Las memorias de Francisco González Ledesma confirman su eterna fidelidad a sus ideas. Dividida en cuatro apartados, el creador de Zane Grey, bajo el seudónimo de Silver Kane, recuerda su dura infancia, entresijos editoriales y su reinvención en la literatura y el periodismo.
Jordi Puntí
En las primeras páginas de sus Memorias íntimas, Georges Simenon notifica cuál va a ser el lema que imperará en la narración de sus recuerdos: "Comprender y no juzgar". Sea por pura casualidad o por alguna especie de empatía literaria, algo parecido ocurre en los párrafos iniciales de Historia de mis calles, las memorias de Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927). "Cada uno tiene los recuerdos que le corresponden, y que sin duda merece", escribe el novelista barcelonés, y continúa: "Juzguen ustedes, y a partir de aquí sigan leyendo o no".
Estructurada en breves capítulos, esta Historia de mis calles enfoca cuatro etapas de la vida de su autor. González Ledesma nació en el Poble Sec, barrio obrero al pie de la montaña de Montjuïc, arrasado por las miserias de la Guerra Civil y la primera posguerra. Hijo de una familia de inmigrantes, su infancia define esta primera etapa. En sus recuerdos descubrimos a un niño de la calle, avispado y a la vez ingenuo, que juega mientras caen las bombas y ayuda a su familia a luchar contra la hambruna. La Barcelona proletaria, devastada, se dibuja en esas páginas con una viveza tremenda. Especialmente conmovedora, por ejemplo, es la escena en que el autor y su hermano aprovechan los bombardeos para colarse en un restaurante de postín, el Gran Café Condal, y llevarse la comida que han dejado los clientes al huir despavoridos. La segunda etapa, menos detallada, relata el primer franquismo en la universidad, donde estudió Derecho gracias a la ayuda de unos tíos afectos al régimen. Se ensalza en este punto la amistad con Joan Reventós o Alberto Oliart, entre otros, y se habla también de su paso por el Ejército. Los primeros devaneos literarios de González Ledesma coincidieron más o menos con su entrada en la editorial Bruguera. Es una etapa agridulce, pues allí conoció a su esposa e hizo innombrables amigos, pero también quemó en la casa horas de sueño y remordimientos. La imagen que reconstruye del pequeño imperio creado por Francisco Bruguera tiene esos grises deprimidos de la época. El trato casi esclavo que recibían los dibujantes y guionistas de la editorial, o la larga etapa como autor de las novelas del Oeste de Zane Grey -escribió alrededor de seiscientas, a cinco por semana, bajo el seudónimo de Silver Kane-, contrastan con su posterior trabajo como abogado de la empresa, al servicio de los jefes. La descripción del "ambiente moral" vivido es sobrecogedor.
En 1963, González Ledesma tomó la decisión de abandonar un trabajo tiránico y un sueldo astronómico para dedicarse al periodismo. Esta reinvención personal, escrupulosa, domina la última parte del libro. El aprendizaje del oficio y sus primeros éxitos literarios -especialmente con las novelas del comisario Méndez y el Premio Planeta- comparten páginas con su paso por el Correo Catalán y La Vanguardia, donde trabajó durante 19 años. Se traza el mapa de influencias de la prensa barcelonesa durante el final del franquismo y la transición (atención, por ejemplo, a las páginas dedicadas a Jordi Pujol y el caso Banca Catalana). Los retratos de la gente que le rodeó, así como sus encuentros con gente importante, nos llevan hasta el fin del libro.
Francisco González Ledesma es un trozo de pan. Sus memorias fluyen bajo esta premisa: con una prosa sencilla y clara, que rehúye la vanidad, consigue en todo momento que el lector sea su cómplice. El libro, además, no se regocija en las batallitas y tiene la cantidad justa de puyas y elogios, de anécdotas suculentas y maldades sin veneno. El retrato resultante, en fin, es el de un hombre cabal, un sentimental que ha sabido vivir sin traicionar sus ideas.
Jordi Puntí
En las primeras páginas de sus Memorias íntimas, Georges Simenon notifica cuál va a ser el lema que imperará en la narración de sus recuerdos: "Comprender y no juzgar". Sea por pura casualidad o por alguna especie de empatía literaria, algo parecido ocurre en los párrafos iniciales de Historia de mis calles, las memorias de Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927). "Cada uno tiene los recuerdos que le corresponden, y que sin duda merece", escribe el novelista barcelonés, y continúa: "Juzguen ustedes, y a partir de aquí sigan leyendo o no".
Estructurada en breves capítulos, esta Historia de mis calles enfoca cuatro etapas de la vida de su autor. González Ledesma nació en el Poble Sec, barrio obrero al pie de la montaña de Montjuïc, arrasado por las miserias de la Guerra Civil y la primera posguerra. Hijo de una familia de inmigrantes, su infancia define esta primera etapa. En sus recuerdos descubrimos a un niño de la calle, avispado y a la vez ingenuo, que juega mientras caen las bombas y ayuda a su familia a luchar contra la hambruna. La Barcelona proletaria, devastada, se dibuja en esas páginas con una viveza tremenda. Especialmente conmovedora, por ejemplo, es la escena en que el autor y su hermano aprovechan los bombardeos para colarse en un restaurante de postín, el Gran Café Condal, y llevarse la comida que han dejado los clientes al huir despavoridos. La segunda etapa, menos detallada, relata el primer franquismo en la universidad, donde estudió Derecho gracias a la ayuda de unos tíos afectos al régimen. Se ensalza en este punto la amistad con Joan Reventós o Alberto Oliart, entre otros, y se habla también de su paso por el Ejército. Los primeros devaneos literarios de González Ledesma coincidieron más o menos con su entrada en la editorial Bruguera. Es una etapa agridulce, pues allí conoció a su esposa e hizo innombrables amigos, pero también quemó en la casa horas de sueño y remordimientos. La imagen que reconstruye del pequeño imperio creado por Francisco Bruguera tiene esos grises deprimidos de la época. El trato casi esclavo que recibían los dibujantes y guionistas de la editorial, o la larga etapa como autor de las novelas del Oeste de Zane Grey -escribió alrededor de seiscientas, a cinco por semana, bajo el seudónimo de Silver Kane-, contrastan con su posterior trabajo como abogado de la empresa, al servicio de los jefes. La descripción del "ambiente moral" vivido es sobrecogedor.
En 1963, González Ledesma tomó la decisión de abandonar un trabajo tiránico y un sueldo astronómico para dedicarse al periodismo. Esta reinvención personal, escrupulosa, domina la última parte del libro. El aprendizaje del oficio y sus primeros éxitos literarios -especialmente con las novelas del comisario Méndez y el Premio Planeta- comparten páginas con su paso por el Correo Catalán y La Vanguardia, donde trabajó durante 19 años. Se traza el mapa de influencias de la prensa barcelonesa durante el final del franquismo y la transición (atención, por ejemplo, a las páginas dedicadas a Jordi Pujol y el caso Banca Catalana). Los retratos de la gente que le rodeó, así como sus encuentros con gente importante, nos llevan hasta el fin del libro.
Francisco González Ledesma es un trozo de pan. Sus memorias fluyen bajo esta premisa: con una prosa sencilla y clara, que rehúye la vanidad, consigue en todo momento que el lector sea su cómplice. El libro, además, no se regocija en las batallitas y tiene la cantidad justa de puyas y elogios, de anécdotas suculentas y maldades sin veneno. El retrato resultante, en fin, es el de un hombre cabal, un sentimental que ha sabido vivir sin traicionar sus ideas.
El País, 6 de mayo de 2006
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