30 de gen. 2008

Francisco González Ledesma: “El corazón dolorido de la ciudad me sale sin que yo lo busque”

Juan E. Tur

Ha vivido el anonimato, el éxito, el olvido, de nuevo el éxito... Las canas pueblan su cabello y las arrugas su rostro. Y esto, viéndolo de lejos, y relacionándolo con la crudeza de algunos pasajes de sus obras, pueden llevarte a pensar que estará de vuelta de todo, que será inaccesible. Pero sólo hay que cruzar dos palabras con él para ver que no es así. La circunspección se torna alegría y su rostro, animado por la conversación y con la suma del brillo que cobran sus ojos al hablar con emoción de su profesión, le hacen parecer más joven de lo que es. Porque Francisco González Ledesma, a pesar de cargar a sus espaldas más de cuatrocientas obras, muchísimas de encargo y otras por pura vocación, todavía mantiene intactas las ganas de escribir. La excusa para la conversación fue su última obra publicada, Una Novela De Barrio, con la que ha recuperado a Méndez, su personaje más celebrado, y regresado a su género favorito, el negro. Pero fue también eso, una excusa para saber más de un autor que decidió escribir para contar la historia y las experiencias de sus vecinos más humildes, vecinos con los que parece sentirse todavía en deuda.

Méndez vuelve a patear las calles en Una Novela de Barrio y cabe decir que goza de una salud de hierro, porque ya se estaba jubilando cuando protagonizó Crónica Sentimental en Rojo en el 84.
Bueno, él siempre ha estado en la calle, y su salud milagrosa quizá se deba a que en ella siempre ha encontrado motivos para vivir, a pesar de que coma muy mal frecuentando restaurantes que están a punto de cerrar por orden de Sanidad. Pero a pesar de eso goza de buena salud, en parte porque tiene ilusión, en parte porque la ciudad le mantiene vivo. Siempre está a punto de jubilarse, pero siempre lo va aplazando. No le dan casos importantes sino casos miserables, pero es precisamente en ellos donde encuentra la auténtica humanidad de la calle.
Hablamos de la calle, porque sus novelas, las que protagoniza Méndez, son una especie de crónica de una ciudad, Barcelona, que como la describe está desapareciendo.
Pero que es una Barcelona auténtica. No es la actual, pero es la que ha sido, y yo soy testigo de ello. Es la Barcelona de mi juventud y de mi madurez, de mi vida como periodista y de mi vida como abogado. Pero es una ciudad que está siendo cambiada por dos fenómenos en cierto modo inevitables. El primero sería el capitalismo salvaje, que se traduje en derribar casas viejas para hacer otras nuevas, echar abajo barrios enteros, tirar a gente de sus casas, permitir que barrios enteros se arruinen para especular con ellos… El otro sería la inseguridad de la gente, el carecer de un empleo seguro, las hipotecas que no se pueden pagar… Todo eso hace que Barcelona sea ahora una ciudad más cruel que antes, ya no es tan alegre como era. Por otro lado la fisonomía de los barrios también está cambiando con la inmigración. Ésta ha hecho que barrios enteros, como Poble Sec, en el que yo nací y que era un barrio de republicanos y de anarquistas, ahora sea un barrio de sudamericanos y de marroquíes, que son gente que trae otros recuerdos, otras inquietudes, y cambia completamente el panorama. En este sentido los barrios están desapareciendo, y Méndez los recuerda como han sido, tal como los recuerdo yo. Todo esto recuerda una cierta nostalgia, a pesar de que eran tiempos en los que también era muy cruel vivir, pero había una definición que era muy del país, y que ahora se ha perdido.
Sonríe mientras lo cuenta y me confirma la impresión que ya me daba en sus libros; el romanticismo con que trata la degradación de los barrios, a las viejas clases marginales…
Es romanticismo y al mismo tiempo nostalgia, porque son los barrios de mi niñez, los barrios en los que yo descubrí el mundo, y, sobre todo el Poble Sec, el lugar donde yo viví la guerra y una serie de cosas que mejor sería no recordar, pero que te marcan el carácter. Donde vistes gente que lloraba por una bandera, dispuesta a que le mataran por un ideal, gente que trabajaba y tenía su orgullo en el trabajo… la clase obrera en toda su nobleza y su grandeza. Después vería la posguerra, la gente que desaparecía porque la fusilaban, las mujeres que se tenían que prostituir porque les habían matado al marido… Toda la amargura de los barrios se me metió muy adentro y eso lo recuerdas porque te ha formado la vida. No es que lo recuerdes con nostalgia, que es una palabra muy ambivalente. Yo recuerdo aquello, no porque desee que vuelva, porque aquello no era vivir, sino porque me marcó. Formó parte de mi vida y de mi pasado, y seguramente son cosas que pocos las hayan vivido como yo. Y por eso para mí son como un pequeño tesoro sentimental. En ese sentido sí que existe cierta nostalgia, pero no porque el barrio sea mejor o peor.
Es por esto que me cuenta por lo que en sus libros aparecen tantas prostitutas de buen corazón…
Sí, yo como periodista y como abogado he conocido gente de toda clase. He defendido a muchos delincuentes, a muchas prostitutas a las que aplicaban la ley de peligrosidad social que rigió durante el franquismo. Y te diría que la mayoría de ellas eran gente de buen corazón, gente que merecía una defensa y una consideración. Siempre ha habido en mis novelas esa mujer que se veía forzada a practicar el sexo, que vivía como no hubiese querido vivir… pero siempre tenía una justificación, siempre había tras de ellas un rincón sentimental. Y eso es verdad, yo lo he conocido, y ese corazón dolorido de la ciudad me sale sin que yo lo busque.
Ha nombrado su pasado como periodista. ¿Coincidió en esa etapa con algún Amores? Un personaje como ése no puede existir.
Sí, sí que existió, aunque no exactamente igual. Méndez ya he comentado alguna vez que es una mezcla de cuatro policías que conocí, y Amores también existió. Era un tío al que todo le salía mal. Su padre tenía una fábrica de tinta y él provocó sin desearlo un accidente que acabó con la vida de su padre, que se ahogó en ella. Luego trabajó de distribuidor en un colmado en los tiempos del racionamiento y por su culpa también acabaron cerrándolo. Ese hombre era la mala suerte personificada e inspiró el personaje.
Incidiendo en el periodismo, fuera de Cataluña, es una faceta suya no muy conocida. ¿Cómo llega a ejercer la profesión?
Llego por auténtica vocación. Cuando yo era muy niño vivía conmigo realquilado un periodista muy pobre de La Vanguardia, que era tío mío carnal, y que despertó en mí una vocación periodística tremenda. Me despertaba a las tres de la mañana y me llevaba a ver las rotativas de La Vanguardia. Y aquellas máquinas monstruosas, aquel mundo, me parecía de película americana. Aquel mundo de la noche, aquello de que los periodistas lo supieran todo antes que nadie, todas esas cosas me fascinaban y siempre quise ser periodista. Lo que pasa es que en aquella época, con Franco, un periodista era un funcionario del “régimen”, había que jurar principios de fidelidad al “movimiento”, y yo no quería. Entonces, cuando surgió la “ley Fraga” en 1966, dulcificando un poco la profesión, estudié periodismo como alumno libre, me iba a examinar a Madrid, y me fue muy bien. Saqué el numero uno de mi promoción en toda España y encontré trabajo enseguida. Primero fui redactor jefe del Correo Catalán, que era un periódico muy liberal, muy abierto, y luego de La Vanguardia, que era entonces el primer periódico de España. Allí fui muy feliz, he trabajado como un hijo de puta, pero he sido muy feliz.
Redactor jefe, de buenas a primeras.
Fui redactor jefe de nacional primero, después de todo el periódico, coordinando todas las secciones, y finalmente, editorialista. Lo que pasa es que, como no firmabas, no te conocía nadie, y finalmente pedí que me dejaran hacer calle, por lo que mis últimos años puede estar a pie de calle. Y fui muy feliz, porque en el oficio de periodista lo bonito es conocer a mucha gente, vivir muchas situaciones que no te esperas…
Veo que es usted un romántico en todos los sentidos.
Soy muy sentimental, sí, y en el periodismo también lo he sido. He sido muy feliz y siendo periodista de noche, como yo había soñado.
¿Hace cuánto que lo dejó?
Al final me jubilé. Lo alargué un año pero al final tuve que dejarlo. Me decían “al final te vas a morir en la mesa”, y es verdad (risas), acabaría haciéndolo. Pero sigo teniendo un programa de televisión, un programa de radio, una columna en El País, de modo que sigo ejerciendo de periodista, que es lo mío y lo que amo.
Y en el plano literario vive una segunda juventud…
Vamos a llamarlo así (risas)…
Se lo comento porque en mi caso particular recuerdo haber tratado de encontrar, hará una década y a raíz de haber quedado prendido por Crónica Sentimental En Rojo, alguna de sus obras y haber sido incapaz de conseguir ninguna. Ahora, en cambio, es difícil no darse con alguna al ver las estanterías de novedades en las librerías.
Es algo que no depende de uno. Yo antes trabajaba lo mismo que ahora. Lo que sucede es que una novela de un éxito notable, marca también a los editores y de repente quieren publicártelo todo. Cuando eres un autor digámosle normal, cuando se agota una edición el editor piensa: “¿Cuántos libros más voy a vender? ¿Dos mil? Entonces ya no me interesa”. Así que medida que se agotan las ediciones de cada libro la gente ya no los encuentra. Pero cuando una novela como La Ciudad Sin Tiempo tiene un éxito considerable, se hacen tantas ediciones que el editor se preocupa de que esté siempre en las librerías. Y cuando ésta ha salido, como Méndez ya es un personaje consagrado, el editor ya tiene más interés. Depende de la actitud comercial del editor.
Pero poco antes de que saliera La Ciudad Sin Tiempo, de repente los libros de Méndez regresaron a las librerías. ¿Alguien puso interés en ese retorno?
En realidad nadie puso interés excepto yo. Yo he estado escribiendo constantemente sobre Méndez, dando noticias sobre él y hablando constantemente con los editores, y eso hizo que el personaje cobrara nueva vida. Si yo no hubiera trabajado mucho posiblemente no hubiera vuelto, pero cada dos años intenté publicar una nueva obra con el personaje. Y cada vez han ido teniendo más éxito. Sí es verdad que al principio el Planeta lo consagró, pero La Dama De Cachemira también es muy buena, aunque es verdad que después de sacar tres ediciones por libro desaparecían. También hubo otros como Historia de Dios En Una Esquina, que tuvo menos éxito y sólo tuvo una edición, pero para mí es una novela muy buena. Después he ido trabajando continuamente y al tener más nombre los editores me han hecho más caso. Ahora tengo tres novelas en el mercado. Nunca me había pasado.
Una de ellas es La Ciudad Sin Tiempo, que ha supuesto un hito en España por la estrategia de marketing con que se lanzó. Pero ¿cómo surge su implicación en ella?
Es una novela que yo ya había imaginado hace más de diez años. La idea original viene cuando yo estaba haciendo una novela de aventuras en la que salía un vampiro. Entonces pensé en lo interesante que sería que un vampiro, que por definición nunca muere, viviera siempre en la misma ciudad, por lo que conocería toda su historia, todos sus personajes y todos sus secretos. Así es como decidí situar al vampiro en Barcelona, empezando en un prostíbulo de la Edad Media en que las prostitutas eran esclavas, y a partir de ahí contar toda la historia de la ciudad, que es una historia auténtica. Todos los hechos están comprobados y documentados, desde los edificios hasta los discursos de los personajes históricos. Es una novela histórica perfectamente documentada.
Y este éxito editorial, ¿le anima a seguir por la senda de la novela histórica?
No, no. En realidad, si quieres que te diga la verdad, nunca he perseguido el éxito comercial; he escrito lo que buenamente tenía en la cabeza, lo que me llamaba la atención y lo que en cierto modo justificaba mi vida. Me digo, “tienes que escribir esta historia porque si no no vas a sentirte completo”, y entonces la escribo. La novela comercial he tratado de no hacerla, o quizás no he sabido. Pero esta novela creo que salió bien y creo que coincidió con un momento en que la novela histórica funcionaba bien. Esas dos coincidencias hicieron que saliera tan bien. Pero el editor no creas que puso más o menos interés; vio que se podía vender.
Y usted le ofreció la novela…
Y él vio en seguida que había mercado. Pero me pidió que la firmara con pseudónimo para que la gente no creyera que se trataba de una novela negra, ya que no lo es.
Y el pseudónimo que utilizó es el nombre del protagonista de su primera novela.
Sí, de Sombras Viejas, la novela que me prohibió la censura cuando yo tenía veinte años. Pensé en unir mi juventud llena de esperanzas con mi vejez que ya no tiene esperanza alguna. Por eso puse el nombre de Enrique Moriel, que fue el primer personaje que creé.
El éxito de la novela ha propiciado que ahora Enrique Moriel sea conocido, porque también se acaba de Sombras Viejas.
Sí, se había editado en Francia con mucho éxito, pero yo no me había atrevido a editarla aquí posteriormente por una razón que te puede parecer muy idiota. Yo la veía como una novela tan romántica, tan pura… A pesar de que la prohibió la censura, la escribí con un respeto a la mujer, con un respeto al amor, con tanto idealismo, pensaba que ahora, que nos hemos hecho tan materialistas todos, la gente no la iba a entender. Pero cuando se publicó en Francia con éxito el editor me convenció para sacarla aquí y, la verdad, está siendo muy bien acogida. Creo que es muy auténtica. La escribí con diecisiete años, y si eso no es auténtico…
¿Y qué le impulsó a escribir novelas tan joven?
Fue una cosa natural, un instinto que me salía de dentro. Yo sólo entendía mi vida justificada si escribía algo. Yo ya vivía en un mundo en el que pasaban muchas cosas y donde vivía mucha gente maravillosa, que serían olvidadas si alguien no las escribía. Que el barrio se destruiría y nadie habría explicado cómo era antes. Creo que pensé que ésa era mi misión en la vida: que si de esa gente a la que habías visto morir en un portal agarrado a una bandera no iba a hablar nadie, escribiera yo de ella. Eso fue lo que me motivó a escribir y además fue mi vocación, porque yo era feliz escribiendo, sentía como si no trabajara y al tiempo me sentía realizado.
Pero la censura de su primera novela marcó su nombre y, para seguir escribiendo, tivo que hacerlo con pseudónimo.
Sí, me dijeron que mientras viviese el “caudillo” no publicaría nunca, y me lo comunicaron oficialmente. Y como yo provenía de una casa muy pobre y mi padre estaba parado en una época en que no había subsidio, me vi forzado a trabajar de lo que fuera. Así, cuando en la editorial que trabajaba haciendo guiones para cómics, me propusieron escribir novelas de aventuras, aunque debería hacerlo con pseudónimo para evitar la censura y también porque, con el apellido González, decían que no me creería nadie. De modo que me inventé el nombre de Silver Kane, y lo que tenía que haber durado dos años duró casi veinte.
En el diario de la Semana Negra de Gijón de 2004 venía una doble página con una relación de todos los títulos de sus obras, y casi no cabían a cuerpo 6.
Es verdad (risas). Creo que habré publicado unas cuatrocientas novelas, entre policíacas y del oeste.
¿Y cómo se puede ser tan prolífico?
Por dos razones. Una de ellas, la necesidad: las pagaban muy mal y para llevar un jornal medio decente a casa debía escribir varias novelas. Normalmente escribía una a la semana. La otra, que en el fondo notaba que me estaba haciendo escritor mientras escribía aquello. El tener que aprender a hacer novelas que fueran interesantes desde la primera página, que fuera en lo posible distinta a todas las demás, a la que añadiera todas las técnicas literarias que fuera conociendo e inventando… todo aquello noté que me perfeccionaba como escritor. Y por eso seguí, me di cuenta de que Silver Kane era mi maestro.
Dice que se las pagaban muy mal. ¿La SGAE se ha encargado ahora de recompensárselo?
No, qué va. Bruguera, que era la editorial, trató de reeditarlas sin pagar. Era muy cruel. Pero aunque le saqué provecho, porque me permitió vivir, terminar la carrera, casarme… y esto muy agradecido a las novelas, individualmente las pagaba muy mal. Tuve que escribir mucho para poder vivir.
Recientemente se ha reeditado alguna.
Sí, Grupo Z reeditó alguna, y la Factoría de Ideas me pidió que le cediese los derechos temporales sobre tres novelas policíacas, una de ellas titulada Recuérdame al Morir, y las ha publicado ahora en forma de libro.
Y después de haber escrito tan deprisa, ¿cómo pone ahora el freno? ¿Le ha quedado algún tic de aquello?
No, ahora no escribo deprisa. Como mucho hago tres o cuatro páginas al día como máximo, porque quiero meditar cada página, hacerlo con mucho cuidado. Pero antes es verdad que no, me guiaba por puro instinto, y si salía bien era porque lo llevaba dentro. Ahora no, ahora me gusta meditarlo.
No sé cómo podría dormir.
Te acostumbras a todo, incluso a no dormir. Por la mañana trabajaba de abogado, por la tarde de periodista y por la noche hacía de Silver Kane, porque tenía contrato. Y después de todo eso, los domingos, escribía lo que yo llamaba “novelas para mí”, novelas que yo quería firmar con mi nombre y que reflejaban la realidad de cada día. Novelas que son el germen de lo que conocéis ahora.
Bueno, finalmente consiguió en los años ochenta el reconocimiento con novelas ya firmadas con su nombre, con el punto álgido del Planeta del 84 para Crónica Sentimental en Rojo. Era una época en la que parecía que la novela negra iba a triunfar y consolidarse como un género de éxito en España, pero finalmente no fue así. ¿A qué cree que se debe?
Hubo un gran escritor de novela negra que también ganó el Planeta, que fue Manuel Vázquez Montalbán, y que marcó una época. Y parece que tras su muerte el puesto quedó un poco vacío. Era un gran amigo mío. Los dos éramos periodistas, los dos éramos de grupos de resistencia antifascista y creo que llegamos a marcar una época. Pero creo que en este momento la novela negra tiene ya no sólo un gran valor social, sino también literario, porque es la que mejor describe la sociedad, la que analiza el mundo real… Yo creo que es la más auténtica, la más directa, y al tiempo, la más divertida. Creo que ahora pasa un buen momento y prueba de ellos es que los editores lanzan colecciones de novela negra de una gran dignidad.
De todos modos creo que otros países europeos tienen una mayor consideración por sus escritores, que los españoles con los nuestros.
Es posible. En realidad la literatura en España es una literatura de pobres gentes, de autores que están dispuestos a escribir mucho y a cobrar poco porque son vocacionales. Francia en cambio es un país con muchos más lectores y hay más actividad editorial, por lo que los editores están dispuestos a pagar mejor y la literatura es más profesional. Aquí sigue siendo más vocacional, porque si no tienes esa vocación para lo que te pagan no vale la pena. Es diferente un premio, aunque también te vale para una vez, no para todas.
Tenerle delante y no preguntarle por los colegas que más le atraen sería un crimen. Cuénteme qué escritores del género le atraen más actualmente.
Pues además de mis colegas españoles, que los leo a todos, y de mi formación literaria, que viene básicamente de los clásicos franceses, como novelistas me gustan Frédéric Dard, que fue un escritor extraordinario; Andrea Camilleri también me gusta mucho… ManKell me gusta también, pero en sus ambientes, de levantarse a las cinco de la mañana y tomarse seis cafés seguidos, yo no entro. Me cuesta, yo soy mediterráneo, pero me parece un autor interesantísimo. A mis colegas europeos los respeto muchísimo, pero también hay que recordar que la formación es norteamericana, viene de la Gran Depresión, de los pulp, de Dashiell Hammet, que es uno de los grandes maestros… Pero bueno, ahora todo eso ya ha sido superado y ahora me interesan los maestros europeos.
En los que se podría diferenciar una especie de corriente mediterránea.
La hay, sí. Es una novela de las calles, porque se puede estar en ellas, mientras que el estilo de Mankell es de habitación cerrada, cambia mucho el ambiente.
Pues con este regreso a la calles lo dejamos, sólo preguntándole finalmente por su próximos planes.
Mira, estoy trabajando como un cabrón en una novela que me ha ocupado todo un año y que ya tenía mucho interés en acabarla y que había comprometido con Planeta (porque cuando RBA me publicó Una Novela de Barrio a Planeta le dio como un ataque de celos). No se trata de una novela negra, pero que estoy contento de cómo me está quedando y espero que sea un gran triunfo. Por lo pronto he hecho cuatrocientas páginas en un año. Eso es trabajar como un cabrón.
Sólo una cosa más, aunque le preguntaría veinte mil. Si se llevara de nuevo al cine una novela de Méndez, ¿quién le gustaría para su papel?
Ya se llevó Crónica Sentimental en Rojo y José Luis López Vázquez hizo el papel, aunque la tenía que haber protagonizado Paco Rabal, que tenía un punto más de cinismo.
Su rostro es el que más se parecía a la imagen que yo me he formado del personaje.
Habría sido fantástico y la verdad es que llegamos a hablar con él y estaba encantado, pero estaba rodando otra película. Y aunque se ofreció a rodar las dos a la vez, al director no le pareció lo más adecuado. De modo que finalmente el papel lo hizo José Luis López Vázquez, que lo hizo muy bien. Aunque el punto de cinismo era de Paco Rabal.

Fondo de Catálogo, 30 de enero de 2008

29 de gen. 2008

Ledesma: «El espíritu de solidaridad de los barrios ha desaparecido»

El escritor catalán repasó en La Felguera las claves de su obra y sus recuerdos de infancia en Barcelona

M. Á. G.

Los desiertos de Texas, las estampas de la posguerra en España y los rincones escondidos de los barrios de Barcelona desfilaron el pasado viernes por la Casa de Cultura de La Felguera para dibujar el telón de fondo de la charla ofrecida por Francisco González Ledesma. El escritor catalán -curtido durante años en las novelas del Oeste y especializado después en el género negro- presentó su libro «Una novela de barrio» en un acto organizado por la Asociación Cauce del Nalón en colaboración con el Club La Nueva España en las Cuencas.
A lo largo de dos horas que parecieron un suspiro, González Ledesma habló de su infancia, de las claves de su obra y del sentimiento de orfandad ante la pérdida del espíritu de las calles entendido en su forma tradicional. «Antes en el barrio todos cuidaban de los hijos de todos. Existía un sentimiento de solidaridad que ha desaparecido», indicó. El autor catalán rememoró, además, los problemas con la censura franquista, que prohibió algunas de sus obras por «rojo» y «pornógrafo».
González Ledesma aludió a sus problemas con los personajes femeninos -«los pienso de una forma y me salen de otra»- y la ocasión en que Hitchcock se interesó por llevar al cine una de sus películas. Finalmente, el gremio de guionistas lo presionó para que no contratara a un autor extranjero. «Estuve a punto de ser rico, pero no pudo ser».

La Nueva España, 29 de enero de 2008

25 de gen. 2008

La literatura me salvó la vida

Alejandro Gallo

Esta sentencia, aparentemente exagerada, se la escuché a Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), alias «Silver Kane» o «Enrique Moriel», en una tertulia literaria en la que participábamos varios escritores y que llevaba por título: «¿Por qué y para qué escribimos?» El debate se encontraba en punto muerto. Unos defendían que se escribía por onanismo (aunque éstos nunca aclararon qué hacían con el dinero de sus derechos); otros, por cambiar la sociedad; algunos, por establecer una comunicación o diálogo con sus lectores; los menos, por exteriorizar algo interno... Creo que, salvo discutir sobre el sexo de los ángeles o si la rana es carne o pescado, las opiniones fueron de lo más dispares. Pero nadie se ponía de acuerdo. En esto solicitó la palabra Ledesma, y dijo: «A mí, la literatura me salvó la vida». Silencio. Todo el mundo lo había comprendido. La literatura adquiría una nueva dimensión: la necesitad vital. Todos conocíamos a González Ledesma. Sabíamos por él que la novela negra (entendida como crítica social) en el franquismo nunca pudo nacer. Porque la novela social lleva implícita la crítica y el cuestionamiento de lo que nos rodea, por eso no vería la luz hasta la democracia. A esto se añadía que él había tenido que escribir para comer: «Para el sábado, dos novelas», ordenaban desde la dirección de Bruguera. Y el sábado estaban terminadas las dos, con seudónimo, por supuesto. Ése es el nacimiento de su alter ego, Silver Kane. Era la literatura de subsistencia, la necesidad de escribir para comer. Por eso, la frase «la literatura me salvó la vida» encierra esa necesidad, pero abre otra: desear la llegada de la democracia para poder escribir con libertad, sin hambre, para decir y denunciar lo que se desee.
Comenzó su carrera literaria a los 21 años ganando el Premio Internacional de Novela con «Tiempo de venganza», y el franquismo prohibió su publicación. Después llegó «Los napoleones», que tuvo la misma suerte. La novela negra (entendida desde la definición de Jean Patrick Manchette: «novela de intervención social, muy violenta») no podía nacer en España, ni en ningún país dictatorial: había que esperar a la democracia.
Llegó la democracia. Ledesma ya tiene casi 50 años y cientos de novelas con seudónimo. Con la libertad llegaron muchas otras cosas, entre ellas la literatura de género negro. Y Ledesma ya era uno de los grandes. Gana el «Planeta» en 1984 con «Crónica sentimental en rojo» (llevada al cine, con José Luis López Vázquez en el papel del inspector Méndez), después llegó el «Hammett» (premio a la mejor novela mundial en castellano), el «Pepe Carvalho» (premio a la mejor trayectoria mundial dentro del género) y dos veces el premio «Mystère» a la mejor novela extranjera.
En el 2006, RBA se había propuesto crear el gran premio de novela negra, algo inexistente en nuestras tierras. Una especie de «Planeta» de la literatura negra. Así nació el Premio Internacional RBA, dotado con 125.000 euros y que ha sido concedido a Ledesma por «Una novela de barrio», con una de las mayores difusiones mediáticas y distribuciones que se han conocido. A nuestro modesto criterio: nadie mejor que él. Pero dejemos al autor y vayamos a la novela.
«Una novela de barrio» es otra aventura del inspector Ricardo Méndez, el policía que no tiene edad y cuya jubilación se encuentra a la vuelta de la esquina, por una Barcelona que ya no es la misma, en la que han cambiado hasta el nombre del Barrio Chino por El Raval y han muerto los últimos rateros que informaban a Méndez dónde se encontraban los asesinos de mujeres, violadores o secuestradores de niños. Y no quedan putas en los callejones de los suburbios porque ya son marquesas.
Mientras el viejo policía investiga, nos pasea por Barcelona, donde los antiguos cafés, en los que se proclamó la República, han cerrado y el Barrio Chino es una gran avenida llena de tiendas de productos desnaturalizados y las clínicas dentales han sustituido las viejas casas de citas. Pero Méndez sigue creyendo en un mundo en el ya nadie cree, en el que lo único que queda sin privatizar son las lápidas de los cementerios. Y busca la verdad en las fachadas de los edificios, en el rostro de alguna mujer que le habla, en las tabernas del barrio donde «policías y taberneros juegan a equívocos». Porque él aprendió el oficio en las esquinas, no en ninguna academia, y desde entonces es un gato callejero cuya suerte ha cambiado poco; pero ya no vive en los sótanos de ningún bar. Y al final nos deja una sentencia, como si fuera su eterno epitafio: «Un hombre que ha visto tanto nunca descansará en paz».
La novela es ágil; la prosa, casi quirúrgica; los capítulos son más breves de lo que nos tiene acostumbrados, rondan las tres páginas de media; el uso y abuso del punto y aparte aportan una agilidad a la narración que incrementa y facilita la lectura; el enigma sigue estando subordinado al análisis social; la ironía es desalmada a veces, Ledesma ya no tiene que callar nada, pero lo dulcifica para no ser muy cruel... por todo eso y por mucho más, «Una novela de barrio» marcará un hito en la historia del género en España. El punto que marca su mayoría de edad.
No se olviden. Hoy, viernes, día 25, a las 20.00 horas, en la Casa de la Cultura de La Felguera, organizado por Cauce Nalón y el Club La Nueva España en las Cuencas, todos tenemos una cita con Ledesma y su inspector Méndez.

La Nueva España, 25 de enero de 2008

22 de gen. 2008

Recuérdame al morir y otras historias de Silver Kane

Alejandro Caveda

Hace poco he comprado y leído Recuérdame al morir, una amena antología de la Factoría de Ideas que recopila cuatro novelas cortas (o novelas de a duro, como prefieran) del escritor Silver Kane seleccionados por Manuel Blanco Chivite.
Para los despistados, aclaro que este es el pseudónimo que el premio Planeta Francisco González Ledesma utilizaba durante su época como autor de bolsilibros para la editorial Bruguera antes de dar el salto al gran mercado con la publicación de Crónica sentimental en rojo (1984).
Servidor, que en su juventud fue un gran devorador de bolsilibros, se reconoce gran admirador de Ledesma en su faceta de Silver Kane. Sus historias eran de una calidad muy superior a la media, tenían una gran fuerza narrativa y te enganchaban desde la primera línea. Aunque las comparaciones son odiosas, el estilo de Kane me recordaba a ratos al del también escritor Jean Ray, por el trasfondo inquietante y sobrenatural que acecha en sus relatos (incluso en los policíacos) y ese talento para sacar adelante cualquier premisa, por disparatada que pudiese parecer inicialmente. Por eso valoro cualquier iniciativa para rescatar del olvido editorial estas pequeñas joyas de bolsillo, al igual que Ediciones B hizo en su momento con Marcial Lafuente Estefanía, o Robel con el Orden Estelar de Ángel Torres Quesada.
Encontrar esta antología ha supuesto un revificante soplo de aire fresco frente a tanto best-seller de tres al cuarto de los que pueblan los estantes de nuestras librerías. Hay quien se escandalizará al leer esto, pero aunque los bolsilibros gozan de muy mala prensa lo cierto es que daban al lector de la época justo lo que buscaba: un rato de evasión y entretenimiento a cambio de un precio más que asequible. Hace años Torres Quesada explicó en un número de Nueva Dimensión (el número 113, creo) las condiciones draconianas que la editorial Bruguera imponía a sus escritores de novelas de a duro: tramas lineales y sencillas, asequibles al lector medio, con un final cerrado, en los que siempre triunfaban el bien, la moral y las buenas costumbres y otras zarandajas por el estilo. Puede parecer muy fácil, pero el mercado está lleno de Galas, Pradas y otros pretenciosos semejantes, autores de ladrillos en serie y en cadena, que serian incapaces de escribir una de estas novelitas con el estilo y la elegancia de Corín Tellado, por poner un ejemplo (de la que también me declaro fiel seguidor).
Tuve la suerte de crecer en la edad dorada de las novelitas de a duro. Mi tío abuelo (Q.E.P.D.) tenía en su casa estanterías llenas de ellas de editoriales como Rollán o Toray, mientras que mi padre solía mandarme al quiosco a comprarle los últimos números de Punto Rojo o Servicio Secreto, los cuales pasaban a mis manos una vez él los había leído. Yo personalmente coleccionaba todos los ejemplares que podía conseguir de La Conquista del Espacio o Héroes del Espacio, a través de librerías como la extinta Zapico o más recientemente Magazín o la mítica Personajes del infatigable Macario. Curiosamente, con el tiempo ha habido una reivindicación intelectual del género gracias a la tarea de editoriales como Ediciones B, Robel o la Factoría, que han publicado ensayos, antologías o reediciones centradas en la literatura popular, en general, y los bolsilibros en particular, interés al que no es ajeno el éxito que algunos de estos escritores han alcanzado con posterioridad, caso de los ya mencionados Torres Quesada, Corín Tellado o el propio González Ledesma. Esperemos que el ejemplo cunda y se rescaten más títulos de estos autores y de otros no menos interesantes como Clark Carrados, Peter Kapra, Walt. G. Dovan, Burton Hare o Marcus Sidereo, entre otros. Saludos y hasta pronto de la mano de Richard Matheson y Soy leyenda.


El Zoco de Lakkmanda, 22 de enero de 2008


11 de gen. 2008

Silver Kane bajo las estrellas

Otro de mis autores preferidos de bolsilibros es Silver Kane, hace tiempo que no tomaba un libro de él. El sol de los primeros días del año fue la excusa perfecta para pasar una tarde agradable leyendo este libro, acompañado de una cerveza heleda.
Estas paginas nos llevan a Orlando (Estados Unidos), donde una millonaria mujer es secuestrada en el momento que baja en paracaídas, desde un helicoptero. Días después la familia recibe un anónimo donde piden 3 millones de dólares, por entregar a la mujer.
Los pasos de los secuestradores son seguidos por los agentes de la policía y por un ex detective privado, que quedan sorprendidos, por los macabros y brillantes planes de los secuestradores.
En el final del bolsilibro se descubre que la persona que planeo todo el secuestro, fue precisamente la supuesta victima, quien iba eliminando poco a poco a los personajes de la familia, con el objetivo de quedar como única heredera de la fortuna de la abuela que esta por morir.
La novela no es la mejor que leido de Kane, pero eso no es excusa, para que resalte la excelente prosa del autor.
La portada es muy buena, pero tiene un pequeño error. La mujer cuando es secuestrada salta de un helicóptero, no de una avioneta como aparece en la portada, es mas a lo largo de la historia, aparecen muchos helicópteros, pero en ningun momento una avioneta.
Respecto a lo que mencionaba Odiseo, sobre los comentarios es compresible de su parte, y agradezco a las personas que durante diciembre y a lo largo de las entradas nos han entregado su apoyo.
Permítanme eso si una reflexión; durante mucho tiempo este blog estaba inhabilitado para hacer comentarios, para eso tenia el mail, donde me llegaban, preguntas y felicitaciones de distintos países, la razón de que los comentarios estaban suprimidos era mi odio hacia los fotolog, donde la gente comunica la mayoria de las veces cosas absolutamente innecesarías, además con o sin contacto con otras personas, me importaba poco y me sigue importando que clase o tipo de personas me leen. Este blog partió como una diversión y hasta el momento eso no se ha acabado. El día que se haga una obligación, quizás no escriba mas y punto.

Bolsi & Pulp, 11 de enero de 2008

2 de gen. 2008

Zorro viejo

Policiaco. La serie del inspector Méndez compone una gran novela sobre Barcelona. El nuevo título de González Ledesma revela un caso de venganzas.

Lilian Neuman

Francisco González Ledesma
Una novela de barrio
RBA
297 PÁGINAS
19 EUROS
PREMIO INTERNACIONAL DE NOVELA NEGRA


Que triunfe el vencido, que nadie olvide una ciudad que ya no existe y de la que quedan algunos supervivientes, entre ellos uno de honor: el inspector de policía Méndez. Siempre a punto de la jubilación, este zorro viejo es testigo de la desaparición del Barrio Chino ("se han ido las madames y han llegado los dentistas") y, pese a ser expedientado una y otra vez y tener su escritorio cerca del retrete, es quien le ha dado importantes premios a su autor como protagonista de Crónica sentimental en rojo y El pecado o algo parecido (premios Planeta y Hammett) y de Cinco mujeres y media (Prix Mystère de la crítica francesa), y ahora este premio Internacional de Novela Negra que no viene más que a ratificar lo que sus seguidores sabíamos: la serie de este policía compone, entrega tras entrega, una gran novela sobre Barcelona. Tan fiel, negra, sarcástica, combativa y fidedigna; toda ella desfilando como un río en la mirada de astuta serpiente de este solitario que se va quedando sin viejas amigas prostitutas para sentarse a charlar.
La escena del crimen es un piso que alguna vez fue una célebre casa de citas. Es un asesinato a sangre fría que sacude al lector desde las primeras páginas. Aunque madame Ruth hace años que se fue de allí y subió de categoría, tiene mucho que decir sobre este caso.
Prostitutas redimidas, la dura calle que aguarda más allá de las paredes de los servicios sociales, guardaespaldas solitarios y un abogado arruinado y corrupto. Un caso a la medida de Méndez, tozudo y valiente, que no descansa hasta dar con la verdad. Una verdad que se sustenta en la venganza, que tiene en vilo al lector hasta la última página. No confundirse: Méndez es filósofo afilado, pero sobre todo es hombre de acción: en medio del fuego cruzado entre el vengador y su futura víctima –y en medio de esta gran reflexión sobre la paternidad y la orfandad– está él, lento de reflejos, pero hábil y sagaz como un chaval que no soñó nunca con conseguir, nada menos, que el vencido algún día pueda ser vencedor.
Hay quienes siguen ignorando que detrás del legendario nombre de Silver Kane se escondía aquel joven escritor llamado Francisco González Ledesma (1927), que debía ganarse la vida de algún modo, para acabar sus estudios de Derecho. El único modo que la censura franquista le permitió –escribir novelas de aventuras a ritmo vertiginoso, bajo un pseudónimo norteamericano– después de haberle asestado un golpe que no cualquiera habría sabido encajar: prohibir la publicación de su novela ganadora del premio José Janés, en 1948 (con Somerset Maugham entre los miembros del jurado).
Recuperada ahora por Destino, Sombras viejas tiene como principal personaje a un joven llamado Enrique Moriel; nombre hoy muy famoso con el que González Ledesma firmó su exitosa novela La ciudad sin tiempo. Moriel, en esos oscuros años, era un joven que se enfrentaba a un futuro controvertido y duro. Y es notable, sesenta años después –con Moriel como autor de la narración de un vampiro solitario que lo sabe todo de nuestra ciudad–, leer lo que en su día predijo para él su creador: "Un hombre alcanza su plenitud cuando observa a sus semejantes desde un lugar solitario". "Y él deseaba que algún día sus semejantes dijeran: Ése es el único que ha sabido observarnos bien."

La Vanguardia, 2 de enero de 2008