A mí, como a otros muchos, me costó conocer la verdadera personalidad de Silver Kane varios años. Siempre que lo menciono me vienen recuerdos de mi adolescencia y juventud, de los novillos que hacía (ahora se llaman pellas), de las novelas que leía: Silver Kane, Marcial Lafuente Estefanía… Zane Grey, al que me presentó mi padre: “Si te gustan las novelas del Oeste –me dijo un día-, lee estas que son mejores”. Y si lo eran, al menos tan buenas como las otras, La heroína de Fort Henry, El espíritu de la frontera, Nevada y tantas otras que yo devoraba. Pero también había policíacas, de Eddie Thorny, Espera desesperada, El muerto no tenía coartada, Peligro nacional… O de Lou Carrigan, Consejero matrimonial, Satori (esta era sobre artes marciales).Y muchas más, más de mil, más de dos mil, más… Aunque yo no leí tantas.
Ahora ya todos sabemos que Marcial Lafuente Estefanía fue hijo de un magistrado del Supremo en la República, que estuvo a punto de ser fusilado. Que Eddie Thorny era el periodista libertario Eduardo de Guzmán, del que en la actualidad la editorial VOSA está reeditando su obra. Que Lou Carrigan era Antonio Vera, que ahora publica un blog (http://loucarrigan.com/). Y más. Que Silver Kane era Francisco González Ledesma, del que Vicente de Santiago Mulas, en su obra La novela criminal española entre 1939 y 1975 (Madrid, 1997, editada por Libris), nos reseña 136 novelas con ese seudónimo y una más con el seudónimo de Taylor Nummy. Que Zane Grey, efectivamente era norteamericano aunque no se llamara así, sino Pearl Zane Gray.
Hoy, efectivamente, sabemos más cosas. Pero nos siguen gustando aquellas lecturas. Y volvemos a ellas siempre que podemos. Por eso es de agradecer el esfuerzo de la editorial La Factoría de las Ideas (y el del director de la colección, David. G. Panadero) su reedición.
La mencionada editorial ha reeditado, con una introducción de Manuel Blanco Chivite, cuatro de las novelas de Silver Kane bajo el título genérico de la primera de ellas, Recuérdame al morir. Una bonita e intrigante historia policíaca con una dosis de misterio cercano a la magia. Aunque al final la magia es la del autor. Cuando Francisco Kane escribió Recuérdame al morir llevaba publicadas ocho novelas, todas ellas en la editorial Bruguera. Era el año 1957 y se publicó en la colección Servicio Secreto con el número 360. Habían pasado nueve años desde que ganó el Premio Internacional de Novela con Sombras viejas, pero la censura franquista impidió su publicación. Faltaban todavía veintisiete años para que, con Crónica sentimental en rojo se llevara el Premio Planeta.
Recuérdame al morir es una novela de intriga (hoy hay muchos que lo llaman “thriller”, como si en castellano no tuviéramos la palabra “suspense”). Sabiamente construida, en donde el diálogo, al estilo de las novelas de Chandler y de Hammett, por poner dos ejemplos, es el eje sobre el que transcurre la acción. Una acción trepidante en la que la magia y la intriga mantienen al lector aferrado a sus páginas, con una tensión creciente que no le permite levantar la mirada de ellas. Tanto que el propio autor se ve obligado a escribir un epílogo, triste epílogo, como dijo un poeta, todos los epílogos son tristes, en el que se suavizan las cosas y se abren ventanas a un futuro quizá mejor, además de que el editor, se lleva una regañina de lo mal que pagan a los autores. La misma editorial, en lengua original, se ve obligada a añadir una nota en la que dice que se le pagó al autor lo estipulado y donde se añade que no se debe de hacer caso a los autores. Este recurso final no es más que el colofón a un juego que el autor ha desarrollado durante toda la historia: el narrador cuenta los hechos en primera persona. ¡El narrador es Silver Kane!
“Si todo relato es narración de una historia, el productor del mismo es el narrador, que es quien cuenta los hechos de esa historia” (Demetrio Estévanez Calderón: Diccionario de términos literarios. Alianza, Madrid, 1996). Aquí nos encontramos con un ejemplo de narración en primera persona, es decir, el protagonista-narrador. Pero hay más, el narrador el es autor, es decir, Silver Kane. Francisco González Ledesma se escuda en Silver Kane (para poder publicar), y utiliza su propio seudónimo para figurar como el personaje central, el “Yo protagonista”. No se qué diría Todorov al respecto, cuando habla de “la mirada” del relato, pero es que, escribir una (y a veces dos) novelas a la semana, es la escuela que despierta imaginación, técnica y sabiduría. Y esta es la escuela en la que aprendió Francisco Kane o Silver González o Silver Kane Ledesma o…
Silver Kane, protagonista, se encuentra en las últimas. No tiene dinero y le vencen varios plazos. Busca ayuda en su editor, que no sólo no se la presta, sino que le insinúa que es él quien le debe dinero. Busca a sus deudores, pero o están muertos o no los encuentra. Sin saber qué hacer sorprende a una joven que se quiere suicidar. Y empiezan los líos. Los muertos parece que regresan de sus tumbas. Una ciega con facultades para adivinar cuándo van a morir o cuándo han muerto. Toda una intriga que va subiendo de tono, de tensión, a la vez que va aumentando el número de muertos.
Todo tiene un final que, si no es todo lo feliz que se desea, si al menos es feliz (seguro que la censura franquista andaba detrás de los finales). Pero, con todo, González Kane se permite alguna crítica indirecta al sistema montando después de la guerra civil: Somos una familia muy poderosa –dice una de las protagonistas de la historia, cada uno ponga aquí el apellido que desee-. La ley nada puede contra nuestra influencia y nuestro dinero, y, por si hay dudas, la que va a ser detenida, miembro de dicha familia, tendrá los mejores abogados del país y hasta los mejores jurados, porque compramos a sus miembros. Evidentemente deja caer que son a los miembros de los jurados, una institución que el Franquismo no tenía, pero por miembros podemos entender cualquiera de los que pertenezcan a las instituciones relacionadas con la justicia. Ir más allá podría provocar cárcel en aquellos tiempos. Y bueno, en estos tampoco anda la cosa mucho mejor.
Ahora ya todos sabemos que Marcial Lafuente Estefanía fue hijo de un magistrado del Supremo en la República, que estuvo a punto de ser fusilado. Que Eddie Thorny era el periodista libertario Eduardo de Guzmán, del que en la actualidad la editorial VOSA está reeditando su obra. Que Lou Carrigan era Antonio Vera, que ahora publica un blog (http://loucarrigan.com/). Y más. Que Silver Kane era Francisco González Ledesma, del que Vicente de Santiago Mulas, en su obra La novela criminal española entre 1939 y 1975 (Madrid, 1997, editada por Libris), nos reseña 136 novelas con ese seudónimo y una más con el seudónimo de Taylor Nummy. Que Zane Grey, efectivamente era norteamericano aunque no se llamara así, sino Pearl Zane Gray.
Hoy, efectivamente, sabemos más cosas. Pero nos siguen gustando aquellas lecturas. Y volvemos a ellas siempre que podemos. Por eso es de agradecer el esfuerzo de la editorial La Factoría de las Ideas (y el del director de la colección, David. G. Panadero) su reedición.
La mencionada editorial ha reeditado, con una introducción de Manuel Blanco Chivite, cuatro de las novelas de Silver Kane bajo el título genérico de la primera de ellas, Recuérdame al morir. Una bonita e intrigante historia policíaca con una dosis de misterio cercano a la magia. Aunque al final la magia es la del autor. Cuando Francisco Kane escribió Recuérdame al morir llevaba publicadas ocho novelas, todas ellas en la editorial Bruguera. Era el año 1957 y se publicó en la colección Servicio Secreto con el número 360. Habían pasado nueve años desde que ganó el Premio Internacional de Novela con Sombras viejas, pero la censura franquista impidió su publicación. Faltaban todavía veintisiete años para que, con Crónica sentimental en rojo se llevara el Premio Planeta.
Recuérdame al morir es una novela de intriga (hoy hay muchos que lo llaman “thriller”, como si en castellano no tuviéramos la palabra “suspense”). Sabiamente construida, en donde el diálogo, al estilo de las novelas de Chandler y de Hammett, por poner dos ejemplos, es el eje sobre el que transcurre la acción. Una acción trepidante en la que la magia y la intriga mantienen al lector aferrado a sus páginas, con una tensión creciente que no le permite levantar la mirada de ellas. Tanto que el propio autor se ve obligado a escribir un epílogo, triste epílogo, como dijo un poeta, todos los epílogos son tristes, en el que se suavizan las cosas y se abren ventanas a un futuro quizá mejor, además de que el editor, se lleva una regañina de lo mal que pagan a los autores. La misma editorial, en lengua original, se ve obligada a añadir una nota en la que dice que se le pagó al autor lo estipulado y donde se añade que no se debe de hacer caso a los autores. Este recurso final no es más que el colofón a un juego que el autor ha desarrollado durante toda la historia: el narrador cuenta los hechos en primera persona. ¡El narrador es Silver Kane!
“Si todo relato es narración de una historia, el productor del mismo es el narrador, que es quien cuenta los hechos de esa historia” (Demetrio Estévanez Calderón: Diccionario de términos literarios. Alianza, Madrid, 1996). Aquí nos encontramos con un ejemplo de narración en primera persona, es decir, el protagonista-narrador. Pero hay más, el narrador el es autor, es decir, Silver Kane. Francisco González Ledesma se escuda en Silver Kane (para poder publicar), y utiliza su propio seudónimo para figurar como el personaje central, el “Yo protagonista”. No se qué diría Todorov al respecto, cuando habla de “la mirada” del relato, pero es que, escribir una (y a veces dos) novelas a la semana, es la escuela que despierta imaginación, técnica y sabiduría. Y esta es la escuela en la que aprendió Francisco Kane o Silver González o Silver Kane Ledesma o…
Silver Kane, protagonista, se encuentra en las últimas. No tiene dinero y le vencen varios plazos. Busca ayuda en su editor, que no sólo no se la presta, sino que le insinúa que es él quien le debe dinero. Busca a sus deudores, pero o están muertos o no los encuentra. Sin saber qué hacer sorprende a una joven que se quiere suicidar. Y empiezan los líos. Los muertos parece que regresan de sus tumbas. Una ciega con facultades para adivinar cuándo van a morir o cuándo han muerto. Toda una intriga que va subiendo de tono, de tensión, a la vez que va aumentando el número de muertos.
Todo tiene un final que, si no es todo lo feliz que se desea, si al menos es feliz (seguro que la censura franquista andaba detrás de los finales). Pero, con todo, González Kane se permite alguna crítica indirecta al sistema montando después de la guerra civil: Somos una familia muy poderosa –dice una de las protagonistas de la historia, cada uno ponga aquí el apellido que desee-. La ley nada puede contra nuestra influencia y nuestro dinero, y, por si hay dudas, la que va a ser detenida, miembro de dicha familia, tendrá los mejores abogados del país y hasta los mejores jurados, porque compramos a sus miembros. Evidentemente deja caer que son a los miembros de los jurados, una institución que el Franquismo no tenía, pero por miembros podemos entender cualquiera de los que pertenezcan a las instituciones relacionadas con la justicia. Ir más allá podría provocar cárcel en aquellos tiempos. Y bueno, en estos tampoco anda la cosa mucho mejor.
Liberty, 8 de febrero de 2008
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada