Juan E. TurHa vivido el anonimato, el éxito, el olvido, de nuevo el éxito... Las canas pueblan su cabello y las arrugas su rostro. Y esto, viéndolo de lejos, y relacionándolo con la crudeza de algunos pasajes de sus obras, pueden llevarte a pensar que estará de vuelta de todo, que será inaccesible. Pero sólo hay que cruzar dos palabras con él para ver que no es así. La circunspección se torna alegría y su rostro, animado por la conversación y con la suma del brillo que cobran sus ojos al hablar con emoción de su profesión, le hacen parecer más joven de lo que es. Porque Francisco González Ledesma, a pesar de cargar a sus espaldas más de cuatrocientas obras, muchísimas de encargo y otras por pura vocación, todavía mantiene intactas las ganas de escribir. La excusa para la conversación fue su última obra publicada, Una Novela De Barrio, con la que ha recuperado a Méndez, su personaje más celebrado, y regresado a su género favorito, el negro. Pero fue también eso, una excusa para saber más de un autor que decidió escribir para contar la historia y las experiencias de sus vecinos más humildes, vecinos con los que parece sentirse todavía en deuda.
Méndez vuelve a patear las calles en Una Novela de Barrio y cabe decir que goza de una salud de hierro, porque ya se estaba jubilando cuando protagonizó Crónica Sentimental en Rojo en el 84.
Bueno, él siempre ha estado en la calle, y su salud milagrosa quizá se deba a que en ella siempre ha encontrado motivos para vivir, a pesar de que coma muy mal frecuentando restaurantes que están a punto de cerrar por orden de Sanidad. Pero a pesar de eso goza de buena salud, en parte porque tiene ilusión, en parte porque la ciudad le mantiene vivo. Siempre está a punto de jubilarse, pero siempre lo va aplazando. No le dan casos importantes sino casos miserables, pero es precisamente en ellos donde encuentra la auténtica humanidad de la calle.
Hablamos de la calle, porque sus novelas, las que protagoniza Méndez, son una especie de crónica de una ciudad, Barcelona, que como la describe está desapareciendo.
Pero que es una Barcelona auténtica. No es la actual, pero es la que ha sido, y yo soy testigo de ello. Es la Barcelona de mi juventud y de mi madurez, de mi vida como periodista y de mi vida como abogado. Pero es una ciudad que está siendo cambiada por dos fenómenos en cierto modo inevitables. El primero sería el capitalismo salvaje, que se traduje en derribar casas viejas para hacer otras nuevas, echar abajo barrios enteros, tirar a gente de sus casas, permitir que barrios enteros se arruinen para especular con ellos… El otro sería la inseguridad de la gente, el carecer de un empleo seguro, las hipotecas que no se pueden pagar… Todo eso hace que Barcelona sea ahora una ciudad más cruel que antes, ya no es tan alegre como era. Por otro lado la fisonomía de los barrios también está cambiando con la inmigración. Ésta ha hecho que barrios enteros, como Poble Sec, en el que yo nací y que era un barrio de republicanos y de anarquistas, ahora sea un barrio de sudamericanos y de marroquíes, que son gente que trae otros recuerdos, otras inquietudes, y cambia completamente el panorama. En este sentido los barrios están desapareciendo, y Méndez los recuerda como han sido, tal como los recuerdo yo. Todo esto recuerda una cierta nostalgia, a pesar de que eran tiempos en los que también era muy cruel vivir, pero había una definición que era muy del país, y que ahora se ha perdido.
Sonríe mientras lo cuenta y me confirma la impresión que ya me daba en sus libros; el romanticismo con que trata la degradación de los barrios, a las viejas clases marginales…
Es romanticismo y al mismo tiempo nostalgia, porque son los barrios de mi niñez, los barrios en los que yo descubrí el mundo, y, sobre todo el Poble Sec, el lugar donde yo viví la guerra y una serie de cosas que mejor sería no recordar, pero que te marcan el carácter. Donde vistes gente que lloraba por una bandera, dispuesta a que le mataran por un ideal, gente que trabajaba y tenía su orgullo en el trabajo… la clase obrera en toda su nobleza y su grandeza. Después vería la posguerra, la gente que desaparecía porque la fusilaban, las mujeres que se tenían que prostituir porque les habían matado al marido… Toda la amargura de los barrios se me metió muy adentro y eso lo recuerdas porque te ha formado la vida. No es que lo recuerdes con nostalgia, que es una palabra muy ambivalente. Yo recuerdo aquello, no porque desee que vuelva, porque aquello no era vivir, sino porque me marcó. Formó parte de mi vida y de mi pasado, y seguramente son cosas que pocos las hayan vivido como yo. Y por eso para mí son como un pequeño tesoro sentimental. En ese sentido sí que existe cierta nostalgia, pero no porque el barrio sea mejor o peor.
Es por esto que me cuenta por lo que en sus libros aparecen tantas prostitutas de buen corazón…
Sí, yo como periodista y como abogado he conocido gente de toda clase. He defendido a muchos delincuentes, a muchas prostitutas a las que aplicaban la ley de peligrosidad social que rigió durante el franquismo. Y te diría que la mayoría de ellas eran gente de buen corazón, gente que merecía una defensa y una consideración. Siempre ha habido en mis novelas esa mujer que se veía forzada a practicar el sexo, que vivía como no hubiese querido vivir… pero siempre tenía una justificación, siempre había tras de ellas un rincón sentimental. Y eso es verdad, yo lo he conocido, y ese corazón dolorido de la ciudad me sale sin que yo lo busque.
Ha nombrado su pasado como periodista. ¿Coincidió en esa etapa con algún Amores? Un personaje como ése no puede existir.
Sí, sí que existió, aunque no exactamente igual. Méndez ya he comentado alguna vez que es una mezcla de cuatro policías que conocí, y Amores también existió. Era un tío al que todo le salía mal. Su padre tenía una fábrica de tinta y él provocó sin desearlo un accidente que acabó con la vida de su padre, que se ahogó en ella. Luego trabajó de distribuidor en un colmado en los tiempos del racionamiento y por su culpa también acabaron cerrándolo. Ese hombre era la mala suerte personificada e inspiró el personaje.
Incidiendo en el periodismo, fuera de Cataluña, es una faceta suya no muy conocida. ¿Cómo llega a ejercer la profesión?
Llego por auténtica vocación. Cuando yo era muy niño vivía conmigo realquilado un periodista muy pobre de La Vanguardia, que era tío mío carnal, y que despertó en mí una vocación periodística tremenda. Me despertaba a las tres de la mañana y me llevaba a ver las rotativas de La Vanguardia. Y aquellas máquinas monstruosas, aquel mundo, me parecía de película americana. Aquel mundo de la noche, aquello de que los periodistas lo supieran todo antes que nadie, todas esas cosas me fascinaban y siempre quise ser periodista. Lo que pasa es que en aquella época, con Franco, un periodista era un funcionario del “régimen”, había que jurar principios de fidelidad al “movimiento”, y yo no quería. Entonces, cuando surgió la “ley Fraga” en 1966, dulcificando un poco la profesión, estudié periodismo como alumno libre, me iba a examinar a Madrid, y me fue muy bien. Saqué el numero uno de mi promoción en toda España y encontré trabajo enseguida. Primero fui redactor jefe del Correo Catalán, que era un periódico muy liberal, muy abierto, y luego de La Vanguardia, que era entonces el primer periódico de España. Allí fui muy feliz, he trabajado como un hijo de puta, pero he sido muy feliz.
Redactor jefe, de buenas a primeras.
Fui redactor jefe de nacional primero, después de todo el periódico, coordinando todas las secciones, y finalmente, editorialista. Lo que pasa es que, como no firmabas, no te conocía nadie, y finalmente pedí que me dejaran hacer calle, por lo que mis últimos años puede estar a pie de calle. Y fui muy feliz, porque en el oficio de periodista lo bonito es conocer a mucha gente, vivir muchas situaciones que no te esperas…
Veo que es usted un romántico en todos los sentidos.
Soy muy sentimental, sí, y en el periodismo también lo he sido. He sido muy feliz y siendo periodista de noche, como yo había soñado.
¿Hace cuánto que lo dejó?
Al final me jubilé. Lo alargué un año pero al final tuve que dejarlo. Me decían “al final te vas a morir en la mesa”, y es verdad (risas), acabaría haciéndolo. Pero sigo teniendo un programa de televisión, un programa de radio, una columna en El País, de modo que sigo ejerciendo de periodista, que es lo mío y lo que amo.
Y en el plano literario vive una segunda juventud…
Vamos a llamarlo así (risas)…
Se lo comento porque en mi caso particular recuerdo haber tratado de encontrar, hará una década y a raíz de haber quedado prendido por Crónica Sentimental En Rojo, alguna de sus obras y haber sido incapaz de conseguir ninguna. Ahora, en cambio, es difícil no darse con alguna al ver las estanterías de novedades en las librerías.
Es algo que no depende de uno. Yo antes trabajaba lo mismo que ahora. Lo que sucede es que una novela de un éxito notable, marca también a los editores y de repente quieren publicártelo todo. Cuando eres un autor digámosle normal, cuando se agota una edición el editor piensa: “¿Cuántos libros más voy a vender? ¿Dos mil? Entonces ya no me interesa”. Así que medida que se agotan las ediciones de cada libro la gente ya no los encuentra. Pero cuando una novela como La Ciudad Sin Tiempo tiene un éxito considerable, se hacen tantas ediciones que el editor se preocupa de que esté siempre en las librerías. Y cuando ésta ha salido, como Méndez ya es un personaje consagrado, el editor ya tiene más interés. Depende de la actitud comercial del editor.
Pero poco antes de que saliera La Ciudad Sin Tiempo, de repente los libros de Méndez regresaron a las librerías. ¿Alguien puso interés en ese retorno?
En realidad nadie puso interés excepto yo. Yo he estado escribiendo constantemente sobre Méndez, dando noticias sobre él y hablando constantemente con los editores, y eso hizo que el personaje cobrara nueva vida. Si yo no hubiera trabajado mucho posiblemente no hubiera vuelto, pero cada dos años intenté publicar una nueva obra con el personaje. Y cada vez han ido teniendo más éxito. Sí es verdad que al principio el Planeta lo consagró, pero La Dama De Cachemira también es muy buena, aunque es verdad que después de sacar tres ediciones por libro desaparecían. También hubo otros como Historia de Dios En Una Esquina, que tuvo menos éxito y sólo tuvo una edición, pero para mí es una novela muy buena. Después he ido trabajando continuamente y al tener más nombre los editores me han hecho más caso. Ahora tengo tres novelas en el mercado. Nunca me había pasado.
Una de ellas es La Ciudad Sin Tiempo, que ha supuesto un hito en España por la estrategia de marketing con que se lanzó. Pero ¿cómo surge su implicación en ella?
Es una novela que yo ya había imaginado hace más de diez años. La idea original viene cuando yo estaba haciendo una novela de aventuras en la que salía un vampiro. Entonces pensé en lo interesante que sería que un vampiro, que por definición nunca muere, viviera siempre en la misma ciudad, por lo que conocería toda su historia, todos sus personajes y todos sus secretos. Así es como decidí situar al vampiro en Barcelona, empezando en un prostíbulo de la Edad Media en que las prostitutas eran esclavas, y a partir de ahí contar toda la historia de la ciudad, que es una historia auténtica. Todos los hechos están comprobados y documentados, desde los edificios hasta los discursos de los personajes históricos. Es una novela histórica perfectamente documentada.
Y este éxito editorial, ¿le anima a seguir por la senda de la novela histórica?
No, no. En realidad, si quieres que te diga la verdad, nunca he perseguido el éxito comercial; he escrito lo que buenamente tenía en la cabeza, lo que me llamaba la atención y lo que en cierto modo justificaba mi vida. Me digo, “tienes que escribir esta historia porque si no no vas a sentirte completo”, y entonces la escribo. La novela comercial he tratado de no hacerla, o quizás no he sabido. Pero esta novela creo que salió bien y creo que coincidió con un momento en que la novela histórica funcionaba bien. Esas dos coincidencias hicieron que saliera tan bien. Pero el editor no creas que puso más o menos interés; vio que se podía vender.
Y usted le ofreció la novela…
Y él vio en seguida que había mercado. Pero me pidió que la firmara con pseudónimo para que la gente no creyera que se trataba de una novela negra, ya que no lo es.
Y el pseudónimo que utilizó es el nombre del protagonista de su primera novela. Sí, de Sombras Viejas, la novela que me prohibió la censura cuando yo tenía veinte años. Pensé en unir mi juventud llena de esperanzas con mi vejez que ya no tiene esperanza alguna. Por eso puse el nombre de Enrique Moriel, que fue el primer personaje que creé.
El éxito de la novela ha propiciado que ahora Enrique Moriel sea conocido, porque también se acaba de Sombras Viejas.
Sí, se había editado en Francia con mucho éxito, pero yo no me había atrevido a editarla aquí posteriormente por una razón que te puede parecer muy idiota. Yo la veía como una novela tan romántica, tan pura… A pesar de que la prohibió la censura, la escribí con un respeto a la mujer, con un respeto al amor, con tanto idealismo, pensaba que ahora, que nos hemos hecho tan materialistas todos, la gente no la iba a entender. Pero cuando se publicó en Francia con éxito el editor me convenció para sacarla aquí y, la verdad, está siendo muy bien acogida. Creo que es muy auténtica. La escribí con diecisiete años, y si eso no es auténtico…
¿Y qué le impulsó a escribir novelas tan joven?
Fue una cosa natural, un instinto que me salía de dentro. Yo sólo entendía mi vida justificada si escribía algo. Yo ya vivía en un mundo en el que pasaban muchas cosas y donde vivía mucha gente maravillosa, que serían olvidadas si alguien no las escribía. Que el barrio se destruiría y nadie habría explicado cómo era antes. Creo que pensé que ésa era mi misión en la vida: que si de esa gente a la que habías visto morir en un portal agarrado a una bandera no iba a hablar nadie, escribiera yo de ella. Eso fue lo que me motivó a escribir y además fue mi vocación, porque yo era feliz escribiendo, sentía como si no trabajara y al tiempo me sentía realizado.
Pero la censura de su primera novela marcó su nombre y, para seguir escribiendo, tivo que hacerlo con pseudónimo.
Sí, me dijeron que mientras viviese el “caudillo” no publicaría nunca, y me lo comunicaron oficialmente. Y como yo provenía de una casa muy pobre y mi padre estaba parado en una época en que no había subsidio, me vi forzado a trabajar de lo que fuera. Así, cuando en la editorial que trabajaba haciendo guiones para cómics, me propusieron escribir novelas de aventuras, aunque debería hacerlo con pseudónimo para evitar la censura y también porque, con el apellido González, decían que no me creería nadie. De modo que me inventé el nombre de Silver Kane, y lo que tenía que haber durado dos años duró casi veinte.
En el diario de la Semana Negra de Gijón de 2004 venía una doble página con una relación de todos los títulos de sus obras, y casi no cabían a cuerpo 6.
Es verdad (risas). Creo que habré publicado unas cuatrocientas novelas, entre policíacas y del oeste.
¿Y cómo se puede ser tan prolífico?
Por dos razones. Una de ellas, la necesidad: las pagaban muy mal y para llevar un jornal medio decente a casa debía escribir varias novelas. Normalmente escribía una a la semana. La otra, que en el fondo notaba que me estaba haciendo escritor mientras escribía aquello. El tener que aprender a hacer novelas que fueran interesantes desde la primera página, que fuera en lo posible distinta a todas las demás, a la que añadiera todas las técnicas literarias que fuera conociendo e inventando… todo aquello noté que me perfeccionaba como escritor. Y por eso seguí, me di cuenta de que Silver Kane era mi maestro.
Dice que se las pagaban muy mal. ¿La SGAE se ha encargado ahora de recompensárselo?
No, qué va. Bruguera, que era la editorial, trató de reeditarlas sin pagar. Era muy cruel. Pero aunque le saqué provecho, porque me permitió vivir, terminar la carrera, casarme… y esto muy agradecido a las novelas, individualmente las pagaba muy mal. Tuve que escribir mucho para poder vivir.
Recientemente se ha reeditado alguna.
Sí, Grupo Z reeditó alguna, y la Factoría de Ideas me pidió que le cediese los derechos temporales sobre tres novelas policíacas, una de ellas titulada Recuérdame al Morir, y las ha publicado ahora en forma de libro.
Y después de haber escrito tan deprisa, ¿cómo pone ahora el freno? ¿Le ha quedado algún tic de aquello?
No, ahora no escribo deprisa. Como mucho hago tres o cuatro páginas al día como máximo, porque quiero meditar cada página, hacerlo con mucho cuidado. Pero antes es verdad que no, me guiaba por puro instinto, y si salía bien era porque lo llevaba dentro. Ahora no, ahora me gusta meditarlo.
No sé cómo podría dormir.
Te acostumbras a todo, incluso a no dormir. Por la mañana trabajaba de abogado, por la tarde de periodista y por la noche hacía de Silver Kane, porque tenía contrato. Y después de todo eso, los domingos, escribía lo que yo llamaba “novelas para mí”, novelas que yo quería firmar con mi nombre y que reflejaban la realidad de cada día. Novelas que son el germen de lo que conocéis ahora.
Bueno, finalmente consiguió en los años ochenta el reconocimiento con novelas ya firmadas con su nombre, con el punto álgido del Planeta del 84 para Crónica Sentimental en Rojo. Era una época en la que parecía que la novela negra iba a triunfar y consolidarse como un género de éxito en España, pero finalmente no fue así. ¿A qué cree que se debe?
Hubo un gran escritor de novela negra que también ganó el Planeta, que fue Manuel Vázquez Montalbán, y que marcó una época. Y parece que tras su muerte el puesto quedó un poco vacío. Era un gran amigo mío. Los dos éramos periodistas, los dos éramos de grupos de resistencia antifascista y creo que llegamos a marcar una época. Pero creo que en este momento la novela negra tiene ya no sólo un gran valor social, sino también literario, porque es la que mejor describe la sociedad, la que analiza el mundo real… Yo creo que es la más auténtica, la más directa, y al tiempo, la más divertida. Creo que ahora pasa un buen momento y prueba de ellos es que los editores lanzan colecciones de novela negra de una gran dignidad.
De todos modos creo que otros países europeos tienen una mayor consideración por sus escritores, que los españoles con los nuestros.
Es posible. En realidad la literatura en España es una literatura de pobres gentes, de autores que están dispuestos a escribir mucho y a cobrar poco porque son vocacionales. Francia en cambio es un país con muchos más lectores y hay más actividad editorial, por lo que los editores están dispuestos a pagar mejor y la literatura es más profesional. Aquí sigue siendo más vocacional, porque si no tienes esa vocación para lo que te pagan no vale la pena. Es diferente un premio, aunque también te vale para una vez, no para todas.
Tenerle delante y no preguntarle por los colegas que más le atraen sería un crimen. Cuénteme qué escritores del género le atraen más actualmente.
Pues además de mis colegas españoles, que los leo a todos, y de mi formación literaria, que viene básicamente de los clásicos franceses, como novelistas me gustan Frédéric Dard, que fue un escritor extraordinario; Andrea Camilleri también me gusta mucho… ManKell me gusta también, pero en sus ambientes, de levantarse a las cinco de la mañana y tomarse seis cafés seguidos, yo no entro. Me cuesta, yo soy mediterráneo, pero me parece un autor interesantísimo. A mis colegas europeos los respeto muchísimo, pero también hay que recordar que la formación es norteamericana, viene de la Gran Depresión, de los pulp, de Dashiell Hammet, que es uno de los grandes maestros… Pero bueno, ahora todo eso ya ha sido superado y ahora me interesan los maestros europeos.
En los que se podría diferenciar una especie de corriente mediterránea.
La hay, sí. Es una novela de las calles, porque se puede estar en ellas, mientras que el estilo de Mankell es de habitación cerrada, cambia mucho el ambiente.
Pues con este regreso a la calles lo dejamos, sólo preguntándole finalmente por su próximos planes.
Mira, estoy trabajando como un cabrón en una novela que me ha ocupado todo un año y que ya tenía mucho interés en acabarla y que había comprometido con Planeta (porque cuando RBA me publicó Una Novela de Barrio a Planeta le dio como un ataque de celos). No se trata de una novela negra, pero que estoy contento de cómo me está quedando y espero que sea un gran triunfo. Por lo pronto he hecho cuatrocientas páginas en un año. Eso es trabajar como un cabrón.
Sólo una cosa más, aunque le preguntaría veinte mil. Si se llevara de nuevo al cine una novela de Méndez, ¿quién le gustaría para su papel?
Ya se llevó Crónica Sentimental en Rojo y José Luis López Vázquez hizo el papel, aunque la tenía que haber protagonizado Paco Rabal, que tenía un punto más de cinismo.
Su rostro es el que más se parecía a la imagen que yo me he formado del personaje.
Habría sido fantástico y la verdad es que llegamos a hablar con él y estaba encantado, pero estaba rodando otra película. Y aunque se ofreció a rodar las dos a la vez, al director no le pareció lo más adecuado. De modo que finalmente el papel lo hizo José Luis López Vázquez, que lo hizo muy bien. Aunque el punto de cinismo era de Paco Rabal.
Fondo de Catálogo, 30 de enero de 2008