28 d’abr. 2006

Ricardo Méndez

Jordi Canal

Personatge creat el 1983 per Francisco González Ledesma. Vell inspector de la policia de Barcelona que no acaba de jubilar-se perquè, com ell mateix confesa, es moriria de fàstic en una pensió. És un perdedor, desenganyat de la vida, fill dels baixos fons barcelonins, però gran coneixedor de la cara oculta dels barris alts. No l'han ascendit mai, cosa que no el preocupa gens, ja que cada vegada creu menys en la llei oficial i opta per interpretar la justícia a la seva manera. Amb el temps s'ha anat tornant més tou i cínic, fins al punt que els seus superiors es plantegen separar-lo del servei.
Méndez no creu ni en l'Estat ni en la justícia; el seu credo és la moral individual i la llei del carrer. Sempre porta les butxaques plenes de llibres. De tornada de tot, profundament escèptic pel que fa a la natura humana, mira el món que l'envolta amb una mirada molt crítica.

La sèrie Méndez

El expediente Barcelona; Las calles de nuestros padres; Crónica sentimental en rojo; La dama de Cachemira; Historia de Dios en una esquina; El pecado o algo parecido; Cinco mujeres y media.

Jordi Canal. Detectius: els grans investigadors a la novel·la negra i policíaca. Exposició. Barcelona: Diputació de Barcelona. Servei de Biblioteques, 2006


1 d’abr. 2006

Las calles de González Ledesma

En las memorias de González Ledesma las calles del Lejano Oeste que tan bien supo describir Silver Kane han sido sustituidas por las de esa Barcelona que tanto ama y cuya esencia ha sabido transmitirnos en sus novelas.

José Javier Abasolo

El pasado 6 de febrero, a modo de pistoletazo de inicio de los actos organizados con motivo del II Encuentro Europeo de Novela Negra celebrado en Barcelona, un jurado compuesto entre otros por Daniel Vázquez Sallés, hijo de Manuel Vázquez Montalbán, Alicia Giménez-Bartlett, la gran dama española de la novela negra y Paco Camarasa, responsable de la librería barcelonesa Negra y Criminal, uno de esos libreros que no se limitan a vender libros sino que además te aconseja, asesora y te transmite su amor por la letra impresa, otorgó el recién instituido Premio Pepe Carvalho, que está llamado a ser en el futuro el Premio Nobel de la literatura negra y policíaca, a Francisco González Ledesma como reconocimiento a la obra de toda su vida. La concesión de ese premio, que ha tenido la virtud de no ser discutido por nadie, lo que ya de por sí es indicativo del aprecio y respeto que se le profesa tanto entre escritores, editores y críticos como, sobre todo, entre los lectores que son siempre quienes tienen la última palabra, ha coincidido con la publicación de Historia de mis calles, que es como González Ledesma ha titulado el libro en que recopila sus vivencias y su memoria, que son al mismo tiempo la memoria de una España que no suele aparecer en los libros de texto o en las historiografías al uso pero que es la España de la gente que ha vivido y sufrido con la dignidad y limpieza de aquellos cuyo único patrimonio es su trabajo y su ilusión por crear, para ellos y los suyos, una vida mejor.
Las de González Ledesma son, en cierto modo, unas memorias raras, unas memorias en las que el autor se ha propuesto no hablar mal de nadie, aunque se lo merezca, quizás porque no hace falta. Cuando nos cuenta su nacimiento en el proletario barrio barcelonés del Poble Sec, en un piso pequeño pero abierto a todo el mundo, en una escalera cuyos vecinos no se limitaban a darse los buenos días cuando se cruzaban unos con otros sino que convivían a diario, con todo lo que eso significa, y cuando mientras nos narra eso nos transmite su amor por esa gente humilde ocupada sólo en trabajar, parientes, amigos o vecinos, ya nos está dando, sin necesidad de meterse con nadie ni de decir qué buenos son éstos y qué malos son los otros, una lección acerca de cuáles son las cosas que de verdad importan en la vida, esas cosas leves, hechas de la materia de los sueños, y sin las cuales no podemos vivir. Podemos prescindir de los generales heroicos, de los escritores reconocidos, de los financieros habilidosos o tramposos, pero no podemos prescindir de nuestros afectos, de esos pequeños instantes de felicidad, a veces nimios e insignificantes, que hacen más agradable nuestra vida. González Ledesma lo sabe y nos lo cuenta con una sencillez y emotividad alejada de cualquier atisbo de sensiblería.
Nacido en 1927, su vida ha transcurrido a través de unas etapas duras y sacrificadas pero que, vistas desde la distancia, son sin duda apasionantes. Testigo del advenimiento de la República, de una Guerra Civil fratricida y sin sentido orquestada, mal que les pese a los actuales pseudohistoriadores revisionistas, por quienes representaban en aquellos momentos las más negras esencias hispanas, de una posguerra en la que los vencedores no tuvieron piedad con los vencidos y de una transición en la que fueron olvidadas muchas de las cosas que habían ocurrido en el pasado, Francisco González Ledesma nos lo cuenta todo desde el punto de vista de quien siempre ha sabido no dónde está la verdad, ese ideal absoluto que sólo los fanáticos aseguran poseer, sino quiénes merecen ser los auténticos protagonistas de la historia.
Una historia que en el caso de González Ledesma supera incluso a las que nos narra en sus mejores novelas. La historia, por ejemplo, de un hombre que ingresó en el ejército pensando que así estaría preparado para luchar mejor por el pueblo, por su pueblo, pero que tuvo que abandonarlo cuando, obligado a combatir a los maquis, se dio cuenta de que era incapaz de perseguir a aquellos que luchaban por lo que él mismo defendía, o la historia de un joven que con veintiún años ganó el premio de novela más importante que entonces se daba en España pero que no pudo publicar ni esa novela, ni ninguna otra hasta que murió Franco, ya que su obra fue tachada de subversiva (lo que seguramente era cierto) y de pornográfica, lo que por suerte o desgracia no era tan cierto.
Refugiado en la escritura pero sin poder publicar, entró en la mítica Editorial Bruguera donde, con el seudónimo de Silver Kane, escribió más de cuatrocientas novelas del oeste, con las que, como ha dicho alguna vez, aprendió a escribir y en las que supo transmitir esas ansia de libertad y justicia que, paradójicamente, durante el franquismo se refugiaron en ese tipo de novelas en las que, al contrario que en la vida real, el humilde, el honrado, el bueno por decirlo con una palabra que desgraciadamente parece estar en desuso, triunfaba sobre el cacique, sobre el poderoso.
Su gran refugio, sin embargo, su auténtica vocación, ha sido y es el periodismo, por el que renunció a una brillante carrera como abogado. Su pasión por la verdad y por transmitirla, incluso en unos tiempos en los que la censura campaba por sus respetos, le hizo recalar primero en El Correo Catalán y posteriormente en La Vanguardia, del que llegó a ser redactor jefe y en el que se jubiló, con lágrimas en los ojos. Una actividad, la de periodista, que ha amado con pasión y que le dio la oportunidad de patearse las calles de Barcelona, sus calles, las calles de esa gente digna y trabajadora con la que siempre se ha sentido identificado, las calles que tanto le han dado y a las que él, en justa correspondencia, ha elevado a auténtica categoría literaria. Esas calles que son las suyas pero que también, gracias a este magnífico libro de memorias, son ya de todos nosotros.


Las calles del inspector Méndez

Si hay alguien que puede presumir de conocer las calles de Barcelona tan bien o mejor que el propio González Ledesma ése es, sin duda alguna, su propia criatura, el inspector Méndez. Protagonista de algunas de sus más emblemáticas novelas como Crónica sentimental en rojo, con la que ganó el premio Planeta, Las calles de nuestros padres, cuyo título ya es de por sí significativo del universo literario de su autor, o la última publicada (hasta el momento), Cinco mujeres y media, Méndez es un policía atípico que era incómodo para los jerarcas del antiguo régimen pero que tampoco está bien visto por los pulcros y brillantes ejecutivos que con un master debajo del abrigo y al abrigo de la democracia
copan en la actualidad los puestos de más responsabilidad en el escalafón policial.
Méndez es un policía incómodo no sólo por su saludable falta de respeto a la autoridad sino porque, por encima de todo, cree más en la justicia de las calles que en la que aparece plasmada en los boletines oficiales. Un policía al que se le escapan los detenidos, cuando los detenidos no son más que pobres hombres que perpetran pequeños delitos como único modo de sobrevivir, pero que no acepta la prepotencia de los poderes ni las injusticias que comete el sistema contra los ciudadanos más débiles, lo que le obliga a desobedecer en muchas ocasiones las órdenes recibidas y a actuar de un modo que podríamos definir como políticamente incorrecto aunque lleno de esa sabiduría popular aprendida, precisamente, en las calles en las que ejerce su profesión.
El inspector Méndez construido, según su propio creador, con retazos de cuatro auténticos policías a los que llegó a conocer gracias a su oficio de periodista, es un dinosaurio, no podemos negarlo, un hombre fuera de esta época y de esta sociedad, pero si algún día somos arrestados y nuestro único delito ha sido intentar sobrevivir, ojalá que Méndez sea el encargado de hacerlo.

Pérgola, 1 de abril de 2006

Francisco González Ledesma: “Para ser novelista no te prepara nadie”

Isidro López

La novela negra, especialmente en su vertiente más social y política, es un género poco cultivado en España. Francisco González Ledesma es una excepción: Historia de dios en una esquina (Júcar, 1991) o Expediente Barcelona (Júcar, 1987) son clásicos del género en un mercado tan exigente como el francés. Cinco mujeres y media es su última novela y este marzo han aparecido sus memorias. LDNM ha hablado con él.

¿Qué aprendió cuando escribía novelas del Oeste durante el franquismo con el pseudónimo Silver Kane?

Después de que la censura prohibiera la publicación de mi primera novela Sombras viejas, escribí guiones para comics en la editorial Bruguera y mi editor me propuso pasarme a las novelas del Oeste. Empecé en broma pero, como se vendían muy bien, el editor me pedía más y más. Yo siempre digo que aquel fue un aprendizaje de perro. Si tratas de ganarte la vida con estas “novelas rápidas” no tienes más remedio que aprender o morir. Había que hacer una novela a la semana porque pagaban muy poco. Las novelas tenían que ser interesantes desde la primera página y decir algo nuevo, los recursos los tienes que ir aprendiendo con el tiempo. Todo lo que yo pueda saber sobre recursos literarios lo aprendí en aquella época.

Después fue usted abogado y periodista, dos profesiones muy presentes en la novela negra. ¿Por qué tantas profesiones diferentes? ¿Hasta qué punto le ha servido su carrera profesional como fuente de documentación?

Yo siempre había querido ser periodista, pero durante el franquismo un periodista era un funcionario del régimen. No quería ser periodista en esas condiciones. Estudié para abogado y aprendí derecho catalán (muy distinto del código civil) trabajando como pasante de grandes abogados. Como había muy poca gente que conociese la materia, y luego me especialicé en derecho de la propiedad, gané bastante dinero. La vida del abogado es más dura de lo que parece, yo no la pude resistir. Muchos asuntos entonces no se resolvían con la ley sino con arreglo a la moral imperante. En otros casos, me encontraba con que como abogado defensor lograba sacar a la calle a auténticos criminales. Además, me sucedía como a los médicos que se les muere un niño, cuando perdía un caso me tiraba sin dormir una semana. Pero la causa más importante de que dejase la abogacía fue mi paso por el servicio jurídico del grupo Bruguera. Esta editorial explotaba sin piedad a los dibujantes y redactores que eran mis amigos y yo era el que hacía los contratos y mantenía el régimen legal de la empresa. Todo esto me atormentaba, me estaba convirtiendo en una persona que yo no quería ser y dejándome sin amigos. Un día me dije que ya era suficiente y comencé a estudiar periodismo por libre. Tuve mucha suerte y saqué el numero uno de entre los alumnos que iban por libre. Ejercí en El Correo Catalán y luego en La Vanguardia, donde he pasado los veinticinco años más felices de mi vida. Mi conocimiento de la sociedad me lo han dado estas dos profesiones. Como abogado, conocí cómo funciona la sociedad desde dentro: cómo se hacen los negocios, cómo reaccionan los ricos o cómo se mueven los grandes capitales. Como periodista conocí las calles y conocí a los políticos. Estos trabajos me dieron una formación “marginal” porque mi intención era aprender otras cosas. Para ser novelista no te prepara nadie.

¿Qué significó para usted el Premio Planeta de 1984 por Crónica sentimental en rojo?

En el escaso tiempo que me quedaba después de trabajar, escribía novelas que creía que jamás se publicarían, lo hacía porque yo lo necesitaba. Durante esta época escribí Los Napoleones, Las calles de nuestros padres y Expediente Barcelona. Después llego el Planeta con Crónica sentimental en rojo; no significó mucho dinero (entonces eran doce millones de pesetas menos los impuestos), pero sí muchos ánimos para seguir escribiendo. El premio también tiene un aspecto negativo: te da una responsabilidad enorme y, después del premio, te obliga a que todo lo que hagas, por lo menos, bueno. A usted le ha llegado antes el éxito en Francia que en España, ¿tiene este éxito algo que ver con la gran tradición francesa de género negro? Yo tuve la inmensa suerte de comenzar a publicar en Gallimard y cuando publicas varias obras en esta editorial en Francia ya eres una figura. Por ejemplo, Expediente Barcelona ha tenido varias ediciones con Gallimard y en la colección Folio, que siempre está en las librerías, mientras que aquí es inencontrable. Aún así, yo pondría en perspectiva el éxito en Francia. Allí se lee mucho más, es mucho más fácil tener éxito. Las tiradas son mayores y las novedades están mucho más tiempo en los estantes. En España los libros están dos meses en las librerías y ya no los ves más. Aunque se van a ir reeditando, la gran mayoría de mis libros no están disponibles en este momento. Los editores españoles son muy perezosos para las reediciones.
Aparte, en Francia hay una tradición muy arraigada de género negro. La Serie Noire de Gallimard es la colección más importante del mundo de este tipo de novela, publicar allí da prestigio y una fuerza comercial que hace que los libros se vendan. Pero insisto en que no quiero sobrevalorar el éxito en Francia. El hecho de que Francia se lea más es muy importante.

Hay una tradición francesa de la novela negra, el polar, y hay otra tradición americana, el hard boiled. ¿Dónde se sitúan escritores como usted o Vázquez Montalbán?

En España se está creando una tradición de novela negra que no existía gracias a iniciativas como la Semana Negra de Gijón. La novela negra es novela social, aquí no se pudo hablar de jueces y policías corruptos, de fortunas hechas de mala manera o de mujeres poniendo los cuernos a sus maridos hasta la muerte de Franco. La resurrección de la novela negra llegó con Mario Lacruz, él fue el primero en volver a hablar de las calles. Después le dio un impulso Vázquez Montalban junto con otro pequeño grupo que formamos la novela negra española.

En Cinco mujeres y media usted sitúa la acción en un entorno multiétnico. En Francia y en Alemania la inmigración y sus problemas han sido una fuente de inspiración para que el género tomase nueva vida. ¿Cree usted que un fenómeno social novedoso en España como es la inmigración puede traernos una oleada de novela negra social?

En España se está produciendo una mezcla de culturas que en Barcelona es más intensa que en otras partes. Barcelona siempre ha sido una tierra de acogida, una tierra bilingüe. La mezcla de la influencia francesa de Barcelona con la llegada de una inmigración africana y sudamericana dará una nueva forma a la novela negra. La novela negra es el género que mejor analiza lo que sucede en las calles porque tiene mucha más libertad que la novela convencional. En mi próxima novela Barcelona ya es completamente multirracial. A mí me gustan los barrios populares pero no puedo seguir pensando que son como eran hace veinte años.

¿Reconoce usted la Barcelona de los bajos fondos, la del Barrio Chino que es protagonista de tantas de sus novelas, después de las operaciones urbanísticas y las maniobras especulativas que han transformado la ciudad?

Cuando releo Crónica sentimental en rojo me doy cuenta de que muchas de las calles por las que pasa el protagonista, Méndez, ya no existen. Me da un poco de miedo y de vergüenza porque quien lo lea hoy pensará que es todo una invención. Gran parte de la Barcelona que yo describía ya no existe. La zona del Raval ha perdido parte de su entraña aunque creo que ha evolucionado a mejor. Creo que con las grandes operaciones especulativas la ciudad ha ganado urbanísticamente y ha perdido humanamente. Junto con zonas que han perdido toda identidad conviven guetos para inmigrantes en los que los problemas ya no son los mismos de antes y, además, son muy difíciles de comprender para un barcelonés. La ciudad esta perdiendo su fisonomía, no es algo que me moleste, pero sí me desconcierta.

Revista Ladinamo, 21, marzo-abril 2006