25 de gen. 2008

La literatura me salvó la vida

Alejandro Gallo

Esta sentencia, aparentemente exagerada, se la escuché a Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), alias «Silver Kane» o «Enrique Moriel», en una tertulia literaria en la que participábamos varios escritores y que llevaba por título: «¿Por qué y para qué escribimos?» El debate se encontraba en punto muerto. Unos defendían que se escribía por onanismo (aunque éstos nunca aclararon qué hacían con el dinero de sus derechos); otros, por cambiar la sociedad; algunos, por establecer una comunicación o diálogo con sus lectores; los menos, por exteriorizar algo interno... Creo que, salvo discutir sobre el sexo de los ángeles o si la rana es carne o pescado, las opiniones fueron de lo más dispares. Pero nadie se ponía de acuerdo. En esto solicitó la palabra Ledesma, y dijo: «A mí, la literatura me salvó la vida». Silencio. Todo el mundo lo había comprendido. La literatura adquiría una nueva dimensión: la necesitad vital. Todos conocíamos a González Ledesma. Sabíamos por él que la novela negra (entendida como crítica social) en el franquismo nunca pudo nacer. Porque la novela social lleva implícita la crítica y el cuestionamiento de lo que nos rodea, por eso no vería la luz hasta la democracia. A esto se añadía que él había tenido que escribir para comer: «Para el sábado, dos novelas», ordenaban desde la dirección de Bruguera. Y el sábado estaban terminadas las dos, con seudónimo, por supuesto. Ése es el nacimiento de su alter ego, Silver Kane. Era la literatura de subsistencia, la necesidad de escribir para comer. Por eso, la frase «la literatura me salvó la vida» encierra esa necesidad, pero abre otra: desear la llegada de la democracia para poder escribir con libertad, sin hambre, para decir y denunciar lo que se desee.
Comenzó su carrera literaria a los 21 años ganando el Premio Internacional de Novela con «Tiempo de venganza», y el franquismo prohibió su publicación. Después llegó «Los napoleones», que tuvo la misma suerte. La novela negra (entendida desde la definición de Jean Patrick Manchette: «novela de intervención social, muy violenta») no podía nacer en España, ni en ningún país dictatorial: había que esperar a la democracia.
Llegó la democracia. Ledesma ya tiene casi 50 años y cientos de novelas con seudónimo. Con la libertad llegaron muchas otras cosas, entre ellas la literatura de género negro. Y Ledesma ya era uno de los grandes. Gana el «Planeta» en 1984 con «Crónica sentimental en rojo» (llevada al cine, con José Luis López Vázquez en el papel del inspector Méndez), después llegó el «Hammett» (premio a la mejor novela mundial en castellano), el «Pepe Carvalho» (premio a la mejor trayectoria mundial dentro del género) y dos veces el premio «Mystère» a la mejor novela extranjera.
En el 2006, RBA se había propuesto crear el gran premio de novela negra, algo inexistente en nuestras tierras. Una especie de «Planeta» de la literatura negra. Así nació el Premio Internacional RBA, dotado con 125.000 euros y que ha sido concedido a Ledesma por «Una novela de barrio», con una de las mayores difusiones mediáticas y distribuciones que se han conocido. A nuestro modesto criterio: nadie mejor que él. Pero dejemos al autor y vayamos a la novela.
«Una novela de barrio» es otra aventura del inspector Ricardo Méndez, el policía que no tiene edad y cuya jubilación se encuentra a la vuelta de la esquina, por una Barcelona que ya no es la misma, en la que han cambiado hasta el nombre del Barrio Chino por El Raval y han muerto los últimos rateros que informaban a Méndez dónde se encontraban los asesinos de mujeres, violadores o secuestradores de niños. Y no quedan putas en los callejones de los suburbios porque ya son marquesas.
Mientras el viejo policía investiga, nos pasea por Barcelona, donde los antiguos cafés, en los que se proclamó la República, han cerrado y el Barrio Chino es una gran avenida llena de tiendas de productos desnaturalizados y las clínicas dentales han sustituido las viejas casas de citas. Pero Méndez sigue creyendo en un mundo en el ya nadie cree, en el que lo único que queda sin privatizar son las lápidas de los cementerios. Y busca la verdad en las fachadas de los edificios, en el rostro de alguna mujer que le habla, en las tabernas del barrio donde «policías y taberneros juegan a equívocos». Porque él aprendió el oficio en las esquinas, no en ninguna academia, y desde entonces es un gato callejero cuya suerte ha cambiado poco; pero ya no vive en los sótanos de ningún bar. Y al final nos deja una sentencia, como si fuera su eterno epitafio: «Un hombre que ha visto tanto nunca descansará en paz».
La novela es ágil; la prosa, casi quirúrgica; los capítulos son más breves de lo que nos tiene acostumbrados, rondan las tres páginas de media; el uso y abuso del punto y aparte aportan una agilidad a la narración que incrementa y facilita la lectura; el enigma sigue estando subordinado al análisis social; la ironía es desalmada a veces, Ledesma ya no tiene que callar nada, pero lo dulcifica para no ser muy cruel... por todo eso y por mucho más, «Una novela de barrio» marcará un hito en la historia del género en España. El punto que marca su mayoría de edad.
No se olviden. Hoy, viernes, día 25, a las 20.00 horas, en la Casa de la Cultura de La Felguera, organizado por Cauce Nalón y el Club La Nueva España en las Cuencas, todos tenemos una cita con Ledesma y su inspector Méndez.

La Nueva España, 25 de enero de 2008