29 de nov. 2007

Un poema en la calzada

Enrique Bienzobas

En el verano de 2002 la revista Interviú regaló cada semana del mes de agosto un librito, formato muy parecido al de las “novelas de a duro”, escritas especialmente para dicha revista. Llegó a publicar y regalar seis: Se presenta el detective Bus, de Manuel Blanco Chivite; Los miedos de la ciudad sin miedo, de Andreu Martín; No hay futuro, destruye, de Mariano Sánchez Soler; El adoquín azul, de Francisco González Ledesma; El mundo en los ojos de un ciego, de Paco Ignacio Taibo II y Es posible la muerte, de Fernando Martínez Laínez. ¡Menuda colección!
Hoy quiero comentar una que me pareció de una belleza extraordinaria, El adoquín azul, de Francisco González Ledesma.
El adoquín azul es un relato corto maravilloso. Trata de la historia de un republicano en los años treinta y cuarenta, un romántico librepensador, un ser entregado a los demás, tanto que ni siquiera amó y cuando pudo amar renunció a ello en aras de la libertad (y del miedo). Montero nace en los años del hambre, de la miseria, de la organización terrorista empresarial y su contestación obrera.
Montero es un poeta, un poeta enamorado de la vida, un poeta romántico, que no romántico, que canta a las calles de Barcelona, a sus mujeres, a las mujeres del Barrio Chino, a las putas, a las pensiones de mala muerte, a las esquinas, a los portales oscuros,... Montero es la memoria de la vida, es la memoria de Barcelona. Los años del plomo (como se llamaron a los años setenta en la Italia de las Brigadas Rojas -. Aquí, en España, a aquel período se le conoce históricamente como “Los años Bolcheviques”), los mismos años de los que habla La bicicleta de Leonardo, de Paco Ignacio Taibo II.
(Montero! (Un romántico que perdió la vida! Perdió la vida buscando otra, que es lo mismo que decir que buscando la suya, porque quién busca una vida la busca en el infinito vivir de los otros). Qué es la vida de uno sin contar con la de los otros? (Nada! Es como respirar el vacío dentro de una escafandra en el frío invierno nuclear. Eso ni es vida ni es nada que se le parezca. Por eso Montero es un poeta vivo. Porque vive y ama la vida. Y ama las calles. Y ama las esquinas. Y ama los oscuros portales. Y odia a los policías. Y los odia no porque sean policías, sino porque impiden vivir a los demás.
Montero logra escapar de una redada. Una redada organizada por el jefe de policía (en 1945) Ponce (que con la democracia sufrió un atentado terrorista que terminó con su vida). Es herido pero logra escapar y lo salva Ana, (La mujer de Ponce! Un ser sensible –la mujer, no Ponce- que huye de su propio presente ayudando a los huidos, ayudando a Montero, Yo conocí a Montero en mis años de hambre, de muerte programada, de portales oscuros y luces verticales cayendo sobre los patios de atrás en el barrio donde él y yo nacimos". Desde entonces Montero solo vive para conocer a Ana. Logra escapar de la muerte fascista, de las luces azules con los yugos rojos. Y Montero logra huir con la inestimable ayuda de Ana. Y viaja, y vive. Y escribe, y logra, en los USA, convertirse en acreditado redactor-traductor-intéprete y contable en editoriales norteamericanas, pero con poco sueldo. Sueldo que quema buscando en la democracia a Ana.
Y buscando, buscando, pierde su vida, arruinada años antes por la luz azul de las camisas asesinas. La pierde en una búsqueda imposible. Ramblas arriba, ramblas abajo, barrio por aquí, barrio por allí. Y gasta lo poco que tiene, y vuelve a empezar. Y va perdiendo la memoria, y va perdiendo la vida que nunca tuvo porque la dio a los demás, como poeta que era. Y pierde el empleo, y pierde el piso en Nueva York. Y pierde la memoria.
Al final, ayudado por manos solícitas, llega a una residencia que es la misma casa en donde estuvo escondido y en donde Ana perdió también su propia identidad. Pero ya es tarde. Ha perdido la memoria. Ana y él. Montero y Ana, vuelven a mirarse, pero sus ojos están vacíos. Nada hay tras ellos. La vida los ha abandonado.
(Qué hermosa y lírica historia de amor! Es una novela negra. Es una novela policíaca. Es una historia de amor. Un amor imposible entre Ana, la mujer del policía fascista, y Montero, el poeta-anarcosindicalista republicano, amante de los portales oscuros y cantador de las mujeres esquinadas.
Narrada en tercera persona. Un narrador omnisciente pero con voz en primera persona. Una pequeña joya literaria.


FRANCISCO GONZALEZ LEDESMA: El adoquín azul. Ediciones Zeta, S.A.. No figura ISBN (regalada con la revista Interviú). Depósitó legal B-37.369-2002. 95 págs.

Liberty
, 29 de noviembre de 2007

26 de nov. 2007

La vigencia de un clásico

Javier Sánchez Zapatero

Con 81 años y una extensa obra periodística y novelesca a sus espaldas, Francisco González Ledesma vuelve al primer plano de la actualidad gracias a la concesión del Premio Internacional de Novela Negra RBA --dotado con 125.000 euros-- a su novela Un aroma de barrio y a la reedición de varias de las "novelas de quiosco" que escribió durante la dictadura bajo el pseudónimo de Silver Kane en el volumen Recuérdame al morir, publicado por La Factoría de Ideas. Además de evidenciar la actividad de un autor que, tras ejercer la abogacía y ser redactor jefe del diario La Vanguardia, lleva años dedicándose de forma exclusiva a la literatura, la doble vuelta de González Ledesma a los estantes de novedades de las librerías pone de manifiesto la ambivalencia de su obra.
Durante toda la dictadura, y después de que en 1948 su novela Sombras viejas fuera censurada por ser considerada "roja y pornógrafa", el autor combinó su actividad laboral con la escritura de cientos de "novelas de quiosco" de fácil consumo y carácter evasivo. El éxito que cosecharon se debió fundamentalmente a que permitían a los lectores huir de la opresiva realidad durante algunas horas gracias a la inclusión en ellas de escenarios estereotipados que recreaban el antiguo Oeste o los bajos fondos de Nueva York y de personajes con nombres extranjeros y características ensoñadoras difíciles de encontrar en la gris España de la época. Junto a escritores como Marcial Lafuente Estefanía, Ledesma, transformado en Silver Kane, hizo de la literatura popular una de las formas de diversión de mayor repercusión de la dictadura. De hecho, una de las razones para explicar la dependencia de la televisión en el tiempo de ocio de los españoles en la actualidad es la incapacidad que la industria literaria ha demostrado a la hora de encontrar alternativas para paliar la desaparición de aquellas novelas que hace décadas se vendían masivamente en los quioscos y en las cantinas de las estaciones de ferrocarril.
Con la llegada de la democracia y la normalización del proceso de distribución y recepción editorial, el autor barcelonés pudo por fin desarrollar sin cortapisas sus inquietudes literarias, creando una obra caracterizada por su valor crítico y su retrato social, ambientado casi siempre en las calles de Barcelona. Protagonizadas por el inspector Méndez, un antihéroe descreído y de vuelta de casi todo, las novelas negras de Ledesma se convirtieron, como las de Vázquez Montalbán o Juan Madrid, en crónicas de los años de transición a la democracia y de los claroscuros de la interpretación oficial sobre el "éxito" del modelo reformista.
Precisamente Méndez protagoniza Una novela de barrio, la obra con la que Ledesma se ha impuesto en el premio de novela negra más dotado de cuantos existen en España. Su publicación, unida a la reciente edición de sus deliciosas y muy recomendables memorias Historia de mis calles, y al éxito de La ciudad sin tiempo, una novela con aires de best-seller que publicó bajo el pseudónimo de Enrique Moriel, demuestra la vigencia de un autor rescatado del olvido.

Tribuna Universitaria, 26 de noviembre de 2007

22 de nov. 2007

Una novela de barrio de Francisco González Ledesma

José Luis Muñoz

Conocí a Francisco González Ledesma, el jefe de la banda como familiar y cariñosamente se le conoce, hace la friolera de veinte años y he tenido el honor de compartir con él dos antologías de relatos policíacos - Negro como la noche (Júcar), Crímenes contados (Menoscuarto) - y una novela escrita a 24 manos, Negra y criminal. Siempre me pareció un escritor fantástico, un fuera de serie, un stajanovista de la escritura desde sus inicios como Silver Kane, pero aún mejor persona. Aquello de que si te gusta una novela no quieras conocer a su autor lo desmonta Paco con una sonrisa risueña y ese carácter afable que da la edad, los avatares de una dura vida de posguerra y haber paseado por las calles de una ciudad que ama y se convierte en protagonista de todas sus novelas: Barcelona.
Cuando le conocí había en él un cierto desencanto perfectamente comprensible. Había ganado el premio Planeta, ese premio que uno cree que es el trampolín para el estrellato, pero en el que no pocos se estrellan, y no terminaba de ser reconocido en los círculos literarios que entonces hacían ascos a la novela negra con su habitual ceguera y papanatismo. Cuando me acercaba a él, para felicitarlo por su nuevo libro, siempre me cogía del hombro y me decía : "Sí, sí. Pero no vendo nada, oye".
El éxito absoluto le llega a esta admirado y querido autor cuando cumple ochenta años. Nunca es tarde, aunque él no opine lo mismo. "Ya me podía haber caído todo esto hace veinte años. Ahora ya no sé ni cómo ni cuándo gastarme el dinero, caramba". A los muchos premios recibidos, entre ellos el Pepe Carvalho, al reconocimiento por parte de Francia a toda su labor
literaria, se añade ese éxito absoluto de ventas que es La ciudad sin tiempo, publicado con el seudónimo de Enrique Moriel, y ahora Una novela de barrio, premio RBA de Novela Policíaca y que creo que es una de sus más conseguidas recreaciones de Méndez - nunca me creí que José Luis López Vázquez pudiera ser Méndez, por cierto - y su entorno.
Contra lo que se pudiera pensar, Francisco González Ledesma, en esta segundo juventud que le está tocando vivir, se nos muestra como un autor pletórico, en plena forma y con muchas ganas de contarnos cosas. Hay en Una novela de barrio todos los ingredientes del trhiller policíaco y hay mucho más, buena literatura, alma de autor en cada una de sus páginas. Es un libro que, como toda novela de acción que se precie, tiene un ritmo vertiginoso, se coge y no se deja, es poliédrica en descripción de ambientes, está maravillosamente dialogada y es extraordinariamente dura. Larga y fructífera vida, querido Paco.

La Soledad del Corredor de Fondo
, 22 de noviembre de 2007

La fe en las calles

El género negro alcanza su mayoría de edad en España con la última novela de Ledesma

Alejandro M. Gallo

Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), alias Silver Kane o Enrique Moriel, comenzó su carrera literaria a los 21 años ganando el Premio Internacional de Novela con Tiempo de venganza, que el franquismo prohíbe su publicación. Después llegó Los napoleones, que tuvo la misma suerte. La novela negra (entendida desde la definición de Jean Patrick Manchette: «novela de intervención social, muy violenta») no podía nacer en España, ni en ningún país dictatorial, había que esperar a la democracia.
Y llega la democracia, Ledesma ya tiene casi 60 años y cientos de novelas con seudónimo. Con la libertad llegaron muchas cosas, entre ellas la literatura de género negro. Y Ledesma ya era uno de los grandes. Gana el «Planeta» en el 84 con Crónica sentimental en rojo, después llegó el Hammett, el Pepe Carvalho y dos veces el premio «Mystère» a la mejor novela extranjera.
RBA se había propuesto crear el gran premio de novela negra, algo inexistente en nuestras tierras. Así nació el Premio Internacional RBA dotado con 125.000 euros y que ha sido concedido a Ledesma por Una novela de barrio, con una de las mayores difusiones mediáticas y distribuciones que se han conocido.
A nuestro modesto criterio: nadie mejor que él. Pero dejemos al autor y vayamos a la novela. Una novela de barrio es otra aventura del inspector Ricardo Méndez, el policía que no tiene edad y su jubilación se encuentra a la vuelta de la esquina, por una Barcelona que ya no es la misma, en la que han cambiado hasta el nombre del Barrio Chino por El Raval y han muerto los últimos rateros que informaban a Méndez dónde se encontraban los asesinos de mujeres, violadores o secuestradores de niños, y ya no quedan putas en los callejones de los suburbios porque ya son marquesas.
El argumento es sencillo: se ha cometido un homicidio cuya solución se ve lejana y su resolución interesa poco a la superioridad. Por eso hay que encargárselo a alguien que tenga tiempo. Méndez tiene tiempo, no hace nada desde hace muchos años y se niega a jubilarse, prefiere vivir en la desolación. Ledesma rescata a algunos secundarios de otras novelas: Amores, el periodista de la mala suerte; la Loles, esa policía que vez en cuando le hace favores, no de los que quisiera el viejo Ricardo Méndez.
Mientras el viejo policía investiga nos pasea por Barcelona, donde los antiguos cafés, donde se proclamó la República, han cerrado y el Barrio Chino es una gran avenida llena de tiendas de productos desnaturalizados y las clínicas dentales han sustituido las viejas casas de citas. Pero Méndez sigue creyendo en un mundo en el ya nadie cree, en el que lo único que queda sin privatizar son las lápidas de los cementerios. Y busca la verdad en las fachadas de los edificios, en el rostro de alguna mujer que le habla, en las tabernas del barrio donde «policías y taberneros juegan a equívocos». Porque él aprendió el oficio en las esquinas, no en ninguna academia y desde entonces es un gato callejero cuya suerte ha cambiado poco, pero ya no vive en los sótanos de ningún bar. Y al final nos deja una sentencia, como si fuera su eterno epitafio: «Un hombre que ha visto tanto, nunca descansará en paz».
La novela es ágil; la prosa, casi quirúrgica; los capítulos son más breves de lo que nos tiene acostumbrados Ledesma, rondan las tres hojas de media; el uso y abuso del punto y aparte provocan una agilidad en la narración que incrementa y facilita la lectura; el enigma sigue estando subordinado al análisis social; la ironía es desalmada a veces, Ledesma ya no tiene que callar nada, pero lo dulcifica para no ser muy cruel... por 1todo eso y por mucho más, Una novela de barrio marcará un hito en la historia del género en España. El punto que marca su mayoría de edad.

La Nueva España, 22 de noviembre de 2007

21 de nov. 2007

Entrevista a Francesc González Ledesma

Joan Barril

Número 37. (Literatura). Joan Barril entrevista a l'escriptor Francesc González Ledesma, que ens parlarà de l'obra Una novela de barrio...

Barcelona TV, Qwerty, 21 de novembre de 2007

20 de nov. 2007

En defensa del principio del placer

Marcelo Figueras

Todavía no lo puedo creer. ¡Descubrí a Silver Kane!
Me explico. En la contratapa de El País del domingo había una entrevista a un señor llamado Francisco González Ledesma, a quien se presentaba como un escritor premiadísimo -un Planeta, un RBA de Novela Negra, etcétera- del que yo, lo admito, no había oído hablar nunca. (Mea culpa.) Tratando de acotar mi ignorancia me puse a leer y terminé descubriendo que en realidad yo había sido devoto de ese señor, cuando escribía novelitas del Oeste -tiene como cuatrocientas en su haber- y firmaba como Silver Kane.
Mi abuelo compraba de esas novelitas a montones. (Lo de novelitas va por su tamaño, no por su dimensión.) Primero las leía él y después yo. De aquel entonces recuerdo sólo tres nombres: Marcial Lafuente Estefanía, Clark Carrados (que si mal no recuerdo escribía más bien historias de guerra) y el señor Silver Kane.
Así que ahora estoy en condiciones de agradecerle al señor González Ledesma por los maravillosos ratos que nos hizo pasar a mi abuelo y a mí. Me alegra que la vida haya sido generosa con él, por lo menos desde que el franquismo dejó de maltratarlo. (Lo acusaron de rojo, por ser hijo de un republicano, y de pornógrafo porque en una novela suya un hombre tocaba la rodilla de una mujer. Vaya descaro el suyo.)
¿Cuántos momentos felices les debemos a obras y autores a los que el establishment cultural considera, o consideró en algún momento, menores y livianos? Al menos en mi caso, tengo una mochila llena de buenos recuerdos debidos a películas, series, libros y canciones a los que muchos definirían como ‘pasatistas' y gracias. Pienso en las primeras novelas de Stephen King, en los discos de los Bee Gees antes de que se les aflautara la voz, en Ferris Bueller's Day Off y en Ladyhawke (dos películas que debo haber asociado por la presencia de Matthew Broderick), en tantas historietas de aventuras.
A veces hace falta que aparezca alguien que ‘redima' esas obras y les otorgue el valor que hasta entonces nadie les daba; por ejemplo Café Tacuba versionando una vieja canción que en la Argentina popularizó un tal Leo Dan, o los rockeros argentinos reivindicando a Sandro. Pero a menudo tenemos que poner el pecho por nosotros mismos, y tolerar los dardos con que la gente ‘seria' se mofa de nuestros gustos. Si habré soportado escarnio en su momento porque me gustaban The Police y The Smiths, de parte de un amigo periodista cultural que sostenía que "eso no era música"...

El Boomeran(g)
, 20 de noviembre de 2007

19 de nov. 2007

Una novela de barrio

Mercedes Gallego

Francisco González Ledesma
RBA Libros S.A.
Barcelona 2007
19 € – 297 páginas
I PREMIO INTERNACIONAL DE NOVELA NEGRA RBA

Creo que no lo han tenido difícil esta vez los miembros del jurado del I Premio Internacional de Novela Negra RBA para elegir la novela ganadora y dudo que en años venideros otras obras puedan superarla.
El autor nos tiene acostumbrados a su prosa fotográfica, en la que las calles cobran vida y las vidas, se convierten en amigos apenas transcurridas las primeras páginas. En esta ocasión, el comienzo, casi poético nos atrapa sin que podamos hacer nada para resistirnos y, cualquier actividad queda relegada, hasta haber concluido su lectura. La intriga, la violencia a veces y la trama, derrochan imaginación que emana del realismo de quien ha vivido lo que narra, como un observador en la sombra, que guarda muy dentro la necesidad de contar lo que ha visto, para que nadie olvide que tras la placidez aparente de nuestra cotidianeidad, subyace un mundo en el que la venganza, el comercio de cuerpos y el desprecio por la vida, coexisten con la generosidad y el amor. Un amor que va más allá del deseo y que puede llegar a ser el leitmotiv de nuestros actos.
Han pasado muchos años desde que nació Méndez (1983 en la novela Expediente Barcelona), pero nació nostálgico y así morirá, porque nace de la desilusión quimérica de buscar un mundo más justo, que naturalmente, nunca encontrará. Así camina con su personal interpretación de la ley que él siempre considera lejana de la justicia.
Una novela de barrio, narra la búsqueda de esa justicia protagonizada por un padre, que pierde a su hijo de tres años, porque así lo decide un atracador de banco. La búsqueda le mostrará que su dolor no es único y que por vivir levantando un altar a su duelo, deja de percibir a las personas que se cruzan en su vida, llenas de unos sentimientos sin anclajes en el pasado, pero que el protagonista solo reconoce cuando ya no puede hacer otra cosa que no sea aquello que ha aprendido: darles una tumba para el recuerdo.
Magistral. Una novela que te deja un regusto a tristeza por razones obvias: que se termina y que refleja la realidad más cruda.

Megacrítica, 19 de noviembre de 2007

18 de nov. 2007

“Yo he bebido mucho en el Barrio Chino”

FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA Escritor

Karmentxu Marín

PERFIL

Con 80 años y tres hijos, llegó a simultanear tres oficios, literatura, periodismo y abogacía, y dice que el trabajo es su única virtud. Se define como un lector empedernido -el único préstamo que pidió en su vida, a los 15 años, fue para comprar libros-, lo que le lleva "a otra afición mía, que es pensar, y a un defecto: el despiste". Fue levantador de pesos y crítico gastronómico, aunque él, de cocina, "ni puta idea".

Pregunta. Premio Internacional de Novela Negra RBA. ¿En España es el rey del mambo del género?

Respuesta. Algunos críticos creen que sí. Yo no estoy tan seguro. Hay otros autores a los que admiro mucho y me podrían dar lecciones. Pero sí, tengo una cierta importancia.

P. ¿Ha dado las gracias al inspector Méndez por lo que le debe?

R. Me ha dado un Planeta, un Premio Internacional de Novela, dos premios de la Crítica en Francia... Le doy las gracias, y si alguna vez me pide dinero, se lo prestaré sin ninguna garantía.

P. ¿En la próxima novela no debería hacerle jefe superior de policía?

R. Imposible. Primero, porque él no querría; segundo, porque no serviría, y tercero, porque el ministro le expulsaría de España.

P. Si se pone así...

R. Méndez nunca ha obedecido una orden, no cree en la ley oficial, sino en la de la calle y, en consecuencia, es impracticable que llegue a mandar a nadie.

P. Al menos, con los 125.000 euros del premio le pagará unas cañas, o unos coñacs.

R. Le pagaré unas cañas, pero le van a sentar mal, porque me va a llevar a algún bar de mala nota, donde la cerveza sea falsificada y el coñac, de contrabando. Yo no me atrevería a beber con Méndez. A pesar de que yo he bebido mucho en el Barrio Chino.

P. ¿Liga usted más o menos que él?

R. Yo ligo poquísimo. Él tenía unas cuantas mujeres de la calle a las que conoció de jóvenes, las protegía, las ayudaba en lo que podía... Hoy se han hecho viejas, siguen siendo sus amigas, sigue protegiéndolas, dándoles conversación… Pero es que yo, ni eso.

P. Ni conversación.

R. No, sí, yo doy conversación a mucha gente, pero nada más.

P. ¿Qué opina su madero del tripartito?

R. Intenta no meterse en política. Pero su autor piensa que el tripartito, o cuatripartito, porque ya no sé quién manda, está politizando demasiado las cosas culturales. La defensa del catalán me parece muy bien, pero no significa que se tenga que atacar al castellano.

P. La censura franquista le llamó rojo y pornógrafo. ¿De qué tiene más?

R. De rojo, evidentemente. Si yo hubiera tenido la suerte de ser un buen pornógrafo, lo hubiera pasado muy bien, y seguramente hubiera ganado algún dinero [risas]. Pero me tacharon de pornógrafo porque en una novela mía un novio le tocaba la rodilla a la novia.

P. El tema era bastante grueso.

R. Muy grueso. Sobre todo porque yo decía que la chica tenía la rodilla bonita. Y rojo por un tema elemental: soy hijo de republicanos, nací en un barrio pobre, y cuando vi entrar a las tropas de Franco en Barcelona, yo lloré y mi padre lloró.

P. Cuatrocientas novelas del Oeste firmadas como Silver Kane en su juventud: no saldría del saloon.

R. Yo llegué a conocer muy bien la historia de Estados Unidos y del Viejo Oeste. Había personajes que me seducían muchísimo: por ejemplo, la dama del saloon, una mujer con una gran personalidad. Y me llevaba a construir personajes femeninos que yo creo que estaban muy bien construidos.

P. ¿Cuál fue su mejor disparo?

R. Crear sentimientos. En mis novelas siempre había dos personajes fundamentales: la dama del saloon y el hombre que quería hacer justicia, en el que, por cierto, no creía nadie.

P. Luego pasó del whisky al coñac, y del Far West a Barcelona.

R. El salto fue en la transición, cuando me di cuenta de que podía publicar las cosas como yo quería, y de que durante el franquismo no había existido novela negra. Nacía un mundo nuevo que podía ser descrito.

P. ¿Qué nostalgias le pesan?

R. La vieja Barcelona, que era inquieta y tenía un mensaje ético, y el mundo de la solidaridad, de la gente que pasaba hambre en los barrios y siempre alguien te daba algo de comer. Eso se ha perdido.

P. "No tengo ilusiones, pero tengo experiencias". ¿No cree en nada?

R. Sí que creo en muchas cosas, por Dios. Creo en la verdad, en la piedad, en el amor y en los animales, que no es poca cosa.

P. ¿Entre las cosas en las que no cree está la posibilidad de que le llame Sharon Stone?

R. Que me llame es imposible. No creo en que nadie que valga la pena me vaya detrás. Me puede llamar un compañero, un ministro, un intelectual…

P. No desespere con Sharon.

R. Si no me gusta mucho. Yo de quien estuve enamorado es de Ingrid Bergman. Y me gusta su hija, Isabella Rossellini, porque se le parece.

P. Pues, aunque sería un puntazo, no creo que pueda llamarle Ingrid Bergman.

R. Ni Isabella Rossellini tampoco.

El País, 18 de noviembre de 2007

8 de nov. 2007

Una novela de barrio

Título: Una novela de barrio
Autor: González Ledesma, Francisco
Editor: Ed. RBA Libros
Lugar: Barcelona
País: España
Fecha: 2007
Reseña: El Cultural. El Mundo (España)

Ricardo Senabre

La vuelta del comisario Méndez es siempre una buena noticia, y no sólo para los aficionados al género de la novela negra, sino, en general, para los amantes de la literatura. La dilatada trayectoria de González Ledesma le ha permitido llegar a ser un excelente narrador, liberado del corsé expresivo que lastraba algunas de sus primeras y ya lejanas novelas. Sin duda, la dedicación durante años a la literatura de quiosco, que exige crear y desarrollar una historia y unos personajes en setenta páginas, ha aportado al autor esa concisa precisión que parece dejar al descubierto los mecanismos del relato, reducidos casi a una agilísima y compacta mezcla de osamenta y nervios, al compás de un ritmo cambiante manejado con infrecuente destreza y que a veces precipita al lector en un vértigo –así, por ejemplo, en el violento desenlace–, favorecido por la rapidísima sucesión de enunciados mínimos. Pero incluso estas virtudes serían insuficientes si Francisco González Ledesma no fuese, además, un buen escritor, capaz de articular diálogos espléndidos, de narrar o describir un lugar o una situación con una simple yuxtaposición de breves enunciados nominales –a la manera del mejor Simenon–, o bien de cambiar de voces y estilos narrativos en el interior de una misma secuencia, englobando vertiginosamente perspectivas distintas. La inesperada originalidad de muchos símiles y humorísticas hipérboles, tanto en el relato como en los diálogos, remiten inevitablemente al Marlowe de Chandler y no son inferiores a los brillantes destellos del escritor estadounidense.
No hay en este antihéroe que es Méndez, sin embargo, nada que se nos antoje mimético respecto a otros modelos de investigadores del género. González Ledesma ha creado un personaje original, sólido, sin fisuras, que ha ido creciendo en densidad novela tras novela; un policía “de calle”, cercano a la jubilación y nada científico, que prefiere la justicia a la ley cuando, como sucede a menudo, ambas parecen entrar en conflicto. Méndez es, además, la representación de una Barcelona que se desvanece, de barrios populares, bares modestos, casas mugrientas y prostíbulos llenos de historias, y arrastra consigo la nostalgia de un mundo en liquidación. Estas características lo singularizan frente a los demás investigadores o policías creados en los últimos decenios por numerosos escritores, desde García Pavón, Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín o Juan Madrid hasta Martínez Reverte, Lorenzo Silva o Alicia Giménez Bartlett, entre otros. Méndez lleva a cabo sus investigaciones huroneando entre diversos informadores, casi siempre marginales: antiguos presidiarios, raterillos de poca monta, prostitutas, gentes que viven a salto de mata en el submundo barcelonés. El relato acaba por ser también el muestrario de un estrato social y de unos tipos bien dibujados, supervivientes de algo, casi todos los cuales –aquí, Ruth, la antigua “madame”, Mabel, Miralles o el pintoresco Amores–, convertidos en pobres gentes, llevan a sus espaldas un pasado repleto de fracasos y decepciones.
La historia, que oscila entre el crimen brutal y el lirismo contenido de algunas escenas, es menos compleja que otras del autor, como Cinco mujeres y media, pero convierte la sorpresa final en la revelación de un sentimiento profundo por parte del personaje más desdichado de la obra. Y ofrece como en carne viva, sin explicaciones inútiles sino mediante acciones narradas –lo propio de la novela, en definitiva–, un análisis sutil de pasiones y conductas inconfesadas: el amor –en Eva, en Mabel–, la venganza –en Erasmus o Ruth–, la lealtad, el miedo, la cobardía… Miralles, víctima por partida doble, parece la figura hitchcockiana del falso culpable, y el abogado Escolano, al que no ha sonreído la fortuna, conserva un envidiable fondo insobornable de honradez que constituye su única herencia patrimonial. Como en las mejores obras de González Ledesma, Una novela de barrio es algo más que un relato policial, aunque, naturalmente, los lectores menos avisados podrán efectuar una lectura superficial y quedarse flotando en la superficie del texto, porque la obra admite, utilizando las palabras que acuñó Antonio Machado, una lectura “de frente” y otra “al sesgo”.

El Cultural
, 8 de noviembre de 2007

6 de nov. 2007

Una novela de barrio

Enrique Bienzobas

No hay grandes personajes. No surgen en esta historia mafiosos internacionales ni redes organizadas a nivel internacional. No hay trata de blancas, ni de negras, ni de amarillas… No aparecen aquí los grandes cártels de la droga, ni de las armas, ni de la especulación urbanística… Nada de eso discurre en Una novela de barrio. Sólo, y es más que suficiente porque lo es todo, es el barrio. El barrio es el mundo, el universo. La vida. Dos viejos emprendedores que habían de hacer juntos una quiniela. Una vecina que dice no tener bastante con su pensión. Un coche que intenta aparcar junto a una familia de gatos. Una nena –miss ombligo- que habla con Dios por su móvil.

El barrio.

La vida del barrio, (Poble Sec, Vallekas, Tetuán, Carabanchel…). Lo que queda de él. Aquello si que era pueblo, Méndez. Lo malo es que cuando los barrios cambian, sus nuevos habitantes entierran su historia. La España –el barrio- del hambre, ya no es lo que era. Ahora el hambre la sufren los de fuera. ¿Sólo? El hambre y la represión, como en Cañada Real, o en El Egido, o en… ¡Da igual! En cualquier, lugar a donde el incierto destino de inmigrantes en busca del paraíso del Capital, les localice.
Si a Juan Madrid le gusta decir que es un narrador de historias. Y es cierto. De Francisco González Ledesma podríamos decir que es un constructor de historias. Con pocos datos: dos antiguos colegas que asaltan un banco y matan a dos rehenes, uno de ellos un niño de tres años. Uno va a la cárcel el otro escapa. Con eso y el barrio, ha construido una historia de la vida real, de la calle. Una historia de amor, de venganza, de odio, de bares, de putas, de marqueses, de madames, de salarios que no llegan a fin de mes, de casas tan pequeñas que el gato tiene que dormir fuera, de policías que no creen en la ley.
Volvemos a ver a Amores, el periodista de la mala suerte, con su voz temblorosa y su seseo, pero que, cuando se refiere a los clásicos del Siglo de Oro, pronuncia bien la zeta. A ellos, pues Méndez siempre está presente, se le une esta vez el anticipado. Uno al que le dieron la jubilación anticipada y abrió un bar con el dinero, un bar que llamó El Anticipado, donde da una cazalla que es mejor no tomar. Sin embargo he notado al jefe de Méndez, el comisario principal, señor M., más dispuesto a favor del inspector a punto de jubilarse que en otras ocasiones. Incluso los expedientes los lleva de forma algo más ligera. Quizá al final de la vida profesional, que será, seguramente, el final de su vida física, habrán empezado todos a comprender a Mendez, incluso la Loles, quizá un amor secreto de Méndez.
Narrada en tercera persona, en ocasiones en primera y a veces en segunda persona. La historia es tan agradable de leer que uno no puede soltar el libro de las manos. Hay pasajes que son inolvidables. La discusión entre Miralles y Eva Expósito, guardaespaldas y su ayudante, es mucho mejor que cualquier “discusión” que se pueda realizar en el Parlamento. Antiguamente la podíamos encontrar en revistas marginales de la izquierda revolucionaria, hoy nadie se las plantea. Y mucho menos en las tertulias mediáticas, esas en las que cualquiera (periodista importante, claro) puede hablar de cualquier cosa. Eva se pregunta por qué protegen a los poderosos a costa de sus vidas. Llegando a la conclusión de que es por un pedazo de pan. Es la historia de los perdedores, de los soñadores. Los otros, los realistas que no sueñan, como por ejemplo Leónidas Pérez, son capaces, con su hipocresía por delante, triunfar en la vida.
Personajes tan maravillosamente desarrollados como Ruth, antigua madame de prostíbulo de barrio proletario y hoy señora marquesa de torre de barrio burgués venido a menos gracias a la especulación. Mabel, la que nunca fue niña y que soñaba mirando al techo, mientras otros gastaban un amor comprado. Eva, la ayudante que ama en silencio y que fue rescatada de más abajo del arroyo. David Miralles, el perfecto guardaespaldas que solo falla en el amor. El Anticipado, con su sabiduría popular que penetra la realidad más que muchos sabios universitarios…
Y el amigo Méndez. Ese que no estudió en la academia, sino en las esquinas de los viejos tiempos donde o aprendías o te mataban. El policía que se cisca en la ley. Ha perdido ahora su ambigüedad, como cuando pensaba aquello de los buenos tiempos de la Brigada Social barcelonesa, cuando la bofia sí que era la bofia (Las calles de nuestros padres). Uno se pregunta cómo es posible que quiera a un policía (incluso cuando ya Guillermo Orsi nos había dicho que Nadie ama a un policía). Y es que la bondad, la sabiduría, su humanidad… todo en Méndez nos satisface.
Hablar del final de esta historia de barrio es hablar de algo trepidante. Confieso que he leído el final en varias etapas. Es tal la tensión que se desarrolla que uno tiene que hacer esfuerzos por no saltar tres renglones, cinco. Una página. Como yo, cuando la tirantez me puede, suelo adelantar la lectura. Esta vez no lo he querido hacer y he interrumpido el final varias veces, para reducir la tensión. ¡Qué bueno el final! Es verdad que se parece un poco a las historias de Bond, James Bond. Pero en el barrio. En una casa donde dos mujeres, la madame y su niña, que nunca fue niña, se odian, pero donde no dudan ninguna en proteger a la otra. ¡El barrio! ¡Nuestro mundo!
¡Qué final!


GONZÁLEZ LEDESMA, FRANCISCO: Una novela de barrio. Editorial RBA. Barcelona, 2007. 297 páginas. ISBN: 978-84-7901-624-1.

Liberty
, 6 de noviembre de 2007

4 de nov. 2007

Best seller

Se llama superventas (también en inglés, best seller) a aquellos libros, discos, películas y videojuegos que, debido a la gran aceptación que generan entre el público, pasan a formar parte de las listas de más vendidos.

http://pagina2.rtve.es/reproductor.php?v=report01.flv

TV2, Página 2, 4 de noviembre de 2007

1 de nov. 2007

Francisco González Ledesma: "Carod Rovira hace un daño moral terrible a Cataluña"

Nuria Azancot

"Bien. El hombre que iba a morir ya está dentro". Así, como un tiro, comienza Una novela de barrio, de Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927), galardonada con el I premio de Novela Negra RBA. Abogado y periodista, se confiesa nostálgico de una Barcelona que apenas reconoce, como si fuera uno de sus personajes, enfermo de solidaridad, ironía y dignidad. A fin de cuentas, fue perseguido por la censura por "rojo y pornógrafo" desde los 21 años, y no pudo publicar con su nombre hasta 1977, aunque es autor de más de quinientas novelas del Oeste firmadas con el seudónimo de Silver Kane.

Conquistó con 21 años el premio Internacional de Novela José Janés, pero la censura impidió su publicación. También su segunda novela tuvo que esperar a 1977 para ver la luz. 30 años después, convertido en autor de masas en Francia, y con todos los premios de novela negra en su haber,¿cree que el tiempo –o las editoriales y los lectores– ha hecho al fin justicia?

–Sinceramente no sé si es justicia o no, pero en todo caso es un premio a la perseverancia y al trabajo, porque a lo largo de estos casi 60 años he tenido mil motivos para rendirme. Lo peor es que por culpa de la censura perdí toda mi juventud y no pude publicar antes con mi nombre, quizás con nuevas perspectivas, y haber sido mejor autor. Pero no me quejo, estoy muy agradecido a la vida porque al final he escrito lo que he querido.

–¿Qué queda en el González Ledesma de hoy del muchacho que escribía una novela a la semana con el seudónimo de Silver Kane?

–Sobre todo gratitud hacia aquel muchacho que sabía que no podía publicar con su propio nombre mientras viviera Franco, y Franco parecía que no iba a morirse nunca. Silver Kane me permitió acabar la carrera de
Derecho y ayudar a mi familia. Y también le debo gratitud por algo que no tiene precio, el aprendizaje tremendo de escribir una, y a veces dos, novelas a la semana. Si con ese ritmo no aprendes la técnica de la novela, no la aprenderás jamás. Y yo creo que la aprendí.

Seis meses de cuarentena

–Dicen que destruye capítulos e inclusos novelas enteras, y que este libro no ha sido una excepción...


–Sí, pero con este libro he sido afortunado porque tuve que destruir muy pocos capítulos. Verá, yo comienzo a escribir cada novela con mucha ilusión y cuando termino la dejo seis meses en reposo; luego vuelvo a leerla, y si me gusta, la publico. Si no, la rompo y vuelvo a empezar. Rompo muchísimo: por ejemplo, La ciudad sin tiempo, publicada este año por Destino, la escribí tres veces, y eso que tiene 500 páginas. En ésta, en cambio, sólo destruí unos capítulos porque me estaba desviando de lo que quería contar.

–La novela vuelve a estar protagonizada por el inspector Méndez, ahora prejubilado. ¿Siente, como él, que su mundo, su Barcelona, se está muriendo?

–Yo siento una nostalgia muy viva de la vieja Barcelona. Aunque desde el punto de vista urbanístico es evidente que ha mejorado mucho, añoro esa Barcelona que era muy roja, y muy pobre, pero en la que había solidaridad, esperanza por un mundo mejor y un espíritu de lucha que hoy están desapareciendo. Ahora, cuando una de las casas de mi infancia tiene grietas los propietarios la dejan
venirse abajo para construir otra más cara. Muchas casas de gran importancia sentimental ya no existen, y un mundo de esperanzas añejas desaparece con ellas, porque cada casa demolida se lleva con los escombros a los muertos y los vivos, y muchos recuerdos, y muchísimas almas.

Especulación y corrupción

–La especulación está ligada a la corrupción. ¿Qué ha ocurrido con nuestra democracia para que cada día nos desayunemos con un nuevo escándalo?

–Verá, yo que he estudiado y sufrido la época de Franco como abogado y periodista puedo decirle que en el franquismo había más corrupción que hoy, pero que no se sabía, mientras que ahora al menos podemos denunciarla. Hoy en Barcelona hay una corrupción oficial que el mismo Maragall denunció en el Parlament, cuando la catástrofe de las casas hundidas en el Carmelo. Entonces dijo que el problema era ese 3 por ciento del presupuesto de cada obra que los constructores destinaban a que se financiaran los partidos políticos y que hacía que se empleasen malos materiales.

–Por no mencionar el caos que sufre la ciudad desde hace semanas por culpa de las obras del metro, los trenes de cercanías y el AVE...

–Desde luego. Yo ahora, con lo que está cayendo (y nunca mejor dicho), empiezo a tener miedo por la Sagrada Familia, porque las obras del metro están muy cerca de sus cimientos. No sé si los supuestos ingenieros responsables de este desastre han acabado los estudios. Porque el trabajo es una cosa sagrada y ahora más de un millón de personas que necesitan el tren para llegar a sus trabajos se ven obligados a hacer milagros cada día por la ineptitud de unos
incompetentes que no conocen su trabajo ni respetan el ajeno. En realidad, es otra consecuencia de la especulación desmedida. El terreno que quedaba sin urbanizar se está edificando con estafas increíbles. Y nadie dice nada. Y cuando lo dice, el poder no responde. Ni actúa.

–¿Qué balance hace, pues, de la gestión del tripartito? ¿Ha respondido a lo que se esperaba de él?

–No. Creo que Barcelona tuvo un momento de esperanza cuando regresó Tarradellas, que carecía de experiencia como gestor, pero que tenía el Estado en la cabeza, como De Gaulle. El tripartito no es lo mejor que nos ha pasado, casi es lo peor.

–¿Y es responsable de la imagen que en el resto de España se tiene de Cataluña hoy?

–Desde luego. Cataluña tiene dos cosas muy buenas de las que me siento orgulloso: su tolerancia y capacidad de pacto, y que es tierra de acogida. Media España ha encontrado trabajo y un hogar en Cataluña. Pero cuando Carod Rovira se enfada porque le hablan en una lengua oficial como el español, causa un efecto terrible porque acaba en un instante con la idea de tolerancia que siempre nos ha caracterizado. Carod está causando un gran daño moral a Cataluña, y es responsable de que seamos menos queridos en el resto de España, cuando tenemos motivos para lo contrario.

–Volviendo a la novela, ¿cuánto le debe Méndez a su trabajo como periodista y abogado?

–Le debe muchísimo. Ser abogado defensor y diplomado en criminología, mi propia infancia de chico de barrio humilde y mi trabajo como periodista, me han permitido conocer muy bien el mundo del crimen. Mi memoria periodística hace que tenga una memoria histórica muy amplia, que se vuelca en Méndez. Mi personaje es resultado de las experiencias de cuatro policías reales, uno de ellos guardaespaldas de un Capitán General que siempre se olvidaba la pistola en casa. Méndez es un notario de la Barcelona que sufre, y, desde luego, uno de los personajes más importantes de mi vida. Gracias a él gané el premio Planeta, el Pepe Carvalho, el de la Crítica francesa en dos ocasiones, el Dashiell Hammett, ahora éste de RBA... Si me pidiera dinero, se lo tendría que dar.

Los límites de la ley

–En Una novela de barrio Méndez descubre al asesino en la página 20...

–Desde luego. Me parecía que era lógico y necesario en este caso descubrir pronto al presunto culpable, porque detrás de lo que parece una venganza elemental hay muchísimo más, todo un mundo de sentimientos, y una necesidad de replantearse los límites de la ley cuando resulta imposible la redención de un criminal. O el dilema de un abogado enfrentado a su propia dignidad.

–Que es otro de los temas habituales de sus novelas. Como la memoria, la solidaridad y la lealtad. ¿Qué perdemos si las perdemos?

–Lo perdemos todo. La dignidad, la solidaridad nos mantienen vivos, nos justifican. Y cuando las pierdes, pierdes tu misma vida.

–¿Le gusta la novela negra que hoy se hace en España?

–Desde luego, aunque yo prefiero llamarla novela social, porque a través de un delito se retrata a toda la sociedad. Las novelas de Giménez Bartlett, que es una maestra del género, me gustan mucho, aunque yo las escribiría de otra forma. Lorenzo Silva ha logrado dar a un cuerpo policial que a priori resultaba antipático, la guardia civil, una gran humanidad. Aprendo mucho de ellos. Y de Andreu Martín, aunque, como ahora publica mucho, tiene menos tiempo para preparar los argumentos.

–¿Es verdad que Mankell no le gusta nada? ¿Y Donna Leon?

–No exactamente. De Mankell me gusta que lleva al lector como un compañero de viaje, pero es que a mí su mundo no me interesa demasiado. Soy mediterráneo, y un hombre que se levanta a las seis de la mañana, que apenas ve el sol por culpa de la nieve, y que toma diez cafés para seguir trabajando me aburre. En cuanto a Donna Leon, me interesa el mundo mediterráneo que retrata
en sus novelas, pero éstas me resultan poco dramáticas y demasiado costumbristas.

–Creo que aún no va a jubilar a Méndez: ¿Ahora qué le espera?

–Bueno, tengo una nueva novela de Méndez en la cabeza, la última, porque el tiempo se me acaba. Le voy a confesar algo que aún no sabe nadie: pensaba titularla Los muertos, y va a ser un canto a la esperanza, porque siempre hay motivos para vivir. Sí, espero poder escribirla en un par de años. Ojalá.


El Cultural, 1 de noviembre de 2007