12 de nov. 2006

Francisco González Ledesma

Gabriel Ruiz-Ortega

Francisco González Ledesma es un escritor a quien vengo tazando desde hace ya muy buen tiempo. La primera vez que supe de él fue a través de una semblanza que el artista integral Alejandro Jodorowsky hiciera de este escritor, a quien calificó como un Fénix de los ingenios o un Cervantes del siglo XX. Y como era de esperar, me pareció una declaración bastante exagerada, pero a medida que escuchaba las palabras de Jodorowsky me di cuenta que estas no enmarcaban la admiración por un gran escritor –que lo es-, sino que estas trataban de rendir tributo a un héroe, porque eso es lo que González Ledesma es para Jodorowski.
Tiempo después, escuchando a otros escritores españoles, estos también expresaban lo mismo, aunque con cierta moderación y fue a través de los labios de uno de ellos –a lo mejor pude haberlo escuchado también de los labios de Jodorowsky- que escuché de Silver Kane.
En plena época del franquismo la editorial Bruguera publicaba novelitas que tenían como tópico a las novelas de aventura, las del medio oeste en especial, la idea era que sean consumidas por un gran público, simplemente eso; estas, por lo general, no tenían ningún valor estético; sin embargo, una vez, el editor Bruguera, le pidió al joven González Ledesma que escribiera una novelita de ese corte pero con la condición de que lo haga bajo un seudónimo ya que si él publicaba con su nombre nadie se lo iba a creer –aunque en el fondo era un barajo-, y como en ese entonces GL escribía guiones de cómics, él tenía un personaje creado que obedecía al nombre de Silver Roy –el nombre-, y como también admiraba a un dibujante de nombre Michael Caniff –el apellido-; pues bien, GL no se hizo problemas, de la fusión de estos nació Silver Kane, el seudónimo con el que GL se afianza en el imaginario de una legión de españoles y cuya leyenda seguirá a su autor hasta el fin de sus días.
Silver Kane o GL escribía una novela por semana, no exagero, es verdad, e hizo esto durante cuatro años seguidos en los que este joven escritor tenía que luchar contra la pobreza quitándole horas al sueño, ya sea para escribir sus aventuras o para informarse de todo lo que podía del medio oeste. Si seguimos esta progresión de escritura llegaremos a la conclusión de que Bruguera llegó a publicar más de cuatrocientas novelas.
Uno pensará que por este ritmo vertiginoso de escritura se haya descuidado la calidad literaria, pero no es así, pese a la agilidad con la que eran tratados los argumentos estos exhibían un cuidado del lenguaje muy emparentado por una clase de realismo sucio que exudaba un lirismo cargado de violencia y cinismo.
Como es lógico, GL escribía estas novelas para sobrevivir, pero esto no le bastaba, trabajaba y estudiaba durante el día, y en pleno silencio de las madrugadas escribía lo de Kane y empezaba también a forjar los proyectos de novela más serios. Pero yo me pregunto qué es lo que en el fondo lo llevó a escribir bajo un seudónimo, y a esto tengo que sumar que en 1948 ganó el Premio Internacional de Novela, fundado por el editor José Janés, con Sombras viejas, cuyo jurado estuvo integrado por Somerset Maugham y Walter Starkie, pero la puta censura franquista impidió que esta novela se publicara, y creo que es eso, la puta censura, lo que lo impeló a escribir y publicar bajo un seudónimo; lo mismo que con la novela galardonada pasó con su novela Los Napoleones, la que sería publicada en 1977 tras el retorno de la democracia.
En 1983 aparece Expediente Barcelona, en la que aparece por primera vez el inspector Ricardo Méndez, el que tendría un protagonismo clave en su estupenda novela Crónica sentimental en rojo, que ganó el Premio Planeta en 1984. Es precisamente esta novela la que he vuelto a releer en estos últimos días -en los que esta vez sí me sobra tiempo para leer y escribir-. La novela tiene como escenario a Barcelona –toda la obra de este autor la tiene-, y entre los callejones de los bajos fondos de esta ciudad se mueve el inspector Ricardo Méndez, quien se ve envuelto entre el romance de una joven que hereda una fortuna y un ex boxeador, y en el que no pocos pugnan por quedarse con una buena tajada del dinero que está en juego.
Pero lo que más pesa es la atmósfera premunida de nostalgia que exuda en cada página, los diálogos muy bien construidos, la trama que en ningún momento cae, en otras palabras, te mantiene enganchado –a lo mejor este gusto se deba a que siempre me han gustado las novelas policiales y tenga una debilidad genética por esta clase de literatura-, y no paras hasta devorártela. Lo que me ha sucedido pocas veces me pasa con esta novela: en el proceso de la lectura en no contadas ocasiones levanté la cabeza, como una muestra de choque imperecedero que refulge como un estallido en mi mente.
Por desgracia, los libros de GL no pueden encontrarse en Lima, pero si alguien se anima a leer cualquiera de sus libros, les aseguro que no se van a arrepentir, a lo mejor lo disfruten aún más que yo.

La Fortaleza de la Soledad
, 12 de noviembre de 2006