Francisco González Ledesma, que sufrió un ictus cuando finalizaba la novela, aborda la explotación de mujeres en una Barcelona transformada.
Peores maneras de morir. Francisco González Ledesma. Planeta. Barcelona, 2013. 384 páginas. 18,90 euros
Méndez es ese policía viejo que está al borde de la jubilación, al que sus jefes casi ni le dan trabajo ya, de quien sus compañeros piensan que sirve para poco más que leer el periódico en la comisaría. Es ese policía a un paso de la jubilación que va siempre con los bolsillos cargados de libros y frecuenta los viejos bares del centro de Barcelona, los pocos que no se han convertido en modernas cafeterías con veladores en las terrazas y una amplia carta de cafés con variedades de todo el mundo. Es ese agente de la ley que se pierde, que se ausenta de su puesto para trabajarse en solitario una investigación en la que pesa mucho más el olfato que las pruebas, pero que siempre acabará llegando a buen puerto por muchos reproches que le hagan desde la Jefatura.
Méndez, de nombre Ricardo, se pasa la vida añorando una ciudad, Barcelona, que ya sólo existe en algunos pisos semiderrumbados del Raval, y buscando algunas piernas de mujer que mirar sin atreverse ni siquiera a soñar nada más. Tiene una facilidad asombrosa para atraer la muerte. Los muertos vienen a él y él no puede resistirse a investigar por qué, cómo y quién los mató. Y siempre habrá alguien indefenso por el que el viejo policía tendrá que jugarse la vida, siempre habrá algún alma caritativa que le ayudará y siempre habrá alguna puta del viejo barrio chino que le cuente cosas. Allí, en las miserias de una ciudad que ya no existe, encuentra Méndez la bondad.
Peores maneras de morir, publicado recientemente, es probablemente la despedida de un inspector que ha protagonizado once novelas. Todas marcadas por un patrón similar y todas con una calidad literaria que han convertido a su autor, Francisco González Ledesma, en uno de los referentes de la novela negra española. Con la segunda de ellas, Crónica sentimental en rojo, ganó el premio Planeta en el año 1984. Desde entonces han llegado otras ocho novelas y un libro de relatos. Lo han hecho sin la regularidad propia de otros autores del género porque Ledesma no sólo escribe de crímenes. Es también Silver Kane, seudónimo con el que firma una importante coleción de novelas del Oeste.
Sus obras tienen un aire a las de Vázquez Montalbán. Carvalho era detective privado y Méndez policía. Carvalho tenía el despacho en las Ramblas y Méndez en alguna vieja cafetería del Raval. Carvalho quemaba libros y Méndez los lleva en los bolsillos. Carvalho tenía a una novia prostituta y Méndez se contenta con ayudar a quienes practican el oficio.
En la última entrega, Méndez, el viejo policía, se enfrenta a una delincuencia cada vez más sofisticada. Ahora no persigue un crimen bajuno ni motivado por las más profundas pasiones humanas. Ahora tiene que luchar contra una organización mafiosa perfectamente estructurada y jerarquizada en la que siempre habrá un poderoso al frente. Y ahí se mueve Méndez, entre lo más bajo de la sociedad y las mansiones más lujosas de la nueva Barcelona, tratando de amargarle el desayuno a los que mandan.
En esa trinchera lleva el viejo inspector treinta años y no parece que vaya a cambiar. Nunca será comisario, claro, porque los comisarios nunca irán a llevarle comida a las prostitutas viejas que ya no pueden ganarse la vida con su cuerpo y sobreviven con lo que pueden. La prostitución es el tema central de la última novela de Méndez. Pero no como él la ha conocido durante tantos años. Ahora es un negocio internacional, con chicas que traen desde Rusia o de otros países del Este casi siendo menores de edad engañándolas con un contrato de trabajo. Aquí las obligan a prostituirse, les quitan el dinero que ganen y amenazan con matar a sus familias en sus países de origen. Es la esclavitud del siglo XXI. Y no es ficción. La banda que retrata Ledesma sí es ficticia, pero la que desmanteló la Policía Nacional en Sevilla, Huelva, Córdoba y Cádiz hace menos de un mes y que explotaba a más de 400 mujeres no lo era.
Peores maneras de morir tiene todavía más valor si se conoce su intrahistoria. González Ledesma sufrió un ictus cuando estaba a punto de terminar la novela, a principios del año 2011. Pasó varios meses en el hospital y todavía hoy sigue en proceso de recuperación. Por ello, tardó varios meses en pulir su obra porque, honesto como él solo, no quiso que se publicara sin corregirla él mismo. El autor ya había anunciado hace tiempo que posiblemente la próxima sería la última aventura de Méndez.
Lo sea o no, Peores maneras de morir es, además de una novela negra, una crónica social de cómo ha cambiado Barcelona en los últimos años. Está ambientada en el año 2010, cuando el Papa Benedicto XVI, ahora emérito, viajó a la ciudad condal para consagrar la Sagrada Familia. El Raval es ahora un barrio en transformación, en el que conviven inmigrantes con nuevos ricos y hoteles lujosos con edificios en peligro de derrumbe. En uno de ellos, en el que se refugia una joven extranjera, empieza la novela. Y, cuando el lector piense en una muerte desagradable, no olvide que hay una que siempre será peor.
Méndez es ese policía viejo que está al borde de la jubilación, al que sus jefes casi ni le dan trabajo ya, de quien sus compañeros piensan que sirve para poco más que leer el periódico en la comisaría. Es ese policía a un paso de la jubilación que va siempre con los bolsillos cargados de libros y frecuenta los viejos bares del centro de Barcelona, los pocos que no se han convertido en modernas cafeterías con veladores en las terrazas y una amplia carta de cafés con variedades de todo el mundo. Es ese agente de la ley que se pierde, que se ausenta de su puesto para trabajarse en solitario una investigación en la que pesa mucho más el olfato que las pruebas, pero que siempre acabará llegando a buen puerto por muchos reproches que le hagan desde la Jefatura.
Méndez, de nombre Ricardo, se pasa la vida añorando una ciudad, Barcelona, que ya sólo existe en algunos pisos semiderrumbados del Raval, y buscando algunas piernas de mujer que mirar sin atreverse ni siquiera a soñar nada más. Tiene una facilidad asombrosa para atraer la muerte. Los muertos vienen a él y él no puede resistirse a investigar por qué, cómo y quién los mató. Y siempre habrá alguien indefenso por el que el viejo policía tendrá que jugarse la vida, siempre habrá algún alma caritativa que le ayudará y siempre habrá alguna puta del viejo barrio chino que le cuente cosas. Allí, en las miserias de una ciudad que ya no existe, encuentra Méndez la bondad.
Peores maneras de morir, publicado recientemente, es probablemente la despedida de un inspector que ha protagonizado once novelas. Todas marcadas por un patrón similar y todas con una calidad literaria que han convertido a su autor, Francisco González Ledesma, en uno de los referentes de la novela negra española. Con la segunda de ellas, Crónica sentimental en rojo, ganó el premio Planeta en el año 1984. Desde entonces han llegado otras ocho novelas y un libro de relatos. Lo han hecho sin la regularidad propia de otros autores del género porque Ledesma no sólo escribe de crímenes. Es también Silver Kane, seudónimo con el que firma una importante coleción de novelas del Oeste.
Sus obras tienen un aire a las de Vázquez Montalbán. Carvalho era detective privado y Méndez policía. Carvalho tenía el despacho en las Ramblas y Méndez en alguna vieja cafetería del Raval. Carvalho quemaba libros y Méndez los lleva en los bolsillos. Carvalho tenía a una novia prostituta y Méndez se contenta con ayudar a quienes practican el oficio.
En la última entrega, Méndez, el viejo policía, se enfrenta a una delincuencia cada vez más sofisticada. Ahora no persigue un crimen bajuno ni motivado por las más profundas pasiones humanas. Ahora tiene que luchar contra una organización mafiosa perfectamente estructurada y jerarquizada en la que siempre habrá un poderoso al frente. Y ahí se mueve Méndez, entre lo más bajo de la sociedad y las mansiones más lujosas de la nueva Barcelona, tratando de amargarle el desayuno a los que mandan.
En esa trinchera lleva el viejo inspector treinta años y no parece que vaya a cambiar. Nunca será comisario, claro, porque los comisarios nunca irán a llevarle comida a las prostitutas viejas que ya no pueden ganarse la vida con su cuerpo y sobreviven con lo que pueden. La prostitución es el tema central de la última novela de Méndez. Pero no como él la ha conocido durante tantos años. Ahora es un negocio internacional, con chicas que traen desde Rusia o de otros países del Este casi siendo menores de edad engañándolas con un contrato de trabajo. Aquí las obligan a prostituirse, les quitan el dinero que ganen y amenazan con matar a sus familias en sus países de origen. Es la esclavitud del siglo XXI. Y no es ficción. La banda que retrata Ledesma sí es ficticia, pero la que desmanteló la Policía Nacional en Sevilla, Huelva, Córdoba y Cádiz hace menos de un mes y que explotaba a más de 400 mujeres no lo era.
Peores maneras de morir tiene todavía más valor si se conoce su intrahistoria. González Ledesma sufrió un ictus cuando estaba a punto de terminar la novela, a principios del año 2011. Pasó varios meses en el hospital y todavía hoy sigue en proceso de recuperación. Por ello, tardó varios meses en pulir su obra porque, honesto como él solo, no quiso que se publicara sin corregirla él mismo. El autor ya había anunciado hace tiempo que posiblemente la próxima sería la última aventura de Méndez.
Lo sea o no, Peores maneras de morir es, además de una novela negra, una crónica social de cómo ha cambiado Barcelona en los últimos años. Está ambientada en el año 2010, cuando el Papa Benedicto XVI, ahora emérito, viajó a la ciudad condal para consagrar la Sagrada Familia. El Raval es ahora un barrio en transformación, en el que conviven inmigrantes con nuevos ricos y hoteles lujosos con edificios en peligro de derrumbe. En uno de ellos, en el que se refugia una joven extranjera, empieza la novela. Y, cuando el lector piense en una muerte desagradable, no olvide que hay una que siempre será peor.
F. Pérez Ávila. Diario de Sevilla, 2 de abril de 2013
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