Conocí a Francisco González Ledesma en una conferencia que impartió en Alicante. Antes había oído hablar de él, pero no había tenido la decencia de pararme ante uno de sus libros. Los escritores más consagrados del género policíaco le llaman cariñosamente “El jefe de la banda” y le trataban con un respeto inusitado.
Uno, que es joven y cree que lo sabe todo sólo por haber publicado una novela, recibió una auténtica lección de modestia, de saber estar, de lo que significa el oficio de escritor.
La ponencia versó sobre su vida. No digo sobre su obra literaria, más que nada porque sería una redundancia tratándose de alguien que se ha dedicado desde siempre a las letras. Os resumiré lo más importante.
Ledesma nació en 1927, por lo que ahora tiene 81 años. Vivió otros tiempos, donde no había Internet, donde los editores además eran amigos, donde el periodismo era de casta. Estudió derecho gracias a un familiar que le pagó los estudios. Le dijo: “como suspendas una sola asignatura, te cierro el grifo”. Paco se sacó la carrera en un tiempo record.
Ejerció de abogado, y con bastante éxito. Sin embargo, esa no era su vocación verdadera. La mezquindad de los que le rodeaban solapaba todas sus acciones, impregnándolo, convirtiéndose en un reflejo de algo que no le gustaba. Con esposa ehijos a su cargo, ganando un buen sueldo y conduciendo automóviles de los caros, tomó una decisión que poca gente siquiera se plantearía: abandonó su carrera profesional y se matriculó en Periodismo.
Su única vía de ingresos en esos años fue la escritura. Había tomado contacto con ella realizando guiones para El Inspector Dan, y pronto saltó a las novelas populares “de a duro” bajo el seudónimo de Silver Kane. Escribía una novela de 80 páginas a la semana por la simple razón de que, si no lo hacía, no comía. “En una ocasión hice algo que a la gente le parece extraño”, recuerda. “Tenía que presentar la novela por la mañana y se fue la luz. Yo no tenía ni velas, pero había luna llena, por lo que subí al tejado y terminé el manuscrito bajo su resplandor”.
Se licenció en Periodismo con la nota más alta de toda España. Pasó por varios periódicos antes de convertirse en el editor jefe de La Vanguardia. “En aquellos tiempos salía de trabajar a las 9 de la noche, cenaba, escribía las novelitas del oeste de Silver Kane hasta las 3 de la madrugada. Después escribía las historias que a mí me gustaban hasta las 9 de la mañana. Dormía hasta las 12 y me marchaba de nuevo a la redacción. Me consolaba diciendo que era de los pocos españoles que tenían el lujo de levantarse a las doce de la mañana”.
Esas primeras obras que él sentía suyas fueron prohibidas por el franquismo. Sin embargo, en 1982, ganó el Premio Planeta con Crónica sentimental en rojo. Ni siquiera estaba invitado a la cena de gala.
Tras recibir toda esta información de boca de su protagonista, no quedó más remedio que darle una oportunidad a sus escritos. Aún tardó un par de meses en hacerse un hueco, pero cuando llegó ya no pudo desaparecer. De la mano del inspector Méndez pasé páginas y páginas de Las calles de nuestros padres, disfrutando con la calidad de su prosa, de su estilo narrativo cargado de crítica social y humor. Los reconocimientos posteriores fueron muchos: Premio Hammett, Premio Pepe Carvalho, Premio Internacional de Novela Negra RBA, etc… Y, sin duda, se los merece todos.
La catarsis de conocer a Francisco González Ledesma hace que te plantees lo que realmente significa ser escritor, lo que hay que sacrificar, lo que hay que luchar. ¿Alguien, hoy por hoy, se plantearía escribir cuando se va la luz? ¿Quién dedicaría sus horas de sueño por llevar a cabo una novela? Que cada cual se responda a sí mismo.
Quisiera terminar con una última anécdota que resume todo lo anterior. En una ocasión, en la Semana Negra, un grupo de novelistas de mucho renombre mantenían una tertulia sobre lo que significaba la escritura para ellos. Tras varias disertaciones muy sesudas y serias, le pasaron el micrófono a Ledesma y simplemente dijo: “A mí la escritura me ha salvado la vida”. Nadie quiso añadir nada. Tampoco yo lo haré, porque creo que el mensaje queda bien claro.
Uno, que es joven y cree que lo sabe todo sólo por haber publicado una novela, recibió una auténtica lección de modestia, de saber estar, de lo que significa el oficio de escritor.
La ponencia versó sobre su vida. No digo sobre su obra literaria, más que nada porque sería una redundancia tratándose de alguien que se ha dedicado desde siempre a las letras. Os resumiré lo más importante.
Ledesma nació en 1927, por lo que ahora tiene 81 años. Vivió otros tiempos, donde no había Internet, donde los editores además eran amigos, donde el periodismo era de casta. Estudió derecho gracias a un familiar que le pagó los estudios. Le dijo: “como suspendas una sola asignatura, te cierro el grifo”. Paco se sacó la carrera en un tiempo record.
Ejerció de abogado, y con bastante éxito. Sin embargo, esa no era su vocación verdadera. La mezquindad de los que le rodeaban solapaba todas sus acciones, impregnándolo, convirtiéndose en un reflejo de algo que no le gustaba. Con esposa ehijos a su cargo, ganando un buen sueldo y conduciendo automóviles de los caros, tomó una decisión que poca gente siquiera se plantearía: abandonó su carrera profesional y se matriculó en Periodismo.
Su única vía de ingresos en esos años fue la escritura. Había tomado contacto con ella realizando guiones para El Inspector Dan, y pronto saltó a las novelas populares “de a duro” bajo el seudónimo de Silver Kane. Escribía una novela de 80 páginas a la semana por la simple razón de que, si no lo hacía, no comía. “En una ocasión hice algo que a la gente le parece extraño”, recuerda. “Tenía que presentar la novela por la mañana y se fue la luz. Yo no tenía ni velas, pero había luna llena, por lo que subí al tejado y terminé el manuscrito bajo su resplandor”.
Se licenció en Periodismo con la nota más alta de toda España. Pasó por varios periódicos antes de convertirse en el editor jefe de La Vanguardia. “En aquellos tiempos salía de trabajar a las 9 de la noche, cenaba, escribía las novelitas del oeste de Silver Kane hasta las 3 de la madrugada. Después escribía las historias que a mí me gustaban hasta las 9 de la mañana. Dormía hasta las 12 y me marchaba de nuevo a la redacción. Me consolaba diciendo que era de los pocos españoles que tenían el lujo de levantarse a las doce de la mañana”.
Esas primeras obras que él sentía suyas fueron prohibidas por el franquismo. Sin embargo, en 1982, ganó el Premio Planeta con Crónica sentimental en rojo. Ni siquiera estaba invitado a la cena de gala.
Tras recibir toda esta información de boca de su protagonista, no quedó más remedio que darle una oportunidad a sus escritos. Aún tardó un par de meses en hacerse un hueco, pero cuando llegó ya no pudo desaparecer. De la mano del inspector Méndez pasé páginas y páginas de Las calles de nuestros padres, disfrutando con la calidad de su prosa, de su estilo narrativo cargado de crítica social y humor. Los reconocimientos posteriores fueron muchos: Premio Hammett, Premio Pepe Carvalho, Premio Internacional de Novela Negra RBA, etc… Y, sin duda, se los merece todos.
La catarsis de conocer a Francisco González Ledesma hace que te plantees lo que realmente significa ser escritor, lo que hay que sacrificar, lo que hay que luchar. ¿Alguien, hoy por hoy, se plantearía escribir cuando se va la luz? ¿Quién dedicaría sus horas de sueño por llevar a cabo una novela? Que cada cual se responda a sí mismo.
Quisiera terminar con una última anécdota que resume todo lo anterior. En una ocasión, en la Semana Negra, un grupo de novelistas de mucho renombre mantenían una tertulia sobre lo que significaba la escritura para ellos. Tras varias disertaciones muy sesudas y serias, le pasaron el micrófono a Ledesma y simplemente dijo: “A mí la escritura me ha salvado la vida”. Nadie quiso añadir nada. Tampoco yo lo haré, porque creo que el mensaje queda bien claro.
¡Lo que hay que leer! o ¿leer lo que hay?, 12 de noviembre de 2008
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