Antonio G. Iturbe
González Ledesma es un trilero. Agita las manos para que no sepamos dónde está la bolita. Pero a los lectores de siempre no consigue engañarnos: él finge que escribe novelas policíacas o novelas sociales… pero lo que de verdad escribe son poemas. Poemas en prosa, a pie de calle, sin otra rima que el vaivén de las vidas, de una belleza que no excluye ni la rabia ni el peso de las decepciones. Hay más poesía en un párrafo de cualquiera de sus libros cogido al azar que varias obras completas de poetas muy engolados y laureados.
En la oportuna reedición de El adoquín azul (Menoscuarto) muestra, una vez más, que estamos ante el gran cronista de la cara oculta de Barcelona, un escritor de la altura de Juan Marsé. Las comparaciones son odiosas (o simplemente bobas), es verdad, pero vale para situar la liga en la que juega. El partido de calle donde la vida no es un juego. Y es que el padre del detective Méndez es un merodeador incansable de la trastienda de Barcelona, de los barrios bajos donde la ciudad rutilante lava sus trapos sucios y tiende los felpudos donde los que pisan fuerte se limpian los zapatos.
Nos cuenta una historia de Montero, un poeta “que escribía sobre cosas tan perfectamente frágiles como las calles que cambian y las mujeres que envejecen”. Simpatiza con los izquierdosos y se ve envuelto en una redada ordenada desde la comisaría de Vía Layetana. Al tratar de escapar, recibe un disparo en la cadera que lo deja mal herido. Cuando está a punto de desmayarse en plena calle y quedar a merced de la policía, se le abre una puerta, la de un coche que lo hace subir y se lo lleva de allí. Despierta en el piso de su rescatador, que es rescatadora: una mujer bondadosa, que escribe en ese piso porque es escritora y que, encima, es la esposa del comisario Ponce que ha ordenado la redada. Le asquea lo que hace su marido y por eso ha querido ayudarlo, aun poniéndose en riesgo. Lo ayuda a escapar vendándole los ojos y haciéndolo pasar por ciego. No quiere que sepa dónde está ese piso para que nunca regrese a buscarla y ponga su vida en peligro. Lo deja en un tren con destino a Francia y desaparece. Montero pasará el resto de su vida tratando de encontrar a esa mujer que tanto le dio.
Un libro que te transmite esa serena decepción que probablemente tengan que tener todas las vidas decentes. Dentro de algunos años, únicamente podrá saberse a través de sus libros cómo era de verdad esa Barcelona de las malas calles, que a veces son las buenas.
Que Leer, 19 de marzo de 2014
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