M. Vázquez Montalbán
Que un abogado de suculentas minutas cambie el bufete por la redacción de un periódico quiere decir que el romanticismo no fue una moda estética y ética coyuntural, sino que es una tendencia constante del espíritu. González Ledesma era uno de los pocos periodistas con firma que se podían leer en la Barcelona del siglo II después de Franco. Se le podía leer porque escribía bien y porque apuntaba verdades que siempre iban más allá de las estrictamente toleradas por los delegados del Ministerio de Información y Turismo. Pocos sabían que aquel periodista recién llegado al oficio era ya un curtido especialista en novelas de consumo y un prometedor escritor que había ganado aquel Premio Internacional de Novela creado por el editor Josep Janés. Pocos años después de que lo ganara González Ledesma se hizo con él Antonio Rabinad, por una de las novelas más interesantes de los años cincuenta: Los contactos furtivos. Pero no es ésta la columna que necesitaría Rabinad, sino la que merece González Ledesma como escritor, excepción que no confirma regla alguna. Novelista de consumo, novelista prohibido, periodista entre líneas, profesional afiliado al clandestino grupo democrático de periodistas, González Ledesma de pronto se convierte en una provocación cultural por haber ganado el Premio Planeta mejor dotado económicamente de toda su historia.
Microscopios y telescopios críticos se van a aplicar sobre la novela de un auténtico optimista de la operación de escribir, sorprendente en tiempos de confesables e inconfesables desganas. A los 57 años de edad, González Ledesma ha recibido de la literatura la satisfacción de una noche loca y la maldición relativa de 12 millones de pesetas, cuyo empleo tendrá que justificar hasta el año 2000. Para conseguir esa noche ha invertido más de 30 años de su vida, durante los que la satisfacción de ser escritor ha sido un vicio solitario y casi secreto. Yo me alegro por el compañero y por la literatura, por todas las literaturas que González Ledesma les quitó a los dioses para dárselas a los hombres.
El País, 18 de octubre de 1984
Que un abogado de suculentas minutas cambie el bufete por la redacción de un periódico quiere decir que el romanticismo no fue una moda estética y ética coyuntural, sino que es una tendencia constante del espíritu. González Ledesma era uno de los pocos periodistas con firma que se podían leer en la Barcelona del siglo II después de Franco. Se le podía leer porque escribía bien y porque apuntaba verdades que siempre iban más allá de las estrictamente toleradas por los delegados del Ministerio de Información y Turismo. Pocos sabían que aquel periodista recién llegado al oficio era ya un curtido especialista en novelas de consumo y un prometedor escritor que había ganado aquel Premio Internacional de Novela creado por el editor Josep Janés. Pocos años después de que lo ganara González Ledesma se hizo con él Antonio Rabinad, por una de las novelas más interesantes de los años cincuenta: Los contactos furtivos. Pero no es ésta la columna que necesitaría Rabinad, sino la que merece González Ledesma como escritor, excepción que no confirma regla alguna. Novelista de consumo, novelista prohibido, periodista entre líneas, profesional afiliado al clandestino grupo democrático de periodistas, González Ledesma de pronto se convierte en una provocación cultural por haber ganado el Premio Planeta mejor dotado económicamente de toda su historia.
Microscopios y telescopios críticos se van a aplicar sobre la novela de un auténtico optimista de la operación de escribir, sorprendente en tiempos de confesables e inconfesables desganas. A los 57 años de edad, González Ledesma ha recibido de la literatura la satisfacción de una noche loca y la maldición relativa de 12 millones de pesetas, cuyo empleo tendrá que justificar hasta el año 2000. Para conseguir esa noche ha invertido más de 30 años de su vida, durante los que la satisfacción de ser escritor ha sido un vicio solitario y casi secreto. Yo me alegro por el compañero y por la literatura, por todas las literaturas que González Ledesma les quitó a los dioses para dárselas a los hombres.
El País, 18 de octubre de 1984
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