Rafa Esteve-Casanova
Todas las grandes ciudades tienen o han tenido alguien que escriba de sus miserias, también de sus grandezas y, por encima de todo, de sus realidades. Barcelona no podía ser una excepción y a lo largo de los años han sido muchos los escritores que, a lo largo de las páginas de sus libros, nos han mostrado su especial visión de la ciudad en la que viven el día a día cotidiano. En los últimos años Juan Marsé, que empezó con aquel “Pijoaparte” que en “Últimas tardes con Teresa” bajaba desde los suburbios de la ciudad para seducir a una jovencita burguesa y revolucionaria, el llorado Vázquez Montalbán y su detective de gallego apellido que quemaba libros para alimentar la chimenea de su vivienda en las faldas del Tibidabo, Eduardo Mendoza que nos mostró en “La ciudad de los prodigios” como comenzó la expansión de esta ciudad y el auge tramposo de su burguesía han ido dando vida a una ciudad a la que muchos, como yo, fuimos amando antes de fijar en ella la residencia definitiva. Todo ello sin olvidar a Ignacio Agustí que en su saga de la familia Rius nos mostró aquella sociedad que acudía a los palcos del Gran Teatro del Liceo no a escuchar a Wagner o Mozart sino a presumir de joyas, queridas y excelente posición social.
Pero con la desaparición de una legislación que encorsetaba a los escritores una nueva voz se une a los escritores barceloneses que a través de su obra van mostrándonos su especial amor y apego a su ciudad. Francisco González Ledesma y su inspector Ricardo Méndez nos han hecho recorrer las estrechas calles del viejo Barrio Chino de Barcelona, hoy conocidas como El Raval, y la pluma de este abogado devenido en escritor y periodista nos ha llevado a conocer a esos personajes entrañables cuya vida suele transcurrir entre las callejas de los suburbios. González Ledesma, nacido en el Poble Sec como Serrat y con quien, de tanto en tanto, habla de los tiempos desaparecidos, ahora, naturalmente, ya no habita en esa parte de la ciudad, sus premios y su trabajo como novelista le han permitido pagar la hipoteca que le ha llevado a vivir en la parte más residencial de Barcelona pero, en más de una ocasión, sigue callejeando por los lugares en los que creció y en los que sus personajes toman vida. Su personaje predilecto, el inspector Méndez, cuando ahora llega a la plaza donde está situado El Molino es muy difícil que escuche hablar en catalán, allá se encuentra con unos “pakis”, algún que otro “moro”, unos jóvenes de color y alguna que otra chica latina de culo prieto que van a bailar a algún local cercano donde la mezcolanza de razas es la seña de identidad.
Y, los afortunados lectores de González Ledesma, vamos a poder seguir disfrutando con las aventuras de Méndez, ese inspector de policía anómalo que ve cómo el despliegue de los “mossos d’esquadra” le ha ido quitando protagonismo al tiempo que las putas de su juventud mendigan por las esquinas de los nuevos espacios creados en el ahora llamado Raval. Méndez vuelve a cabalgar con la concesión a su padre y autor, Francisco González Ledesma, del I Premio Internacional de Novela Negra RBA dotado con la suculenta cantidad de 125.000 euros por la obra “Una novela de barrio”.
El pasado día 6 de Septiembre y en el incomparable marco de los jardines del Hotel Juan Carlos I de Barcelona el jurado formado por Soledad Puértolas, Suso de Toro, Lorenzo Silva, Antonio Lozano y Anik Lapointe decidió que, entre las 180 obras presentadas, la mejor era la novela de González Ledesma haciendo con ello justicia a un escritor que comenzó hace muchos años escribiendo semanalmente una novela de las llamadas “del oeste” con el seudónimo de Silver Kane ya que la censura franquista no permitía la publicación de sus otras obras. En los libros del escritor aparece siempre Barcelona, una ciudad que, a su decir, es “madre y madrastra”, con aquellos pequeños cines de barrio, con las vecinas de escalera que tenían que prostituirse para llegar a fin de mes, o con los niños que, como los de Marsé, tienen como diversión, todavía no había televisión, el contarse “aventis”.
A la alegría de ver que se premiaba a un buen hombre y mejor escritor se unió la de poder estar presente en un evento de esta categoría y en un ambiente excepcional en el que un magnifico grupo musical iba desgranando piezas del mejor jazz mientras los asistentes, muchos y escogidos, daban cuenta de una excelente cena mientras comentaban la oportunidad que había tenido el jurado al poder premiar la obra de un escritor barcelonés en esta primera edición del premio.
Las nuevas generaciones de lectores en España no han sido, hasta la fecha, unos grandes lectores de novela negra tal vez por falta de referencias o por considerarla un genero menor pero cada día son más los nuevos lectores que se apuntan a buscar entre los anaqueles de las librerías este tipo de obras que, al tiempo que hacen pasar un buen rato, suelen dar a conocer una parte de la ciudad en la que transcurren que por ser la más sórdida solemos desconocer. Un consejo, con el permiso de mi amigo Herme Cerezo y del resto de críticos literarios de este medio, es que se hagan cuanto antes con cualquiera de los libros de Francisco González Ledesma, mi viejo amigo Silver Kane, estoy seguro que ya nunca jamás le abandonarán.
Todas las grandes ciudades tienen o han tenido alguien que escriba de sus miserias, también de sus grandezas y, por encima de todo, de sus realidades. Barcelona no podía ser una excepción y a lo largo de los años han sido muchos los escritores que, a lo largo de las páginas de sus libros, nos han mostrado su especial visión de la ciudad en la que viven el día a día cotidiano. En los últimos años Juan Marsé, que empezó con aquel “Pijoaparte” que en “Últimas tardes con Teresa” bajaba desde los suburbios de la ciudad para seducir a una jovencita burguesa y revolucionaria, el llorado Vázquez Montalbán y su detective de gallego apellido que quemaba libros para alimentar la chimenea de su vivienda en las faldas del Tibidabo, Eduardo Mendoza que nos mostró en “La ciudad de los prodigios” como comenzó la expansión de esta ciudad y el auge tramposo de su burguesía han ido dando vida a una ciudad a la que muchos, como yo, fuimos amando antes de fijar en ella la residencia definitiva. Todo ello sin olvidar a Ignacio Agustí que en su saga de la familia Rius nos mostró aquella sociedad que acudía a los palcos del Gran Teatro del Liceo no a escuchar a Wagner o Mozart sino a presumir de joyas, queridas y excelente posición social.
Pero con la desaparición de una legislación que encorsetaba a los escritores una nueva voz se une a los escritores barceloneses que a través de su obra van mostrándonos su especial amor y apego a su ciudad. Francisco González Ledesma y su inspector Ricardo Méndez nos han hecho recorrer las estrechas calles del viejo Barrio Chino de Barcelona, hoy conocidas como El Raval, y la pluma de este abogado devenido en escritor y periodista nos ha llevado a conocer a esos personajes entrañables cuya vida suele transcurrir entre las callejas de los suburbios. González Ledesma, nacido en el Poble Sec como Serrat y con quien, de tanto en tanto, habla de los tiempos desaparecidos, ahora, naturalmente, ya no habita en esa parte de la ciudad, sus premios y su trabajo como novelista le han permitido pagar la hipoteca que le ha llevado a vivir en la parte más residencial de Barcelona pero, en más de una ocasión, sigue callejeando por los lugares en los que creció y en los que sus personajes toman vida. Su personaje predilecto, el inspector Méndez, cuando ahora llega a la plaza donde está situado El Molino es muy difícil que escuche hablar en catalán, allá se encuentra con unos “pakis”, algún que otro “moro”, unos jóvenes de color y alguna que otra chica latina de culo prieto que van a bailar a algún local cercano donde la mezcolanza de razas es la seña de identidad.
Y, los afortunados lectores de González Ledesma, vamos a poder seguir disfrutando con las aventuras de Méndez, ese inspector de policía anómalo que ve cómo el despliegue de los “mossos d’esquadra” le ha ido quitando protagonismo al tiempo que las putas de su juventud mendigan por las esquinas de los nuevos espacios creados en el ahora llamado Raval. Méndez vuelve a cabalgar con la concesión a su padre y autor, Francisco González Ledesma, del I Premio Internacional de Novela Negra RBA dotado con la suculenta cantidad de 125.000 euros por la obra “Una novela de barrio”.
El pasado día 6 de Septiembre y en el incomparable marco de los jardines del Hotel Juan Carlos I de Barcelona el jurado formado por Soledad Puértolas, Suso de Toro, Lorenzo Silva, Antonio Lozano y Anik Lapointe decidió que, entre las 180 obras presentadas, la mejor era la novela de González Ledesma haciendo con ello justicia a un escritor que comenzó hace muchos años escribiendo semanalmente una novela de las llamadas “del oeste” con el seudónimo de Silver Kane ya que la censura franquista no permitía la publicación de sus otras obras. En los libros del escritor aparece siempre Barcelona, una ciudad que, a su decir, es “madre y madrastra”, con aquellos pequeños cines de barrio, con las vecinas de escalera que tenían que prostituirse para llegar a fin de mes, o con los niños que, como los de Marsé, tienen como diversión, todavía no había televisión, el contarse “aventis”.
A la alegría de ver que se premiaba a un buen hombre y mejor escritor se unió la de poder estar presente en un evento de esta categoría y en un ambiente excepcional en el que un magnifico grupo musical iba desgranando piezas del mejor jazz mientras los asistentes, muchos y escogidos, daban cuenta de una excelente cena mientras comentaban la oportunidad que había tenido el jurado al poder premiar la obra de un escritor barcelonés en esta primera edición del premio.
Las nuevas generaciones de lectores en España no han sido, hasta la fecha, unos grandes lectores de novela negra tal vez por falta de referencias o por considerarla un genero menor pero cada día son más los nuevos lectores que se apuntan a buscar entre los anaqueles de las librerías este tipo de obras que, al tiempo que hacen pasar un buen rato, suelen dar a conocer una parte de la ciudad en la que transcurren que por ser la más sórdida solemos desconocer. Un consejo, con el permiso de mi amigo Herme Cerezo y del resto de críticos literarios de este medio, es que se hagan cuanto antes con cualquiera de los libros de Francisco González Ledesma, mi viejo amigo Silver Kane, estoy seguro que ya nunca jamás le abandonarán.
Pisando charcos, 9 de septiembre de 2007
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