ENTREVISTA: Francisco González Ledesma Escritor
Carles Geli
La mirada infantil seducida por el cine de barrio; las historias contadas a los compañeros de escuela para poder ganarse la merienda y el "aprendizaje perro" de tener que escribir bajo el seudónimo de Silver Kane una novelita de vaqueros cada semana ("Pura intuición, no había tiempo para planificar argumentos ni personajes") salvaron de la miseria primero y forjaron los fundamentos literarios después del escritor y periodista Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), uno de los padres de la novela negra española.
La noche del jueves, con Una novela de barrio, el veterano escritor obtuvo el primer Premio Internacional de Novela Negra RBA, el mejor dotado del género en el mundo con 125.000 euros. El galardón es la culminación de un reconocimiento ratificado en los dos últimos años con la reedición de su obra en bolsillo (Booket), la concesión del primer premio Carvalho (2005) y su actual éxito, La ciudad sin tiempo (unos 80.000 ejemplares), a pesar de estar firmada bajo el pseudónimo de Enrique Moriel, protagonista de su primera obra, Sombras viejas, que la censura franquista dejó inédita y que en octubre recuperará Destino. El inspector Ricardo Méndez y la Barcelona más humilde marcada por la posguerra sustentan la mayor parte de la obra de González Ledesma, y también la novela ganadora, que arranca con el cadáver de uno de los dos atracadores de un banco en los años setenta en el que murió un niño que era rehén. Pero Méndez y Barcelona pueden sustituirse, siempre, por el propio autor, por gente solidaria y humilde que cree aún en la otra gente y que vive en los escasos barrios de las hoy ciudades de diseño donde se puede rastrear el factor humano.
Pregunta. Con Una novela de barrio, Méndez le ha dado ya cinco premios, dos en Francia, en nueve obras. ¿Qué tiene Méndez?
Respuesta. Méndez me devolvió al género durante la Transición, cuando España era una inmensa novela negra: aún hoy no sabemos bien quién estaba detrás del golpe de Tejero; Adolfo Suárez me dijo una vez que había hasta un banco... Méndez es sobre todo humano: detiene a un comunista pero es capaz de preocuparse por su familia. Uno está marcado por las emociones de niño; en las escaleras de los barrios humildes, repletas de solidaridad y sufrimiento, donde los hijos eran de todas las madres, debías creer en la gente a la fuerza. Todo eso que viví (y las experiencias de cuatro polícias que traté) está trasladado a Méndez.
P. Pero en él hay tanta nostalgia como ironía.
R. Esa ironía es también típica de los barrios obreros como lo era mí Poble Sec: o te lo tomabas así o mejor morirse. Luego está mi paso por el periodismo, gran academia de cinismo; sólo me faltó ser abogado, para ni creerme la ley.
P. ¿A qué atribuye su éxito?
R. La clave está en que nunca he dejado de trabajar. Sí, sí, en eso. La gente decía con orgullo en mi barrio: "Yo soy un trabajador". Escribo desde los 12 años. A los 17 acabé Sombras viejas, que presenté al premio Nadal de 1946... Esa novela tiene la virtud de la autenticidad como ninguna más de las mías ha tenido. En fin, he escrito casi 500 obras de quiosco y he roto muchas novelas. Si ir más lejos, La ciudad sin tiempo, dos veces. Y de esta ganadora, una versión también. Otras, ni las he publicado.
P. Tiene un millón de referencias en Internet, en Francia es reverenciado, pero no sale ni citado en los compendios de la literatura española más recientes.
R. Sigo mi destino; sufrí un silencio administrativo grande cuando el franqusimo. También es cierto que me han tumbado novelas, incluso tras ganar el Planeta [Crónica sentimental en rojo, 1984]. Y luego hay que recordar que aquí la novela negra está considerada de segunda categoría.
P. ¿Cómo explica la actual eclosión de lo policiaco en España?
R. La novela negra es el mejor género para explicar una realidad social. La Transición fue un gran olvido. Quizá por suerte, porque llevado de otra forma igual hubiera sido una gran tragedia. El precio, claro, ha sido ese olvido. De alguna manera hemos intentado explicar algunos de esos olvidos.
P. ¿La novela negra como guardiana de la memoria?
R. Si, por esa función que he dicho antes. y porque los otros géneros no lo han abordado. Por eso el franquismo casi acabó con ella: no se podía permitir novelas cargadas de adulterios, jueces y policías corruptos... Eso explica el vacío de tantos años; no había ni autores. Por ello nos falta aún cultura, tradición lectora de novela negra, en especial de autores españoles. Ahora empieza a haber un público.
P. El jurado destacó el ambiente nostálgico que destila su obra. ¿De esa posguerra, de qué se puede tener nostalgia?
R. De la juventud, por cabrona que sea, si lo superas con dignidad. Y del espíritu de complicidad y de lucha por grandes ideales. Se batía uno por una bandera, por un muerto... Hoy se lucha por tener piso; lo entiendo porque es la vida, pero eso no despierta la nostalgia.
P. De esa área de medio kilómetro del centro de Barcelona han salido cuatro premios Planeta: usted, Manuel Vázquez Montalbán, Terenci Moix y Maruja Torres.
R. Éramos de familias pobres. Veíamos pasar hambre real, cómo la esposa esperaba al marido en la escalera con la paga para salir corriendo a comprar, eso si no tenía que prostituirse. Si cuentas eso, o eres auténtico o no eres nada.
P. ¿Qué tal lleva la remodelación de esos barrios?
R. Me siento expulsado de ahí: ya no reconozco esas calles, muy remodeladas, con espacios desaparecidos y gentes de otros países. Es lógico que sea así. Pero de este modo hay un tipo de memoria que corre peligro. De algo de eso hablo también en la novela ganadora.
P. Méndez aún camina por el barrio, por lo visto.
R. No, no se jubila, ya le tengo pensada otra aventura, pero primero tengo que acabar una novela que no es del género.
P. Y del género, ¿qué lee?
R. Los clásicos americanos y Simenon, mis referentes. De aquí sólo citaré a Vázquez Montalbán, porque ya no está, pero hay dos o tres muy interesantes ahora.
P. ¿Y al superventas Henning Mankell, no?
R. Eso de ir soltando pistas lentamente mientras uno desayuna, esas calles heladas... No puedo, tiene un punto forzado que no me lo hace creíble, no parece ser verdad. Y para mí eso es fundamental.
El País, 8 de septiembre de 2007
Carles Geli
La mirada infantil seducida por el cine de barrio; las historias contadas a los compañeros de escuela para poder ganarse la merienda y el "aprendizaje perro" de tener que escribir bajo el seudónimo de Silver Kane una novelita de vaqueros cada semana ("Pura intuición, no había tiempo para planificar argumentos ni personajes") salvaron de la miseria primero y forjaron los fundamentos literarios después del escritor y periodista Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), uno de los padres de la novela negra española.
La noche del jueves, con Una novela de barrio, el veterano escritor obtuvo el primer Premio Internacional de Novela Negra RBA, el mejor dotado del género en el mundo con 125.000 euros. El galardón es la culminación de un reconocimiento ratificado en los dos últimos años con la reedición de su obra en bolsillo (Booket), la concesión del primer premio Carvalho (2005) y su actual éxito, La ciudad sin tiempo (unos 80.000 ejemplares), a pesar de estar firmada bajo el pseudónimo de Enrique Moriel, protagonista de su primera obra, Sombras viejas, que la censura franquista dejó inédita y que en octubre recuperará Destino. El inspector Ricardo Méndez y la Barcelona más humilde marcada por la posguerra sustentan la mayor parte de la obra de González Ledesma, y también la novela ganadora, que arranca con el cadáver de uno de los dos atracadores de un banco en los años setenta en el que murió un niño que era rehén. Pero Méndez y Barcelona pueden sustituirse, siempre, por el propio autor, por gente solidaria y humilde que cree aún en la otra gente y que vive en los escasos barrios de las hoy ciudades de diseño donde se puede rastrear el factor humano.
Pregunta. Con Una novela de barrio, Méndez le ha dado ya cinco premios, dos en Francia, en nueve obras. ¿Qué tiene Méndez?
Respuesta. Méndez me devolvió al género durante la Transición, cuando España era una inmensa novela negra: aún hoy no sabemos bien quién estaba detrás del golpe de Tejero; Adolfo Suárez me dijo una vez que había hasta un banco... Méndez es sobre todo humano: detiene a un comunista pero es capaz de preocuparse por su familia. Uno está marcado por las emociones de niño; en las escaleras de los barrios humildes, repletas de solidaridad y sufrimiento, donde los hijos eran de todas las madres, debías creer en la gente a la fuerza. Todo eso que viví (y las experiencias de cuatro polícias que traté) está trasladado a Méndez.
P. Pero en él hay tanta nostalgia como ironía.
R. Esa ironía es también típica de los barrios obreros como lo era mí Poble Sec: o te lo tomabas así o mejor morirse. Luego está mi paso por el periodismo, gran academia de cinismo; sólo me faltó ser abogado, para ni creerme la ley.
P. ¿A qué atribuye su éxito?
R. La clave está en que nunca he dejado de trabajar. Sí, sí, en eso. La gente decía con orgullo en mi barrio: "Yo soy un trabajador". Escribo desde los 12 años. A los 17 acabé Sombras viejas, que presenté al premio Nadal de 1946... Esa novela tiene la virtud de la autenticidad como ninguna más de las mías ha tenido. En fin, he escrito casi 500 obras de quiosco y he roto muchas novelas. Si ir más lejos, La ciudad sin tiempo, dos veces. Y de esta ganadora, una versión también. Otras, ni las he publicado.
P. Tiene un millón de referencias en Internet, en Francia es reverenciado, pero no sale ni citado en los compendios de la literatura española más recientes.
R. Sigo mi destino; sufrí un silencio administrativo grande cuando el franqusimo. También es cierto que me han tumbado novelas, incluso tras ganar el Planeta [Crónica sentimental en rojo, 1984]. Y luego hay que recordar que aquí la novela negra está considerada de segunda categoría.
P. ¿Cómo explica la actual eclosión de lo policiaco en España?
R. La novela negra es el mejor género para explicar una realidad social. La Transición fue un gran olvido. Quizá por suerte, porque llevado de otra forma igual hubiera sido una gran tragedia. El precio, claro, ha sido ese olvido. De alguna manera hemos intentado explicar algunos de esos olvidos.
P. ¿La novela negra como guardiana de la memoria?
R. Si, por esa función que he dicho antes. y porque los otros géneros no lo han abordado. Por eso el franquismo casi acabó con ella: no se podía permitir novelas cargadas de adulterios, jueces y policías corruptos... Eso explica el vacío de tantos años; no había ni autores. Por ello nos falta aún cultura, tradición lectora de novela negra, en especial de autores españoles. Ahora empieza a haber un público.
P. El jurado destacó el ambiente nostálgico que destila su obra. ¿De esa posguerra, de qué se puede tener nostalgia?
R. De la juventud, por cabrona que sea, si lo superas con dignidad. Y del espíritu de complicidad y de lucha por grandes ideales. Se batía uno por una bandera, por un muerto... Hoy se lucha por tener piso; lo entiendo porque es la vida, pero eso no despierta la nostalgia.
P. De esa área de medio kilómetro del centro de Barcelona han salido cuatro premios Planeta: usted, Manuel Vázquez Montalbán, Terenci Moix y Maruja Torres.
R. Éramos de familias pobres. Veíamos pasar hambre real, cómo la esposa esperaba al marido en la escalera con la paga para salir corriendo a comprar, eso si no tenía que prostituirse. Si cuentas eso, o eres auténtico o no eres nada.
P. ¿Qué tal lleva la remodelación de esos barrios?
R. Me siento expulsado de ahí: ya no reconozco esas calles, muy remodeladas, con espacios desaparecidos y gentes de otros países. Es lógico que sea así. Pero de este modo hay un tipo de memoria que corre peligro. De algo de eso hablo también en la novela ganadora.
P. Méndez aún camina por el barrio, por lo visto.
R. No, no se jubila, ya le tengo pensada otra aventura, pero primero tengo que acabar una novela que no es del género.
P. Y del género, ¿qué lee?
R. Los clásicos americanos y Simenon, mis referentes. De aquí sólo citaré a Vázquez Montalbán, porque ya no está, pero hay dos o tres muy interesantes ahora.
P. ¿Y al superventas Henning Mankell, no?
R. Eso de ir soltando pistas lentamente mientras uno desayuna, esas calles heladas... No puedo, tiene un punto forzado que no me lo hace creíble, no parece ser verdad. Y para mí eso es fundamental.
El País, 8 de septiembre de 2007
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