22 de gen. 2008

Recuérdame al morir y otras historias de Silver Kane

Alejandro Caveda

Hace poco he comprado y leído Recuérdame al morir, una amena antología de la Factoría de Ideas que recopila cuatro novelas cortas (o novelas de a duro, como prefieran) del escritor Silver Kane seleccionados por Manuel Blanco Chivite.
Para los despistados, aclaro que este es el pseudónimo que el premio Planeta Francisco González Ledesma utilizaba durante su época como autor de bolsilibros para la editorial Bruguera antes de dar el salto al gran mercado con la publicación de Crónica sentimental en rojo (1984).
Servidor, que en su juventud fue un gran devorador de bolsilibros, se reconoce gran admirador de Ledesma en su faceta de Silver Kane. Sus historias eran de una calidad muy superior a la media, tenían una gran fuerza narrativa y te enganchaban desde la primera línea. Aunque las comparaciones son odiosas, el estilo de Kane me recordaba a ratos al del también escritor Jean Ray, por el trasfondo inquietante y sobrenatural que acecha en sus relatos (incluso en los policíacos) y ese talento para sacar adelante cualquier premisa, por disparatada que pudiese parecer inicialmente. Por eso valoro cualquier iniciativa para rescatar del olvido editorial estas pequeñas joyas de bolsillo, al igual que Ediciones B hizo en su momento con Marcial Lafuente Estefanía, o Robel con el Orden Estelar de Ángel Torres Quesada.
Encontrar esta antología ha supuesto un revificante soplo de aire fresco frente a tanto best-seller de tres al cuarto de los que pueblan los estantes de nuestras librerías. Hay quien se escandalizará al leer esto, pero aunque los bolsilibros gozan de muy mala prensa lo cierto es que daban al lector de la época justo lo que buscaba: un rato de evasión y entretenimiento a cambio de un precio más que asequible. Hace años Torres Quesada explicó en un número de Nueva Dimensión (el número 113, creo) las condiciones draconianas que la editorial Bruguera imponía a sus escritores de novelas de a duro: tramas lineales y sencillas, asequibles al lector medio, con un final cerrado, en los que siempre triunfaban el bien, la moral y las buenas costumbres y otras zarandajas por el estilo. Puede parecer muy fácil, pero el mercado está lleno de Galas, Pradas y otros pretenciosos semejantes, autores de ladrillos en serie y en cadena, que serian incapaces de escribir una de estas novelitas con el estilo y la elegancia de Corín Tellado, por poner un ejemplo (de la que también me declaro fiel seguidor).
Tuve la suerte de crecer en la edad dorada de las novelitas de a duro. Mi tío abuelo (Q.E.P.D.) tenía en su casa estanterías llenas de ellas de editoriales como Rollán o Toray, mientras que mi padre solía mandarme al quiosco a comprarle los últimos números de Punto Rojo o Servicio Secreto, los cuales pasaban a mis manos una vez él los había leído. Yo personalmente coleccionaba todos los ejemplares que podía conseguir de La Conquista del Espacio o Héroes del Espacio, a través de librerías como la extinta Zapico o más recientemente Magazín o la mítica Personajes del infatigable Macario. Curiosamente, con el tiempo ha habido una reivindicación intelectual del género gracias a la tarea de editoriales como Ediciones B, Robel o la Factoría, que han publicado ensayos, antologías o reediciones centradas en la literatura popular, en general, y los bolsilibros en particular, interés al que no es ajeno el éxito que algunos de estos escritores han alcanzado con posterioridad, caso de los ya mencionados Torres Quesada, Corín Tellado o el propio González Ledesma. Esperemos que el ejemplo cunda y se rescaten más títulos de estos autores y de otros no menos interesantes como Clark Carrados, Peter Kapra, Walt. G. Dovan, Burton Hare o Marcus Sidereo, entre otros. Saludos y hasta pronto de la mano de Richard Matheson y Soy leyenda.


El Zoco de Lakkmanda, 22 de enero de 2008