13 de juny 2010

Silver Kane

Luis Ferrer i Balsebre

El género del Oeste es uno de esos escenarios que nunca pasan de moda y que, de tanto en tanto, resucita a través de nuevas lecturas de su épica. En realidad, el Oeste que dibujan las películas y cantan las novelas es una pura invención. No existieron esos salones con chicas de alterne que bailaban el can can hasta el amanecer, ni tahúres de magníficas cicatrices que se hacían acompañar por cómplices pianistas. La realidad fue otra bien distinta, con corrales polvorientos, sórdidos locales con alguna que otra prostituta de retirada, tipos pobres buscando sobrevivir y espacios infinitos rasgados por un incipiente trazado ferroviario. Hubo delincuentes y pícaros como en todos los lados y algún sheriff que se tomaba su trabajo de servidor público a conciencia. Poco más.
Pero fue esa épica de la conquista de un espacio virgen cuyos habitantes aborígenes defendieron hasta la extinción, y la posterior implantación de una civilización joven, pujante y ambiciosa la que desató el desarrollo del mito del Oeste americano. El caso es que no creo que haya nadie que no guarde en su memoria alguna película del Oeste, ni nadie que no tenga una cierta familiaridad con los indios navajos, arapahoes, apaches o pies negros. Nadie que no sepa quien fue Billy el niño, sitting Bull o Búfalo Bill, y pocos que no hayan silbado o tarareado alguna melodía de Ennio Morricone. Todos ellos son iconos que forman parte de nuestra mitología personal y cultural.
Mis primeros encuentros serios con el Oeste, me los proporcionó mi padre, buen aficionado al género, que gustaba de comprar e intercambiar novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Aquellas novelitas de tamaño cuartilla con papel malo y portadas que asemejaban los carteles de cine, constituían un tesoro incalculable para leer en verano tumbado en la playa. Aquel salvaje Oeste y aquellos salvajes veranos de, a lo menos, tres generaciones.
Si bien Marcial Lafuente Estefanía era el top hit indudable del género, el segundo —no por ello menos intenso, sino todo contrario— era el gran Silver Kane, a quien siempre imaginé alto y enjuto como sus personajes, casi como un pistolero más metido a escritor de novelas autobiográficas. Ese admirado entretenedor de horas muertas de sol y excusado, resultó ser tan falso como el Oeste que me contó. Tras Silver Kane se oculta un profesional del relato, un buen periodista y un albañil de las letras que, como muchos otros represaliados de su generación, recabaron en la editorial Bruguera de la posguerra que les dio trabajo y una cierta esclavitud.
Francisco González Ledesma, de intensa biografía personal y profesional, es el alter ego de Silver Kane, un octogenario apacible y vivaracho que fue capaz de escribir una novela a la semana durante mas de 400 semanas en las que sus historias le dieron para subsistir. Y hace unas semanas, después de más de 30 años, me encontré de cara con un libro —esta vez de formato mayor, tapas duras y papel del bueno— titulado La dama y el recuerdo, firmado por ¡Silver Kane! No tardé nada en adquirirlo y salir escopetado a la playa para reencontrarme con el pasado.
El pistolero patibulario, el caza recompensas de mirada fría y nulos sentimientos, el enterrador borracho, el sheriff ciego, los ladrones del banco, el cacique adinerado y sin escrúpulos que pasaba por encima de todo con su ferrocarril, el indio musculoso y noble que sabía morir esbozando una sonrisa y esas mujeres de pechos generosos y muslos torneados envueltos en medias negras con costuras de lomo negro de Aguinaga por las que centelleaba el corto cañón de un Derringer, segundos antes de clavar la bala entre las cejas del último canalla. La dama y el recuerdo es un Silver Kane en estado puro. Gloria y reconocimiento a este autor que con ocho décadas encima es capaz de hacerte vibrar y convertir la playa en el mas apasionante salón de lectura. Altamente recomendable para descansar la cabeza.
Luis Ferrer i Balsebre es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago.

El tonel de Diógenes, 13 de junio de 2010