David Mayor
Una vez al mes voy al rastro a comprar viejas novelas baratas de Bruguera o de Toray o de la editorial Rollán. Bolsilibros de a duro que ahora cuestan cero cinco, con anuncios de coñac Veterano y de vaqueros Lois en la contraportada. Rebusco entre los cuarteados volúmenes de “Servicio Secreto”, “Punto Rojo” o “La huella”, colecciones de novela negra, de gángsters e imaginarios espías de los sesenta y setenta con apretada letra y virado papel amarillento, auténticos pulps españoles escritos a toda pastilla en varios días por novelistas a destajo que firmaban con seudónimo. Lou Carrigan, Frank Caudett, Edward Goodman –uno de las firmas que utilizara el escritor anarquista Eduardo de Guzmán-, Clark Carrados o Silver Kane, sin duda mi favorito, seudónimo acaso más prolífico como autor de novelas del oeste pero que oculta a uno de los grandes maestros del género criminal español, Francisco González Ledesma. Sí, maestro, por curtido en menesteres narrativos y porque este escritor barcelonés del barrio chino pertenece al canon policiaco de primer nivel. Y pertenece por doble motivo: uno industrial, aunque también sentimental; otro meramente literario. De un lado, González Ledesma ha publicado en la mítica serie negra de Gallimard y eso da rango –incluso recibió el Prix Mystère a la mejor novela extranjera publicada en Francia por La dama de Cachemira-; de otro lado, porque ha creado uno de esos personajes inolvidables, el descastado policía Méndez, capaz tanto de dar forma al arquetipo como de cobrar la singularidad suficiente para distinguirse del lugar común. Sólo hay que leer los cuentos cortos que se reúnen en el último de los libros protagonizados por Méndez -y van ocho desde que apareciera como secundario en Expediente Barcelona. En estos cuentos, González Ledesma, condensa al máximo la intensidad de sus tramas, dibuja con tal precisión los conflictos sociales y emocionales que le interesan que uno siente que está ante un retratista privilegiado, ante el testigo de un tiempo crepúscular, narrado crepuscularmente como si se tratara de un Sam Peckinpah o un Don Sigel de las letras. Y en ese paisaje de marcado contraste, Méndez es nuestro Fabio Montale -el también memorable personaje que Jean-Claude Izzo fundió con Marsella, como Méndez se expresa en la Barcelona setentera que aún peredura-, un tipo grave pero con mirada clara, un trasunto casi lírico de todos los policias y detectives que han protagonizado cientos de tramas más o menos baratas. Tramas pulp, como las de Silver Kane.
Francisco González Ledesma, Méndez, Almuzara, 2006.
Se Desvía, 7 de julio de 2007
Una vez al mes voy al rastro a comprar viejas novelas baratas de Bruguera o de Toray o de la editorial Rollán. Bolsilibros de a duro que ahora cuestan cero cinco, con anuncios de coñac Veterano y de vaqueros Lois en la contraportada. Rebusco entre los cuarteados volúmenes de “Servicio Secreto”, “Punto Rojo” o “La huella”, colecciones de novela negra, de gángsters e imaginarios espías de los sesenta y setenta con apretada letra y virado papel amarillento, auténticos pulps españoles escritos a toda pastilla en varios días por novelistas a destajo que firmaban con seudónimo. Lou Carrigan, Frank Caudett, Edward Goodman –uno de las firmas que utilizara el escritor anarquista Eduardo de Guzmán-, Clark Carrados o Silver Kane, sin duda mi favorito, seudónimo acaso más prolífico como autor de novelas del oeste pero que oculta a uno de los grandes maestros del género criminal español, Francisco González Ledesma. Sí, maestro, por curtido en menesteres narrativos y porque este escritor barcelonés del barrio chino pertenece al canon policiaco de primer nivel. Y pertenece por doble motivo: uno industrial, aunque también sentimental; otro meramente literario. De un lado, González Ledesma ha publicado en la mítica serie negra de Gallimard y eso da rango –incluso recibió el Prix Mystère a la mejor novela extranjera publicada en Francia por La dama de Cachemira-; de otro lado, porque ha creado uno de esos personajes inolvidables, el descastado policía Méndez, capaz tanto de dar forma al arquetipo como de cobrar la singularidad suficiente para distinguirse del lugar común. Sólo hay que leer los cuentos cortos que se reúnen en el último de los libros protagonizados por Méndez -y van ocho desde que apareciera como secundario en Expediente Barcelona. En estos cuentos, González Ledesma, condensa al máximo la intensidad de sus tramas, dibuja con tal precisión los conflictos sociales y emocionales que le interesan que uno siente que está ante un retratista privilegiado, ante el testigo de un tiempo crepúscular, narrado crepuscularmente como si se tratara de un Sam Peckinpah o un Don Sigel de las letras. Y en ese paisaje de marcado contraste, Méndez es nuestro Fabio Montale -el también memorable personaje que Jean-Claude Izzo fundió con Marsella, como Méndez se expresa en la Barcelona setentera que aún peredura-, un tipo grave pero con mirada clara, un trasunto casi lírico de todos los policias y detectives que han protagonizado cientos de tramas más o menos baratas. Tramas pulp, como las de Silver Kane.
Francisco González Ledesma, Méndez, Almuzara, 2006.
Se Desvía, 7 de julio de 2007
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