28 de febr. 2007

El inspector Méndez en carne y hueso

Fran J. Ortiz

Crónica sentimental en rojo fue la novela con la que Francisco González Ledesma, uno de los nombres clave de la novela negra española, ganó el Premio Planeta en el ya lejano 1984. González Ledesma, curtido como escritor en la literatura de quiosco y conocido por el seudónimo artístico de Silver Kane, ganaba el premio literario mejor dotado del panorama editorial de nuestro país con una novela negra que, además, pertenecía a su serie protagonizada por el inspector Méndez, y que ha dado títulos tan célebres como Expediente Barcelona o Las calles de nuestros padres.
La adaptación cinematográfica, de igual título, no se hizo esperar mucho: al año siguiente, CB Films estrenaba la versión dirigida por Francisco Rovira Beleta (Los Tarantos), con José Luis López Vázquez como Méndez.
El film resultante es una interesante producción de cine negro patrio cuyo interés es más histórico que artístico, y no solo por ser una adaptación de la novela mencionada, sino por formar parte de un género cinematográfico poco tratado en España.
La historia arranca con el hallazgo de una mujer muerta, a la que le han cortado un pecho, sobre la arena de la playa. El pecho es enviado a una jueza, que encargará la investigación al inspector Méndez, el cual encontrará un vínculo con una jugosa herencia y un misterioso pintor del que nadie sabe si está vivo o muerto...
El reparto de la cinta, encabezado también por Assumpta Serna y Lorenzo Santamaría, es ajustado, si bien en algunos casos los actores (sobre todo en el de Serna) parecen poco creíbles en lo referente a los diálogos. Pero el buen trabajo de López Vázquez (digámoslo ya, uno de nuestros mejores actores de siempre), una trama entretenida aunque poco novedosa, y la presencia del propio González Ledesma en un curioso cameo, justifican con creces su visionado.

Abandonad toda esperanza, 28 de febrero de 2007

El enigma de ‘La ciudad sin tiempo’ y otras novelas de Barcelona

Sergio Vila-Sanjuán

En ‘El preu de ser catalans’, Patrícia Gabancho apunta que durante mucho tiempo Barcelona ha sido una ciudad "invisible", ya que al no tratarse de un escenario cinematográfico habitual la gente no reconoce sus parajes. Eso no puede aplicarse a la narrativa: de Oller a Marsé y de Sagarra a Mendoza y toda la novela negra barcelonesa, hay un buen surtido de obras que la retratan. En los últimos años esta tendencia ha ido en aumento, generando de paso algún best seller internacional. El ejemplo de ‘La sombra del viento’ marca el decenio. En Barcelona, ciudad de moda, están de moda las novelas de la ciudad.
Y la última está a punto de salir, digamos que envuelta en misterio. El próximo 6 de marzo Destino pondrá en las librerías ‘La ciudad sin tiempo’, firmada por Enrique Moriel. La editorial ha hecho un sondeo de los que ahora se llevan entre libreros –me extraña que no empiecen a estar saturados– y lanza una primera tirada fuerte, de 50.000 ejemplares. Ahora bien, advierten que ‘Moriel’ es un
pseudónimo. ¿De quién y por qué? No hay respuesta.
He leído las pruebas de ‘La ciudad sin tiempo’ y me lo he pasado bien. Se trata de un atractivo novelón gótico con muchos golpes de efecto. El protagonista, hijo de una prostituta y un marino de piel blanca y ojos "hermosos y enigmáticos", es un ser fantasmagórico cuya existencia se prolonga a lo largo de los siglos, lo que permite al autor contar de forma muy didáctica la historia de la ciudad, colocándole junto al párroco de Sant Pau del Camp en los albores de la Edad Moderna, resistiendo en las murallas de Barcelona en 1714 o entrevistando a Ildefonso Cerdà como periodista del ‘Diario de Barcelona’. Todo ello entrevesado con una trama de ritos satánicos. Lo que se llama instruir deleitando.
¿Quién es Moriel? Se lo he preguntado a Emili Rosales, director de Destino, y se ha negado a decírmelo. A mí su forma de escribir me recuerda mucho, pero mucho, a la del gran Francisco González Ledesma, con sus frases contundentes sobre la desigualdad social, su conocimiento del mundo de la abogacía y su amor desgarrado por las calles de la vieja Barcelona. Es más, diría que el autor de ‘La
ciudad sin tiempo’
ha bebido decisivamente de una olvidada novelita de González Ledesma publicada por entregas en 1990, El vampiro del Paseo de Gracia’. Me encontré al escritor el otro día en un acto e intenté sonsacarle, pero no hubo forma. Lo que es seguro es que este libro abonará el mito de Barcelona de una forma que sólo la narrativa de género consigue. Aunque, como Vázquez Montalbán, Moriel sabe integrar bien género y literatura genuina.

Más instalado en la llamada narrativa de consumo, otro novelón barcelonés, ‘La catedral del mar’, aterriza en Italia. La versión de Longanesi se ha encaramado a los primeros puestos de la lista de más vendidos. Aunque en medios editoriales locales la comidilla es que su afortunado autor, Ildefonso Falcones, ha roto con la agente Sandra Bruna, que fue quien le abrió camino hasta el grupo Random House Mondadori.
Pero en Random House han aprendido la lección sobre el potencial novelable de la Barcelona histórica. Y tienen a punto una nueva aportación: ‘La clave Gaudí’, de Esteban Martín y Andreu Carraza. La trama, a tenor de la sinopsis, es de las que empujan a arquear las cejas: a manos de Antoni Gaudí habría llegado la piedra que Jesús entregó a Pedro para que edificara su iglesia. La coloca en una de sus obras y un siglo después, dos jóvenes rastrean sus edificios en busca de la reliquia, aunque pronto se ven envueltos en problemas. Gaudí, que también hace un ‘cameo’ en La ciudad sin tiempo’, es sin duda la gran mina para los rapsodas de la Barcelona mágica.

La Vanguardia
, 28 de febrero de 2007

22 de febr. 2007

Méndez

Méndez
Francisco González Ledesma
Almuzara.
Barcelona, 2007.
172 páginas, 15 euros
Ricardo Senabre

La existencia literaria del comisario Méndez, el desencantado y torpón policía creado por Francisco González Ledesma, se acerca ya al cuarto de siglo. Diversas novelas y narraciones han permitido al autor ir perfilando con trazos cada vez más sutiles la personalidad de un inspector de policía, Ricardo Méndez, que arrastra un fuerte contenido elegíaco como observador resignado de una Barcelona popular arrasada por la piqueta y en trance de extinción. El presente volumen recoge veintidós relatos breves protagonizados por el personaje en distintas circunstancias. Ni siquiera muchos de ellos ofrecen un contenido propiamente policial, en el sentido de que no hay misterios ni enigmas que resolver, pero sí dan entrada a tipos curiosos que forman parte reconocible del universo del autor: delincuentes de poca monta, prostitutas, desheredados de la fortuna, estafadores de medio pelo, gentes vencidas por el desencanto y la mediocridad de su existencia, supervivientes de distintos naufragios vitales... Sobre todos ellos proyecta Méndez su compasión y su comprensión, y también su creencia en una justicia que no es exactamente la de los códigos. Tiene González Ledesma, como narrador experimentado, una destreza muy poco frecuente en sugerir emociones, pensamientos y torbellinos psicológicos sin necesidad de acumular informaciones y datos. Así, un cuento como "La estatua", un extraordinario relato de apenas cuatro páginas - cuyo único ingrediente policial, además, es la presencia de Méndez en una inauguración donde interviene un ministro - resume lustros de historia colectiva y, sobre todo, toda una vida de mujer entrevista en unas líneas. En "La voz de nuestros amos", un leve incidente doméstico con lesiones descubre el largo e implacable proceso de una descomposición familiar. La vejez y el paso de la edad inundan el cuento titulado "La casa", de inesperado desenlace, donde no falta la jocosa parodia de un informe policial que Méndez recuerda de su época juvenil. También es una divertida parodia de instancia oficial la que lleva el título de "Las medallas". La veta jocosa recorre igualmente varios de estos cuentos, como los titulados "Acoso sexual" - de desenlace, sin embargo, previsible - y "La rutina de la historia". En "El orgullo" se juega también con un final sorprendente que, como sucedía en "La estatua", deja al descubierto el resquicio de una existencia llena de silencio y sacrificio. "La serpiente vieja" ilustra muy bien acerca del peculiar sentido de la justicia que impulsa las acciones del inspector y descubre un inesperado resorte oculto de su carácter.
Leer estas escuetas narraciones, que a veces son estampas o anécdotas simplicísimas, elaboradas con un estilo sobrio y eficaz, casi conversacional, sin asomo alguno de retórica, es como contemplar dibujos y bocetos de un artista plástico que han servido como tanteos preparatorios para una obra de mayor envergadura y que en algunos casos han sido incluso desechados en el conjunto final. Cada una de estas historias añade un matiz, un rasgo peculiar, o afianza otros ya conocidos, que enriquecen la caracterización de Ricardo Méndez, que en su aspecto externo y en su lentitud paquidérmica puede recordar al Maigret de Simenon, pero que difiere de él en todo lo demás. Los relatos, sin excepción, tienen como marco la ciudad de Barcelona, que tan a fondo conoce el autor, y en todos ellos se trasluce la misma pupila desolada de quien contempla, sin aspavientos y sin grandes gestos, un mundo que se esfuma y que fue el de su ya lejana juventud. Esta profundidad sentimental, que se halla muy por encima de las tramas de intriga, proporciona a los relatos de González Ledesma una singularidad especial.

El Cultural
, 22 de febrero de 2007

5 de febr. 2007

El recuperado Méndez

Francisco González Ledesma rescata su novela 'Expediente Barcelona', y reúne 22 relatos en un libro. Esta semana participa en el Encuentro de Novela Negra de Barcelona

Rosa Mora

De joven, Méndez, mil veces entrenado en los sótanos de Via Laietana, fue policía de la Brigada Criminal franquista, pero llevaba bocadillos a los rojos detenidos y les servía de correo. Ahora, el viejo poli trabaja en la comisaría de Nou de la Rambla, alguna vez le han confinado a los archivos y sabe que nunca ascenderá ni le encargarán casos importantes. Conoce al dedillo todos los bares y prostíbulos del antiguo barrio chino. Es escéptico y en algunas cosas no ha cambiado nada: no soporta el asesinato cobarde, pero comprende a los pequeños delincuentes. No cree en la ley oficial, aunque sí en la de la calle.
En eso se parece algo a Francisco (Paco) González Ledesma (Barcelona, 1927), su creador (que esta semana es uno de los protagonistas del Encuentro de Novela Negra de Barcelona). Con la diferencia de que Ledesma es abogado y periodista. De periodista se jubiló en 1993, de La Vanguardia, donde era redactor jefe. Lo de la abogacía lo dejó en 1966, en un momento en que ganaba bastante dinero, pero tenía una crisis de conciencia diaria. "El Derecho es bueno en los libros, luego hay que interpretarlo y durante el franquismo era terrible". Fue un auténtico salto al vacío, pero no podía más y se fue de redactor eventual a El Correo Catalán.
Trabajó en la editorial Bruguera desde 1947, donde entró de la mano de su tío Rafael para hacer guiones de historietas de personajes como el inspector Dan o el doctor Niebla. Llegó a ser abogado personal de su propietario, Francisco Bruguera, y de todas las empresas de su grupo. "En Bruguera tenía que hacer contratos que explotaban a amigos y colegas, como Víctor Mora. Bruguera apretaba cada vez más y yo sentía un gran malestar". Eso le acabó de decidir a colgar la toga.
Hubo otras cosas. Un día le tocó de oficio defender a un ex legionario. "Yo era un buen defensor y conseguí que quedara libre". El hombre estaba desesperado y sin un duro. Le dio dinero. "Se lo devolveré, lo juro", le dijo el legionario. Un año después, para su sorpresa, fue a verle y le pagó lo que le debía. "Me alegré sobre todo porque supuse que había encontrado trabajo". El ex legionario le sacó pronto de su error. "¡Qué trabajo ni qué leches! Acabo de cometer un atraco". Le impresionó mucho. "He llegado a pensar que la justicia de los tribunales no es la mejor. Hay otra justicia de la gente de la calle que no está en las leyes y que a menudo me parece mejor. Es el mismo sentimiento que tiene Méndez. Es muy comprensivo con ciertos delitos y con ciertos delincuentes. Pero ante otros no. El que viola y mata tiene que ser apartado de la sociedad. Yo estoy de acuerdo con él".
Méndez (Ricardo) nació en la página 134 de Expediente Barcelona, que González Ledesma publicó en 1983 y que La Factoría de Ideas ha recuperado ahora. Méndez tiene un papel muy secundario en esta novela. El protagonista es un abogado de tres al cuarto -es fácil intuir en él al Ledesma joven- que tiene que resolver un caso de pruebas de paternidad que implican a Ramón Masnou, un empresario influyente en la burguesía catalana conectado por amistad con jóvenes revolucionarios. Lo que la novela cuenta en realidad es el resurgir de la burguesía catalana después de la Guerra Civil. "De boquilla se decían liberales y eran unos grandes explotadores. Unos grandes hipócritas, que se decían catalanistas y no dejaban hablar catalán en sus empresas". Los buenos revolucionarios viven la amargura de ver que ya nadie los necesita, ni siquiera sus propios compañeros.
En las novelas de Méndez, un personaje creado a partir de cuatro policías que conoció Ledesma cuando era abogado, predomina una atractiva mezcla de furia y melancolía. Furia ante la injusticia y el entreguismo; melancolía por un paisaje perdido. "Lo que añoro no es el pasado, sino la juventud perdida". Ledesma utiliza un lenguaje directo, barriobajero cuando hace falta. Siempre le preocupa más la historia que la trama. El éxito de Méndez le sorprendió. "Lo consideran mi personaje, cuando en realidad mi personaje son las calles. Además, nunca pretendí hacer novela negra, siempre quise escribir novela social, aunque, quizá, en el fondo venga a ser lo mismo".
A los 14 años, Ledesma ya tenía claro que iba a ser escritor. Apenas cumplidos los 20 escribió Sombras viejas. "Pensaba que ya tenía suficiente experiencia para escribir la novela de mi vida", se ríe. La presentó al Premio Nadal y ni la votaron. Pero algo debía tener, porque probó de nuevo suerte, esta vez en el Premio Internacional José Janés, en 1948, y ganó, con un jurado presidido por Somerset Maugham. "En la cena no me hizo ni caso, pero yo disfruté mucho".
No tardó en llegar el jarro de agua fría que apagó su entusiasmo. La censura la prohibió. "Mientras vivió el dictador no pude publicar. Yo era de familia republicana y nací y me crié en un barrio humilde. Sombras viejas tenía un fuerte contenido social y político, ambientada en la guerra hasta la entrada de los fascistas en Barcelona. Era una novela de sentimientos. Se parecía algo a Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella, sólo que él escribía desde la derecha y yo desde la izquierda". Su siguiente novela, Los Napoleones, no pudo publicarse hasta 1977. "Me hundieron la vida intelectualmente". No les ha perdonado, aunque durante su etapa de abogado intentó encontrar algo bueno en el franquismo. "No lo conseguí". Pero sí publicó durante la dictadura: novelas del Oeste firmadas con el seudónimo de Silver Kane. "Estaba muy desanimado después de lo de Sombras viejas y además no tenía un duro. Empecé en 1952 o 1953, no recuerdo bien, y Bruguera me hizo un contrato por dos años, y luego otro y otro, y así hasta 1980. Estoy contento de haberlas escrito, primero porque me pude ganar la vida y luego porque me sirvieron de aprendizaje de todos los trucos y técnicas de la novela".
Fueron tiempos duros. Ledesma trabajaba nueve horas en Bruguera y por la noche y los domingos escribía las novelas de Silver Kane, de tres a cinco al mes. A partir de las dos de la madrugada se dedicaba a la literatura que le gustaba: Los Napoleones, Expediente Barcelona... Ha currado mucho. Ahora, a punto de cumplir 80 años, la vida le parece una broma. ¡Todo ha pasado tan rápido! Pero, como dice Paco Ignacio Taibo II, tiene una gran ventaja: sigue escribiendo como un joven rabioso. La mejor muestra, sus memorias, Historias de mis calles (Planeta), publicadas en 2006.


El País
, 5 de febrero de 2007

1 de febr. 2007

De lectura obligada: El expediente Barcelona, Francisco González Ledesma

Javier Sánchez Zapatero

La Factoría de Ideas • 2006 (1ª edición: 1983) • 320 páginas

La editorial "La Factoría de las Ideas" ha conseguido consolidarse como una de las más firmes divulgadoras del género policiaco gracias al desarrollo de una doble línea de actuación que incluye, por un lado, la publicación en español de novedades del panorama anglosajón y, por otro, la recuperación de grandes clásicos de la novela negra española surgidos tras el final de la dictadura. Andreu Martín, Mariano Sánchez Soler o Francisco González Ledesma han sido algunos de los autores cuya obra se han beneficiado de la labor revisora de la editorial, que ha permitido a los lectores entrar en contacto con títulos descatalogados y ya sólo disponibles en librerías de viejo o fondos de ferias bibliográficas. En el caso de González Ledesma -del que también se reeditó recientemente Las calles de nuestros padres -, esa vuelta al primer plano del panorama editorial resulta tremendamente necesaria, pues, a pesar del predicamento con el que cuenta dentro de los lectores españoles y del grupo de autores especializados en género negro, ha sufrido bruscamente el ostracismo editorial, de modo que hasta hace poco más de dos años sus primeras obras escritas tras la dictadura eran prácticamente inencontrables. Teniendo en cuenta que durante el franquismo Ledesma también sufrió los rigores de la censura y que su labor como escritor quedó reducida a la fecunda escritura de novelas de bolsillo (más de 700 títulos) bajo el pseudónimo de Silver Kane, parece de justicia la reedición de las obras del autor barcelonés, que no merecía, en plena época de libertades y democracia, sufrir otra injusta censura, la de la desmemoria y el desinterés. Pero no sólo por justicia se ha de aplaudir la reedición de El expediente Barcelona, sino también porque con la iniciativa de "La Factoría de Ideas" los lectores podrán por fin conocer un texto lleno de calidad y de valores literarios.
El expediente Barcelona, publicada originalmente por la editorial Júcar en 1983, supuso la primera aparición del personaje de Méndez, el policía ambiguo y escéptico creado por González Ledesma que protagonizaría gran parte de su obra policiaca posterior. En los escasos pasajes de la novela en los que aparece, ya aparecen trazados con intensidad los principales elementos que iría con el tiempo desarrollando su autor. Además de Méndez, en la obra ya está presente el otro gran elemento de las producciones de Ledesma: Barcelona. Las calles de la ciudad condal son el escenario en el que se desarrolla toda la novela, que introduce también el habitual gusto del autor por la creación de personajes de los ambientes periodístico y judicial, los que frecuentó el escritor en su actividad profesional.
Toda la novela presenta un tono desencantado análogo al que se puede encontrar en otros autores como Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín o Juan Madrid. Con su carácter escéptico y crítico, la obra muestra la frustración de toda una generación ante las transformaciones sociales, políticas y económicas producidas después de la muerte del dictador y ante la constatación del fracaso de todo el idealismo utópico que rodeó los primeros años de cambio político, personificado en el tratamiento del personaje femenino principal. Junto a este desengaño, el libro aparece dominado por un continuo viraje hacia el pasado, como si sólo en la memoria (aunque no, evidentemente, en la memoria del franquismo, sino en la de la época en la que los ideales y las banderas aún tenían algún significado) encontrara el autor el consuelo ante el frustrante devenir de la sociedad española tras la muerte de Franco. La importancia de la memoria se vertebra a través de la constante conexión de los hechos novelescos tratados con un pasado que los explica y da sentido, poniendo así de manifiesto que toda novela policial y toda investigación son, casi siempre, una reconstrucción del pasado.

Europolar, 8 (febrero-abril de 2007)