30 de maig 2014

FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA ( II ) INSPECTOR MÉNDEZ



     “Méndez recordaba muy bien los cuplés de Bella Dorita, que llevaba en su boca la historia del Paralelo, su boca grande, de voz pastosa que arrastraba en su profundidad toda la alegría y toda la muerte de la noche...” (La dama de Cachemira).


Fotografia de l'autor amb un llibre a la mà
     Francisco González Ledesma es uno de los pioneros de la novela negra en España, posíblemente más conocido fuera de nuestras fronteras, en especial en Francia, que en nuestro país. 

    Méndez, hijo de los barrios bajos de la Ciudad Condal pero conocedor de los entresijos, encajes y candilejas de los altos, es un policía viejo ―siempre lo ha sido, el personaje no ha envejecido con el paso de los años, de las aventuras, sino que nació así, viejo y en esa edad indefinida continúa hasta que su creador estime oportuno darle el finiquito―, más descreído que escéptico, casposo, un lobo solitario que no duda en dejar escapar a maleantes de poca monta y dar un par de hostias a un ejecutivo. Conoce las calles de su barrio, el Poble Sec, como nadie y a sus gentes, obreros, tenderos, quinquis y putas, como si los hubiera parido. Y a la inversa, él es uno más de la familia, otro fantasma más de la pintoresca fauna que deambula por sus calles.

―Te mataré, Méndez ―le susurró en el fondo de un bar un benemérito ciudadano llamado el Chinga―. Dejaste escapar a mi mujer. Ella me busca para acabar conmigo, pero antes te juro que te rajo.
―Me debes diez mil pelas, Méndez ―le informó poco después su patrona.
―Tiene que recuperar mi pistola, Méndez ―le exigió en una esquina uno de sus más acreditados confidentes―. Me la robaron ayer.
―¿Si? ¿Dónde la llevabas?
―En el sitio de costumbre. Entre el pantalón y los calzoncillos. Menuda mano tuvo el que lo hizo.
―¿Y sabes quién lo hizo?
―El Manco.
―¿Seguro que no te diste cuenta?
―Hombre, cuenta de algo sí. Pero solo algo.
―¿Y qué?
―Creí que iba de buena fe”

     Méndez trabaja en solitario, no solo por los endémicos problemas de escasez de personal del que adolecen todas las comisarías, sino porque no hay dios que le aguante.

    Vive en un piso, un cuarto de alquiler de lo más cutre y cochambroso al que se accede a través de un bar no muy lejos de El Molino, la célebre sala de fiestas del Paralelo.

“El Molino, con sus aspas eternamente inmóviles y su escenario que seguramente es el más pequeño del mundo, pertenecía también al universo de Méndez, que muchos años antes había prestado eficacísimos servicios de vigilancia en él controlando a los que querían estimular manualmente al vecino y a los que no pagaban el champán de la casa, es decir, la gaseosa...”

    Méndez aparece por primera vez en Expediente Barcelona, aunque como personaje secundario. Será en la siguiente novela, Crónica sentimental en rojo (1984), que obtuvo el Premio Planeta, donde como protagonista se encargará de esclarecer la muerte de una joven ahogada en una playa barcelonesa.

    En La dama de Cachemira (1986) ya aparece el “auténtico” inspector Méndez que conocemos, caduco, escéptico, viejo verde impotente, y su viejo Colt de 1912 que no usa más que para atemorizar a los maleantes del barrio. La obra obtuvo en Francia el prestigioso Premio Mystère de novela negra. El acreditado crítico literario del país vecino Claude Mesplède dijo “que entre las investigaciones de Méndez, el episodio más popular sigue siendo La dama de Cachemira. Es una narración con carácter universal”. En ella, Méndez deberá esclarecer quien es el asesino de un inválido en una silla de ruedas, en una historia de amor y de mujeres que sueñan con viajes a lejanos países pero que son eso, solo sueños, porque no consiguen escapar de la cruda realidad que las rodea.

    La lista de premios literarios obtenidos por González Ledesma y las aventuras y desventuras de su inspector, es larga.El pecado o algo parecido (2002) fue galardonada con el premio Dasiell Hammett; Cinco mujeres y media (2005) recibió nuevamente el Premio Mystère; Una novela de barrio (2007), obtuvo el premio Internacional de Novela Negra; la ya reseñada, Crónica sentimental en rojo (1984), que obtuvo el Premio Planeta de novela. En el año 2006 se le concede el Premio Pepe Carvalho por su trayectoria literaria en el género negro. 

     Como abogado, hecho a sí mismo gracias a sus novelas del Oeste americano (ver entrada anterior de este blog), recibió el premio Roda Ventura. Como periodista (fue redactor jefe de La Vanguardia), recibió los premios El ciervo y la Cruz de Sant Jordi, por la calidad de su obra literaria.

    La última, por ahora, de la saga es la recién editada Peores maneras de morir (2013) donde Méndez, más postergado que nunca por sus superiores, se ve envuelto en un caso de trata de blancas que lleva entre manos una peligrosa banda mafiosa que trae de la Europa del este a chicas para su explotación sexual en España. De nuevo encontramos al Méndez en estado puro, un policía con pasado pero sin futuro, como él mismo se confiesa:

“Soy un policía que no cumple los reglamentos ni cree en las leyes. Si alguien ha violado a una mujer y la ha martirizado, o si alguien ha matado a un niño, yo no tengo piedad e incumplo la ley si es necesario. En los tribunales pasan tantas cosas que yo he llegado a creer en la norma de la calle, o sea, la justicia directa. No es el buen camino, desde luego, como tampoco es buen camino sentir piedad de un delincuente que empieza, mientras los grandes estafadores salen de la cárcel y encima conservan el dinero estafado...” 

        ¿No nos "suena" algo a pistolero del viejo Oeste? Lo dicho: inspector Méndez en estado puro.


El ángel negro, 30 de mayo de 2014

16 de maig 2014

FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA (I) SILVER KANE

 “Aquella mañana ocurrieron en Jackson, Kansas, cuatro cosas juntas que no habían ocurrido nunca: se pararon a la vez cien relojes de cuerda, llegó un jefe indio que quería comprar la paz para su pueblo, un pistolero llenó un saloon no de clientes, sino de muertos, y un hombre perfectamente vestido quiso comprar un cementerio...”
“La dama y el recuerdo”. Silver Kane. (Planeta, 2010)

Coberta del llibre

     Qué tendrá que ver aquí una novela del oeste con otra policíaca, de género negro, podrá preguntarse, y con razón, cualquiera de los amigos que siga este blog de novela negra y haya visto la ilustración que la acompaña. La respuesta hay que buscarla en Silver Kane, que es el seudónimo con el que firmó Francisco González Ledesma sus más de cuatrocientas novelas del oeste.

     En una época, la posguerra civil española, en que las bibliotecas y la cultura entraron en una total oscuridad fagocitadas por un régimen voraz, aquellas obritas en tamaño octava (¼ de folio), de no más de cien páginas, realizadas en papel de mala calidad, vendidas en quioscos y estancos al precio de un duro (5 pesetas) e intercambiadas multitud de veces al precio de 1 peseta (con lo cual, es imposible saber al final por cuántos lectores había pasado la edición) nos sirvieron a muchos de único faro al que cogernos para no naufragar en las tinieblas.

     González Ledesma nació en Barcelona en 1927, en el barrio de Poble Sec, barrio obrero, como el Raval, que han dado gente tan ilustre como Vázquez Montalbán, Joan Manuel Serrat o el propio González Ledesma. De familia humilde, recién terminada la guerra civil, chico espabilado, con quince años consigue trabajar para la editorial Bruguera haciendo guiones de cómics. De ahí pasará a la escritura de novelas del oeste escribiendo una por semana. En un primer momento, ese dinero sirve a su familia para sobrevivir y, posteriormente, ayudado por una tía, se va pagando los estudios de Derecho.

     Con 21 años, en 1948, gana el prestigioso certamen de novela Internacional, presidido por William Somerset Maugam, con la novela “Sombras Viejas”, prohibida por la censura.

Sombras Viejas no se pudo publicar en España: el censor la calificó de “roja y pornográfica”. Para conocer la causa de la prohibición, el escritor consigue entrevistarse con el censor, y este le explica que en toda la novela se aprecia que el protagonista es de izquierdas. ¿Y pornográfica...? ―pregunta intrigado el autor―. Pues, en la página tal, el protagonista, Enrique Moriel, le pone la mano en la rodilla a la chica. ¿Y eso es pornográfico?, pregunta sorprendido el joven autor. Bueno, de momento, no ―le responde el censor―, ¡pero se adivinan las intenciones de subir hacia arriba!

     Igual suerte corrieron “Los napoleones”, “Las calles de nuestro padres” y “Expediente Barcelona”, donde aparece por primera vez el inspector Méndez, (de su posterior saga policíaca). Visto lo cual, el pobre chico se vio obligado a continuar escribiendo novelas de vaqueros, indios y pistoleros, firmadas por Silver Kane.

     Porque, en aquella España negra, negrísima, tétrica, ¿cómo iba a haber novela negra si la censura lo impedía hasta límites estúpidos y absurdos?

     La novela negra lleva consigo una crítica social: por crisis económica, hambre, miseria, corrupción política, policial o judicial, homofobia, o nazismo, o crímenes y violencia... Y en nuestro país ni se pasaba hambre, ni había crímenes; ni accidentes de trenes, y si los había, no moría nadie, y si morían es porque se ponían en las vías al paso de la locomotora, vamos que se suicidaban; no se producían atracos, y si se escuchaban tiros, eran petardos en honor de la virgen en alguna barriada; ni la homosexualidad estaba perseguida, ni el nazismo prohibido, y los policías, ministros, gobernadores, con el Generalísimo a la cabeza, eran un dechado de libertad, justicia y honradez... ¿Cómo, pues, íbamos a tener novela negra?

     A la finalización de la guerra civil, se pasó de una censura militar, hasta cierto punto comprensible, a otra cívica, ideológica y religiosa, so pretexto de salvaguardar la fe católica e impartir supuestas buenas normas de convivencia. No fue más que un vehículo más de control para el régimen, una mordaza a las voces disidentes y altavoz al servicio del Movimiento, la Falange y el clero. Cualquier noticia, cómics, cuentos, publicación, ilustración, representación teatral... quedaba en manos de la censura, cuando no de la autocensura, pues podía significar para el autor la pérdida de sus contratos, en la mayoría de las ocasiones leoninos en beneficio de la editorial, y para los propios editores, la pérdida del cupo de papel de prensa para las publicaciones.

     Transcurrido el tiempo, ya en época democrática, pudieron publicarse en España sus anteriores novelas, entonces prohibidas.

      En el año 2010, González Ledesma le hace un guiño a su propia historia, y se homenajea como escritor de novelas de vaqueros: publica La dama y el recuerdo, firmada, cómo no, por Silver Kane. Pero, en esta ocasión se trata de una impresión de más de trescientas páginas, formato grande, papel de calidad, cosida, tapa dura y sobrecubierta..., muy lejos de las condiciones en que vieron la luz sus anteriores obras del salvaje Oeste americano.

     No fue González Ledesma el único de los autores españoles que se vio obligado a escribir sobre temáticas que no hicieran daño a un régimen extraordinariamente duro y prolongado en el tiempo. Otros nombres conocidos fueron Marcial Lafuente Estefanía; José Mallorquí, autor de la serie de El Coyote; Juan Gallardo, que firmó con distintos seudónimos como Donald Curtis, Curtis Galland...; Luis García Lecha, que firmaba como Clark Carrados, Elvers Evans, Lewis Milk...; Corin Tellado, seudónimo de María Socorro Téllez, que escribió novela romántica. Todos ellos autores extraordinariamente prolíficos (Corín Tellado llegó a escribir más de 4000 obras, y otros como Gallardo o García Lecha, sobrepasaron las 2000 cada uno), explotados laboral e intelectualmente, pero que significaron las escasas ventanas de luz en un mundo culturalmente lleno de tinieblas.

     Sirvan estas lineas de modesto homenaje del autor de este blog a todos ellos.


El ángel negro, 16 de mayo de 2014