Rotundo es el título del libro de González Ledesma editado por Almuzara. Sí que lo es, pero así no puede haber duda de su contenido: Méndez en estado puro.
El viejo policía del Raval barcelonés, que hace guardias en las esquinas y persecuciones en autobús, que recoge información en la barra de los bares tomando un coñac con los parroquianos, que es amigo de putas y carteristas, que hace favores a los detenidos. Un hombre sencillo que vive en pensiones, que come de tapas, lector empedernido... como yo, que no puedo dejar de leer ni en el autobús y ayer los otros pasajeros me miraban alucinados cuando reía a carcajada limpia con Méndez en una mano, mientras que con la otra me agarraba con fuerza a la barra para no matarme con los frenazos del conductor, frenazos que daba de pura envidia viéndome con ese gusto (¡Pobrecillos los que no pueden leer en el trabajo!). Cuando me apeé en mi parada todavía tenía la sonrisa grabada en la cara y cuando llegué a casa, la portera, que siempre está muy atenta, me preguntó si me habían ascendido en el trabajo. ¡Qué va mujer! Es que venía con Méndez en el autobús. Y la dejé así, con dos palmos de narices, pensando que me había echado un amante y que ya tenía cotilleo para toda la semana. No era mi intención dejar así de trastornada a la portera, que yo la quiero mucho, pero tenía prisa en llegar a casa para acabar el libro.
El viejo policía del Raval barcelonés, que hace guardias en las esquinas y persecuciones en autobús, que recoge información en la barra de los bares tomando un coñac con los parroquianos, que es amigo de putas y carteristas, que hace favores a los detenidos. Un hombre sencillo que vive en pensiones, que come de tapas, lector empedernido... como yo, que no puedo dejar de leer ni en el autobús y ayer los otros pasajeros me miraban alucinados cuando reía a carcajada limpia con Méndez en una mano, mientras que con la otra me agarraba con fuerza a la barra para no matarme con los frenazos del conductor, frenazos que daba de pura envidia viéndome con ese gusto (¡Pobrecillos los que no pueden leer en el trabajo!). Cuando me apeé en mi parada todavía tenía la sonrisa grabada en la cara y cuando llegué a casa, la portera, que siempre está muy atenta, me preguntó si me habían ascendido en el trabajo. ¡Qué va mujer! Es que venía con Méndez en el autobús. Y la dejé así, con dos palmos de narices, pensando que me había echado un amante y que ya tenía cotilleo para toda la semana. No era mi intención dejar así de trastornada a la portera, que yo la quiero mucho, pero tenía prisa en llegar a casa para acabar el libro.
La calavera bajo la piel, 21 de abril de 2007
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