la seguridad de una mujer y, sobre todo, de un niño. Entonces los coñacs son para aclarar las ideas y reforzar el valor. Será la nostalgia de un mundo perdido que tanto lamenta, los viejos valores que en su caso son inamovibles.
Sus novelas no son políticamente correctas ni cumplen con las directrices “de género”. Hay sexo y violencia y un lenguaje duro que golpea como la verdad que narra. Porque la desolación no es hermosa. A los más mojigatos y a los censores Ledesma les hace arrugar la nariz.
Dice su creador que quizá ya hemos disfrutado al último Méndez, el de Peores maneras de morir (Planeta, 2013), porque ya desecha más páginas de las que mantiene cuando se pone a escribir. Habría que enviarle unos sicarios para que cambie de idea. El mejor detective español no puede jubilarse porque aún no tiene relevo.
La serie del inspector Ricardo Méndez se compone de los siguientes títulos:
Expediente Barcelona (1983)
Las calles de nuestros padres ( 1984)
Crónica sentimental en rojo (1984)
La Dama de Cachemira (1986)
Historia de Dios en una esquina (1991)
El pecado o algo parecido (2002)  
Cinco mujeres y media (2005)
Méndez (2006)
Una novela de barrio (2007)
No hay que morir dos veces (2009)
Peores maneras de morir (2013)

Carmen Rengel. Elemental, 15 de agosto de 2014

30 de maig 2014

FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA ( II ) INSPECTOR MÉNDEZ



     “Méndez recordaba muy bien los cuplés de Bella Dorita, que llevaba en su boca la historia del Paralelo, su boca grande, de voz pastosa que arrastraba en su profundidad toda la alegría y toda la muerte de la noche...” (La dama de Cachemira).


Fotografia de l'autor amb un llibre a la mà
     Francisco González Ledesma es uno de los pioneros de la novela negra en España, posíblemente más conocido fuera de nuestras fronteras, en especial en Francia, que en nuestro país. 

    Méndez, hijo de los barrios bajos de la Ciudad Condal pero conocedor de los entresijos, encajes y candilejas de los altos, es un policía viejo ―siempre lo ha sido, el personaje no ha envejecido con el paso de los años, de las aventuras, sino que nació así, viejo y en esa edad indefinida continúa hasta que su creador estime oportuno darle el finiquito―, más descreído que escéptico, casposo, un lobo solitario que no duda en dejar escapar a maleantes de poca monta y dar un par de hostias a un ejecutivo. Conoce las calles de su barrio, el Poble Sec, como nadie y a sus gentes, obreros, tenderos, quinquis y putas, como si los hubiera parido. Y a la inversa, él es uno más de la familia, otro fantasma más de la pintoresca fauna que deambula por sus calles.

―Te mataré, Méndez ―le susurró en el fondo de un bar un benemérito ciudadano llamado el Chinga―. Dejaste escapar a mi mujer. Ella me busca para acabar conmigo, pero antes te juro que te rajo.
―Me debes diez mil pelas, Méndez ―le informó poco después su patrona.
―Tiene que recuperar mi pistola, Méndez ―le exigió en una esquina uno de sus más acreditados confidentes―. Me la robaron ayer.
―¿Si? ¿Dónde la llevabas?
―En el sitio de costumbre. Entre el pantalón y los calzoncillos. Menuda mano tuvo el que lo hizo.
―¿Y sabes quién lo hizo?
―El Manco.
―¿Seguro que no te diste cuenta?
―Hombre, cuenta de algo sí. Pero solo algo.
―¿Y qué?
―Creí que iba de buena fe”

     Méndez trabaja en solitario, no solo por los endémicos problemas de escasez de personal del que adolecen todas las comisarías, sino porque no hay dios que le aguante.

    Vive en un piso, un cuarto de alquiler de lo más cutre y cochambroso al que se accede a través de un bar no muy lejos de El Molino, la célebre sala de fiestas del Paralelo.

“El Molino, con sus aspas eternamente inmóviles y su escenario que seguramente es el más pequeño del mundo, pertenecía también al universo de Méndez, que muchos años antes había prestado eficacísimos servicios de vigilancia en él controlando a los que querían estimular manualmente al vecino y a los que no pagaban el champán de la casa, es decir, la gaseosa...”

    Méndez aparece por primera vez en Expediente Barcelona, aunque como personaje secundario. Será en la siguiente novela, Crónica sentimental en rojo (1984), que obtuvo el Premio Planeta, donde como protagonista se encargará de esclarecer la muerte de una joven ahogada en una playa barcelonesa.

    En La dama de Cachemira (1986) ya aparece el “auténtico” inspector Méndez que conocemos, caduco, escéptico, viejo verde impotente, y su viejo Colt de 1912 que no usa más que para atemorizar a los maleantes del barrio. La obra obtuvo en Francia el prestigioso Premio Mystère de novela negra. El acreditado crítico literario del país vecino Claude Mesplède dijo “que entre las investigaciones de Méndez, el episodio más popular sigue siendo La dama de Cachemira. Es una narración con carácter universal”. En ella, Méndez deberá esclarecer quien es el asesino de un inválido en una silla de ruedas, en una historia de amor y de mujeres que sueñan con viajes a lejanos países pero que son eso, solo sueños, porque no consiguen escapar de la cruda realidad que las rodea.

    La lista de premios literarios obtenidos por González Ledesma y las aventuras y desventuras de su inspector, es larga.El pecado o algo parecido (2002) fue galardonada con el premio Dasiell Hammett; Cinco mujeres y media (2005) recibió nuevamente el Premio Mystère; Una novela de barrio (2007), obtuvo el premio Internacional de Novela Negra; la ya reseñada, Crónica sentimental en rojo (1984), que obtuvo el Premio Planeta de novela. En el año 2006 se le concede el Premio Pepe Carvalho por su trayectoria literaria en el género negro. 

     Como abogado, hecho a sí mismo gracias a sus novelas del Oeste americano (ver entrada anterior de este blog), recibió el premio Roda Ventura. Como periodista (fue redactor jefe de La Vanguardia), recibió los premios El ciervo y la Cruz de Sant Jordi, por la calidad de su obra literaria.

    La última, por ahora, de la saga es la recién editada Peores maneras de morir (2013) donde Méndez, más postergado que nunca por sus superiores, se ve envuelto en un caso de trata de blancas que lleva entre manos una peligrosa banda mafiosa que trae de la Europa del este a chicas para su explotación sexual en España. De nuevo encontramos al Méndez en estado puro, un policía con pasado pero sin futuro, como él mismo se confiesa:

“Soy un policía que no cumple los reglamentos ni cree en las leyes. Si alguien ha violado a una mujer y la ha martirizado, o si alguien ha matado a un niño, yo no tengo piedad e incumplo la ley si es necesario. En los tribunales pasan tantas cosas que yo he llegado a creer en la norma de la calle, o sea, la justicia directa. No es el buen camino, desde luego, como tampoco es buen camino sentir piedad de un delincuente que empieza, mientras los grandes estafadores salen de la cárcel y encima conservan el dinero estafado...” 

        ¿No nos "suena" algo a pistolero del viejo Oeste? Lo dicho: inspector Méndez en estado puro.


El ángel negro, 30 de mayo de 2014

16 de maig 2014

FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA (I) SILVER KANE

 “Aquella mañana ocurrieron en Jackson, Kansas, cuatro cosas juntas que no habían ocurrido nunca: se pararon a la vez cien relojes de cuerda, llegó un jefe indio que quería comprar la paz para su pueblo, un pistolero llenó un saloon no de clientes, sino de muertos, y un hombre perfectamente vestido quiso comprar un cementerio...”
“La dama y el recuerdo”. Silver Kane. (Planeta, 2010)

Coberta del llibre

     Qué tendrá que ver aquí una novela del oeste con otra policíaca, de género negro, podrá preguntarse, y con razón, cualquiera de los amigos que siga este blog de novela negra y haya visto la ilustración que la acompaña. La respuesta hay que buscarla en Silver Kane, que es el seudónimo con el que firmó Francisco González Ledesma sus más de cuatrocientas novelas del oeste.

     En una época, la posguerra civil española, en que las bibliotecas y la cultura entraron en una total oscuridad fagocitadas por un régimen voraz, aquellas obritas en tamaño octava (¼ de folio), de no más de cien páginas, realizadas en papel de mala calidad, vendidas en quioscos y estancos al precio de un duro (5 pesetas) e intercambiadas multitud de veces al precio de 1 peseta (con lo cual, es imposible saber al final por cuántos lectores había pasado la edición) nos sirvieron a muchos de único faro al que cogernos para no naufragar en las tinieblas.

     González Ledesma nació en Barcelona en 1927, en el barrio de Poble Sec, barrio obrero, como el Raval, que han dado gente tan ilustre como Vázquez Montalbán, Joan Manuel Serrat o el propio González Ledesma. De familia humilde, recién terminada la guerra civil, chico espabilado, con quince años consigue trabajar para la editorial Bruguera haciendo guiones de cómics. De ahí pasará a la escritura de novelas del oeste escribiendo una por semana. En un primer momento, ese dinero sirve a su familia para sobrevivir y, posteriormente, ayudado por una tía, se va pagando los estudios de Derecho.

     Con 21 años, en 1948, gana el prestigioso certamen de novela Internacional, presidido por William Somerset Maugam, con la novela “Sombras Viejas”, prohibida por la censura.

Sombras Viejas no se pudo publicar en España: el censor la calificó de “roja y pornográfica”. Para conocer la causa de la prohibición, el escritor consigue entrevistarse con el censor, y este le explica que en toda la novela se aprecia que el protagonista es de izquierdas. ¿Y pornográfica...? ―pregunta intrigado el autor―. Pues, en la página tal, el protagonista, Enrique Moriel, le pone la mano en la rodilla a la chica. ¿Y eso es pornográfico?, pregunta sorprendido el joven autor. Bueno, de momento, no ―le responde el censor―, ¡pero se adivinan las intenciones de subir hacia arriba!

     Igual suerte corrieron “Los napoleones”, “Las calles de nuestro padres” y “Expediente Barcelona”, donde aparece por primera vez el inspector Méndez, (de su posterior saga policíaca). Visto lo cual, el pobre chico se vio obligado a continuar escribiendo novelas de vaqueros, indios y pistoleros, firmadas por Silver Kane.

     Porque, en aquella España negra, negrísima, tétrica, ¿cómo iba a haber novela negra si la censura lo impedía hasta límites estúpidos y absurdos?

     La novela negra lleva consigo una crítica social: por crisis económica, hambre, miseria, corrupción política, policial o judicial, homofobia, o nazismo, o crímenes y violencia... Y en nuestro país ni se pasaba hambre, ni había crímenes; ni accidentes de trenes, y si los había, no moría nadie, y si morían es porque se ponían en las vías al paso de la locomotora, vamos que se suicidaban; no se producían atracos, y si se escuchaban tiros, eran petardos en honor de la virgen en alguna barriada; ni la homosexualidad estaba perseguida, ni el nazismo prohibido, y los policías, ministros, gobernadores, con el Generalísimo a la cabeza, eran un dechado de libertad, justicia y honradez... ¿Cómo, pues, íbamos a tener novela negra?

     A la finalización de la guerra civil, se pasó de una censura militar, hasta cierto punto comprensible, a otra cívica, ideológica y religiosa, so pretexto de salvaguardar la fe católica e impartir supuestas buenas normas de convivencia. No fue más que un vehículo más de control para el régimen, una mordaza a las voces disidentes y altavoz al servicio del Movimiento, la Falange y el clero. Cualquier noticia, cómics, cuentos, publicación, ilustración, representación teatral... quedaba en manos de la censura, cuando no de la autocensura, pues podía significar para el autor la pérdida de sus contratos, en la mayoría de las ocasiones leoninos en beneficio de la editorial, y para los propios editores, la pérdida del cupo de papel de prensa para las publicaciones.

     Transcurrido el tiempo, ya en época democrática, pudieron publicarse en España sus anteriores novelas, entonces prohibidas.

      En el año 2010, González Ledesma le hace un guiño a su propia historia, y se homenajea como escritor de novelas de vaqueros: publica La dama y el recuerdo, firmada, cómo no, por Silver Kane. Pero, en esta ocasión se trata de una impresión de más de trescientas páginas, formato grande, papel de calidad, cosida, tapa dura y sobrecubierta..., muy lejos de las condiciones en que vieron la luz sus anteriores obras del salvaje Oeste americano.

     No fue González Ledesma el único de los autores españoles que se vio obligado a escribir sobre temáticas que no hicieran daño a un régimen extraordinariamente duro y prolongado en el tiempo. Otros nombres conocidos fueron Marcial Lafuente Estefanía; José Mallorquí, autor de la serie de El Coyote; Juan Gallardo, que firmó con distintos seudónimos como Donald Curtis, Curtis Galland...; Luis García Lecha, que firmaba como Clark Carrados, Elvers Evans, Lewis Milk...; Corin Tellado, seudónimo de María Socorro Téllez, que escribió novela romántica. Todos ellos autores extraordinariamente prolíficos (Corín Tellado llegó a escribir más de 4000 obras, y otros como Gallardo o García Lecha, sobrepasaron las 2000 cada uno), explotados laboral e intelectualmente, pero que significaron las escasas ventanas de luz en un mundo culturalmente lleno de tinieblas.

     Sirvan estas lineas de modesto homenaje del autor de este blog a todos ellos.


El ángel negro, 16 de mayo de 2014

24 d’abr. 2014

Des morts bien pires de Francisco González Ledesma

Sandrine


La toute fin du dernier roman de Francisco González Ledesma donne au lecteur l’envie de crier. Certes, il existe des morts bien pires, mais enfin… certains se devraient d’être immortels.


Une ville en mutation


Où l’on retrouve Ricardo Méndez, « vieux policier de quartier », toujours râleur et aussi peu au goût de ses collègues et de sa hiérarchie. Mais Mendez s’en fiche, il aime la solitude et les rues de Barcelone qu’il connait comme sa poche. Quoique. Les quartiers populaires ont changé ces dernières années et l’immigration aidant, ils se remplissent d’étrangers qui ne sont pas dans le ton.

La crise est aussi passée par là, elle s’incruste même durablement.
Des mendiants qui transportaient toutes leurs possessions dans un hariot volé au supermarché. Des groupes de chômeurs ou de retraités qui avaient élu domicile devant un bar. Méndez songea aux chiffres du chômage et il se dit, avec inquiétude, que si les choses continuaient ainsi le pays devrait mettre la clé sous la porte, même si l’Espagne a été de tout temps un pays de morts qui ressuscitent et qui, en plus, font bonne figure.

Un monde meilleur...


La misère fait aussi fuir les femmes des pays de l’Est auxquelles on fait miroiter l’existence d’une vie meilleure. Elles tombent ainsi entre les mains d’organisations sans scrupules qui les exploitent. Seules, sans ressources ni moyens de s’exprimer, celles qu’on fait ainsi venir à l’Ouest ont le malheur d’être jeunes et belles.

Des morts bien pires s’ouvre sur une jeune femme qui court dans les rues de Barcelone : elle s’est échappée et cherche à semer son poursuivant qui n’est rien moins que le tueur chargé de l’éliminer. Elle trouve refuge dans un vieil immeuble en voie de destruction où vivent encore un homme et sa fille. Lui est absent, c’est la gamine qui ouvre la porte à la jeune femme en fuite. Et à son meurtrier. Il les tue toutes les deux et disparaît.

A défaut de mieux, Méndez est chargé de l’affaire. Enfin disons qu’il s’en charge officieusement. Parce qu’à côté de l’immeuble des crimes vit une presque amie, ancienne prostituée. Parce qu’elle, la Patri, a recueilli une jeune étrangère perdue qui lui tient lieu désormais de fille. Elle s’appelle Eva Ostrova, elle était l’amie de l’autre étrangère retrouvée morte. Heureuse coïncidence.

Francisco González Ledesma s’autorise d’autres raccourcis faciles dont le lecteur ne s’offusque pas tant l’intérêt est ailleurs. Dans les rues par exemple, ces rues que Méndez parcourt à pied inlassablement, ces rues qui vivent, qui changent, ces rues dangereuses. Il décrit une Espagne en crise, un pays que ce vieux de la vieille ne reconnaît plus.
Le vieux monde du plumard barcelonais, dans lequel les femmes et les clients avaient une relation quasiment familiale, s’était agrandi et internationalisé, à savoir qu’il était devenu bien plus cruel. Il s’était transformé en une industrie qui rapportait presque plus d’argent que la drogue, et, face à cette industrie, Méndez se sentait pour la première fois tout petit.

Un justicier dans la ville


Dépassé Méndez, fatigué de vivre dans une société qui n’est plus la sienne. Voilà longtemps qu’il fonctionne avec ses propres codes, ce qui lui a valu d’être mis au ban de la police, relégué à des affaires mineures. Il sait que la justice n’est pas juste, c’est pourquoi il pratique la sienne, celle qui l’a rendu proche des prostituées, des marginaux dont il s’est toujours senti proche. Mais avec les nouvelles mafias internationales, il n’est plus de taille le justicier.

C’est une Barcelone sordide, malsaine, vouée à l’argent et ayant perdu toute dimension humaine que Francisco González Ledesma met en scène à travers l’un des pires vices de l’humanité : la traite des Blanches. La plume est sans concession, mais aussi nostalgique. Des morts bien pires se présente au final comme le portrait d’une ville qui a changé et d’un homme qui n’y trouve plus sa place.

Cette édition compte malheureusement un nombre important de coquilles, au moins une dizaine.

Tête de lecture, 24 avril 2014

9 d’abr. 2014

Peores maneras de morir - Francisco González Ledesma (2013)

Coberta del llibre

Título: Peores maneras de morir
Título Original: (Peores maneras de morir, 2013)
Autor: Francisco González Ledesma
Editorial: Planeta
Colección: Autores Españoles e Iberoamericanos

Copyright:
© Francisco González Ledesma, 2013
© Editorial Planeta, S.A.,2013
Edición: 1ª Edición, Enero 2013
ISBN: 9788408034919
Tapa: Blanda
Etiquetas: España, Barcelona, mafia, crítica social, género negro, trata de blancas, policiaca, intriga, literatura española, novela, prostitución, suspense
Nº de páginas: 375


Argumento:

El inspector Méndez se enfrenta a su último caso, destapando gracias a su intuición el entramado de una sociedad que se dedica al tráfico de mujeres de origen eslavo, cuyo destino es la prostitución y en el que están implicados varios personajes que por su posición social no lo aparentan.

El asesinato de dos mujeres en el barrio del Raval de Barcelona conduce a la policía a una pista falsa, pero buen conocedor del barrio donde se crió y de sus gentes va uniendo los hilos que darán sentido a sus investigaciones.

Nuevos asesinatos cometidos de diferentes maneras no despistarán al viejo inspector que sabrá identificar a los autores de los crímenes y los motivos que hay detrás de cada uno de ellos, colaborando e implicándose en la trama y en contra de sus mandos superiores.

Opinión:

Conocer a los habitantes de una barriada desde hace tiempo y haber convivido con ellos, sean chulos, carteristas o prostitutas, es un handicap para quien necesita saber de costumbres y escondites. Aunque también es una labor que conlleva compromiso, porque si encierras a alguien en prisión te debes a él asumiendo sus obligaciones: de esta manera el inspector Méndez sigue llevando flores a la tumba de quien recibió su bala perdida o cuidando los perros y periquitos de un dueño encarcelado.

Así consigue el respeto de quienes están al otro lado, cada uno sabe a qué se dedica el otro y mañana te puedo detener o echarte un cable en lo que necesites. La ley no escrita de la calle que a él le funciona y le permite llegar a donde sus superiores y compañeros no se atreven a acercarse.

Si los asesinatos cometidos al principio de la novela destacan por su brutalidad, nuevas muertes confirmarán la sospecha de nuestro protagonista y el entramado dedicado al tráfico de mujeres se irá deshaciendo al tiempo que conocemos que la muerte puede llegar por un acto premeditado o fruto de la casualidad, pero que siempre está a la vuelta de la esquina y que se puede presentar de la forma más bestial o más dulce.

El autor sabe mantener en vilo al lector pues nadie sabe cuál será el próximo paso ni cuándo sucederá, sólo sabe que va a ocurrir pero no se puede imaginar cuál será en esta ocasión la manera de morir elegida por el asesino y si ésta será peor que la anterior.

Bourbon Street, 9 de abril de 2014

29 de març 2014

Memoria del olvido

Félix Angel Moreno Ruiz


González Ledesma (Barcelona, 1927), uno de los grandes cultivadores del género negro en España, ha vuelto. Y lo hace con una novela breve, casi un relato, que ya había aparecido hace unos años en una colección que promocionaba una revista y que ahora publica la editorial Menoscuarto en una cuidada edición. El protagonista de esta historia es Montero, un joven poeta que, en los primeros y terribles años de la posguerra, escribe versos y conspira contra el régimen franquista. Un día, cuando asiste a una reunión clandestina, la policía irrumpe en el local. Montero consigue escapar de la redada, pero recibe un tiro en la cadera. Sangrando, casi arrastrándose, tropieza con un coche en el que viaja una mujer misteriosa que lo recoge y lo traslada a un piso. Allí, además de curarse de las heridas, descubre que Ana, su benefactora, es la esposa de uno de los jefes de la policía encargada de la represión política. Ponce, que así se llama el marido, es un hombre cruel y un fiel servidor de la dictadura, que está dispuesta a utilizar todos los mecanismos represivos para acallar cualquier atisbo de rebeldía. Hastiada de ese mundo y, a la vez, atrapada en él, Ana utiliza el apartamento como un oasis en el que poder escribir y refugiarse de tanta miseria. Allí permanece el poeta mientras sana la herida, oculto, sin poder ver siquiera la calle por temor a ser descubierto. Durante los meses de convalecencia, se inicia entre los dos jóvenes una historia de amor imposible, que se desmorona brutalmente cuando Ponce irrumpe en el piso y viola a Ana mientras Montero está oculto bajo una pila de ropa sucia. El poeta logra huir a Estados Unidos y, años después, con la llegada de la democracia, regresa a Barcelona para reencontrarse con la mujer. Sin embargo, los únicos recuerdos que tiene del piso en el que vivió su historia de amor son un adoquín pintado de azul por una niña, una fachada decorada con estatuas y el sonido del tranvía. Durante varios años, aprovechando las vacaciones, recorre la ciudad con un plano intentado localizar el edificio, que se convierte en una obsesión, en un rayo de luna becqueriano e ilusorio mientras, inexorablemente, va envejeciendo y perdiendo la memoria y el sentido de la realidad. Cuando, por azares del destino, encuentra a la mujer, ya es demasiado tarde para los dos. Un adoquín azul es una historia de decepciones, de sueños truncados por la más amarga realidad en la que la verdadera protagonista es la Barcelona "caótica, convulsa, sucia, viciosa y, por lo tanto, fascinante" de la posguerra. Y es también una novela bien escrita, con momentos líricos de gran intensidad y escenas de extremada crudeza y realismo, llevados con temple por la sabia mano de un maestro curtido en mil y una batallas literarias.
'El adoquín azul'. Autor: Francisco González Ledesma. Edita: Menoscuarto. Palencia, 2014
Córdoba, 29 de marzo de 2014

20 de març 2014

'Pulp': animal de compañía

'El adoquín azul': El periodista y escritor Francisco González Ledesma publica su última novela, un 'thriller' de bella factura que desarrolla una apasionante historia de amor frustrado


Autor recolzat a una bicicleta


Tanto monta, monta tanto, Silver Kane como Enrique Moriel. Sendos seudónimos son los que utilizó el periodista y escritor Francisco González Ledesma para firmar más de 300 novelas de lo más cercano al 'pulp' que hemos tenido en España. González Ledesma (Barcelona, 1927), además, fue uno de los impulsores, junto a Manuel Vázquez Montalbán, de la novela negra de corte social en España. Una parada en su página de wikipedia augura más de una sorpresa acerca de un escritor al que, por desgracia, y como suele ocurrir por estos pagos, no hemos considerado en su justa medida. Pero siempre estamos a tiempo de remediarlo. Y este 'El adoquín azul', su última novela, publicada por la gente de Menoscuarto, aparece en las librerías como la excusa perfecta para adentrarse en un escritor de los de raza.
Conocida es la anécdota de que, en 1948, con tan sólo 21 primaveras, un jovencísimo González Ledesma se alzaba con elPremio Internacional de Novela por su obra 'Sombras viejas', en cuyo jurado se encontraban Somerset Maugham y Walter Starkie. No obstante, al parecer, los censores del franquismo prohibieron su publicación, tildando a su autor de "rojo" y "pornográfico", lo que le sumió en el silencio como novelista durante un buen número de años. Aunque, por fortuna, volvió a la máquina de escribir con la fuerza de un 'tsunami'.
"Rojo" y "pornográfico". No me digáis que no se puede tener mejor comienzo en el mundo de las letras. Y de ahí a las novelas del oeste que leían nuestros padres como si fuesen adictos de unos peculiares 'dealers' denominados 'quiosqueros'. Y, finalmente, a la novela negra con un personaje, el inspector Ricardo Méndez, que se encuentra a la altura de Pepe Carvalho o Plinio. Ahora, después de la última entrega de Méndez, 'Peores manera de morir' (2013), llega esta 'nouvelle' contundente y fresca, rescate de una publicación por entregas hecha en el verano de 2002 en la revista 'Interviú'. Y bienvenida sea esta novela breve -apenas roza las 70 páginas - en la que ni falta ni sobra una palabra y que sirve a su autor para lograr una perfecta metáfora del vacío existencial en que nos encontramos todos.
El argumento bien merece una pequeña parada: Montero, traductor y poeta en una Barcelona de posguerra, es herido en una redada, de la que logra escapar gracias a la ayuda de Ana, la mujer de un feroz jefe de policía. A partir de aquí lo que sigue es un 'thriller' de bella factura y una apasionante y enternecedora historia de amor frustrado. González Ledesma cien por cien, vamos. Uno de los grandes. Otro de los nuestros. Sobra decir que la novela es más que recomendable. Ahí va su arranque para que os hagáis una idea:
De acuerdo, Señor, pero yo no sé si Montero -a quien recuerdo en mi soledad- ha muerto. Yo conocí a Montero en mis años de niño, que, como tú sabes, fueron años de hambre, de muerte programada, de portales oscuros y luces verticales cayendo sobre los barrios de atrás en el barrio donde él y yo nacimos. Montero era algo mayor que yo; supongo que unos diez años. Su tiempo barcelonés también lo has conocido. En su niñez, oyó hablar de los sindicatos en lucha, conoció el somatén y hasta parece que se acordó de ti para rezarte la primera oración de su vida, cuando se encontró entre el fuego cruzado de dos bandas de pistoleros, unos del sindicato y otros de la patronal. De todos modos, a eso, no sé por qué, él lo llamaba el Gran Tiempo, o el Tiempo de las Intensidades.
Montero solía decir, es verdad, que aquella había sido una época irrepetible, y que él había tenido la oportunidad de vivir una Barcelona caótica, convulsa, sucia, viciosa y, por lo tanto, fascinante: fueron, siempre según Montero, tiempos de grandes iniciativas, desde la Mancomunitat al Institut d'Estudis Catalans, desde Puig iCadafalch a Pau Casals, desde la Sagrada Familia a Madame petit. No creas, sin embargo, que Montero fue un cínico, al unir cosas tan dispares. Él amaba aquella Barcelona en su infinita variedad, su lucha, su imaginación y su pestilencia. Hay que decir en su honor que a Montero le interesaban más la Biblioteca de Catalunya y los versos de Salvat Papasseit que todo lo demás, porque Montero, Señor, era un poeta. Quiero decir que al margen de trabajar casi diez horas al día como traductor, ir de vez en cuando al Ateneo (donde solía integrarse, con una devoción religiosa, al círculo de Pompeu Fabra), buscar documentación en las bibliotecas y amar con la mirada a las gentes de las calles, Montero escribía cosas que se iban con el aire de la ciudad, cosas dedicadas a la nada.
Supongo que tú no estás demasiado al corriente de la poesía, Señor, en especial la religiosa, que tiene efectos narcotizantes de suma gravedad, pero aun así Montero hubiese debido merecer tu atención, o tu lástima. Montero escribía sobre cosas tan perfectamente frágiles como las calles que cambian y las mujeres que envejecen, y supongo que eso hizo que no se le considerara nunca un poeta de valores permanentes, al revés de lo que ocurre con los sabios que te cantan a ti, Señor, a la patria o a la madre, inversiones espirituales siempre seguras y que Montero desdeñó. Yo no sé si fue un gran poeta, pero imagino que debió de serlo, porque no lo cita ninguna antología y porque alguna vez, sin embargo, he oído sus letrillas en la calle, en boca de alguna vieja que aún las recuerda. Montero interpretó la luz de los portales, la risa de los niños, el llanto de las mujeres y la mirada de los perros, es decir, hizo un trabajo perfectamente inútil sobre cosas pasajeras de las que ninguna historia se acuerda.
Marga Nelken, El Mundo, 20 de marzo de 201

19 de març 2014

González Ledesma, un impostor muy legal

Antonio G. Iturbe

L'autor al llit, amb gavardina i barret a la mà

González Ledesma es un trilero. Agita las manos para que no sepamos dónde está la bolita. Pero a los lectores de siempre no consigue engañarnos: él finge que escribe novelas policíacas o novelas sociales… pero lo que de verdad escribe son poemas. Poemas en prosa, a pie de calle, sin otra rima que el vaivén de las vidas, de una belleza que no excluye ni la rabia ni el peso de las decepciones. Hay más poesía en un párrafo de cualquiera de sus libros cogido al azar que varias obras completas de poetas muy engolados y laureados.
En la oportuna reedición de El adoquín azul (Menoscuarto) muestra, una vez más, que estamos ante el gran cronista de la cara oculta de Barcelona, un escritor de la altura de Juan Marsé. Las comparaciones son odiosas (o simplemente bobas), es verdad, pero vale para situar la liga en la que juega. El partido de calle donde la vida no es un juego. Y es que el padre del detective Méndez es un merodeador incansable de la trastienda de Barcelona, de los barrios bajos donde la ciudad rutilante lava sus trapos sucios y tiende los felpudos donde los que pisan fuerte se limpian los zapatos.
Nos cuenta una historia de Montero, un poeta “que escribía sobre cosas tan perfectamente frágiles como las calles que cambian y las mujeres que envejecen”. Simpatiza con los izquierdosos y se ve envuelto en una redada ordenada desde la comisaría de Vía Layetana. Al tratar de escapar, recibe un disparo en la cadera que lo deja mal herido. Cuando está a punto de desmayarse en plena calle y quedar a merced de la policía, se le abre una puerta, la de un coche que lo hace subir y se lo lleva de allí. Despierta en el piso de su rescatador, que es rescatadora: una mujer bondadosa, que escribe en ese piso porque es escritora y que, encima, es la esposa del comisario Ponce que ha ordenado la redada. Le asquea lo que hace su marido y por eso ha querido ayudarlo, aun poniéndose en riesgo. Lo ayuda a escapar vendándole los ojos y haciéndolo pasar por ciego. No quiere que sepa dónde está ese piso para que nunca regrese a buscarla y ponga su vida en peligro. Lo deja en un tren con destino a Francia y desaparece. Montero pasará el resto de su vida tratando de encontrar a esa mujer que tanto le dio.
Un libro que te transmite esa serena decepción que probablemente tengan que tener todas las vidas decentes. Dentro de algunos años, únicamente podrá saberse a través de sus libros cómo era de verdad esa Barcelona de las malas calles, que a veces son las buenas.
Que Leer, 19 de marzo de 2014


El sabio vientre de la mujer

"Estamos hechos de una mujer y seguramente una mujer nos cerrará los ojos".

Francisco González Ledesma en entrevista con Fernando Sánchez Dragó.

Esta nouvelle es esencia del talante literario de González Ledesma. Publicada por primera vez hace poco más de diez años, la historia de un voluntarioso joven poeta y traductor salvado por una misteriosa mujer en la Barcelona de posguerra tiene, me atrevo a decir, alcance de leyenda, o de alegoría. El libro formaba parte de una colección ideada por la revista Interviú y es un acierto que la editorial Mennoscuarto lo haya recuperado.   

Con el personaje de Montero, traductor y poeta perseguido por las fuerzas del orden -o por los triunfantes esbirros del régimen-, Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927) descubre el velo de la indefensión, la de un hombre que puede ser salvado por una mujer, pero para que esto ocurra tiene que tener -hermosa imagen- los ojos vendados. No sabe en dónde está, y en parte ya no sabe quién es.

A Montero, en medio de una estampida, herido de bala y a punto de caer, una desconocida lo llama desde un coche y lo conmina a entrar en el interior. Poco después ella lo oculta en su estudio privado, un lugar en donde su marido -nada menos que un jefe de policía de los peores- no entra, porque ese el lugar en donde ella es quien es: una escritora con habitación propia, en tiempos en que, como describe aquí Ledesma con su dosis de sorna y mala leche, las mujeres carecían de tal privilegio, o escribían en la cárcel, porque tampoco podían hacerlo en la mesa de un bar; eso era de marxistas.

Esto es lo que se debe contar de la historia, cuyo prodigio consiste en la gran elipsis que se impone de principio a fin: los largos e interminables años venideros, sin sosiego ni retorno. La vida hacia adelante sin pistas ni señales (y a la larga sin memoria). En menos de ochenta páginas, las que abarcan aquel obligado cautiverio en el lugar más valioso que aquella mujer podía ofrecer -su más preciado yo interior-, está la acritud y la tristeza que habitan las páginas de la serie protagonizada por el viejo policía Méndez. Los tiempos de penuria (y la historia de este país) que marcan de por vida. Y la licencia poética de este señor que se permite hablar durante todo el relato en persuasiva segunda persona, hablándole a un especial dios sin religión. Si alguien viera un adoquín azul, no dude en quedarse con él y, sobre todo, no se le ocurra olvidarlo.

El adoquín azul
Francisco González Ledesma
Menoscuarto
74 páginas
11 Euros

Las damas conversan sobre el crimen, 19 de marzo de 2014


17 de març 2014

EL EXPEDIENTE BARCELONA (Francisco González Ledesma)

Coberta del llibre

EL AUTOR

Francisco González Ledesma (Barcelona, 17 de marzo de 1927), periodista, guionista de historietas y novelista español especializado en el género policiaco. Junto a Manuel Vázquez Montalbán y el pequeño grupo, reunido en torno a la Semana Negra de Gijón, está considerado como uno de los principales impulsores de la novela negra de corte social en España. Es padre del periodista y escritor Enric González.

Con cinco años ya contaba historias a cambio de merienda en el patio del colegio público donde acudía. Su madre era una modista de Poble Sec, barrio popular de Barcelona, y marchó a Zaragoza, a casa de una tía que también cosía, para estudiar en un colegio religioso de cuyas sórdidas relaciones curas-alumnos dejó constancia en su libro Tiempo de venganza.

En 1941, ocuparon su lugar otros de sus hermanos y volvió a Barcelona, al barrio de Poble Sec. Cursó el Bachillerato en los duros Escolapios y en el instituto Balmes; en este último encontró profesores que le enseñaron y estimularon, como Guillermo Díaz-Plaja; la tía de Zaragoza sufragaba los estudios siempre y cuando no hubiera suspensos. Ya entonces comenzó a llevar originales a la Editorial Molino. Novelista precoz, se inició escribiendo guiones de historietas para la editorial Bruguera y novelas del Oeste que entrega a un ritmo de una a la semana, bajo el pseudónimo Silver Kane, lo que le proporciona oficio y recursos literarios, además de permitirle costearse la carrera de Derecho.

Obtuvo en 1948, con solo 21 años, el Premio Internacional de Novela, instituido por el editor Josep Janés por su novela Sombras viejas y en cuyo jurado se encontraba Somerset Maugham y Walter Starkie. Sin embargo, la censura franquista prohibió su publicación, tildando a su autor de "rojo" y "pornógrafo", lo que le sumió en el silencio como novelista y le llevó a dedicarse primero a la abogacía y, después, al periodismo, en el Correo Catalán y, durante 25 años, en La Vanguardia, donde llegó a ser redactor jefe. Ambas profesiones le proporcionaron un buen conocimiento de la sociedad, de las calles de Barcelona, de los políticos y del mundo de las finanzas, que utilizaría en sus futuras novelas.


Continuó, mientras tanto, con su producción historietística. En total, habría compuesto unos trescientos títulos bajo el seudónimo de Silver Kane (de los que "Grafito", publicación especializada en cultura popular, comprobó que la Biblioteca Nacional sólo conservaba tres en 1986).  En su tiempo libre, escribió Los napoleones (que también fue prohibida), Las calles de nuestros padres y Expediente Barcelona (finalista del Premio Ciutat de València, en 1983), que solo pudieron ser publicadas con la transición política a la democracia. En 1984 recibió el Premio Planeta por Crónica sentimental en rojo lo que le supuso notable popularidad y muchos ánimos para seguir escribiendo.
Su novela Expediente Barcelona fue traducida y publicada por la prestigiosa editorial francesa Gallimard, lo cual le proporcionó un prestigio y éxito editorial en Francia muy superior del que goza en España, hasta el punto de que sus nuevas novelas aparecen publicadas antes en el país vecino. El protagonista de sus novelas, el comisario Ricardo Méndez, mezcla de escepticismo y pundonor, sigue los cánones del relato criminal. Méndez aparece por vez primera precisamente en Expediente Barcelona e inaugura una serie novelística que, junto a la propia ciudad de Barcelona, constituye el nexo central de sus novelas. El 23 de julio de 2009 a las 19 horas, frente a su familia, admiradores y las autoridades locales, descubrió una placa que conmemora el nacimiento del brillante autor. En la calle Tapioles número 22 aprendió a vivir, a ser honesto y a empeñarse en su trabajo -González Ledesma dixit-. Agradecido y emocionado ha hecho gala de una gran sencillez y no poco compromiso con el complicado barrio de Poble Sec, el que recorre Méndez y que vio nacer al escritor. El 9/10/09 recibe La Medalla de Oro de la ciudad de Toulouse (Francia)y además participó en el 1r Festival des Littératures Policières organizado por Toulouse Polars du Sud, que preside el especialista francés Claude Mesplède. Ha sido objeto, por parte de Jordi Canal Artiga, de un dossier de prensa él y el 24 de noviembre asistió al encuentro con los lectores de los clubs de lectura de Novela Negra de la Bóbila en Hospitalet (Barcelona). Citado por su lucidez definitoria de los delitos por el Director de la Oficina Anticorrupción de Cataluña, y fiscal, David Martínez Madero el 4/2/2010 en una mesa de la BCN Negra 2010 sobre la corrupción. Al día siguiente él mismo participa reivindicando a Terenci Moix como escritor de dos novelas negras.

EL LIBRO



  • Nº de páginas: 318 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Editoral: LA FACTORIA DE IDEAS
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788498002843



  • Al despacho de un abogado de cuarta acuden a solicitar unas comprometedoras pruebas de paternidad, que implican a Ramón Masnou, hombre influyente de la burguesía catalana conectado con peligrosos revolucionarios. Abierto el tarro de las esencias, pasearemos por la Barcelona de los meublés, los antros, los cines de sesión doble, y por las cárceles... Todo ello para destapar una trama con la que recorreremos la historia de la Ciudad Condal desde la sufrida posguerra hasta una Transición que quizás ha sido asumida con cierta ingenuidad. Aquí podremos saborear el sexismo de Henry Miller, un cierto humor grotesco y, ante todo, una precisa recreación del ambiente de los barrios.

    Expediente Barcelona tiene el valor de la confesión sincera. 

    IMPRESION PERSONAL


    El expediente Barcelona, publicada originalmente por la editorial Júcar en 1983, supuso la primera aparición del personaje de Méndez, el policía ambiguo y escéptico creado por González Ledesma que protagonizaría gran parte de su obra policiaca posterior. En los escasos pasajes de la novela en los que aparece, ya aparecen trazados con intensidad los principales elementos que iría con el tiempo desarrollando su autor. Además de Méndez, en la obra ya está presente el otro gran elemento de las producciones de Ledesma: Barcelona. Las calles de la ciudad condal son el escenario en el que se desarrolla toda la novela, que introduce también el habitual gusto del autor por la creación de personajes de los ambientes periodístico y judicial, los que frecuentó el escritor en su actividad profesional.
    Bar Ibiza, en la Calle Tapioles, del Poble Sec, barrio popular de Barcelona
    Toda la novela presenta un tono desencantado análogo al que se puede encontrar en otros autores como Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín o Juan Madrid. Con su carácter escéptico y crítico, la obra muestra la frustración de toda una generación ante las transformaciones sociales, políticas y económicas producidas después de la muerte del dictador y ante la constatación del fracaso de todo el idealismo utópico que rodeó los primeros años de cambio político, personificado en el tratamiento del personaje femenino principal. Junto a este desengaño, el libro aparece dominado por un continuo viraje hacia el pasado, como si sólo en la memoria (aunque no, evidentemente, en la memoria del franquismo, sino en la de la época en la que los ideales y las banderas aún tenían algún significado) encontrara el autor el consuelo ante el frustrante devenir de la sociedad española tras la muerte de Franco. La importancia de la memoria se vertebra a través de la constante conexión de los hechos novelescos tratados con un pasado que los explica y da sentido, poniendo así de manifiesto que toda novela policial y toda investigación son, casi siempre, una reconstrucción del pasado.
    Masía en Tossa de Mar, Costa Brava, similar a la que tenía la familia Masnou
    En El expediente Barcelona Ledesma nos llevará a los barrios de Barcelona que tan bien conoce, como no podía ser de otro modo, para descubrirnos las entretelas de un caso de terrorismo en el que aparecen vinculadas figuras de la burguesía catalana y los nuevos sindicalistas del posfranquismo en una historia hilvanada con una fina ironía, con el profundo desencanto de los que abandonaron sus ideales y con un amor interesado e inconstante.

    En la novela se palpa el conocimiento que tiene el autor sobre el mundo del periodismo, de la abogacía y del movimiento obrero en la Barcelona de la época (no hay que olvidar que este abogado, dedicado a la literatura desde su juventud a pesar de ser censurado por el franquismo, tuvo que trabajar para Bruguera como escritor de novelas populares y como abogado de la editorial, y que además llegó a ser redactor jefe de La Vanguardia), y constituye un fiel reflejo de la sociedad barcelonesa de aquel entonces; un ejemplo en toda regla de la novela negra de corte social en España que conviene no perder de vista.

    Nihil Obstat, 17 de marzo de 2014