El pan blanco se compraba de estraperlo. Los taxis andaban con gasógeno. En el Campo de la Bota todavía se fusilaba gente. Antonio Machín ya cantaba "Angelitos Negros". Por diez céntimos todavía se cogía el 41 que llevaba a Pueblo Nuevo.
Y él estaba allí, en la grada norte del campo del Español, ligeramente escorado hacia la derecha para poder insultar mejor al línier que corría esa banda. Ahora que ha ganado doce millones de pesetas con el "Planeta" no es fácil que se abone a tribuna. Francisco González Ledesma es carne de grada, gol norte, fanático, bien nacido; de los que ven como gol válido todo aquel que consigue un delantero del Español aunque sea ayudándose con la mano, y como gol ilegal precedido de falta no señalada por el árbitro, comprado, por supuesto, todo el que marca el equipo rival.
Usted ya le conocía
Usted, lector de La Vanguardia, ya le conocía como redactor de estas páginas.
Pero si hace memoria, tal vez le conociera, sin saberlo, por haberle encontrado lejos de aquí.
Por ejemplo, en las páginas del Pulgarcito, en donde Francisco González Ledesma fue el guionista de un personaje entrañable para los hombres que ya cumplieron los cuarenta: el inspector Dan.
González Ledesma se refugiaba en pseudónimos variopintos para este tipo de menesteres ejercidos con dignidad en los años de la posguerra. Por si no lo sabía, el flamante ganador del "Planeta" fue también el que a lo mejor le hizo pasar a usted buenos ratos con novelas del oeste que aparecían como obras firmadas por un tal Silver Kane.
Es posible que a Francisco González Ledesma no le haga ahora mucha gracia que le digan estas cosas. Pero creo que son aspectos que configuran una biografía marcada por la irrenunciable pasión por escribir. La historia de los triunfos nunca suele ser lineal. Esto sólo sucede en las películas con guiones deleznables.
La historia real está hecha de frustraciones. Y estos doce millones, y esta fama, y este aluvión de entrevistas para que el último ganador del "Planeta" cuente su vida, todo está forjado en los guiones para tebeos, en las historias para novelas de duro, en la represión de la censura que se cepilló sucia, villanamente, su primera gran narración, Sombras viejas, ganadora del premio internacional de novela José Janés.
Ese gesto perplejo
En 1977 escribía su segunda novela, Los Napoleones. Yo he mirado en el baúl entrañable de los recuerdos y he recuperado unos párrafos que escribí entonces:
"Más allá de las máquinas, de las naves desnudas, de los cristales opacos, de las sirenas para el cambio de turno aullando estruendosamente, está la historia de unas ilusiones rotas, de unas vidas rotas también. Las grandes y las pequeñas vidas, las vidas que siempre han subyugado a González Ledesma: aquel jefe de personal de la importante editorial que controlaba la regla de sus empleadas para descontarles de su salario las compresas si no habían sido previsoras en llevar la cuenta; aquel alférez de milicias que perseguía guerrilleros al frente de un grupo de soldados y siempre tomaba la dirección contraria a la que los campesinos le indicaban habían tomado los fugitivos "porque no es cosa de encontrárselos y que haya bajas por uno u otro lado"; esa permanente contradicción entre la contestación y la comodidad; entre decir "basta" y el tener miedo a decirlo..."
Y siempre, sobrevolando por encima de sus palabras educadas, de sus gestos amables, de su rencor reprimido, ese gesto, en él siempre permanente, como de dolorida perplejidad ante lo que soñó haber sido y no fue.
Luego, tras Los Napoleones, después de ganar con El código de las ocho falacias el premio instituido por la revista El Ciervo, González Ledesma recuperaría parte de su memoria con El expediente Barcelona y Las calles de nuestros padres, dos excelentes novelas a las que nadie hizo caso y que ahora, convenientemente adornadas con las franjas que indiquen que su autor es el último ganador del "Planeta", se van a vender para que, adornando los anaqueles, los tipos que contemplan con ironía el devenir de nuestra cultura tengan motivo sobrado para un nuevo guiño de complicidad.
González Ledesma forma parte de la primera promoción de periodistas que tras unos años sin celebrarse examen en Barcelona accedieron a la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid después de aprobar un ingreso.
¡Ay!, aquellos años
Ya era licenciado en Derecho. Junto a aquella tribu de jóvenes que descubría el mundo --Lluís Permanyer, Francesc Carreras, Guillermo Díaz Plaja, Huertas Clavería, Joaquín Escudero, Gonzalo Pérez de Olaguer, Jaume Serrats, yo mismo...-- era la imagen de la responsabilidad, el señor con trabajo estable, un pasado y un futuro, que además conocía personalmente a Corín Tellado y a Marcial Lafuente Estefanía.
No importaba que en el primer curso hubiese una asignatura tan idiota como "Normas para ser director de periódico". Ni que en Deportes te preguntasen el récord mundial en mil quinientos. Ni que te hiciesen resolver problemas prácticos de tricomías cuando no sabíamos qué era un corondel. Lo importante era que uno estaba con aquel señor de aspecto risueño al que llamabas Paco y que con él aprendías algo de la vida a través de las historias literarias que te contaba.
Casado y con hijos. Amante de los cruceros. Solitario. González Ledesma. Hipersensibilidad. Recuerdos de imágenes mil veces rotas y mil veces reconstruidas pacientemente. Sí. Como esos recuerdos que un día llegaron a los Encantes vendidos a los traperos por gentes que ya olvidaron o simplemente dejaron de amar, medallas, retratos, búcaros, nomeolvides, objetos a través de la palabra escrita en decenas de páginas admirables que apenas nadie leyó.
Ahora, famoso. Y millonario. Tal vez un poco ensorberbecido durante unos meses. Pero le pasará y volverá a encerrarse con sus queridos fantasmas y con ese ya viejo policía, el Méndez, autor y personaje confundidos en un mismo dibujo "comido por la soledad, el tiempo y el olvido...", una lejana señal en el aire "donde cada generación dejó su garabato, su mancha, su lengua, su huella y su marca".
La Vanguardia, 17 de octubre de 1984
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