22 d’abr. 2007

Moriel se quita la careta

En realidad se llama Francisco González Ledesma. Dejó la abogacía para dedicarse a los libros. El franquismo lo prohibió, se hizo famoso como escritor de novelas del oeste, ganó el Planeta y su última obra, «La ciudad sin tiempo», va camino de ser un «best-seller». Ahora da la cara

Elena Pita

Se titula La ciudad sin tiempo. Su autor, español de Barcelona, ha dado esta semana la campanada descubriéndose detrás de un seudónimo que en un solo mes ha encaramado su novela por la senda de los best-sellers (60.000 ejemplares vendidos): es la última peripecia de Francisco González Ledesma, reconocido y premiado novelista de género más bien negro, al amparo de un nombre desconocido para todos, Enrique Moriel. Para todos, menos para la censura franquista: Moriel es el protagonista de su primera novela (Sombras viejas) prohibida y destruida, ganadora en 1948 del premio José Janés y recurrente éxito de ventas en Francia que, vuelta a escribir, Destino publicará ahora en castellano.
Un juego conocido el de Ledesma: muchos son los casos de escritores ocultos tras un seudónimo o que deciden crear heterónimos, apócrifos, complementarios...; como muchas y diferentes son las razones que les conducen a sacrificar esa porción de ego en aras de otro yo (mayormente inexistente).

Siguiendo con el autor de Moriel, ¿qué hizo el prohibido Ledesma durante los 27 años que aún duraría la represión del Régimen?

Pues convertirse en el popularísimo Silver Kane, ciudadano de las llanuras del Oeste americano, que relató sus peripecias en unas 450 novelas publicadas por Bruguera (existe todo un club de coleccionistas siguiendo su pista en ferias del libro usado, Jodorowsky entre otros). Así pues, Silver Kane (primer alter ego de el Ledesma, Poble Sec, Barcelona, 1927), aferrado al contrato editorial que le permitiría salir de la miseria, llegar a ser un brillante abogado, renunciar en pos de la justicia inexistente y escribir otras historias menos «rojas y pornográficas» (sic), durante 32 años entregó aquellas novelitas a razón mínima de cuatro al mes. En el 84 gana el Planeta, crea una serie policiaca con Barcelona al fondo, se dedica al periodismo de altura en La Vanguardia, es cronista de la villa, tiene, cría y educa a tres hijos, etc.


SACRIFICAR SU NOMBRE

Hace escasos meses, junto a su editor (Destino), llegó a la conclusión de que una vez más habría de sacrificar su personalidad, puesto que, tras 25 años de gestación y cuatro reescrituras, había parido una novela ajena al registro policiaco por el que popularmente es conocido.


¿Temía acaso el recelo de los lectores alérgicos al género de kiosco?

«Es un prejuicio un poco tonto ése, catologar de serie B a autores como Montalbán, Mendoza... Después de haber escrito casi 500 novelas, si algo tengo es oficio. Cuando empecé tuve nombre como escritor de la vida política y social de Barcelona, escribí entre otras cosas una trilogía que relata la vida política de la ciudad desde el año 33 al 82. Pero a raíz del Planeta, que gané con una novela negra (Crónica sentimental en rojo), publiqué bastantes obras de intriga, y esto configuró un nuevo nombre para mí. Entonces, publicar esta novela, de carácter histórico, con asuntos teológicos que hasta ahora nunca había tratado, suponía un problema: la gente iba a clasificarla a priori como novela negra. La idea de publicar bajo seudónimo se me ocurrió a mí. No hubo intención alguna de engañar... Y además tenía otra razón, sentimental: unir los dos pedazos de mi vida, el último, que es el que vivo, y el primero: Moriel es el personaje de mi primera novela, para mí muy querido».

Protagonista de Sombras viejas, escrita en el 44, premiada (Somerset Maugham era del jurado), prohibida y destruida por el autor, que rescribió para publicar en Francia hace 10 años, y que ahora escribe por tercera vez.

«Escribía desde los 12 años, y a los 17 me parecía que podía hacer ya la novela de mi vida» (se ríe).
No fue tampoco el miedo escénico del autor que cambia de registro: es ésta una historia bien antigua para el Ledesma (así conocido en familia). «Tiene casi 30 años. Mientras escribía aquellas novelas de acción, se me ocurrió lo fascinante que debía de ser la vida de un ser que no muriese y fuese testigo de una historia a lo largo del tiempo. La idea quedó ahí, hasta que La Vanguardia me encargó, hace 20 años, un folletón de verano y entonces se convirtió en El vampiro del paseo de Gracia, que es esta historia pero simplificadísima (tanto, que un avezado crítico amenazó en marzo con acusar al tal Moriel de plagiar dicho folletón) y vuelta a escribir tres veces más. Rompo muchas cosas» ("casi todo", según Rosa, su magnífica mujer, el día entero apartándole escritos que en sus manos peligran, ay). Ésta es una novela muy trabajada». Y tanto.
No es premura ni ambición de ego, ni que se haya visto sorprendido por el éxito de ventas. Habían decidido (autor y editor) que sería un seudónimo efímero, y se pusieron una fecha. Ledesma no quería faltar a la deliciosa cita con los lectores que es el día del libro: «La fiesta más civilizada que conozco: una rosa, un libro y una sonrisa». Así que emplazaron la revelación para antes, el pasado martes.

¿No temía el autor que le acusaran de juego ilícito, intento de manipulación al estilo anuncio fantasma, engordando la expectativa del consumidor adicto?

«No, porque no hay ningún secreto, el único motivo lógico es que no la confundieran con una novela negra». Se beneficia además Ledesma de una merecida reputación de escritor limpio: «Soy un obrero de la pluma; no soy un autor tan famoso como para que se monten tinglados publicitarios a mi alrededor».
Claro que algunos se dieron cuenta de quién era Moriel: críticos, compañeros antañones de La Vanguardia, lectores aviesos que reconocieron su estilo... Y hasta aquel periodista que le aconsejó al editor que buscara un buen abogado para defenderse de plagio (con el folletón en la mano). «Sí, el estilo me traicionó, porque no se puede esconder», como tampoco esconde su eterno asunto: el alma de Barcelona, mujer o ciudad de la que ha sido relator durante toda la vida: de comentarista de boxeo a cronista de la alcaldía, pasando sobre todo por la calle, su verdadera pasión. «Barcelona es como mi madre: lo sé todo de ella... Frente a la idea que tiene la mayoría (la ciudad de la pela), para mí es una ciudad que vive de mitos; el nacionalismo es uno de ellos: un mito espiritual».

-¿Hay algo esquizoide en esta convivencia con un alter ego?

-Enrique Moriel ha sido un seudónimo que nació con vocación provisional, y he convivido con él guardando silencio cuando escuchaba comentarios. En Silver Kane, sí; él formó parte de mí con toda naturalidad, yo intentaba pasar por autor norteamericano y me sorprendía si alguien me hablaba abiertamente de alguna de sus novelas, pero al final lo sabía todo el mundo. El contrato tenía que haber durado tres años, para sacarme del hambre, pero como vendía bien, aquí y fuera, duró desde el 52 al 84... Confieso que casi me gustaba hacerlo: siempre me ha apasionado escribir, es lo único que he sabido hacer en mi vida.

LITERATURA CON NOMBRE «FALSO»

Pessoa y sus heterónimos. Creó en 1912 a Alberto Caeiro, el poeta-filósofo de origen campesino. En 1914 nace Ricardo Reis, epicureista y monárquico que emigra a Brasil al proclamarse la república. Poco después surge Alvaro de Campos, anglófilo, poeta futurista que deriva al nihilismo. Pero es en Bernardo Soares, autor del Libro del desasosiego, donde Pessoa más se identifica: «Es una simple mutilación de mí».
Machado y sus apócrifos. O «complementarios», como él decía: Abel Martín y su discípulo Juan de Mairena son los seudónimos (no admitidos) que utiliza para desarrollar su pensamiento filosófico. Cuenta su biógrafo Ian Gibson que tal vez escondiera en ellos «cierto pudor con los asuntos filosóficos, porque es consciente de que ha llegado muy tarde: fue bachiller con 25 años (pésimo estudiante) y teme resultar pobre frente a Unamuno u Ortega, a quien frecuenta y admira».
Dinesen: disfraz de condesa. Autora danesa y pionera de lo que ella misma bautizó como género gótico, se hizo mundialmente conocida con sus cuentos fantásticos y el sobrenombre de Isak Dinesen, que no ocultaba sino a la condesa Karen Blixen. El matrimonio Blixen vivió años en Africa, donde ella se enamora de un aristócrata y cazador inglés, provocando su divorcio y generando una de las obras más leídas en el último siglo: Memorias de Africa.
Y además: Larra se escondía bajo nombres como Fígaro, Ramón Arriala o Niporesas. Leopoldo Alas firmaba sus artículos como Clarín y Antón Chéjov era Antona Chejonte cuando escribía chascarrillos. Hay asumidos por auténticos cientos de seudónimos literarios: Molière, Moravia, Orwell, Valle-Inclán (era Valle pero Peña), Wilde, Wolfe, Azorín, Céline, Stendhal, Gorky, Jack London, Gabriela Mistral, Terenci Moix...

El Mundo
, 22 de abril de 2007