¿Qué pasaría si Jesucristo se presentara a las elecciones de Estados Unidos? La respuesta la da Francisco González Ledesma en su nueva novela, El candidato de
Dios (Destino), una obra de intriga política en la que el autor recupera el seudónimo de Enrique Moriel, reservado para aquellos libros que se escapan de su gran especialidad: la literatura policíaca. No obstante, el escritor juega con todas las convenciones del género y, además, ajusta cuentas con la hipocresía que viste hábito.
Pregunta. ¿Qué hace un rojo escribiendo una novela de tema tan religioso?
Respuesta. Como persona de izquierdas nacida en un barrio popular —es verdad que se me puede llamar rojo—, poseo unas creencias religiosas limitadas. Sin embargo, hay personajes de esta novela que me han llegado a conmover, como la madre del protagonista, Mary. Me he dado cuenta de que la Virgen es la única que despierta en la religión un amor humano. En España y en Europa, la gente quiere tenerla cerca, tocarla, la encuentran guapa. Si se pudiera, se casarían con ella.
P. Pero de la Virgen al oropel de la Iglesia hay gran distancia...
R. La Iglesia es sobre todo una institución sentimental donde se han dado Teresas de Calcuta, curas obreros, gente que luchaba por la hermandad social. Pero éstos se han olvidado y han sido entronizados los mártires de la Guerra Civil, los curas que mató la izquierda, aunque no se dice nada de los que mató la derecha.
P. ¿La gran humanidad de sus personajes es una herencia de su época de periodista?
R. Eso me viene de tres cosas. Primero, de la calle. Fui un chaval de familia muy pobre que se crió en la calle. Con el tiempo he llegado a conocer a gente de toda clase tal y como es. También me viene de la abogacía. Durante años fui un abogado rico (ríe), aunque no soportaba la profesión. Sin embargo, me ayudó a conocer los procedimientos policiales y la hipocresía humana. Y por último, del periodismo, la gran escuela.
P. Todo muy vivido, ¿no?
R. Siempre empiezo a crear las novelas a partir de un personaje que me interesa. Por ejemplo, de una mujer que veo asomada a la ventana y trato de imaginarme su vida. Quizá sea una tontería, pero a mí me parece que mucha gente de mi barrio, del Poble Sec de mi infancia, todavía no ha muerto. Eran personas que habían construido su vida día a día y aunque su portal esté vacío, aún me parece verlas allí. Pienso que vale la pena explicar lo que han sido. No merecen morir del todo.
P. Algunas voces critican la novela negra por su gusto enfermizo por lo marginal.
R. No he recibido esa crítica, pero si me llegara no le haría ningún caso. Lo único que he hecho es seguir mi vida auténtica. La vida de mi infancia está llena de marginalidad y de sufrimiento; mi vida de estudiante pobre está llena de marginalidad y de sufrimiento; la vida del joven que fui y que entró a trabajar en una editorial para escribir guiones a 10 pesetas está llena de marginalidad y de sufrimiento... No es que me guste, es que ha sido mi vida. Que me haya ido de esa pobreza no significa que ya no exista. Para mí es totalmente genuina. En ese
mundo he visto, sobre todo en las épocas duras de la guerra y de la posguerra, ejemplos de heroísmo, de gente con tanta dignidad que merece vivir en una novela.
Dios (Destino), una obra de intriga política en la que el autor recupera el seudónimo de Enrique Moriel, reservado para aquellos libros que se escapan de su gran especialidad: la literatura policíaca. No obstante, el escritor juega con todas las convenciones del género y, además, ajusta cuentas con la hipocresía que viste hábito.
Pregunta. ¿Qué hace un rojo escribiendo una novela de tema tan religioso?
Respuesta. Como persona de izquierdas nacida en un barrio popular —es verdad que se me puede llamar rojo—, poseo unas creencias religiosas limitadas. Sin embargo, hay personajes de esta novela que me han llegado a conmover, como la madre del protagonista, Mary. Me he dado cuenta de que la Virgen es la única que despierta en la religión un amor humano. En España y en Europa, la gente quiere tenerla cerca, tocarla, la encuentran guapa. Si se pudiera, se casarían con ella.
P. Pero de la Virgen al oropel de la Iglesia hay gran distancia...
R. La Iglesia es sobre todo una institución sentimental donde se han dado Teresas de Calcuta, curas obreros, gente que luchaba por la hermandad social. Pero éstos se han olvidado y han sido entronizados los mártires de la Guerra Civil, los curas que mató la izquierda, aunque no se dice nada de los que mató la derecha.
P. ¿La gran humanidad de sus personajes es una herencia de su época de periodista?
R. Eso me viene de tres cosas. Primero, de la calle. Fui un chaval de familia muy pobre que se crió en la calle. Con el tiempo he llegado a conocer a gente de toda clase tal y como es. También me viene de la abogacía. Durante años fui un abogado rico (ríe), aunque no soportaba la profesión. Sin embargo, me ayudó a conocer los procedimientos policiales y la hipocresía humana. Y por último, del periodismo, la gran escuela.
P. Todo muy vivido, ¿no?
R. Siempre empiezo a crear las novelas a partir de un personaje que me interesa. Por ejemplo, de una mujer que veo asomada a la ventana y trato de imaginarme su vida. Quizá sea una tontería, pero a mí me parece que mucha gente de mi barrio, del Poble Sec de mi infancia, todavía no ha muerto. Eran personas que habían construido su vida día a día y aunque su portal esté vacío, aún me parece verlas allí. Pienso que vale la pena explicar lo que han sido. No merecen morir del todo.
P. Algunas voces critican la novela negra por su gusto enfermizo por lo marginal.
R. No he recibido esa crítica, pero si me llegara no le haría ningún caso. Lo único que he hecho es seguir mi vida auténtica. La vida de mi infancia está llena de marginalidad y de sufrimiento; mi vida de estudiante pobre está llena de marginalidad y de sufrimiento; la vida del joven que fui y que entró a trabajar en una editorial para escribir guiones a 10 pesetas está llena de marginalidad y de sufrimiento... No es que me guste, es que ha sido mi vida. Que me haya ido de esa pobreza no significa que ya no exista. Para mí es totalmente genuina. En ese
mundo he visto, sobre todo en las épocas duras de la guerra y de la posguerra, ejemplos de heroísmo, de gente con tanta dignidad que merece vivir en una novela.
El País, 29 de agosto de 2008
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