Ledesma debe gran parte de su popularidad al hecho de haber sido ganador del Premio Planeta por su novela Crónica sentimental en rojo (1984) y su carrera ha sido recientemente galardonada con el Premio Pepe Carvalho 2006. Ledesma, que se considera un idealista cargado de dudas, contempla la novela negra como una herramienta ejemplar para analizar nuestro tiempo, nuestra realidad social y para recordarnos cómo fueron las calles de nuestros padres.
David G. Panadero
Francisco González Ledesma nació en Barcelona en 1927 en el seno de una familia muy humilde. Más adelante tuvo que alternar sus estudios con diversos trabajos. De esta juventud llena de responsabilidades le ha quedado el regusto por los barrios bajos y la costumbre de escribir de noche, el único momento del día del que disponía.
Ledesma es abogado y periodista y empezó haciendo trabajo de calle en El Correo Catalán, donde no tardó en llegar a ser redactor jefe. Después ingresaría en La Vanguardia, desempeñando toda suerte de labores: desde acompañar al Rey hasta confeccionar páginas a altas horas de la madrugada.
Con sólo veintiún años ganó el Premio Internacional de Novela, instituido por el editor Josep Janés, con un jurado compuesto por celebridades como Somerset Maugham, pero su novela Sombras viejas no pudo ver la luz debido a la censura franquista.
La única manera que tuvo Ledesma de dar rienda suelta a su pasión por las letras fue escribiendo novelas de quiosco para Bruguera con el seudónimo de Silver Kane, aportando entre tres o cuatro al mes durante quince años hasta llegar a unas doscientas. Esta experiencia fue posible ya que el autor había trabajado previamente como guionista de cómic para la casa, escribiendo las hazañas del inspector Dan.
Llegada la Transición, en 1977, Ledesma vio publicada su novela Los Napoleones, una descripción de la burguesía catalana desde tiempos de la República hasta la década de los cincuenta.
En estos años, Ledesma decide desempolvar el colt para ofrecernos una visión personal, nostálgica y no exenta del humor de las calles que le vieron nacer.
El inspector Méndez, crepúsculo de los polis
Podemos considerar la obra de Ledesma como una literatura costumbrista, muy cercana a la tesis política, pese a que emplee los resortes y la estética del género policial. Lo satisfactorio de sus novelas proviene de una mirada reflexiva, que no complaciente, de las calles de Barcelona, albergando unos apuntes políticos muy alejados de simplismos y, en todo caso, invitando a una reflexión en la que es fácil caer en el desencanto, la añoranza por esa Barcelona que se deteriora en la memoria como la fotografía añeja, que va perdiendo perfiles.
En la era dorada de la novela negra española realmente supuso una provocación hacer protagonista de una saga de novelas a un policía, el inspector Méndez, un hombre de sesenta años desencantado y que hace gala de un humor socarrón. Casi podemos decir que se trata de un Ignatius Reilly uniformado, un hombre digno y honrado asesiado por la conjura de los necios. Méndez se forjó en la imaginación de Ledesma como collage entre cuatro policías con los que tuvo trato, uno de ellos guardaespaldas del general Pérez Viñeta.
La relación de Ledesma con el género policial nació con la novela Expediente Barcelona (Júcar, 1987), que quedó finalista en 1983 del premio Blasco Ibáñez. En ésta hace breves apariciones Méndez, que a partir de ese momento ganaría todo el protagonismo de sus novelas negras, como la posterior Las calles de nuestros padres (Júcar, 1989, recuperada por La Factoría de Ideas en 2005). El pistoletazo definitivo para el autor lo supuso ganar el premio Planeta con Crónica sentimental en rojo (1984), otra aventura del comisario, llevada al cine en 1986 por Francisco Rovira Veleta. También podemos seguir las andanzas del agente del orden en La dama de Cachemira (Planeta, 1986). Obsérvese que, pese a que enumeremos las obras cronológicamente desordenadas, las estamos mostrando en el orden en que fueron escritas. Después llegaría Historia de Dios en una esquina (1991) y El pecado o algo parecido (2002) entre otras.
Las calles de Barcelona
Expediente Barcelona comienza cuando al despacho de un abogado de cuarta acuden a solicitar unas comprometedoras pruebas de paternidad. Abierto el tarro de las esencias, pasearemos durante casi trescientas páginas por la Barcelona de los meublés, los antros, los cines de sesión doble, la pujante burguesía... Todo ello para destapar una trama quizás algo anecdótica, ya que la intención de Ledesma es recorrer la historia de la Ciudad Condal desde la sufrida posguerra hasta una Transición que ha sido asumida quizás con cierta ingenuidad. Entre estas páginas podremos saborear el sexismo de Henry Miller, cierto humor grotesco y, ante todo, una precisa recreación del ambiente de los barrios que vendría a suponer la réplica catalana a lo que Juan Madrid hizo por esos años con el Dos de Mayo y otros rincones de la capital. Según ha comentado Ledesma en una entrevista reciente a Sergi Pàmies "Siempre pensamos que aquello en lo que creemos es bueno y que no hay engaño en lo que defendemos. Luego comprobamos que las ideas quizás no se aplicaron como es debido, o que se corrompieron los que decían defenderlas, o que la gente no estaba dispuesta a hacer un sacrificio para conseguir llevarlas a cabo. Por eso me considero un idealista cargado de dudas".
La propia estructura de la novela favorece la existencia de toda suerte de digresiones y apuntes al margen; no faltan extensas epístolas que unos personajes se dedican a otros, o extensos diálogos sobre situaciones políticas de esos tiempos. Y siempre con un tema recurrente: el desencanto ante nuestro entorno y sus cambios.
La siguiente novela de Francisco González Ledesma que pudimos disfrutar fue Las calles de nuestros padres, la primera que protagoniza Méndez página tras página. En ésta, el autor sigue declarándonos sus sentimientos hacia Barcelona, entre la idealización y el retrato sórdido, creando un humorístico conjunto, una insólita poesía, con descripciones como la siguinete: "Ningún periodista honrado que sienta la pequeña emoción del diario recién impreso amará la mañana. Las sombras del puente de la Torrassa, que van entre dos luces a su destino fabril repetido hasta la muerte, los alientos fétidos del primer Metro, la hornada de empleados recién hecha en la plaza de Cataluña, el primer pedo de la santa esposa que se levanta a toda prisa merecerán su pena o su desprecio".
Si una palabra se repite a la hora de hablar de Ledesma, es la de nostálgico, y así se define el propio autor ante el entrevistador Sergi Pàmies: "Soy un nostálgico. Para mí, el pasado tiene mucha importancia porque lo he vivido, mientras que el presente es huidizo y el futuro una incógnita. O sea, que el pasado es lo único que tienes. En mi caso, es una nostalgia del Poble Sec y del Paralelo, los barrios de mi infancia, con gente muy humilde pero idealista. Comprendo que el ideal de vivir mejor no sea gran cosa pero aquella gente estaba dispuesta a hacer sacrificios para lograrlo. Y no se iban a cortar una carretera, sino que si tenían que hacer una barricada, la hacían. Entonces el boxeador tenía la cara marcada de verdad, el tío que cargaba cajas en el mercado cargaba treinta cajas de golpe, era una vida tan dura como auténtica".
Crónica sentimental en rojo viene a seguir la línea de las anteriores obras de Ledesma. El célebre Méndez va a buscar a la Modelo al boxeador Richard Arce, que le ayudará en el esclarecimiento de unos hechos confusos: ha aparecido el cadáver de Nuria Bassegoda, mujer de una familia pudiente, con el pecho cortado. Si esta novela ganó el Premio Planeta en 1984 se debe a su profundo calado cultural, a que, por medio de unos personajes canallas y grotescos, casi salidos del imaginario de Valle-Inclán, Ledesma estaba redescubriéndonos el carácter español en una época de confusiones ideológicas y cambios sociales.
La originalidad de Ledesma está fuera de toda duda: pocos literatos han sido capaces de mitificar a un personaje, Méndez, que desde la primera aparición ya resulta reaccionario y nostálgico de tiempos pasados, aunque tremendamente humano y hasta a veces compasivo, haciéndolo con el suficiente distanciamiento y humor como para que la cosa no moleste al respetable. Pero el lector atento apreciará cómo en la saga del personaje encontramos la evolución humana del policía, de la crueldad y despotismo de los años de la Transición a la bondad que otorga la madurez.
Incluso en Historia de Dios en una esquina (1991) veremos a Méndez enternecerse con los perros y hasta ser solidario con los delincuentes a los que apresa. La novela comienza con una historia de venganza. Un preso se fuga de la cárcel para acabar con el que ha matado a su hija. Y Méndez no podrá quedar indiferente ante la muerte de un ser inocente, por lo que tomará cartas en el asunto.
Pasarían años sin que supiéramos de este personaje, que no lee más que anuncios por palabras, hasta que llegó El pecado o algo parecido (2002), con la que se potencia la línea de humor escatológico y surreal, el tono esperpéntico y cañí y un costumbrismo con absoluto protagonismo de su personaje que nos hace pensar en un Simenon/Maigret de retrete. Cabe señalar que en esta obra se hace énfasis en el aspecto paródico del comisario.
En esta ocasión, en una prestigiosa casa de citas madrileña muere una muchacha de un disparo en el culo, pero su muerte no tarda en ser vengada (al asesino le introducen un taladro por el culo). Méndez se pone enseguida tras la pista del crimen con una proclama: "quien a culo mata, a culo muere".
Y pese a que Ledesma demuestra conocer al dedillo la sociedad actual y sus delincuentes, seguimos leyéndole con la misma predisposición de siempre, rememorando la época de los cafelitos cargados en cuenta, las fotos de nuestros abuelos y, por supuesto, el olor a pedo que inundaba los barrios humildes.
Novelas deportivas
Al igual que los viejos artesanos, que demostraban su taneto escribiendo por encargo y muy alejados de las ínfulas de autoría, Ledesma aporreó su máquina de escribir durante muchas noches hasta ganar el III Premio de Novela Deportiva con su obra 42 kilómetros de compasión (1986). Como esos artesanos, Ledesma tuvo la gran habilidad de cumplir un recado ajeno, aunque de manera habilidosa supo impregnar esta novela de todas sus inquietudes.
El resultado es una novela tremendamente ágil, estructurada en breves capítulos que siempre invitan a seguir leyendo, ante la recurrente pregunta de !qué pasará, qué pasará", con un argumento propio de cualquier pulp y un ritmo por momentos enfebrecido. Lo que justifica que 42 kilómetros de compasión ganase el Premio de Novela Deportiva es su exaltación del deporte como camino para la superación personal en todos los sentidos, de los puramente estéticos a los éticos y personales.
Cuando Mr. Grimbolt, millonario norteamericano retirado en Barcelona, decide ser mecenas de un escritor para que haga la biografía de una atleta norteamericana, se da el pistoletazo de salida. ¿Qué interés puede tener la vida de esta persona? ¿Por qué escribir sobre ella? Es un capricho de Grimbolt, ya que él la mató...
Con Cine Soledad (1993), el autor volvió a reincidir en el deporte, centrándose esta vez en el boxeo. En estas páginas encontraremos a un Ledesma en plena forma, que apela de manera inteligente a nuestros sentimientos a la vez que demuestra una tremenda habilidad para narrar combates y momentos de pura acción. Ya quisiera para sí el cineasta Scorsese alguna de estas peleas.
La novela narra la historia casi paralela de dos personas: el periodista Paco Mayoral y el púgil en decadencia Gabriel Miranda. Ambos viven en una lucha continua por la redención; quieren redimirse de su pobreza, no ya de la material sino de la miseria moral del barrio. Ansían una casi imposible superación personal en medio de una dura vida que no da lugar a segundas oportunidades. Mayoral trata de defenderse por medio de la palabra, y Miranda, con la fuerza de sus puños. Quizás en Paco Mayoral tengamos al perfecto álter ego de Ledesma. Según leemos en uno de los momentos más hermosos de la novela:
"--Mire, yo he pasado noches enteras escribiendo. Durante el día hacía cosas por encargo para vivir, pero esa vida de los días solamente me servía para una cosa: para poder trabajar por las noches. Entonces, mientras todo el mundo dormía, yo podía ver una Barcelona que su asesor no ha visto, una Barcelona cuyas calles tienen carácter y cuyos portales tienen voz. Yo he conocido historias de escalera, historias hechas de silencios y de resignaciones que son más verdad que todos los guateques que se han hecho en el Marbella Club. Yo sé que, a lo largo de la historia de este siglo, en cada calle de Barcelona, han muerto hombres, y todos han muerto por algo."
A modo de memorias
Tiempo de venganza (2004) y Cinco mujeres y medio (2005) son las últimas obras del autor por el momento. En la primera asistiremos una vez más a una trama escindida entre nuestro tiempo y los recuerdos, deseos y frustraciones de otro tiempo evocado, quizás fantaseado. Puede que la lectura de esta novela resulte en exceso taciturna y algo morosa, debido a la costumbre de Ledesma por observar y reflexionar en voz alta. Con todo, pese a que no estemos ante la novela modélica, sí que tenemos entre manos una obra tremendamente característica dentro de la prosa del autor, donde se dan cita una vez más todas sus constantes. Una poesía de las pequeñas cosas, una mirada melancólica hacia todo lo que nos rodea, una añoranza hacia momentos que no van a poder volver, todo ello envuelto con cierta socarronería. Cinco mujeres y media supone otro paseo por las calles de Barcelona por medio del cual Ledesma reivindica una vez más la dignidad de la mujer al hablar de las víctimas de los delitos sexuales, pero en esta ocasión centrándose en la propia agredida y las consecuencias del ataque.
Si sumamos a la aparición de estas dos nuevas aventuras de Méndez la publicación reciente de las memorias del propio Ledesma, que cuentan con el título de La historia de mis calles, o la obtención del Premio Pepe Carvalho 2006, veremos a un autor que, como los mejores vinos, gana con los años y adquiere cada vez mayor prestigio y popularidad.
Quizás a todos nos ha pasado algo similar en algún momento: motivados por el miedo a que el olvido devore a los seres queridos que van desapareciendo, escribimos sobre ellos, o al menos, si no llegamos a hacerlo, recordamos de manera insistente un sinfín de situaciones que nos sirvan de unión ilusoria con los ausentes, en una lucha entre la realidad y los deseos. Como han podido comprobar, Ledesma no sólo nos ha traído a todos esos personajes familiares; también nos ha acompañado en un paseo silencioso por sus calles, por sus barrios, por sus ciudades.
Prótesis: publicación consagrada al crimen, 4, mayo 2006
David G. Panadero
Francisco González Ledesma nació en Barcelona en 1927 en el seno de una familia muy humilde. Más adelante tuvo que alternar sus estudios con diversos trabajos. De esta juventud llena de responsabilidades le ha quedado el regusto por los barrios bajos y la costumbre de escribir de noche, el único momento del día del que disponía.
Ledesma es abogado y periodista y empezó haciendo trabajo de calle en El Correo Catalán, donde no tardó en llegar a ser redactor jefe. Después ingresaría en La Vanguardia, desempeñando toda suerte de labores: desde acompañar al Rey hasta confeccionar páginas a altas horas de la madrugada.
Con sólo veintiún años ganó el Premio Internacional de Novela, instituido por el editor Josep Janés, con un jurado compuesto por celebridades como Somerset Maugham, pero su novela Sombras viejas no pudo ver la luz debido a la censura franquista.
La única manera que tuvo Ledesma de dar rienda suelta a su pasión por las letras fue escribiendo novelas de quiosco para Bruguera con el seudónimo de Silver Kane, aportando entre tres o cuatro al mes durante quince años hasta llegar a unas doscientas. Esta experiencia fue posible ya que el autor había trabajado previamente como guionista de cómic para la casa, escribiendo las hazañas del inspector Dan.
Llegada la Transición, en 1977, Ledesma vio publicada su novela Los Napoleones, una descripción de la burguesía catalana desde tiempos de la República hasta la década de los cincuenta.
En estos años, Ledesma decide desempolvar el colt para ofrecernos una visión personal, nostálgica y no exenta del humor de las calles que le vieron nacer.
El inspector Méndez, crepúsculo de los polis
Podemos considerar la obra de Ledesma como una literatura costumbrista, muy cercana a la tesis política, pese a que emplee los resortes y la estética del género policial. Lo satisfactorio de sus novelas proviene de una mirada reflexiva, que no complaciente, de las calles de Barcelona, albergando unos apuntes políticos muy alejados de simplismos y, en todo caso, invitando a una reflexión en la que es fácil caer en el desencanto, la añoranza por esa Barcelona que se deteriora en la memoria como la fotografía añeja, que va perdiendo perfiles.
En la era dorada de la novela negra española realmente supuso una provocación hacer protagonista de una saga de novelas a un policía, el inspector Méndez, un hombre de sesenta años desencantado y que hace gala de un humor socarrón. Casi podemos decir que se trata de un Ignatius Reilly uniformado, un hombre digno y honrado asesiado por la conjura de los necios. Méndez se forjó en la imaginación de Ledesma como collage entre cuatro policías con los que tuvo trato, uno de ellos guardaespaldas del general Pérez Viñeta.
La relación de Ledesma con el género policial nació con la novela Expediente Barcelona (Júcar, 1987), que quedó finalista en 1983 del premio Blasco Ibáñez. En ésta hace breves apariciones Méndez, que a partir de ese momento ganaría todo el protagonismo de sus novelas negras, como la posterior Las calles de nuestros padres (Júcar, 1989, recuperada por La Factoría de Ideas en 2005). El pistoletazo definitivo para el autor lo supuso ganar el premio Planeta con Crónica sentimental en rojo (1984), otra aventura del comisario, llevada al cine en 1986 por Francisco Rovira Veleta. También podemos seguir las andanzas del agente del orden en La dama de Cachemira (Planeta, 1986). Obsérvese que, pese a que enumeremos las obras cronológicamente desordenadas, las estamos mostrando en el orden en que fueron escritas. Después llegaría Historia de Dios en una esquina (1991) y El pecado o algo parecido (2002) entre otras.
Las calles de Barcelona
Expediente Barcelona comienza cuando al despacho de un abogado de cuarta acuden a solicitar unas comprometedoras pruebas de paternidad. Abierto el tarro de las esencias, pasearemos durante casi trescientas páginas por la Barcelona de los meublés, los antros, los cines de sesión doble, la pujante burguesía... Todo ello para destapar una trama quizás algo anecdótica, ya que la intención de Ledesma es recorrer la historia de la Ciudad Condal desde la sufrida posguerra hasta una Transición que ha sido asumida quizás con cierta ingenuidad. Entre estas páginas podremos saborear el sexismo de Henry Miller, cierto humor grotesco y, ante todo, una precisa recreación del ambiente de los barrios que vendría a suponer la réplica catalana a lo que Juan Madrid hizo por esos años con el Dos de Mayo y otros rincones de la capital. Según ha comentado Ledesma en una entrevista reciente a Sergi Pàmies "Siempre pensamos que aquello en lo que creemos es bueno y que no hay engaño en lo que defendemos. Luego comprobamos que las ideas quizás no se aplicaron como es debido, o que se corrompieron los que decían defenderlas, o que la gente no estaba dispuesta a hacer un sacrificio para conseguir llevarlas a cabo. Por eso me considero un idealista cargado de dudas".
La propia estructura de la novela favorece la existencia de toda suerte de digresiones y apuntes al margen; no faltan extensas epístolas que unos personajes se dedican a otros, o extensos diálogos sobre situaciones políticas de esos tiempos. Y siempre con un tema recurrente: el desencanto ante nuestro entorno y sus cambios.
La siguiente novela de Francisco González Ledesma que pudimos disfrutar fue Las calles de nuestros padres, la primera que protagoniza Méndez página tras página. En ésta, el autor sigue declarándonos sus sentimientos hacia Barcelona, entre la idealización y el retrato sórdido, creando un humorístico conjunto, una insólita poesía, con descripciones como la siguinete: "Ningún periodista honrado que sienta la pequeña emoción del diario recién impreso amará la mañana. Las sombras del puente de la Torrassa, que van entre dos luces a su destino fabril repetido hasta la muerte, los alientos fétidos del primer Metro, la hornada de empleados recién hecha en la plaza de Cataluña, el primer pedo de la santa esposa que se levanta a toda prisa merecerán su pena o su desprecio".
Si una palabra se repite a la hora de hablar de Ledesma, es la de nostálgico, y así se define el propio autor ante el entrevistador Sergi Pàmies: "Soy un nostálgico. Para mí, el pasado tiene mucha importancia porque lo he vivido, mientras que el presente es huidizo y el futuro una incógnita. O sea, que el pasado es lo único que tienes. En mi caso, es una nostalgia del Poble Sec y del Paralelo, los barrios de mi infancia, con gente muy humilde pero idealista. Comprendo que el ideal de vivir mejor no sea gran cosa pero aquella gente estaba dispuesta a hacer sacrificios para lograrlo. Y no se iban a cortar una carretera, sino que si tenían que hacer una barricada, la hacían. Entonces el boxeador tenía la cara marcada de verdad, el tío que cargaba cajas en el mercado cargaba treinta cajas de golpe, era una vida tan dura como auténtica".
Crónica sentimental en rojo viene a seguir la línea de las anteriores obras de Ledesma. El célebre Méndez va a buscar a la Modelo al boxeador Richard Arce, que le ayudará en el esclarecimiento de unos hechos confusos: ha aparecido el cadáver de Nuria Bassegoda, mujer de una familia pudiente, con el pecho cortado. Si esta novela ganó el Premio Planeta en 1984 se debe a su profundo calado cultural, a que, por medio de unos personajes canallas y grotescos, casi salidos del imaginario de Valle-Inclán, Ledesma estaba redescubriéndonos el carácter español en una época de confusiones ideológicas y cambios sociales.
La originalidad de Ledesma está fuera de toda duda: pocos literatos han sido capaces de mitificar a un personaje, Méndez, que desde la primera aparición ya resulta reaccionario y nostálgico de tiempos pasados, aunque tremendamente humano y hasta a veces compasivo, haciéndolo con el suficiente distanciamiento y humor como para que la cosa no moleste al respetable. Pero el lector atento apreciará cómo en la saga del personaje encontramos la evolución humana del policía, de la crueldad y despotismo de los años de la Transición a la bondad que otorga la madurez.
Incluso en Historia de Dios en una esquina (1991) veremos a Méndez enternecerse con los perros y hasta ser solidario con los delincuentes a los que apresa. La novela comienza con una historia de venganza. Un preso se fuga de la cárcel para acabar con el que ha matado a su hija. Y Méndez no podrá quedar indiferente ante la muerte de un ser inocente, por lo que tomará cartas en el asunto.
Pasarían años sin que supiéramos de este personaje, que no lee más que anuncios por palabras, hasta que llegó El pecado o algo parecido (2002), con la que se potencia la línea de humor escatológico y surreal, el tono esperpéntico y cañí y un costumbrismo con absoluto protagonismo de su personaje que nos hace pensar en un Simenon/Maigret de retrete. Cabe señalar que en esta obra se hace énfasis en el aspecto paródico del comisario.
En esta ocasión, en una prestigiosa casa de citas madrileña muere una muchacha de un disparo en el culo, pero su muerte no tarda en ser vengada (al asesino le introducen un taladro por el culo). Méndez se pone enseguida tras la pista del crimen con una proclama: "quien a culo mata, a culo muere".
Y pese a que Ledesma demuestra conocer al dedillo la sociedad actual y sus delincuentes, seguimos leyéndole con la misma predisposición de siempre, rememorando la época de los cafelitos cargados en cuenta, las fotos de nuestros abuelos y, por supuesto, el olor a pedo que inundaba los barrios humildes.
Novelas deportivas
Al igual que los viejos artesanos, que demostraban su taneto escribiendo por encargo y muy alejados de las ínfulas de autoría, Ledesma aporreó su máquina de escribir durante muchas noches hasta ganar el III Premio de Novela Deportiva con su obra 42 kilómetros de compasión (1986). Como esos artesanos, Ledesma tuvo la gran habilidad de cumplir un recado ajeno, aunque de manera habilidosa supo impregnar esta novela de todas sus inquietudes.
El resultado es una novela tremendamente ágil, estructurada en breves capítulos que siempre invitan a seguir leyendo, ante la recurrente pregunta de !qué pasará, qué pasará", con un argumento propio de cualquier pulp y un ritmo por momentos enfebrecido. Lo que justifica que 42 kilómetros de compasión ganase el Premio de Novela Deportiva es su exaltación del deporte como camino para la superación personal en todos los sentidos, de los puramente estéticos a los éticos y personales.
Cuando Mr. Grimbolt, millonario norteamericano retirado en Barcelona, decide ser mecenas de un escritor para que haga la biografía de una atleta norteamericana, se da el pistoletazo de salida. ¿Qué interés puede tener la vida de esta persona? ¿Por qué escribir sobre ella? Es un capricho de Grimbolt, ya que él la mató...
Con Cine Soledad (1993), el autor volvió a reincidir en el deporte, centrándose esta vez en el boxeo. En estas páginas encontraremos a un Ledesma en plena forma, que apela de manera inteligente a nuestros sentimientos a la vez que demuestra una tremenda habilidad para narrar combates y momentos de pura acción. Ya quisiera para sí el cineasta Scorsese alguna de estas peleas.
La novela narra la historia casi paralela de dos personas: el periodista Paco Mayoral y el púgil en decadencia Gabriel Miranda. Ambos viven en una lucha continua por la redención; quieren redimirse de su pobreza, no ya de la material sino de la miseria moral del barrio. Ansían una casi imposible superación personal en medio de una dura vida que no da lugar a segundas oportunidades. Mayoral trata de defenderse por medio de la palabra, y Miranda, con la fuerza de sus puños. Quizás en Paco Mayoral tengamos al perfecto álter ego de Ledesma. Según leemos en uno de los momentos más hermosos de la novela:
"--Mire, yo he pasado noches enteras escribiendo. Durante el día hacía cosas por encargo para vivir, pero esa vida de los días solamente me servía para una cosa: para poder trabajar por las noches. Entonces, mientras todo el mundo dormía, yo podía ver una Barcelona que su asesor no ha visto, una Barcelona cuyas calles tienen carácter y cuyos portales tienen voz. Yo he conocido historias de escalera, historias hechas de silencios y de resignaciones que son más verdad que todos los guateques que se han hecho en el Marbella Club. Yo sé que, a lo largo de la historia de este siglo, en cada calle de Barcelona, han muerto hombres, y todos han muerto por algo."
A modo de memorias
Tiempo de venganza (2004) y Cinco mujeres y medio (2005) son las últimas obras del autor por el momento. En la primera asistiremos una vez más a una trama escindida entre nuestro tiempo y los recuerdos, deseos y frustraciones de otro tiempo evocado, quizás fantaseado. Puede que la lectura de esta novela resulte en exceso taciturna y algo morosa, debido a la costumbre de Ledesma por observar y reflexionar en voz alta. Con todo, pese a que no estemos ante la novela modélica, sí que tenemos entre manos una obra tremendamente característica dentro de la prosa del autor, donde se dan cita una vez más todas sus constantes. Una poesía de las pequeñas cosas, una mirada melancólica hacia todo lo que nos rodea, una añoranza hacia momentos que no van a poder volver, todo ello envuelto con cierta socarronería. Cinco mujeres y media supone otro paseo por las calles de Barcelona por medio del cual Ledesma reivindica una vez más la dignidad de la mujer al hablar de las víctimas de los delitos sexuales, pero en esta ocasión centrándose en la propia agredida y las consecuencias del ataque.
Si sumamos a la aparición de estas dos nuevas aventuras de Méndez la publicación reciente de las memorias del propio Ledesma, que cuentan con el título de La historia de mis calles, o la obtención del Premio Pepe Carvalho 2006, veremos a un autor que, como los mejores vinos, gana con los años y adquiere cada vez mayor prestigio y popularidad.
Quizás a todos nos ha pasado algo similar en algún momento: motivados por el miedo a que el olvido devore a los seres queridos que van desapareciendo, escribimos sobre ellos, o al menos, si no llegamos a hacerlo, recordamos de manera insistente un sinfín de situaciones que nos sirvan de unión ilusoria con los ausentes, en una lucha entre la realidad y los deseos. Como han podido comprobar, Ledesma no sólo nos ha traído a todos esos personajes familiares; también nos ha acompañado en un paseo silencioso por sus calles, por sus barrios, por sus ciudades.
Prótesis: publicación consagrada al crimen, 4, mayo 2006
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