29 de març 2006

Retratos a la punta seca de Ledesma

Lluís Permanyer

Le conocí a mediados de los años sesenta, cuando tan ilusionados íbamos los dos para periodistas. Los largos viajes en su coche a Madrid, las horas muertas en la capital y fuera de las aulas propiciaban la charla; y entonces fue cuando descubrí al Paco González Ledesma contador de historias. Con la más absoluta naturalidad y sin la pretensión de llevar la voz cantante en ningún momento, desgranaba unas historias que me fascinaban; no me cansaba de escucharle y cuando terminaba, le preguntaba para que detallara o siguiera con otra. Es cierto que los doce años que me llevaba le beneficiaban de una experiencia muchísimo mayor, pero no era menos cierto que refería vivencias interesantísimas y además sabía relatarlas con una gracia del todo infrecuente. Mucho después, cuando ingresó en ‘La Vanguardia’, tuve la suerte de ser su vecino de mesa por espacio de no pocos años, lo que me benefició de seguir, claro, a la escucha.
Al leer ahora sus memorias he reencontrado no pocas de aquellas historias, que me han procurado el placer de recordar las circunstancias exactas en las que me las desgranó por vez primera. La extraña impresión del ‘déjà vu’ no ha empañado en absoluto la calidad del relato, sino todo lo contrario.
Hay un aspecto que me importa destacar: la esencia fundamental de cada una de las situaciones principales que forman ‘Historia de mis calles’ la estructura a base de tipos y de retratos. La forma como él evoca la reconstrucción de un personaje consiste en una profunda cala psicológica y casi siempre moral o ética. En efecto, no suele entretenerse en las ramas mediante una descripción del físico ni del atuendo ni del paisaje ambiental, sino que lo perfila mediante su comportamiento, su actitud, sus reacciones, su código de valores. Así pues, es capaz de comunicar, mediante unos trazos a veces impresionistas o todo lo minuciosos que requiera, la imagen no sólo exacta, sino remendamente efectiva, veraz y emotiva.
La galería de retratos, nunca indiferentes, es de una enorme riqueza de matices, gracias sin duda a los ambientes y a las situaciones muy diversas que los centran. Amén de la familia, a la que dedica no pocas páginas, desfilan la estremecedora ciudad de posguerra, la escuela y la universidad, el cuartel, la editorial Bruguera, la abogacía y las redacciones de los diarios. Tales evocaciones son trazadas básicamente gracias a un rosario de tipos, entre los que destacan quizá no tanto por la importancia que en su momento tuvieron, sino por la composición eficaz, demoledora o no, de su perfil. Así, se imponen de forma memorable, por ejemplo, los dedicados a Rafael González, Josep M. Lladó o Víctor Mora y sobre todo el que evoca al Francisco Bruguera de la oficina siniestra, aquella que de forma inmisericorde impuso. Y no olvido al siniestro comandante Saliquet, un bruto tenebroso al que el alférez González Ledesma le paró las patas.
Queda claro, pues, cuál ha sido la fuente de la que siempre se nutrió el novelista.

La Vanguardia
, 29 de marzo de 2006

Recuerdos de un niño pobre

Memorias. El testimonio del anclaje de González Ledesma en Barcelona, la literatura y el periodismo

Francisco González Ledesma
Historia de mis calles
PLANETA
461 PÁGINAS
23 EUROS

Robert Saladrigas

Todo lector es responsable de sus propias asociaciones, sugeridas por un texto que de repente, sea o no objetivamente plausible, le conduce a establecer paralelismos con anteriores lecturas. Me ha ocurrido leyendo Historia de mis calles, la obra memorial de Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), periodista, abogado y autor frívolamente encasillado en el género de novela negra, que en 1984 ganó el Planeta con Crónica sentimental en rojo, el premio Dashiell Hammett por su último relato Cinco mujeres y media, y acaba de obtener el I premio Pepe Carvalho por el conjunto de su narrativa en la que destaca el escéptico inspector Méndez. Conozco a Paco González Ledesma desde hace un montón de años, le he seguido de cerca en mil y una batallas, he pasado buenos ratos con sus obras que escanean como pocas nuestra Barcelona, la secular, miserable, decadente y olvidada por los que nunca la patearon, me conforta su amistad y, sin embargo, voy a escribir por primera vez sobre él porque, debo admitirlo, la curiosidad me devora. González Ledesma es el último de los escritores que hubiera imaginado volcando su intimidad. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que es un tipo demasiado bueno, discreto y honrado para descalificar a nadie. Él mismo lo reconoce: "Debería hablar mal de mucha gente, y no quiero hacerlo". En efecto, lo cumple casi a rajatabla. Prefiere sugerir o apela al silencio, en ocasiones más hiriente que las palabras.
Vuelvo a la cuestión de las asociaciones. Inmerso en las tres primeras partes de Historia de mis calles, me vino a la mente Mi vida, la autobiografía del gran crítico de literatura alemana, judío de origen polaco, Marcel Reich-Ranicki, aquellas páginas sobrecogedoras donde narra sus tiempos de escolar en Berlín con el nazismo en ascensión. González Ledesma, hijo mayor de una familia de inmigrantes rematadamente pobre, nació en el 22 de la calle Tapioles, en el proletario e izquierdista barrio de Poble Sec. Allí vivió los diez años anteriores a la guerra, los bombardeos fascistas y la cruel posguerra, la hambruna de los perdedores que a la vez eran los desheredados crónicos de la pujante sociedad burguesa. Es terrorífico leer el relato neorrealista decómo los niños salían a la caza de cualquier desperdicio que llevar a casa, o que la madre del autor llegó a no tener un par de zapatos para acudir junto a su hermana que se moría en el Clínic. Si el gueto de Varsovia y haber escapado de la cámara de gas de Teblinka marcó a Reich-Ranicki, la miseria extrema forjó a González Ledesma, le hizo modesto
y convencido de que su única posesión es la dignidad moral y el honor, conceptos en desuso que se repiten en el texto con absoluta legitimidad. Ahí acaban las afinidades. Reich-Ranicki estaba ya en su juventud fascinado por Schiller y la poesía de Goethe, y la prosa de su libro es la de un intelectual centroeuropeo; González Ledesma admiraba a Lajos Zilhay y escribe como el periodista eficaz que es, proponiendo complicidades al lector, dialogando con él, excusándose por la osadía de confiarle la grisura de sus recuerdos, algo que los pobres no suelen hacer, como si el patrimonio de fundir lo vivido en la escritura fuera exclusivo de los autores burgueses de izquierda, no explícitamente rojos. Estos capítulos dramáticos de lucha por sobrevivir a toda costa en la geografía de un barrio colindante con los huertos y las laderas asilvestradas de Montjuïc –jardines paradisiacos para el vecindario – son, quizás, los más carnales y emotivos del libro. Luego González Ledesma habla de la universidad que lo recibió, la de Joan Reventós, Barral, Castellet, Oliart, de su sorprendente fascinación por la vida militar que desarrolló comoalférez de complemento (fue expulsado por catalán y rojo, desafecto al régimen, y obligado a completar los meses de servicio como soldado raso) y entra de lleno en un tramo del relato interesante a más no poder: los muchos años de galeras en la factoría editorial de Francisco Bruguera, donde hizo de todo, desde chico de los recados hasta escribir cinco novelas populares al mes tras crear el personaje de Silver Kane y convertirse en abogado de la empresa y de la familia propietaria. Su testimonio acerca de la estructura laboral de Bruguera es escalofriante, así como entrañable su repaso de los profesionales esclavizados que allí conoció.Más tarde abandona los cargos por imperativos morales, estudia periodismo, entra en la redacción del viejo El Correo Catalán, el Correu de los pesos pesados (Andreu Rosselló, Manuel Ibáñez Escofet, Ángel Marsà, Wifredo Espina, Martín del Olmo) y finalmente el ingreso (1971) en La Vanguardia hasta su jubilación en 1993 como redactor jefe, y su compromiso con el Grupo de Periodistas Democráticos opuestos a la dictadura. Sin ensañarse –inconcebible en González Ledesma– describe las tradicionales sordideces y fantasmagorías del periodismo catalán, opina sobre las contradicciones de la profesión sin rehuir lo que hay en él y en sus practicantes de grandeza.En ningún caso el punto de vista subjetivo oscurece la razón, ni en la crítica ni en las cálidas corrientes de afecto, de vigorosa humanidad, que atraviesan el relato de principio a fin.
Pienso que lo ejemplar, si puede llamarse así, de esos recuerdos que Paco González Ledesma extrapola no es literario –su valor literario no es primordial ni pretende serlo– sino que se sustenta en la sinceridad y coherencia moral de un fajador que con sus aciertos y lógicas debilidades ha sido fiel a sí mismo, a sus calles, su barrio, sus muertos, es decir a los orígenes, en una época de vuelcos históricos: República, guerra, posguerra, transición, democracia, desplome de los referentes éticos, decepción tal vez inevitable... Así hasta la vejez, en que parece conservar tersa la piel del niño pobre deslumbrado por las estrellas; como un extraño personaje de Gorki.

La Vanguardia, 29 de marzo de 2006

16 de març 2006

Coses de «rojos» que han passat gana

"El novel·lista i periodista Francisco González Ledesma publica les memòries d’un perdedor de la guerra pobre que va arribar a premi Planeta després d’escriure llibres d’aventures per sobreviure"

Quim Puig / Manuel Cuyàs

El gènere literari memorialístic té, en aquest país, un problema. Com que la gent que sap escriure amb una certa elegància, plasticitat i correcció és la que ha passat per la universitat i la que ha passat per la universitat és, tret d’excepcions, la que familiarment ha tingut una certa posició social, resulta que els llibres de memòries sempre estan escrits pels mateixos: els representants de la classe alta o de la classe mitjana. Edicions 62 fa anys que publica una col·lecció de biografies i memòries en què els índexs onomàstics del final són intercanviables perquè els seus autors han conegut la mateixa gent i pertanyen a les mateixes famílies. Això, si no s’han casat els uns amb els altres o la germana d’aquell amb la cosina d’aquell altre. Són llibres que, agafats en conjunt, fan com aquella pel·lícula japonesa que es titula Rashomon i que explica un mateix fet segons el punt de vista de gent diversa: l’exili més o menys curt o més o menys terrible; la vaga dels tramvies –tothom va participar en la vaga dels tramvies del 1951–; el cas Galinsoga; els Fets del Palau; els gin-fish de Bocaccio, la Caputxinada o l’acte del Paranimf.
Francesc –Francisco, Paco– González Ledesma (Barcelona, 1927) treu ara les seves memòries. I com que González Ledesma va ser un fill d’obrers nascut al carrer Tapioles del Poble Sec que va perdre absolutament la guerra, que no es va exiliar perquè no podia fer-ho ni entrava en els seus càlculs, que va fer el servei militar sense padrins i sense res i que si va arribar a advocat, periodista i escriptor de prestigi guanyador d’un Planeta va ser gràcies a esforços herculis i insomnes, les memòries d’aquest senyor són en tot diferents a altres exercicis autobiogràfics.
González Ledesma escriu tal com raja o almenys sembla que ho faci tal com raja. És una prosa treballada per anys d’escriure novel·les barates d’acció amb el pseudònim de Silver Kane, guions per a còmics i cròniques periodístiques. És això un defecte? És el contrari. González Ledesma sap com s’ha de fer per enganxar el lector pel coll des de la primera línia del text i té una saviesa enorme per retratar una persona o un fet amb quatre traços o per fer emocionar el lector amb una cua de paràgraf o de capítol d’efectes fulminants. La dona de l’autor ho explicava durant l’acte de presentació del llibre: el seu fill, el periodista Enric González, destacat ara a Itàlia com a corresponsal i que ha heretat del pare la traça dels bons començaments i bons acabaments literaris, diu que aquest és el millor llibre de l’autor dels seus dies. Ho és, ja hi poden pujar de peus.
González Ledesma explica en el llibre la seva infantesa sòr-dida, de passar gana literal. Explica la seva feina a l’Editorial Bruguera, primer com a escriptor i després com a advocat de l’empresa. En la presentació del llibre, el periodista Josep M. Huertas Claveria va afirmar que els millors fragments s’han d’anar a buscar en els capítols en què l’autor explica la seva experiència com a periodista, primer a El Correo Catalán i després a La Vanguardia. Cadascú tira per on li toca, i a Huertas li toca el periodisme. Però les planes que González Ledesma dedica a l’Editorial Bruguera valen elles totes soles per explicar tota una època, l’època del franquisme, amb els seus empresaris cínics i aprofitats i els seus empleats tan atrapats com ho puguin estar els sense papers d’ara mateix. Vostès que van créixer passant-ho bé amb Pulgarcito o Tiovivo, llegeixin com s’ho passaven els seus dibuixants i guionistes i un pobre advocat jove que després d’haver estat company seu els va haver de fer la llesca per ordre de l’amo. Fins que es va cansar de l’oficina sinistra i va optar per la literatura i el periodisme. Els premis literaris, les feines a les redaccions, la censura i les traïcions d’alguns indesitjables, també valen com a retrat d’una època. No es tracta d’un llibre amarg, no es pensin. González Ledesma, fora de quatre comptades excepcions, treu profit positiu de les situacions més desesperades i dels personatges més caragirats. Coses dels rojos derrotats que han hagut d’aprofitar de petits el pa sec.


HISTORIA DE MIS CALLES Autor: Francisco González Ledesma
Editorial: Planeta
Pàgines: 461
Preu: 23 euros.


L’oncle Austre em va dur al vell Torrero (...), on un públic fanatitzat creia que defensant el Saragossa defensava Espanya (...), en aquella època unida encara a la guerra civil. Els equips catalans semblaven estar formats per milicians de Durruti. Se’ls insultava, se’ls deia rojos, separatistes, maçons, catalans de merda. Vaig ser testimoni de la visita de l’Espanyol. I em vaig jurar que aquell equip de la meva terra que s’havia vist insultat, maltractat, ferit (un extrem català no podia llançar un córner perquè la gent el subjectava), seria l’equip de la meva vida.

El Punt, 16 de març de 2006

Una lliçó d’humanitat

Emili Rosales

Hi ha una imatge impagable de Paco González Ledesma, i és la de l’escriptor teclejant a la màquina d’escriure en un terrat de la Barcelona de la postguerra; les restriccions de llum li impedien de fer-ho a dins del pis, però l’aventura de Silver Kane –pseudònim amb el qual va signar centenars de novel·les– o potser el primer Méndez, havia d’arribar a impremta, de manera que quedava el recurs a la llum de la lluna.
Aquest episodi, i un grapat més que es relaten a Historia de mis calles, expliquen que González Ledesma sigui un personatge singular dins de l’ambient literari i periodístic. Des del nen famolenc que els últims dies de la guerra participa en l’assalt d’un magatzem per aconseguir menjar per a la família, fins a l’advocat d’èxit amb mala consciència i al periodista que assisteix als jocs de poder.
González Ledesma té la capacitat de fixar-se en els detalls canviants de la vida quotidiana que anticipen els grans canvis de la societat. Converteix la ciutat de Barcelona, és a dir, els carrers, els veïns, les botigues, els successos familiars, en l’autèntica protagonista de la història. Fins i tot, quan tracta grans personatges, grans protagonistes d’aquestes últimes dècades, ho fa des del punt de vista més humà possible; veu la persona que hi ha en el personatge. Per això aquestes memòries són també una enorme lliçó d’humanitat.


EMILI ROSALES és editor de Planeta

El Punt
, 16 de març de 2006

15 de març 2006

González Ledesma torna a trepitjar els carrers de la seva vida

Agnès Antich

Historia de mis calles (Planeta) és com ha batejat Francisco González Ledesma les seves memòries, que va presentar ahir. Segons l’escriptor, que va néixer el 1927 a Barcelona, el llibre és «un homenatge a la gent del carrer, la gent que creia en alguna cosa equivocadament o no, la que no té història».
Des dels ulls d’un nen, González Ledesma fa un retrat del que es respirava en la Barcelona de la República, el que va significar l’arribada del franquisme i el que hem viscut d’història fins avui dia. Una visió molt personal d’aquest fill de família humil, de barri obrer, que va treballar al Correo Catalán i a La Vanguardia. «El periodisme m’ha donat la plenitud de la vida», va exclamar ahir.
Palpant de ben a prop la censura de la dictadura, quan tenia 21 anys, li van prohibir una de les seves primeres obres. Així i tot, va continuar escrivint amb el pseudònim Silver Kane i va ressorgir amb premis com ara el Planeta, que va guanyar el 1984, amb Crónica sentimental en rojo. A parer seu, i parlant de la censura, «els periodistes depenen de tantes coses que no són independents».
González Ledesma va fundar el Grupo de Periodistas Democráticos i va lluitar clandestinament per la llibertat de premsa, al costat d’altres escriptors com ara Vázquez Montalbán. Encara que la ploma de González Ledesma no escup acritud, en el llibre «no surten gaire ben parats», segons diu el periodista Josep Maria Huertas Clavería, tres persones: Luis Goytisolo, Mercedes Salisachs i Enrique Múgica.


El Punt, 15 de març de 2006

González Ledesma recoge en 'Historia de mis calles' su memoria del siglo XX

Entre la memoria personal y el relato de aliento épico, el escritor Francisco González Ledesma, uno de los máximos exponentes de la novela negra española, escribe en Historia de mis calles una crónica de la Barcelona del siglo XX, desde los años revolucionarios de la República hasta nuestros días.

EFE

En la presentación, Ledesma (Barcelona, 1927) refleja «la historia de la posguerra y de una etapa maravillosa de mi vida, el periodismo», fuente de numerosas anécdotas en Historia de mis calles (Editorial Planeta), aunque en sus páginas el lector encuentra básicamente "historias del hambre".
Por esta razón, no es casual que González Ledesma haya querido presentar sus memorias en el literario restaurante Casa Leopoldo, en el que compartió mesa con su compañero y amigo, tanto en la literatura como en el periodismo, Manuel Vázquez Montalbán.
El autor recordaba hoy que en 1948, con sólo 21 años, fue ganador de un primer premio internacional que impulsó el editor Josep Janés, y que la censura franquista finalmente prohibió.
Según Ledesma, «la censura fue aún más lejos y me aseguró que nunca publicaría mientras el Caudillo estuviera vivo, y así fue, porque no apareció mi primer libro hasta 1977».
El autor de El expediente Barcelona asegura hoy, con la perspectiva que da el tiempo, que «aquella prohibición fue lo mejor que me pudo pasar, porque cuando eres joven no tienes experiencia de la vida ni sabes comportarte ante los éxitos».
Lejos de desanimarse, tras ingresar en la editorial Bruguera como escritor de guiones para el tebeo Pulgarcito, el autor comenzó a escribir novelas de encargo bajo el seudónimo de Silver Kane, a razón de tres a cinco al mes, más de 600 novelas del Oeste y policiacas con las que «aprendí el oficio de escritor».

La Rioja, 15 de marzo de 2006

González Ledesma escribe las memorias de una vida cambiante

'Historias de la calle' tiene un tono de humor poco común en el autor.

M. Eugenia Ibáñez

Francisco González Ledesma, periodista de muchas batallas, escritor prohibido y premiado, creía que sólo las personas de noble cuna tienen recuerdos de niñez dignos de ser el punto de partida de un libro de memorias. Así que, cuando le plantearon que su larga e intensa vida merecía convertirse en un relato que distrajera al lector, aceptó el envite para dar voz a las gentes humildes de su barrio, aquellas que, dice, nunca tienen recuerdos importantes. Esas memorias, Historia de mis calles , fueron presentadas ayer por el periodista Josep Maria Huertas Claveria.
González Ledesma escribe que las primeras vivencias que conserva son la de un orinal para uso propio colocado en la cocina de su casa y la del trozo de pan untado en el huevo frito que su abuelo le daba a probar. Las memorias acaban hoy, cuando el autor quiere creer en algo que evite la angustia de pensar que todo lo vivido se puede perder, aunque, añade, "lo cierto es que no sé en qué creer". El libro mantiene un tono de humor, en ocasiones socarrón, muy distante de los contenidos más ácidos de otras novelas del autor. González Ledesma dice que escribió Historia de mis calles en sólo 14 meses --"Fue fácil porque no tuve que crear personajes, ya estaban hechos"-- sin necesidad de recurrir a diarios personales ni a hemerotecas.
En el relato surgen la Barcelona de la posguerra, el hambre, los primeros estudios en Zaragoza, la licenciatura de Derecho y las primeras censuras: dos libros prohibidos por el franquismo, Sombras viejas y Los napoleones . Se refugió en el anonimato de Silver Kane, seudónimo con el que escribió más 600 novelitas del Oeste y policiacas. González Ledesma trabajó para la editorial Bruguera y otras empresas como asesor fiscal y llevaba camino de convertirse en pudiente abogado. Renunció a ese trabajo al cumplir los 36 años cuando había logrado dos coches y vivía en un piso de alquiler de 400 metros cuadrados en el que trabajaban dos sirvientas.
Pasó de abogado rico a periodista pobre. Trabajó en el Correo Catalán y en La Vanguardia . Reconoce que se propuso no hablar mal de nadie, pero, con todo, hay personajes que no quedan bien parados, como un cruel profesor de los Escolapios; o aquel comandante con instintos sádicos; o Francisco Bruguera, el dueño de la editorial que trataba a los empleados como piezas de fábrica; o el escritor Luis Goytisolo, un tipo de intelectual que molesta a González Ledesma, o el socialista Enrique Múgica, que le vetó como ganador del Premio Espejo de España por las críticas al Gobierno de Felipe González que contenía el ensayo presentado. Autocensura? "Sí, la ha habido; podía hablar de muchas personas, pero he optado por callar porque algunas ya están muertas".

La Voz de Asturias
, 15 de marzo de 2006

«La máquina de escribir acabará algún día en el Museo de la Ciencia»

Sergi Doria
BARCELONA. Periodista, escritor de novela negra, redactor jefe de La Vanguardia, Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927) nació en el número 22 de la calle Tapioles del Poble Sec: «Cada rellano tenía dos pisos, el que daba a la calle y el que daba a los patios de atrás... El del otro lado del rellano, o sea, el que daba a la calle, era para mí el mejor piso del edificio, pese a que había que hacer alpinismo para llegar hasta él. Tenía aire, luz y, desde el balcón, unas vistas magníficas hacia la calle, los corros vecinales, la farmacia del señor Figueres, el lavadero público de la calle Elkano y el despacho de Dios, o sea, la iglesia de Santa Madrona...».

Crónica de posguerra

El Poble Sec, en los años de la República, la guerra civil y la posguerra. Calles empinadas que llevan a Montjuïc, el campo de La Satalia y el refugio de las bombas del 38. De eso se nutre la memoria de Francisco González Ledesma, «Historia de mis calles». Los portagonistas, explica el escritor, «son la gente humilde, las escaleras de vecinos donde convivían las familias. Las esperanzas y frustraciones de posguerra... La España del hambre». También es la historia de un abogado «que se hace rico defendiendo a una empresa rica... pero inmoral
».
Autor de novelas fundamentales de la serie negra autóctona como «El expediente Barcelona» y «Crónica sentimental en rojo», premio Planeta de 1984 y baño de multitudes del comisario Méndez, Francisco González Ledesma atesora el escepticismo de sus criaturas literarias y el fruto de su experiencia periodística en «El Correo Catalán y «La Vanguardia». Clasificarlo de «grafómano» no sería una hipérbole. Hacia 1948 debuta literariamente con «Sombras viejas», premiada por José Janés, e ingresa en la editorial Bruguera como guionista para el tebeo «Pulgarcito» y escritor de novelas de encargo firmadas con el pseudónimo de Silver Kane (entrega de tres a cinco al mes). Tras ese bautismo de fuego, González Ledesma deviene testigo de la prensa barcelonesa. Como seña de identidad, la máquina de escribir que conservó en plena revolución informática, «destinada a figurar algún día en el Museo de La Ciencia». O en en la galería de la memoria.

ABC
, 15 de marzo de 2006

Bruguera, aquella historia por contar

Una de los capítulos más apetecibles de «Historia de mis calles» es el dedicado a Bruguera. En palabras del periodista Huertas Claveria, «un mundo editorial por fortuna desaparecido: cuando los trabajadores sólo tenían fiesta la tarde de Navidad». Cuenta González Ledesma que todo el barrio de Vallcarca dependía de Bruguera, la del tebeo «Pulgarcito»: «Los empleos fijos estaban en Bruguera, pero, además, las familias ensobraban cromos o cortaban papel en el comedor de casa. Todo el mundo sabía que dependía de Bruguera absolutamente...» Una anécdota: «El señor Francisco Bruguera iba por la calle Móra d´Ebre en su cochazo americano, cuando arrolló a un niño. No le hizo nada, porque el chaval se levantó en seguida, al lado de su madre. Hoy día, una mujer que ve atropellado a su hijo, con consecuencias o no, se lanza hacia el conductor y va a por sus ojos. Aquella madre dio una bofetada a su hijo y pidió a Bruguera perdón por las molestias. España estaba hecha a su medida; no es tan extraño que les pareciera una España lógica».
Bruguera significaba la seguridad. Una «Casa para toda la vida». No se lo creyeron Víctor Mora, el creador del capitán Trueno, ni González Ledesma. No querían enterrar su vida «en aquel pozo del que no quedaría nada de nosotros... sólo quedarían unos registros de entrada y una hojas de balance anual».


ABC
, 15 de marzo de 2006


13 de març 2006

«Prefiero la gente de la calle a los famosos»

Francisco González Ledesma publica sus memorias, en las que evoca desde sus comienzos como autor de novelas de quiosco en la posguerra a su reconocimiento como representante del género negro.

Emma Rodríguez

MADRID.- Alfred Hitchcock se interesó por una de las historias de Silver Kane, tramas policiacas y del Oeste que se hicieron muy populares durante la posguerra española, pero al final el sindicato de guionistas norteamericano le puso obstáculos y abandonó la idea. El provocador Alejandro Jodorowsky llegó a comparar en varias conferencias a ese tal Silver Kane nada menos que con Cervantes, ya que también el clásico tenía como objetivo fundamental divertir a la gente.
Detrás de Silver Kane se ocultó durante 30 años Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), quien, represaliado por el franquismo y puesto por la censura en la lista de los rojos subversivos, optó por dejar sus propias novelas en los cajones y entregarse a escribir las de su alter ego, dando rienda suelta a su imaginación al retratar «países libres, tribunales que se regían por la ley y detectives generalmente hambrientos, pero justicieros».
Así lo cuenta el escritor en sus memorias, Historia de mis calles, que llegan a las librerías de la mano de Planeta. Ledesma, hoy uno de los autores de novela negra más interesantes del panorama español y reconocido en Francia gracias a su serie del desengañado policía Méndez -con Crónica sentimental en rojo obtuvo el Premio Planeta en 1984-, reconoce que aquellos libros que le avergonzaban en un principio, con los que acabó reconciliándose y que hoy son buscados por los coleccionistas, le enseñaron mucho de la técnica de la intriga.
«Para mí fueron un aprendizaje de perro, ya que llegué a escribir de tres a cinco al mes. Toda mi obra posterior le debe mucho a esa etapa», asegura el autor, pero dejando claro que lo de Silver Kane no es más que un capítulo en una trayectoria amplia y rica en experiencias.


Niño de la guerra

González Ledesma da cuenta en sus memorias de los otros muchos escritores de quiosco que subsistieron como él en tiempos de amargura (entre ellos, Corín Tellado o Marcial Lafuente Estefanía, de quien relata cómo escapó a un fusilamiento seguro), pero sus memorias adquieren hondura cuando repasa su infancia de niño de la guerra en el humilde barrio barcelonés de Poble Sec o cuando recuerda a su tío, Rafael González Martínez, un periodista de izquierdas que le transmitió su pasión por las letras.
Fue él quien lo introdujo en Bruguera, la potente editorial de la época en la que publicó como Silver Kane y a la que acabó llevando sus asuntos legales después de concluir sus estudios de Derecho. «A la hora de abordar mis memorias, ese episodio ha sido precisamente el más doloroso de recordar», señala el escritor, refiriéndose a la inhumanidad de una empresa que funcionaba de manera dictatorial y que le ocasionó «tan profundas crisis de conciencia» que decidió abandonar el ejercicio de la abogacía y dedicarse posteriormente al periodismo, llegando a ser redactor jefe de La Vanguardia.
El conocimiento de las leyes, de las redacciones, de las calles y de la vida nocturna se refleja en la serie del policía Méndez, cuyos títulos más recientes son Tiempo de venganza y Cinco mujeres y media (entregas anteriores están siendo recuperadas en bolsillo por Planeta). Llegados a este punto, es inevitable preguntar a Ledesma por el parentesco de su personaje con el Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán.
«Ambos comparten una misma geografía, un sentido similar de las calles y del devenir de la ciudad; en los dos existe desengaño y escepticismo ante un mundo que está cambiando y en el que hay un manifiesto desencanto político», explica el escritor, «pero las similitudes se acaban ahí: Carvalho tiene más éxito con las mujeres, se cuida y sabe comer mejor que Méndez, un funcionario pesimista que no espera ascender jamás».
González Ledesma habla en sus memorias de Vázquez Montalbán («era tímido -quizá un poco desconfiado por la clandestinidad- y eso lo hacía ser reservado y escasamente simpático. Nos conocimos en el Grupo de Periodistas Democráticos, y raramente decía más que las palabras justas», lo retrata. Se refiere también a Juan Marsé («más alegre, un hombre cordial y humilde, sin ninguna afectación, virtud que no ha perdido», escribe de él).
A ambos los considera compañeros de generación, de vivencias.Y es inevitable encontrar complicidades entre Carvalho y Méndez, del mismo modo que el lector recuerda a Marsé cuando pasea por las páginas de la infancia de Ledesma y recorre con los ojos del niño que aún no olfatea la tragedia el «espectáculo» de la guerra. ¡Cuántas veces Marsé ha novelado esto mismo!

Apuntes urgentes

Aparecen otros nombres propios en las memorias de González Ledesma, pero son meros apuntes trazados con urgencia. «He preferido extenderme en los seres anónimos, en la gente de la calle, de la escalera, en la historia de cada día. De los conocidos, de los famosos que he tratado, ya se ha hablado demasiado», dice. «Sobre todo, he querido ser sincero, auténtico, contar las cosas no desde el presente, sino adoptando la perspectiva de cada momento vivivido».
¿Y el presente? Lo sigue ocupando Méndez, que en la nueva aventura en la que está trabajando el escritor -el próximo 17 de marzo cumplirá 79 años- se ve inmerso en un asunto que hace reflexionar sobre la aplicación de las leyes. «El personaje ha evolucionado del mismo modo que la sociedad. Al principio tenía resabios franquistas a la hora de actuar, pero los va perdiendo y se siente cada vez más libre».
Pese a que a Ledesma se le reconoce, sobre todo, como autor de novela negra -en su haber premios como el Dashiell Hammett o el Pepe Carvalho en su primera convocatoria-, él reivindica esa otra parte de su obra más social en la que ha retratado a la burguesía catalana de antes de la guerra o a los estudiantes republicanos perseguidos. Un recorrido conformado por novelas como Sombras viejas y Los napoleones, que sufrieron el acoso de la censura, así como por Soldados y Los símbolos. Otro caudal de un mismo cauce narrativo en el que el autor pone de manifiesto su interés por conocer mejor el tiempo que le ha tocado vivir.

El Mundo, 13 de marzo de 2006

Víctima del exilio interior

Santos Sanz Villanueva

En vano buscará el lector interesado a Francisco González Ledesma en los manuales de novela española. Ni siquiera aparece en el cumplido panorama del género desde la Transición que hizo Santos Alonso. Este olvido se equilibra en cambio con su presencia cada vez más notable en los trabajos sobre nuestra novela criminal.
Descontado lo que esa injusticia deba a la rutina de repetir siempre los mismos nombres, tiene su explicación en un fenómeno muy importante y casi nada conocido. Al multitudinario exilio de republicanos dispersos por el extranjero, se sumó el exilio interior de muchas personas obligadas a sobrevivir en el clima hostil de la dictadura. La mayor parte de ellas guardarían un atemorizado silencio, mientras otras buscaron subterfugios. A tal circunstancia (aunque no sólo a ella) se debe el que un buen puñado de escritores se refugiaran en la subliteratura y utilizaran seudónimos para pasar desapercibidos, o también para ganarse el pan. El profesor Valles Calatrava ha dado una lista de medio centenar de españoles que firmaron novelas policiacas con nombres supuestos, muchos de aire sajón (Lou Cardigan, Curtis Garlan, Lem Mallory o Charles Mitchell).
La censura le prohibió a González Ledesma ya a los 21 años su novela Sombras viejas. Así, y despreciando además por motivos éticos una brillante carrera como abogado, se convirtió en un destajista de la literatura popular, y con el nombre de Silver Kane hizo centenares de novelas de quiosco, sobre todo del Oeste. Fue un modo de subsistir, mientras intentaba de nuevo el relato serio, que otra vez tropezó con la censura. Sólo tardíamente, desde la democracia, ha conseguido eco con media docena de novelas policiacas. En ellas, los casos investigados por Méndez, un policía despistado y listo, sirven para hacer un análisis colectivo en la línea de Vázquez Montalbán.
González Ledesma, un buen narrador de historias interesantes, ameno y con unas preocupaciones de fondo serias, de ésos a quienes siempre se lee con placer y provecho, es una víctima muy señalada del exilio interior. Estaba llamado a una carrera literaria que apuntaba muy lejos, pero no pudo escribir a su tiempo, ni con un ritmo y en libertad.

El Mundo, 13 de marzo de 2006

1 de març 2006

Paseando por calles de amor y odio

Entrevista a Francisco González Ledesma

"Yo escribo porque caminaba por las calles", explica González
Ledesma en esta entrevista. El alter ego real de Silver Kane ha
sido recientemente galardonado con el I Premio Pepe Carvalho,
"el Nobel del género negro".


Susana Alcaide

Hablar con González Ledesma siempre es un placer. Ese aire patricio de señor de casa bien queda anulado cuando te mira con ojillos de periodista que ha visto mucho, que ha vivido mucho, que sabe mucho. El oficio es algo que no se pierde nunca, y Ledesma lo sabe, de modo que la entrevista se convierte en un juego de cazador cazado. Te escucha, te reta, te responde, te pregunta y vuelta a empezar, persiguiendo siempre la información. ¿Es Ledesma el que responde o de repente se ha transformado en el inspector Méndez? ¿Sacará una grabadora o una placa? Más que mirar, escudriña; y cuando crees que ya estás desarmado, ves brillar una luz de ironía y honestidad en su mirada.

Coqueto, deja de lado al inspector Méndez para convertirse otra vez en el periodista Ledesma. Sabe que ha ganado, pero a una servidora no le importa. No siempre te regalan lecciones. Sea quien sea, personaje o persona, lo cierto es que no podríamos haber encontrado mejor ciccerone para una Barcelona convulsa. Las calles de esta ciudad canalla y portuaria, pero con ínfulas de gran dama están cambiando, y Ledesma, que las ha vivido, que las ha amado, que las ha odiado, nos lleva de paseo.

S. Alcaide.- ¿Qué relación tiene usted con la ciudad de Barcelona?

F. González Ledesma. -Mi relación es una relación de amor-odio. Es la ciudad en la que nací, en la que padecí todas las miserias y pobrezas del mundo, a la que quiero de una manera apasionada, pero al mismo tiempo se me escapa de las manos. Ha sido una ciudad muy cruel para mí y para amigos míos, y además es una ciudad con un sentido del capitalismo un poco brutal, como las grandes capitales; Barcelona durante algún tiempo ha sido de una crueldad desmesurada, y de aquí viene mi odio. Es una ciudad de la que no podría prescindir, a la que al mismo tiempo quiero apasionadamente y la odio lo bastante para desear que cambie.

¿Las ciudades tienen alma o es la gente la que les da alma?

No, es la gente. Las ciudades son masas de piedra. Pero lo que pasa es que tiene dos cosas que sí le dan alma: una es su situación geográfica; Barcelona como puerto de mar tiene un alma que podríamos decir que está ligada al Mediterráneo, a la vida al aire libre, al sentido epicúreo de la vida; en el sentido de disfrutarla, es una ciudad divertida. Todas las ciudades portuarias tienen mucha vida nocturna, tienen mucha animación, tienen muchos lugares de diversión, como bares, prostíbulos, lugares de contactos, y eso hace que sea una ciudad más divertida que cualquiera de la meseta castellana, eso es evidente.
Y la segunda faceta que para mi es muy importante y puede llegar a formar el alma de una ciudad, es su carácter reivindicativo y revolucionario. Barcelona ha sido una capital industrial, una capital que se ha dedicado al comercio, al transporte de mercancías, y ha posibilitado la creación de grandes fortunas, y naturalmente ha habido antagonismo, que es la lucha obrera; o sea, que yo diría que esta ciudad es una mezcla entre su situación geográfica, el hecho de que sea divertida por su carácter portuario y el que sea una ciudad de lucha revolucionaria, y esto hace que me sienta orgulloso, porque viviendo en Barcelona, vives en muchas ciudades diferentes. Aunque al margen de ello, el alma se la han dado los habitantes: Barcelona desde el principio ha sido una ciudad que ha tenido no solamente una serie de invasiones que le han hecho asimilar todos los caracteres, porque Barcelona es una ciudad de acogida, donde cualquiera que venga es normalmente bien recibido y si tiene ganas de trabajar, trabaja y se queda aquí.

A fuerza de salir, ¿Barcelona es otro personaje de sus novelas?

Sí, evidentemente. Barcelona es un personaje más, de hecho yo escribo porque caminaba por las calles, porque siempre pensaba que en esas calles donde yo había pasado tanta hambre y miseria eran calles que no hubiera cambiado, porque no sabría verlas de otra manera, y todo eso me ha influído. Además, al ser periodista durante muchos años, periodista de noche, acababa en La Vanguardia a las cuatro de la mañana y siempre iba a pie a casa, y siempre hablaba con los hombres de las mangueras, con los últimos vigilantes, con los policías, con las putas, y me explicaba cosas y hacía que la gente de la calle se incorporara a mis novelas. Yo no podría hacer una novela sin incorporar a la gente de la calle, sin el ambiente de las calles. Y también pasaba otra cosa, casi casi por deformación profesional y ese espíritu cotilla que todos los periodistas llevamos dentro, que es que yo veía una chica que miraba por la ventana y pensaba: "esta chica tiene que tener una historia. A lo mejor suena un poco tonto, pero... si un día me dijeran de hacer una novela sin incorporar las calles, y concretamente sin las calles de Barcelona, no sabría hacerlo.

¿El inspector Méndez hubiera sido el mismo si en vez de en Barcelona le hubiera tocado estar en Madrid?

No, seguramente en Madrid hubiera sido un funcionario, una persona más o menos. Como Méndez quiere ser disciplinado, o lo intenta, en Madrid seguramente habría sido un funcionario que hubiera llegado más lejos que en Barcelona. Su problema es que se ha incorporado a la ciudad: Méndez es un personaje de Barcelona y no puede ser de otra parte, cada vez que va a Madrid se siente un poco aburrido, se divierte en el sentido de que Madrid es una ciudad con personajes muy pintorescos, muy interesantes, pero no es su ciudad, y cuando le encargan un servicio allí se enfada bastante.

Periodista de calle, escritor de calles, ¿todavía camina por Barcelona para encontrar ese algo que le dé el punto de una nueva novela?

Sí, sí, es mi manera de estar en forma, si es que un escritor llega a estar en forma algún día, y eso es caminando por las calles, ver cómo cambian. Lo que pasa es que cada vez Barcelona es menos interesante, porque el alma de Barcelona se está perdiendo. En una novela puse una frase que creo que ahora tiene mucho significado: el Méndez dice que todas las chicas guapas que veía por las calles tenían un padre que se llamaba Pepe, y ahora se llama Mohamed. Realmente todos los barrios han cambiado, las personas que vienen aquí a ganarse la vida con todo el derecho del mundo ni la conocen, ni les interesa en absoluto, ni traen una tradición proletaria ni tan siquiera fabricante; es gente que viene con una vida ya hecha y que no se incorporará nunca a Barcelona, incluso por motivos religiosos. Yo voy por barrios de Barcelona y no los conozco, y eso a Méndez también le pasa y lo explica; me pierdo, se pierde espiritualmente. Por ejemplo, en los barrios viejos de Barcelona no me perdería, pero encuentro personas, encuentro situaciones y ambientes que antes no los había conocido, y eso me desorienta mucho. Creo que esto acabará con el espíritu de Barcelona.

¿Quiere decir que cambia hacia peor?

Eso no se puede decir nunca, pero el tiempo es de por sí cruel, porque yo era joven y ahora soy viejo. Ahora siempre creo que es para bien, con el tiempo se producirá una evolución buena, pero en este sentido no es que tenga demasiado optimismo. El espíritu que había en la calle, ese espíritu obrero del sindicato, ahora prácticamente no existe. A veces pienso que cuando dicen " con eso del estatuto habrá una guerra civil, ya verás...", porque la derecha está creando un clima tremendo... Pienso que no habrá una guerra porque no hay ejército, si hubiera un ejército sí que podríamos tener una guerra, que un general dijera que el País Vasco o Cataluña se terminó y ya está. Pero es que tampoco hay pueblo; ahora con media docena de guardias civiles te ocupan Barcelona. En la época en que yo era crío, había ejército que sí salía a la calle dispuesto a matar a quien fuera, pero también había pueblo dispuesto a dejarse matar. En este sentido había una resistencia tremenda, ahora no hay nada, ni ejército, ni pueblo, todo el espíritu de lucha que había conocido yo e incluso mi abuelo, todo ese espíritu de lucha revolucionaria, de espíritu obrero, ahora ya no existe, se ha perdido. Nos conformamos con lo que tenemos y ya está.

Las calles de Barcelona, la gente... se están acomodando, se vive demasiado bien.

Lo que ha dicho antes de que el tiempo siempre pasa para bien... Insisto, las viviendas no son como las de antes, las que llamaban del gobernador, los barrios están más limpios ahora; creo que se está transformando, pero para peor en este sentido; realmente la gente encuentra un urbanismo un poco más cuidado, pero no encuentra el ambiente cultural y de posibilidades que había antes. Cuando oigo lo de veinte moros durmiendo en una habitación pienso que antes no pasaban estas cosas, y mira que pasaban cosas terribles, pero esto no pasaba, y me llena de pesimismo.

¿Hay calles que siempre serán las mismas por mucho que se les intente lavar la cara? Porque esa es la preocupación de todos los ayuntamientos, recuperar el centro y alejar a las malas gentes, aunque el Barrio Chino siempre será el Barrio Chino...

A eso no puedo contestar de manera objetiva. Para mí hay calles que siempre serán las mismas porque están incorporadas en mi aventura personal; a lo mejor sí que cambian pero yo no me doy cuenta. Para mí la calle Nou de la Rambla siempre será esa calle donde la gente los sábados por la tarde..., cuando no existían los fines de semana, la gente se iba a hacer la copa, se iban de putas los que podían y el resto las miraba, no había discotecas, solo bares de barrio, había un ambiente muy barcelonés y al mismo tiempo muy de izquierdas. Pero esto solo sirve para mí y para aquellos que han vivido un Barrio Chino de leyenda, las academias de baile, los cabarets, los prostíbulos, como el de la Mimi, que era el más famoso de Barcelona, y donde íbamos los estudiantes los sábados por la noche, y como no teníamos dinero no hacíamos nada, pero hablábamos con las mujeres de allí. Una vez fui testigo de que allí se hizo un concurso de poesía. Todo aquello tenía una personalidad enorme.
Yo qye viví la época del hambre, había conocido mujeres muy honradas, algunas salen en mis novelas, que por la noche se prostituían en esos prostíbulos de la calle Nou, porque tenían hijos y pasaban hambre; ellas necesitaban solucionar la papeleta de alguna manera. Estas señoras tenían dos cosas muy buenas, seguro de enfermedad y retiro de vejez, y no había ningún chulo que las explotara. Ahora esto ya no pasa, y por según qué calles ya no paso, ya no tengo edad, pero por lo que me explican de mafias organizadas, de pobres chicas que han venido de Nigeria, de Rumanía, que están explotadas de mala manera, sin seguridad, sin nada, por cuatro desgraciados que se aprovechan... pienso que en este sentido hemos retrocedido, es decir, el ambiente que tenían algunas calles de Barcelona no era tan malo como nos empeñamos en verlo.

Con tanto cambio y reforma urbanística... El punto sórdido, el punto canalla de algunas calles de Barcelona, ¿se perderá, o por el hecho de ser portuaria ya tiene impregnado ese aire perdulario?

Por el hecho de ser portuaria ya tiene un ambiente que hace que no cambie demasiado. Por ejemplo, conozco muy bien Marsella, que siempre ha tenido un carácter muy especial, pero ha ido cambiando poco a poco. Cuando era el puerto de embarque de la legión, era una ciudad con una violencia y un gangsterismo y un puterío tremendos; cuando vinieron los alcaldes del Frente Nacional expulsaron moros, cerraron bares y puticlubs, pero Marsella continúa siendo Marsella, igual que Barcelona es Barcelona. Lo que pasa es que se transformará por el cambio de habitantes, la pérdida de la identidad obrera y todos los elementos que se dedican al ocio de los otros, también las putas son del Este y están explotadas, los camareros son asiáticos y mal pagados, o sea que no se perderá, pero cambiará y creo que a peor: perderá alegría y ganará corrupción.

¿Quién ha disfrutado más de las calles de Barcelona, el González Ledesma periodista, el escritor o el inspector Méndez?

Creo que de todos, el González Ledesma niño, que después creció y se convirtió en un escritor. Yo he disfrutado mucho de Barcelona como periodista, porque para mí ha sido el trabajo más bonito del mundo, ya que me permitía vivir la vida de las calles, ser testigo de la historia, conocer gente. Pero he vivido las calles para trabajar, con el reloj en la mano, mirando de no llegar tarde a una entrevista, intentando llegar a tiempo siempre. Trabajé en dos diarios magníficos, El Correo Catalán y La Vanguardia, y era una vida profesionalmente muy interesante y muy digna. Pienso que ahora hay muy poca gente que tenga esta oportunidad, y abundan esos que se llenan la boca diciendo "soy periodista", pero que no lo son. Eramos obreros de la información y ahora no.

Mi punto cotilla se rebela y no puedo acabar sin preguntarle algo sobre el Planeta: usted ganó el premio, con Crónica sentimental en rojo en el año 1984; han pasado veinte años y ahora lo ha ganado la Maria de la Pau Janer... ¿Qué ha pasado?

Yo no lo entiendo, creo que el premio no lo cuidan tanto como antes, o puede que se hayan acabado los novelistas en España... La verdad es que últimamente había perdido calidad literaria, y este último no es más que la confirmación. No quiero hablar mal de esta escritora, pero me parece muy corriente; además estuvimos sentados cerca y me pareció de una vanidad insoportable. Yo creo que el libro no puede ser bueno, y cuando el Marsé dijo que no valía nada... A Marsé me lo creo porque le tengo un respeto, ha sido un hombre de barrio y lo conozco hace mucho, y tiene unas virtudes que otros no tienen: la amabilidad y la modestia. Es muy posible que no hayan encontrado nada más, pero me extraña que no hayan pinchado un poco para que saliera otro. Hay buenos escritores en Latinoamérica y en España como para haber premiado esto.

Ha hablado el periodista, el escritor, el personaje y el que ya tiene los ojos cansados de tanto mirar. Yo estoy sin palabras. Amén. Un placer.

Gangsterera
, 4, marzo 2006