José Trepat
Confieso que allá por los años 50 y 60, en mi época de adolescente, vivía engañado pero feliz.
Esta primera línea suena un poco estrambótica pero tiene una explicación sencilla y se refiere a mis primeros escarceos en el mundo de la lectura, en el que se mezclaban revistas de historietas con novelitas cortas de muy fácil comprensión que cumplían perfectamente su cometido: posibilitar un momento de esparcimiento en jornadas duras no exentas de carencias materiales y económicas.
La evasión la hallaba en personajes de tiras de historietas, como el Colt Miller de la revista Rayo Rojo, el Coronel X en Fantasía, y también Kansas Kid y Misterix en la revista del mismo nombre. Había otros que me llegaban a través de episodios diarios en la radio de entonces, como El león de Francia y Las aventuras de Tarzán.
Cuando comencé a trabajar en un puesto de venta de diarios y revistas en la esquina de Maipú y Córdoba, en el Buenos Aires de los tranvías, se me abrió un nuevo filón a mi avidez de lector. Una verdadera invasión de novelitas cortas en pequeños libros de bolsillo atiborraba los kioscos. Procedentes de España, los títulos ofrecían una variada gama de géneros: policiales, de amor (recordar a la prolífia Corin Tellado), de guerra y westerns, sobre todo westerns. Me decanté por estos últimos.
Habré leído más de un millar de estas novelitas que no tenían otro propósito que el de entretener. A medida que las iba consumiendo iba elaborando una lista de preferencias por autor. Nombres como Donald Curtis, Ralf Sheridan, Keith Luger, Clark Carrados, etc., me hicieron creer que eran todos norteamericanos, pues la acción se desarrollaba exclusivamente en alguno de los estados del país del norte.
Se convirtió en uno de los preferidos, pues el héroe de cada una de sus novelas, era el tirador más rápido, el más certero, el que sin desenfundar alojaba una bala entre ceja y ceja de su enemigo. La muchacha más hermosa del lugar siempre caía rendida a sus pies y el final, el mismo en todos los casos: después de dejar un tendal de muertos, el héroe se quedaba con la joven. Esa fórmula se repitió en sus 400 novelas de vaqueros.
El paso del tiempo trajo aparejado otro tipo de lecturas, pero siempre recuerdo con nostalgia esos pequeños libritos que podían llevarse en cualquier bolsillo y acompañaban en viajes y en tiempos de espera. No reniego de ellas.
Pero ese de que los autores eran norteamericanos…nada que ver! Eran todos españoles. Cuestiones de “marketing” como se suele decir. Sólo dos que tuvieron un lugar prominente, se atrevieron a utilizar nombres castellanos –sean estos reales o no- Fidel Prado y M.L.Estefanía.
Esa fuente inagotable de sorpresas que es Internet ha sido el disparador de esta nota que vincula la nostalgia con el presente. Se me dio por escribir SILVER KANE en el buscador y allí apareció entonces el nombre de FRANCISCO GONZALEZ LEDESMA, un personaje sumamente interesante que avivó mis ansias de conocer más sobre su vida y su obra literaria.
Sencillos cálculos matemáticos me revelaron que este abogado, periodista y escritor, nacido en Barcelona en 1927, había comenzado a elucubrar sus “novelitas” del oeste a la edad de 15 años, según confirman artículos biográficos.
A medida que iba interiorizándome de la trayectoria de Francisco González Ledesma, crecía mi admiración e interés por este intelectual que fue otra de las tantas víctimas de la represión franquista. A los 21 años ganó el Premio Internacional de Novela por Sombras viejas, que al igual que otros trabajos suyos, no vieron su publicación hasta 1977, cuando España entró en el período de transición democrática.
Su consagración literaria llegó en 1984 cuando ganó el Premio Planeta por Crónica sentimental en rojo. A partir de ese preciado galardón publica con regularidad novelas de corte policial pero siempre con un trasfondo social. En una de sus últimas obras, Tiempo de venganza, narra las vicisitudes de dos viejos amigos en una Barcelona que el autor ha convertido en escenario referencial de sus obras.
Según sus propias palabras, los dos idealistas de Tiempo de venganza están inspirados en su vida de juventud “cuando los estudiantes pobres todavía creíamos en la posibilidad de que existiera un país mejor. Los ideales eran nuestro único capital”.
En las entrevistas, Gonzalez Ledesma vuelve recurrentemente a su infancia entre gente muy humilde pero idealista, prototipo del republicanismo pobre de esa época. Soy un nostálgico. “Para mí, el pasado tiene mucha importancia porque lo he vivido, mientras que el presente es huidizo y el futuro una incógnita. O sea que el pasado es lo único que tienes”.
Recuerda que cuando se prohibió la publicación de Sombras viejas, la censura lo tachó de “rojo indeseable” y un pornógrafo, porque el protagonista le tocaba el muslo a una chica. “Para simplificar, diría que mi libro era como Los cipreses creen en Dios pero dos años antes y en lugar de ofrecer el punto de vista de la derecha, planteaba el punto de vista de la izquierda. Total: la mía la prohibieron y la de (José María) Gironella no”.
Tuvo que haber sido duro para un escritor de sólo 21 años, ver que su novela premiada no podría ser publicada hasta que Franco hubiese muerto, como así ocurrió, y que el único trabajo literario que se le ofreció fue el de escribir novelas del Oeste; allí nació entonces el seudónimo de Silver Kane.
Al igual que el exitoso escritor sueco Henning Mankell con su personaje del policía Kurt Wallander, González Ledesma creó el suyo propio, el comisario Méndez, que se repite en media docena de sus libros.
Méndez es un nostálgico de sus amistades con prostitutas y gente humilde de la vieja Barcelona. En el cuerpo policial no lo quiere nadie. Siendo un investigador de raza, Méndez siente la frustración de que no sólo no le encargan que descubra un asesinato sino que se le ordena que lo tape. Todo lo contrario de sus convicciones, de su obsesión por la búsqueda de la verdad.
Actualmente estoy leyendo Una novela de barrio, publicada en 2007, con el comisario Méndez como protagonista. El texto me interesa y ya me he hecho el firme propósito de transitar por los títulos previos, si es posible en un orden cronológico.
El periodismo, la pasión que González Ledesma ejerció durante 20 años, lo llevó a jubilarse como Redactor en Jefe y presidente del Consejo de Administración del diario La Vanguardia.
En su faceta de escritor “lento” -cuatro años en terminar una novela- revela que el argumento parte de una calle, de un personaje o de una situación que le haya llamado al atención.
Ya he conocido al Silver Kane de mi juventud.
Ahora me acicatea la curiosidad de saber quién se oculta detrás de aquellos Donald Curtis, Ralf Sheridan, Keith Luger, Clark Carrados y otros. ¿Alguien lo sabe?
El blog de José Trepat, 7 de noviembre de 2008
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