En vano buscará el lector interesado a Francisco González Ledesma en los manuales de novela española. Ni siquiera aparece en el cumplido panorama del género desde la Transición que hizo Santos Alonso. Este olvido se equilibra en cambio con su presencia cada vez más notable en los trabajos sobre nuestra novela criminal.
Descontado lo que esa injusticia deba a la rutina de repetir siempre los mismos nombres, tiene su explicación en un fenómeno muy importante y casi nada conocido. Al multitudinario exilio de republicanos dispersos por el extranjero, se sumó el exilio interior de muchas personas obligadas a sobrevivir en el clima hostil de la dictadura. La mayor parte de ellas guardarían un atemorizado silencio, mientras otras buscaron subterfugios. A tal circunstancia (aunque no sólo a ella) se debe el que un buen puñado de escritores se refugiaran en la subliteratura y utilizaran seudónimos para pasar desapercibidos, o también para ganarse el pan. El profesor Valles Calatrava ha dado una lista de medio centenar de españoles que firmaron novelas policiacas con nombres supuestos, muchos de aire sajón (Lou Cardigan, Curtis Garlan, Lem Mallory o Charles Mitchell).
La censura le prohibió a González Ledesma ya a los 21 años su novela Sombras viejas. Así, y despreciando además por motivos éticos una brillante carrera como abogado, se convirtió en un destajista de la literatura popular, y con el nombre de Silver Kane hizo centenares de novelas de quiosco, sobre todo del Oeste. Fue un modo de subsistir, mientras intentaba de nuevo el relato serio, que otra vez tropezó con la censura. Sólo tardíamente, desde la democracia, ha conseguido eco con media docena de novelas policiacas. En ellas, los casos investigados por Méndez, un policía despistado y listo, sirven para hacer un análisis colectivo en la línea de Vázquez Montalbán.
González Ledesma, un buen narrador de historias interesantes, ameno y con unas preocupaciones de fondo serias, de ésos a quienes siempre se lee con placer y provecho, es una víctima muy señalada del exilio interior. Estaba llamado a una carrera literaria que apuntaba muy lejos, pero no pudo escribir a su tiempo, ni con un ritmo y en libertad.
Descontado lo que esa injusticia deba a la rutina de repetir siempre los mismos nombres, tiene su explicación en un fenómeno muy importante y casi nada conocido. Al multitudinario exilio de republicanos dispersos por el extranjero, se sumó el exilio interior de muchas personas obligadas a sobrevivir en el clima hostil de la dictadura. La mayor parte de ellas guardarían un atemorizado silencio, mientras otras buscaron subterfugios. A tal circunstancia (aunque no sólo a ella) se debe el que un buen puñado de escritores se refugiaran en la subliteratura y utilizaran seudónimos para pasar desapercibidos, o también para ganarse el pan. El profesor Valles Calatrava ha dado una lista de medio centenar de españoles que firmaron novelas policiacas con nombres supuestos, muchos de aire sajón (Lou Cardigan, Curtis Garlan, Lem Mallory o Charles Mitchell).
La censura le prohibió a González Ledesma ya a los 21 años su novela Sombras viejas. Así, y despreciando además por motivos éticos una brillante carrera como abogado, se convirtió en un destajista de la literatura popular, y con el nombre de Silver Kane hizo centenares de novelas de quiosco, sobre todo del Oeste. Fue un modo de subsistir, mientras intentaba de nuevo el relato serio, que otra vez tropezó con la censura. Sólo tardíamente, desde la democracia, ha conseguido eco con media docena de novelas policiacas. En ellas, los casos investigados por Méndez, un policía despistado y listo, sirven para hacer un análisis colectivo en la línea de Vázquez Montalbán.
González Ledesma, un buen narrador de historias interesantes, ameno y con unas preocupaciones de fondo serias, de ésos a quienes siempre se lee con placer y provecho, es una víctima muy señalada del exilio interior. Estaba llamado a una carrera literaria que apuntaba muy lejos, pero no pudo escribir a su tiempo, ni con un ritmo y en libertad.
El Mundo, 13 de marzo de 2006
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