15 d’ag. 2014

La ternura justiciera del ingobernable Méndez


El inspector Ricardo Méndez no es el guaperas que conquista a la rubia, no tiene un coche negro brillante para hacer seguimientos y guardias, no luce su nombre en un cristal ni en una placa. No se codea con gente de postín que ruega por sus servicios. No vive inmerso en tramas vertiginosas de las que quitan la respiración. No usa tecnología de vanguardia tipo CSI. No tiene ayudantes. No es un héroe. Pero a falta de todo eso tiene algo mejor: una inmensa humanidad -escondida entre los pliegues de ese abrigo con bolsillos ajados de tanto llevar libros- que aplica en cada caso, una ternura silenciosa de policía ingobernable que investiga lo que le pasa a la gente sencilla, sobre la que nunca se posan los focos, allá en el Barrio Chino de Barcelona, o lo que quede de él. Un regalo de Francisco González Ledesma en 11 volúmenes.
NOTA DEL COORDINADOR: Ya saben que lo negro y criminal tiene fans y locos por todo el globo. Este es un gran ejemplo. Carmen Rengel ha encontrado un hueco en el excelentre trabajo que hace a diario desde Jeresualén para EL PAÍS y la SER y nos vuelca en este texto su pasión por Méndez. Un lujo para la serie Los detectives de nuestra vida, en la que ya hemos hablado este verano del agente de la Continental y de Laidlaw y de muchos más el verano pasado. 
Méndez es un justiciero, que reinventa las leyes a su manera. No tiene que cumplir forzosamente lo que dicen los documentos con membrete oficial si lo justo es aplicar “la norma de la calle”. Al estilo de su primo Salvo Montalbano, a veces no ve – no quiere- lo que un uniformado menos anarquista debería ver. Nos arranca aplausos cuando pasa de la burocracia.
Siempre ha sido así, desde que nació en 1983, personaje secundario en Expediente Barcelona. Un superviviente que cruza el tiempo, del franquismo a la Barcelona de diseño, que ni asciende si se multiplica, que quema suela de zapato entre su casa, esa a la que se entra por un bar de la calle Lancaster, y la comisaría, trazando círculos en torno al Paralelo, el microcosmos donde se siente cómodo. Fuera se ahoga. Policía de calle que se dedica a mirar y remirar sin lupa. Realismo de entorno urbano con suspense. Dickens y Hammett. Y Simenon y Madrid. Por sus páginas, Barcelona se muestra como un plano de rincones humildes, donde hay más angustia que miedo, donde a veces brilla la felicidad sin pretensiones, y donde los ojos de Méndez enfocan –más o menos, dependiendo del grado de alcohol en sangre- con nostalgia o con perspicacia.   
Le
Ledesma con el Pepe Carvalho en 2006 (ARCHIVO)
Sus historias incluyen putas y travestis y borrachos, y callejones y mafias e intereses, pero como condimentos de los dramas de gente que pelea donde la vida le permite, en un entorno popular donde “la pobreza tiene su ley”. A veces su universo es el de vecinos que sólo quieren compartir sueños, cama y macarrones y a la que se le tuerce todo. Méndez no tiene que sacar su Colt de 1912 –que a saber si dispara ya- porque a veces a lo que se enfrenta es a la sordidez en la que cae una mujer que sólo quiere soñar, viajar y escapar –ahí está La dama de Cachemira(RBA). Su arma, entonces, es su pundonor –que se mezcla con cabezonería- y su bondad.
Porque este solitario gruñón fumador de negro es sobre todo un buen tipo, el que atiende a los perros del delincuente que acaba de detener. Entre la resistencia y la esperanza, también el absurdo, que ronda al inspector como si Eduardo Mendoza hubiese ayudado a escribir el guión de sus días.    
Toda su estampa decrépita, que a veces hace temer que de esta no sale porque el sopor es un lastre ya demasiado pesado, se desvanece cuando está en juego la seguridad de una mujer y, sobre todo, de un niño. Entonces los coñacs son para aclarar las ideas y reforzar el valor. Será la nostalgia de un mundo perdido que tanto lamenta, los viejos valores que en su caso son inamovibles.
Sus novelas no son políticamente correctas ni cumplen con las directrices “de género”. Hay sexo y violencia y un lenguaje duro que golpea como la verdad que narra. Porque la desolación no es hermosa. A los más mojigatos y a los censores Ledesma les hace arrugar la nariz.
Dice su creador que quizá ya hemos disfrutado al último Méndez, el de Peores maneras de morir (Planeta, 2013), porque ya desecha más páginas de las que mantiene cuando se pone a escribir. Habría que enviarle unos sicarios para que cambie de idea. El mejor detective español no puede jubilarse porque aún no tiene relevo.
La serie del inspector Ricardo Méndez se compone de los siguientes títulos:
Expediente Barcelona (1983)
Las calles de nuestros padres ( 1984)
Crónica sentimental en rojo (1984)
La Dama de Cachemira (1986)
Historia de Dios en una esquina (1991)
El pecado o algo parecido (2002)  
Cinco mujeres y media (2005)
Méndez (2006)
Una novela de barrio (2007)
No hay que morir dos veces (2009)
Peores maneras de morir (2013)

Carmen Rengel. Elemental, 15 de agosto de 2014