Francisco González ledesma
Las calles de nuestros padres
267 páginas
Plaza& Janés
Barcelona 1984
¿Qué pensaría usted si un buen día al irse a descansar surgiera una mano apergaminada y fría de debajo de su cama? ¿Y si en alguna de las escapadas clandestinas de su rutina habitual hacia mundos que le prometen un eventual divertimento, descubriera un cadáver encerrado en un armario, por ejemplo? (Probablemente se llevaría un susto de muerte. Y, a lo sumo, si padece del corazón, un infarto) ¿Huiría? ¿Lo comunicaría a la Policía? O tal vez su espíritu aventurero y detectivesco le llevaría a investigar por su cuenta como hace Méndez en ‘Las calles de nuestros padres", un viejo policía relegado a servicios de segundo orden, perfecto conocedor de la Barcelona nocturna y del zoológico humano de los barrios bajos y, cuyo dominio absoluto de la filosofía de las calles, sumado a su experiencia y sorprendente intuición, le llevan a serpentear por los ambientes más recónditos y oscuros de la ciudad en busca de una pista, de una información que le permita desentrañar el turbio asunto de unos asesinatos cuyas implicaciones marginales le introducirán en un mundo totalmente ajeno a él, mundo en el que se entremezclan el dinero, los abogados, políticos y periodistas.
Francisco González Ledesma ha sido capaz de escribir, o me jor, de imaginar, si admitimos la calidad de "ficticio", la "invención" o la "imaginación" como característica distintiva de la literatura, algo que no puede definirse únicamente con la calificación de novela policíaca o de suspense, que, además, se distancia de sus homólogas americanas por su.estilo personalísimo, por los temas tratados sublirninalmente y por el emplazamiento de los hechos en esa Barcelona múltiple y diversificada en la que cohabitan personas y ambientes contra puestos, equidistantes, aunque a veces lleguen a conectar unos con otros en el entramado de esta complicada telaraña urbana.
Historia pasada y reciente
Decía más arriba que esta no es sólo una novela policíaca, sino una novela, a mi entender, eminentemente urbana, cuya literariedad reside en su capacidad para crear un mundo ficticio autónomo que en algunos pasajes llega a identificarse con la realidad empírica, hecho que marca el carácter vivo y humano de la novela y, con ello, su universalidad.
Por otra parte, la presencia del autor es visible a lo largo de toda la novela, principalmente en los comentarios y juicios que hace constantemente acerca de los personajes y de los hechos narrados, así como en su intervención directa en la conducción de la trama, aunque sus interferencias nunca llegan a perturbar el ritmo de la novela, caracterizado por un dinamismo total y un dominio del suspense que constituyen dos de los mejores alicientes para la lectura de la misma. Así pues, el narrador, conocedor de todos los acontecimientos en sus más pequeños detalles, nos introduce en la situación particular de todos los personajes, en lo más íntimo de sus conciencias, así cómo en todos los intrincados recovecos de la organización social de ‘la ciudad, marcada por una historia pasada y reciente que aparece a lo largo de la novela, y por unos ambientes muy determinados, como por ejemplo el mundo del periodismo, o el de la Barcelona más antigua, que el autor parece conocer la perfección, y en los que nos introduce gracias a su estilo a veces agresivamente irónico o sarcástico, pero siempre con un matiz nostágico por lo que fue, por lo que ya no volverá, por el tiempo que ya no se puede recuperar; en definitiva, por el Tiempo, con mayúscula, que se nos escapa de las manos, una vez más.
La Vanguardia, 8 de noviembre de 1984
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