22 de nov. 2007

La fe en las calles

El género negro alcanza su mayoría de edad en España con la última novela de Ledesma

Alejandro M. Gallo

Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), alias Silver Kane o Enrique Moriel, comenzó su carrera literaria a los 21 años ganando el Premio Internacional de Novela con Tiempo de venganza, que el franquismo prohíbe su publicación. Después llegó Los napoleones, que tuvo la misma suerte. La novela negra (entendida desde la definición de Jean Patrick Manchette: «novela de intervención social, muy violenta») no podía nacer en España, ni en ningún país dictatorial, había que esperar a la democracia.
Y llega la democracia, Ledesma ya tiene casi 60 años y cientos de novelas con seudónimo. Con la libertad llegaron muchas cosas, entre ellas la literatura de género negro. Y Ledesma ya era uno de los grandes. Gana el «Planeta» en el 84 con Crónica sentimental en rojo, después llegó el Hammett, el Pepe Carvalho y dos veces el premio «Mystère» a la mejor novela extranjera.
RBA se había propuesto crear el gran premio de novela negra, algo inexistente en nuestras tierras. Así nació el Premio Internacional RBA dotado con 125.000 euros y que ha sido concedido a Ledesma por Una novela de barrio, con una de las mayores difusiones mediáticas y distribuciones que se han conocido.
A nuestro modesto criterio: nadie mejor que él. Pero dejemos al autor y vayamos a la novela. Una novela de barrio es otra aventura del inspector Ricardo Méndez, el policía que no tiene edad y su jubilación se encuentra a la vuelta de la esquina, por una Barcelona que ya no es la misma, en la que han cambiado hasta el nombre del Barrio Chino por El Raval y han muerto los últimos rateros que informaban a Méndez dónde se encontraban los asesinos de mujeres, violadores o secuestradores de niños, y ya no quedan putas en los callejones de los suburbios porque ya son marquesas.
El argumento es sencillo: se ha cometido un homicidio cuya solución se ve lejana y su resolución interesa poco a la superioridad. Por eso hay que encargárselo a alguien que tenga tiempo. Méndez tiene tiempo, no hace nada desde hace muchos años y se niega a jubilarse, prefiere vivir en la desolación. Ledesma rescata a algunos secundarios de otras novelas: Amores, el periodista de la mala suerte; la Loles, esa policía que vez en cuando le hace favores, no de los que quisiera el viejo Ricardo Méndez.
Mientras el viejo policía investiga nos pasea por Barcelona, donde los antiguos cafés, donde se proclamó la República, han cerrado y el Barrio Chino es una gran avenida llena de tiendas de productos desnaturalizados y las clínicas dentales han sustituido las viejas casas de citas. Pero Méndez sigue creyendo en un mundo en el ya nadie cree, en el que lo único que queda sin privatizar son las lápidas de los cementerios. Y busca la verdad en las fachadas de los edificios, en el rostro de alguna mujer que le habla, en las tabernas del barrio donde «policías y taberneros juegan a equívocos». Porque él aprendió el oficio en las esquinas, no en ninguna academia y desde entonces es un gato callejero cuya suerte ha cambiado poco, pero ya no vive en los sótanos de ningún bar. Y al final nos deja una sentencia, como si fuera su eterno epitafio: «Un hombre que ha visto tanto, nunca descansará en paz».
La novela es ágil; la prosa, casi quirúrgica; los capítulos son más breves de lo que nos tiene acostumbrados Ledesma, rondan las tres hojas de media; el uso y abuso del punto y aparte provocan una agilidad en la narración que incrementa y facilita la lectura; el enigma sigue estando subordinado al análisis social; la ironía es desalmada a veces, Ledesma ya no tiene que callar nada, pero lo dulcifica para no ser muy cruel... por 1todo eso y por mucho más, Una novela de barrio marcará un hito en la historia del género en España. El punto que marca su mayoría de edad.

La Nueva España, 22 de noviembre de 2007